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   Nos levantamos tarde de nuevo, llegando al comedor casi los últimos. Nuestros padrinos estaban sentados y nos vieron llegar de la mano.
   —¡Buenos días pareja! —exclamó Leo cuando llegamos a la mesa. Parecía preocupado.
   —¡Buenos días! —saludamos al mismo tiempo Edel y yo, sentándonos.
   —Solo nos quedan cuatro días aquí, voy a echar de menos el Nyassa —comenté mientras devoraba un desayuno abundante. Alcé la vista un momento y me di cuenta de que Trini no parecía comer nada.
   —¿Te sientes mal, Trini? —pregunté en tono preocupado.
   —Algo así... —contestó evasiva. Observé un ligero temblor en sus manos y me miró con ojos suplicantes para que no continuase el interrogatorio.
   —Luego necesito que me acompañes a mi camarote, tienes que ayudarme a escoger un vestido —le pedí en tono imperioso para que no se pudiese negar. Me di cuenta de que había algo que le preocupaba y pretendía averiguar lo que era.
   —De acuerdo, Elisa. Después de desayunar —aceptó resignada. Por mi gesto ya sabía que le esperaba un interrogatorio, pero me pareció que necesitaba hablar de lo que fuera que le estaba preocupando.
   —Cuando lleguemos iremos al encuentro de Ethan —comentó Edel a Leo—¿Trini y tú vendréis con nosotros, verdad? —escuché que le preguntaba mi chico.
   —Supongo que sí —respondió Leo sorprendiéndome. Alcé la vista hacia Trini, que en ese momento estaba muy concentrada en un pedazo de pan que quedaba de su desayuno. Me di la vuelta a mirar a Leo quién a su vez miraba serio a Edel. 
Deduje que, de nuevo, algo se había interpuesto entre ellos dos. Edel me miró con un gesto interrogante, también se había dado cuenta de que les ocurría algo. Respondí a su mirada alzándome de hombros y le pedí por gestos que hablara con Leo para saber lo que ocurría.
Al terminar el desayuno nos levantamos de la mesa casi sin hablar y nos dirigimos a cubierta.
   —¿Me acompañas, Trini? —pregunté agarrando su brazo y empujándola sin esperar su respuesta. 
   —Leo, Necesito hablar un momento contigo, ¿me acompañas a buscar a Isabel? —intervino Edel llevándolo en dirección opuesta a la mía.
Los perdí de vista enseguida y me concentré en Trini, que parecía ausente. Decidí llevarla a mi camarote para hablar con tranquilidad y tratar de ayudarles a superar sus problemas. Una vez dentro, me puse seria y me lancé al ataque con toda la artillería pesada.
   —¿Qué ha pasado entre Leo y tú? —inquirí seria, observando su reacción.
   —No ha pasado nada, Elisa —contestó mirando  al suelo.
   —¡A otro perro con ese hueso! —exclamé—. Eso no hay quién se lo crea.
   —¿Qué quieres que te diga? —replicó alzando la vista con lágrimas en los ojos.
   —La verdad, dime lo que te preocupa —le pregunté en tono suave, acercándome a ella para darle un abrazo.
Trini se derrumbó entonces y lloró en mis brazos. Esperé con paciencia que se desahogase y, cuando se calmó un poco, la miré de nuevo a los ojos.
   —Somos amigas, Trini. Puedes decirme lo que sea, no te voy a juzgar ni voy a poner el grito en el cielo. Quiero ayudaros a los dos —afirmé en voz baja.
   —No sé qué voy a hacer, Elisa. Leo me ha puesto un ultimátum y no está dispuesto a esperar el tiempo que necesito —confesó por fin, aunque en realidad no me aclaró mucho.
   —¿Qué tipo de ultimátum, Trini? —inquirí preocupada, dispuesta a hablar con Leo para que se retractara de sus palabras si era algo ofensivo o doloroso para mi amiga.
   —¡Ay, Elisa! —exclamó echándose a llorar de nuevo. Me preocupé aún más al ver su desconsuelo. No me imaginaba lo que le habría podido pedir para que le afectara tanto. 
   —Tranquila, todo tiene solución. Hablaré con él, pero explícame qué te ha pedido —le pedí con suavidad, para tratar de calmarla.
