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   Salimos del comedor sin decir siquiera adiós a Trini y Leo. 
Cuando entramos a nuestro camarote cerró la puerta y me volvió a besar con dulzura, sus labios se movían sobre los míos despertando mis sentidos. Tomó mi cara entre sus manos y me acarició mirándome a los ojos. Yo intentaba no caerme sujetándome a sus hombros, me temblaban las piernas, él era más alto y yo tenía que ponerme de puntillas para llegar a sus labios. Subí mis manos a su cabeza y le acaricié, enredando mis dedos en su pelo. Mi corazón ya estaba desbocado.
Al sentir mis manos intensificó su beso, entreabriendo su boca para introducir su lengua en la mía y acariciarme con ella. Todo ello con una suavidad exquisita, como si en realidad fuese de porcelana y pudiera romperme en cualquier momento. No supe cuánto tiempo estuvimos besándonos así, hasta que mi cuerpo empezó a desear más. Pasé mis manos por su espalda y me apreté contra él, para sentirlo más cerca. Un gemido de pasión se escapó de sus labios y noté cómo su cuerpo también estaba reaccionando a mis caricias. Bajó sus manos hasta mi cintura, acariciándome la espalda, sin dejar de besarme y me levantó hasta que estuve a la altura de sus ojos.
   —¡Te amo, Elisa! —exclamó en voz baja. Me llevó en volandas hasta un lado de la cama y me dejó de pie. Él se sentó en el borde de la cama y me colocó entre sus piernas. Comenzó a acariciarme por encima de la ropa, acercándome a él.
   —Aquí dentro estás, bebé. Te vamos a querer muchísimo tu mamá y yo —susurró, besando con suavidad mi vientre, mientras sus manos no dejaban de tocarme.
Mi sensibilidad estaba esos días a flor de piel, por lo que se escaparon lágrimas de felicidad al escucharle hablar así a nuestro hijo. Le acariciaba la cabeza y mi cuerpo estaba pidiendo a gritos que continuara, que me desnudase ya, que necesitaba sentirlo. Pero esa noche Edel se había propuesto hacerme el amor tan despacio que me estaba volviendo loca. Me sacó la blusa de dentro de la falda, pasando sus manos cálidas por mi piel, provocando escalofríos de anticipación. Desabrochó los botones con desesperante lentitud, hasta tener a su alcance mi piel desnuda y se dedicó a acariciar y besar cada centímetro de ella. Besó mis pezones que ya se estaban oscureciendo con el embarazo. Mi pecho era muchísimo más sensible a sus caricias. Al encontrarme de pie entre sus piernas, yo sólo podía acariciarle la cabeza, mientras él me saboreaba, me acariciaba la espalda y más abajo, acercándome a su boca. Mi respiración estaba acelerada, su lengua trazaba senderos de placer en mi piel, desde mis senos hasta mi vientre, justo donde empezaba la falda, provocando y dispuesto a no dejarme satisfacer mi deseo. Cuando mis gemidos aumentaron de intensidad fue bajando por mi cuerpo y, con manos diestras, desabrochó la falda que cayó a mis pies. No se detuvo ahí y deslizó mi ropa interior también al suelo. Desnuda ante él, tan sólo con las medias, ya no sentía la vergüenza de la primera vez, sólo quería que se desnudase para así poder acariciarle yo también. Intenté quitarle la camisa pero no me dejó, frustrada, lo miré a los ojos con una súplica en la mirada. Pero los planes de Edel eran otros y no se quitó ni me dejó quitarle nada de ropa de momento, él tenía el control esa noche. Yo sólo podía dejarme querer.
Dejó un reguero de besos por mis pechos, bajó por mi vientre y llegó a mi centro del placer. Para poder acariciarme mejor, hizo que saliese de entre sus piernas y me colocase con las piernas abiertas sobre las suyas. Se sentó en el suelo para tener acceso no sólo con sus manos, sino con su boca a mi centro. Tuve que sujetarme a sus hombros para no caer, me temblaban las piernas al sentir su lengua caliente recorrer la zona tan sensible. Con sus dedos exploró mi interior y, al notar lo húmeda que estaba, un gemido involuntario se escapó de sus labios. Pero eso no detuvo su exquisita tortura.
   —No puedo más, Edel, por favor... —suplicaba entre jadeos.
   —Todavía no, chiquilla —susurró con una sonrisa. Me concedió una tregua cuando se levantó y me tomó en brazos para dejarme sobre la cama. Sólo entonces se desnudó. Yo le miraba mientras se quitaba la camisa y la camiseta interior. No se entretuvo y también se desabrochó y quitó los pantalones y los calzoncillos. Quedó desnudo ante mi, excitado. Quise acariciarlo pero no me dejó y continuó con sus caricias. Se colocó encima de mí y atrapó mis brazos por encima de mi cabeza.