   —Ayer fuimos a dormir a mi camarote como hacemos desde hace un tiempo —relató al fin, poniéndose colorada ante su confesión.
   —Sé que dormís juntos, no os juzgo por eso —la tranquilicé al ver su vergüenza.
   —Una cosa derivó en otra y acabamos haciendo el amor —dijo mirando al suelo, mientras sus manos temblaban por la emoción.
   —Ya lo habéis hecho otras veces... ¿Te hizo daño esta vez? —pregunté inquieta, pues me preocupaba que Leo no fuese tan cuidadoso como Edel.
   —No, no me hizo daño —comentó con una sonrisa, que enseguida ocultó— Es muy bueno y dulce. Incluso mejor que Ángel.
   —¿Entonces cuál es el problema? —pregunté ya casi sin paciencia, pues daba vueltas y más vueltas sin llegar al fondo de la cuestión.
   —Después de hacerlo me pidió que me casara con él —espetó de pronto, sorprendiéndome y sin entender cuál era el problema todavía.
   —¡Me alegro por vosotros! —exclamé con alegría, sin entender nada.
   —Pero le dije que tenía que pensarlo y se enfadó, Elisa. Me ha dicho que le estoy utilizando y otras cosas peores. Al final me dijo que ya no se acostaría más conmigo hasta que no le diera una respuesta, me dejó sola en la habitación y no me habla —explicó por fin, con los ojos anegados. La abracé fuerte y dejé que llorara.
   —¿No quieres casarte con él? —pregunté bajito, para intentar aclarar su posición.
   —¡Claro que quiero, Elisa! —exclamó ella de inmediato. 
   —¿Por qué no se lo has dicho a él? —inquirí con cautela, pues no quería que volviera a llorar.
   —Necesito tiempo, solo hace cuatro meses que murió mi marido y no puedo casarme con otro hombre tan pronto, ¿qué dirá la gente? —expresó con pesar. Me puse a pensar en ello, buscando las palabras que pudieran aliviar su remordimiento y su miedo.
   —Trini, aquí en América nadie sabe que has estado casada antes ni cuándo murió tu marido, creo que tienes todo el derecho de rehacer tu vida con Leo, sin esperar un luto que no va a devolver a nadie a la vida —expuse mientras la tomaba de las manos y trataba de que dejase de temblar.
   —No sé si me va a perdonar, Elisa —dijo con la mirada triste de alguien derrotado.
   —No te rindas, Leo te quiere, quiere casarse contigo. Se ha equivocado al presionarte tanto pero lo hace porque está enamorado de ti —Intenté animarla, consiguiendo una pequeña sonrisa de su parte.
   —Elisa, me alegro tanto de que seamos amigas, pese a habernos conocido en estas circunstancias, es lo mejor que me ha podido pasar. Me sentía muy sola, gracias por ayudarme —se sinceró conmigo, consiguiendo que yo también acabara llorando como ella.
   —Espero que podamos seguir siempre juntas, Trini —deseé con lágrimas en los ojos, abrazándola con cariño.
   —¿Cómo voy a arreglar las cosas con él? —preguntó ya más tranquila.
   —Hablando, cariño —dije mirándola a los ojos.
   —No sé cómo empezar, tengo miedo de estropearlo más —confesó con los ojos muy abiertos y un ligero temblor en sus manos.
   —Dile lo que sientes por él, confiésale tus miedos —Le aconsejé.
   —No sé si podré hacerlo, no creo que quiera escucharme. Pero no quiero perderlo, Elisa —repuso con la voz rota por la emoción.
   —Yo creo que si le cuentas lo mismo que me has dicho a mí, entenderá tu situación y podréis llegar a un entendimiento. Él te quiere —afirmé tratando de animarla.
Cuando conseguí que se calmara salimos de nuevo a cubierta. Sus ojos estaban enrojecidos por el llanto y el temblor en sus manos no había desaparecido, pero tenía la mirada decidida de quien quiere afrontar su batalla. Esperaba que la conversación de Edel con Leo también hubiera dado sus frutos, pues ambos tenían que ser comprensivos con el otro si querían arreglar el problema.
Al salir a la luz del sol, alguien se aproximó corriendo a nosotras y se abrazó a mí con fuerza.
   —¡Hola, Isabel! ¿Cómo estás, cariño? —exclamé contenta, mientras le devolvía el abrazo. 
   —¡Habéis tardado mucho en salir! —nos reclamó mirándonos muy seria. 
   —Estábamos ocupadas, pero ya estamos aquí. ¿Qué quieres hacer hoy? Podemos leer un rato en cubierta o ir a pasear. Si quieres puedo ir a buscar a Nur y juegas con él —sugerí con una sonrisa. Su vitalidad era tan contagiosa que hasta Trini sonrió.
   —Me gustaría que me leyeras algo —pidió estirando de mi brazo para llevarme a un pequeño banco donde nos sentamos. 
Trini vino conmigo y dejó a Edel junto a Leo, sin atreverse a mirarlo todavía. No quise presionarla, pero era evidente que tenían que hablar a solas para solucionar su problema. 
Durante aquella mañana no conseguí que Trini diera el paso para acercarse a Leo y Edel parecía también impotente ante la testaruda posición de su amigo. Nos iba a costar un poco más de lo que imaginábamos ayudar a nuestros padrinos... Tras comer los cinco juntos, intenté que ellos dos se quedaran a solas. Pero no colaboraron: Trini se pegó a mí y Leo se escudó en Edel. Después de cenar acompañamos a Isabel a su habitación y nos despedimos de ella hasta el día siguiente. sólo faltaban tres días para llegar a puerto y separarnos, pero le dimos la dirección de Ethan para que nos escribiese allí. Ella ya estaba asumiendo nuestra separación, yo todavía no podía pensar en ello.
   —Edel, tendríamos que marcharnos —sugerí para dejar a la pareja a solas.
   —Sí, es cierto. Estoy cansado y necesito dormir —corroboró él, mirando de reojo a nuestros amigos, que me miraban con cara de pánico.
   —¡Vosotros tenéis que hablar! —espeté, señalándoles amenazadora, pues me había cansado de esperar que ellos dieran el primer paso. Tomé a ambos de la mano y los enfrenté cara a cara.
   —¡Quiero escucharos a los dos! —espeté enfadada, mirándolos muy seria.
   —Lo siento, Leo —pronunció Trini al borde de las lágrimas, empujada por mi mirada.
   —Yo también lo siento —respondió Leo cabizbajo—. Creo que te he presionado demasiado.
   —Yo quiero casarme, pero necesito un poco de tiempo. Aunque quizás, después de hablar con Elisa, no haga falta esperar tanto —confesó al fin mi amiga, mirando al suelo mientras sus lágrimas brotaban sin control. Leo levantó la mirada y, al ver llorar a Trini, su expresión cambió.
   —Cuando tú quieras, cariño, perdóname, te esperaré el tiempo que sea necesario —dijo él emocionado, mientras la abrazaba.
   —Tengo miedo de que cuando desembarquemos te olvides de mí. Te quiero, Leo —confesó Trini con el aire contenido. Admiraba su valentía, al admitir sus sentimientos. 
En ese momento me di cuenta de que ya no era necesario que nos quedáramos, así que miré a mi chico y nos retiramos al camarote sin decir nada.
   —Creo que al final se casarán —predijo mi chico cuando nos quedamos a solas en nuestra habitación.
   —¿Qué te dijo Leo esta mañana? —pregunté curiosa. Mi conversación con Trini había sido muy emotiva, me había confesado sus miedos, pero no sabía lo que había molestado a Leo.
   —No me dijo mucho, estaba dolido con Trini por su rechazo —me resumió, sin explicarme el fondo de la cuestión.
   —¿Qué es lo que le dolió? ¿Que no se casara con él? —inquirí para obtener algo más de información.
   —Que quisiera tener relaciones y que no quisiera casarse, para él no tenía sentido. Para mí tampoco —afirmó mirándome. Vi que lo decía en serio, no entendía a mi amiga y la estaba juzgando como había hecho Leo.
   —Ella tiene sus motivos, cariño —justifiqué a mi amiga con tono serio.
   —Pues si no me los explicas no lo entiendo —insistió él mirándome con aire desafiante.
   —Trini se ha enamorado de él, no quiere perderlo pero tiene miedo de manchar la memoria de su anterior marido, Ángel. Por eso no quiere casarse con Leo hasta que no pase un tiempo. Pero le quiere y tiene miedo de que se canse de esperarla —relaté a mi chico, intentando que comprendiese el problema en su totalidad.
   —¡Pero se está acostando con él! —exclamó—. ¿Qué sentido tiene que esperen para casarse?
   —La gente espera que guarde luto por su anterior marido, al menos uno o dos años. Podrían pensar que estaba deseando que se muriese para encontrar a otro —le aclaré, ya que nuestras costumbres parecían ser distintas a las suyas.
   —Pero aquí en el barco nadie sabe cuánto hace que murió su marido... —comentó pensativo. Yo le había dicho a Trini lo mismo, por eso ella se había decidido a dar un paso más con Leo y había aceptado su proposición.
   —Pero Leo sí lo sabe. También nosotros lo sabemos y, sobretodo, su conciencia —repliqué. Edel me miró de nuevo a los ojos, con algo en la mirada que no supe descifrar. Se sentó más cerca de mí y me besó. 
   —No quiero seguir hablando de ellos, solo quiero pensar en nosotros, quiero besarte y fundirme contigo —murmuró bajando la voz, mientras sus manos se deslizaban por mis piernas, logrando que olvidara al resto del mundo. Busqué su boca y nos abrazamos, despertando la pasión que nos incendiaba.
   La mañana siguiente desayunamos en compañía de nuestros amigos, que parecían haber solucionado en gran medida sus problemas.
   —¿Van bien las cosas entre vosotros? —pregunté con discreción a Trini. Su sonrisa y el brillo de sus ojos me decían que la reconciliación había sido espectacular. 
   —Hemos decidido la fecha —confesó en voz baja, sonrojándose.
   —¿De la boda? —pregunté también en un murmullo. 
   —Sí, será cuando desembarquemos, nos casaremos al llegar a Nueva York.
   —Me alegro mucho por vosotros. ¿Me dejarás ser vuestra madrina? —inquirí aguantando la respiración, emocionada ante la idea.
   —¡Por supuesto! ¡Los dos seréis nuestros padrinos! —exclamó contenta, alzando la voz sin darse cuenta, provocando la sonrisa condescendiente de Leo y la mirada sorprendida de Edel.
   —¿De quién seremos padrinos? —preguntó mi chico enseguida.
   —Nos casaremos al llegar a Nueva York —afirmó Leo orgulloso—. Como no tenemos ninguno de los dos familia, queremos que vosotros seáis los padrinos.
   —Claro que sí —corroboró Edel. 
   La mención de la familia, me hizo recordar a mi madre y a mis hermanos, también a la señora Teresa. Debían estar preocupados, pese a haber leído la carta que les dejé en casa. La señora Teresa ya sabía que estaba camino de América, pero estaría esperando noticias para saber si habíamos llegado bien. Noté un nudo en la garganta, mis ojos se humedecieron y decidí salir del comedor para no estropear la alegría del momento. 
   —Voy al baño —comenté presurosa, levantándome de la silla y alejándome sin mirar atrás.
   —¿Te ocurre algo? —escuché detrás mío, pero no pude responder y aceleré el paso. Entré al baño y allí dejé salir toda la tristeza que se había acumulado en mi interior. 
   Escuché la puerta y unos pasos detrás de mí. Alguien me retuvo por los hombros obligándome a girar. Era Trini que, al ver que lloraba, me abrazó con ternura.
   —¿Qué ocurre, Elisa? —inquirió con voz dulce, preocupada por mí.
   —No es nada, enseguida se me pasará —respondí tratando de secar mis lágrimas.
   —¿Entonces por qué lloras? Dime la verdad, somos amigas —suplicó mirándome a los ojos.
   —Echo de menos a mi familia. Deben estar muy preocupados por mí y me he puesto triste por eso. No quería estropear el momento.
   —No estropeas nada, Elisa. Mira, luego buscaremos papel para que les escribas —me prometió mientras me abrazaba. 
   —Gracias, en cuanto llegue a Nueva York mandaré las cartas —le dije, controlando por fin mi tristeza y dejando ver una pequeña sonrisa.
   Aquella misma mañana conseguimos papel y una pluma para escribir. Esa misma tarde, busqué un lugar tranquilo y le escribí a mi familia y a la señora Teresa.

Querida mamá y hermanos, os escribo por fin desde el barco que me lleva a Nueva York. Ya solo faltan tres días para llegar y tengo muchas cosas que contaros. En primer lugar, quiero pediros perdón a todos por haceros sufrir, pero no me dejasteis otra salida. No podía olvidar a mi chico de ojos azules, Edel, y casarme con otra persona. Mi felicidad está al lado de él, por eso me marché de casa con todo el dolor de mi corazón. Él me ha respetado en todo momento y, aunque ha sido complicado, nos hemos casado en el barco de refugiados en el que viajamos. Por designios del destino nos hemos encontrado con Leo en nuestro camino. Él ha sufrido mucho en la guerra, perdiendo a su hermano Francisco. Pero ha aceptado a Edel como amigo y ha sido mi padrino de boda. Hubiera querido teneros conmigo en esos momentos, pero no ha podido ser. Espero que todos estéis bien y, quizás algún día, me perdonéis por haberme ido. Tengo que deciros también que estoy esperando un hijo que nacerá en enero. Me hubiera gustado tenerte cerca, mamá, pues sé que me hubieras ayudado a cuidarlo y me darías tu apoyo durante el embarazo. Siempre tendréis las puertas de mi casa abiertas si decidís venir. Espero que el destino nos vuelva a reunir de nuevo, pero de momento, me conformo con recibir una respuesta a esta carta. Con todo el cariño del mundo, Elisa.

Releí la carta, dejando que Edel la viera antes de meterla en el sobre. Él estaba dudando si escribir a sus padres o no, pues guardaba un cierto rencor a su familia por no haberle ayudado a encontrarme. Yo comprendía los sentimientos de mis hermanos y les perdonaba, pero él no podía perdonar a su padre. 
   —Es tu decisión, cariño. Pero quisiera que pensaras también en tu madre, que estará preocupada por ti —sugerí acariciando su brazo. Miraba mi carta y no se decidía a escribirle. 
   —No quiero que mi padre sepa de mí —afirmó decidido.
   —Está bien, yo escribiré también a la señora Teresa, si cambias de opinión me lo dices y te dejaré la pluma.

Querida señora Teresa, le escribo desde el barco, a pocos días de llegar a nuestro destino. Por fin hemos conseguido casarnos y estoy esperando un hijo. Gracias por haberme apoyado y espero que esté bien de salud. La he echado mucho de menos, sus consejos me han ayudado siempre. Me hubiera gustado tenerla cerca el día de la boda, Edel me ha cuidado y respetado como le prometió, puede estar tranquila porque somos felices. En el viaje encontramos a Leo, un muchacho que es casi como un hermano para mí, pues huyó con mi familia a Barcelona. Él ha sido mi padrino. He escrito a mi familia para que sepan que estoy bien, como me sugirió antes de despedirnos. Les he pedido perdón y espero que me respondan la carta para seguir en contacto con ellos. A usted le he escrito a casa de sus hijos con la esperanza de que aún esté allí cuando llegue, de no ser así, espero que sus hijos se la hagan llegar a usted con la suficiente cautela para que no llegue a manos de mi hermana. No quisiera meterla en problemas por ayudarme. De todas maneras no creo que llegaran a denunciarla, porque nos ayudó mucho cuando tratamos de rescatar a mis hermanos. Edel le manda saludos y un millón de gracias por su ayuda. Deseando que algún día podamos volver a vernos, se despiden con cariño: Elisa y Edel.

Le mostré a mi chico las dos cartas y me miró enternecido.
   —Espero que tu familia pueda perdonarnos algún día —comentó tras leerlas.
   —Yo también lo espero, aunque no puedan estar junto a mí, me gustaría seguir en contacto con ellos por carta, pero temo que no perdonen tu nacionalidad y me recriminen casarme contigo —confesé con cierta tristeza. Aunque comprendí que no estaba en mi mano la decisión que ellos tomaran.

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