   —No puedes tocarme hoy, Elisa, quiero hacerte llegar al cielo —susurró en mi oído, provocando una descarga eléctrica en todo mi cuerpo. Me agarré a las sábanas de la cama para no tener la tentación de tocarle y dejé que hiciera lo que quisiese conmigo. Era suya esa noche... y todas.
Me volvió a besar en los labios, con más pasión que antes, sentía que su miembro rozaba mi vientre y se movía para que mi excitación llegase al límite. Dejó mi boca y bajó a mi pecho, saboreando mis pezones y provocando gemidos de placer incontrolables, bajó más abajo y, con mis piernas en sus hombros me hizo llegar a las estrellas con su lengua. Oleadas de placer me sacudieron mientras gemía y gritaba su nombre. Sólo entonces me dejó tocarlo y mis dedos se deslizaron por su pecho y su espalda, bajaron a su cintura y acariciaron su miembro hinchado provocando un gemido.
   —Ahora te toca a ti, mi chiquilla de ojos verdes —decidió cambiando de posición y colocándome encima de él en un sólo movimiento, para no poner su peso encima de mí. Desde esa posición jugué con él como había hecho conmigo antes, besando y acariciando todo su cuerpo. Llegué a su miembro y lo besé. Edel se estremeció y probé hasta dónde podía llegar introduciéndolo entre mis labios. Me excitaba verlo retorcerse en la cama y me volví más audaz todavía, lo saboreé y lo acaricié hasta estar más que excitada otra vez. Él se retorcía y yo estaba dispuesta de nuevo. Le besé en los labios suavemente mientras me movía sobre él provocándole. Por fin me senté sobre su miembro y lo hice entrar poco a poco en mi interior, moviéndome lentamente, para no hacer daño al bebé. Me deslizaba arriba y abajo una y otra vez, hasta que sentí cómo se derramaba en mi interior y me dejé llevar de nuevo por el placer. Me derrumbé sobre Edel y me quedé dormida.
   Desperté envuelta en un abrazo, sintiendo el calor de su cuerpo, él ya estaba despierto.
   —Buenos días, cariño —murmuró mientras apartaba de mi cara un mechón de pelo rebelde. 
   —¿Has dormido bien? —le pregunté con una sonrisa pícara. Las noches que había estado convaleciente me había dado cuenta de que su deseo por mí no se veía afectado por las heridas. El mío tampoco disminuía con el embarazo. Ahora que sabíamos que no le podíamos hacer daño al bebé seguiríamos disfrutando de nuestras noches de pasión.
   —Muy bien, mi amor. ¿Cómo te encuentras? —preguntó mientras acariciaba mi vientre.
   —Bien, de momento no me mareo y no tengo náuseas. La matrona nos explicó que el malestar suele durar poco, unas tres o cuatro semanas —le expliqué para que estuviera más tranquilo. Vi que su gesto de preocupación se suavizaba y una sonrisa se asomaba a sus labios. 
   —¡Vamos a levantarnos, tienes que desayunar para que el bebé se alimente! —exclamó saliendo de la cama y ayudando a que me pusiera en pie. Nur se restregaba en nuestras piernas exigiendo su desayuno, así que nos vestimos y fuimos al comedor. 
Llevábamos casi tres semanas en el Nyassa y aún no había escasez de comida. Desayuné como nunca, llenando mi plato en dos ocasiones, bajo la atenta mirada de mi chico, que se sorprendió al ver mi apetito.
   —¿No te sentará mal tanta comida? —preguntó Edel, al ver cómo acababa con todo lo que me había servido en el plato.
   —Tengo hambre, hay alguien que crece dentro de mí y pide comida... —contesté riendo y contagiando el buen humor a todos.
   —Parece que estás mejor. ¿Acabaron los mareos? —inquirió Trini con una sonrisa.
   —Sí. Ahora solo tengo hambre y sueño —confesé, entrelazando mi mano con la de Edel.
Él me dirigió una mirada cargada de deseo que me hizo ruborizar. Pero antes de que tuviera tiempo de decir nada más apareció un oficial del barco y se dirigió a nosotros.
   —Señores, el capitán desea hablar con ustedes después del desayuno. Les espera en el puente de mando —explicó aquel hombre, quitándose la gorra y saludando con formalidad. 
   —Allí estaremos —respondieron Edel y Leo al mismo tiempo.
Cuando el oficial se retiró nos quedamos un minuto callados, hasta que Leo rompió el silencio.
   —¿Tenéis idea de lo que querrá el capitán? —inquirió mirando a Edel en primer lugar, para pasar a mirarnos a Trini y a mí.
   —No, no puedo imaginármelo —respondió Edel sincero, encogiendo sus hombros. 
   —¡Pronto lo averiguaremos! —exclamó Trini, recuperando el buen humor del grupo. 
   Terminamos nuestro desayuno y salimos del comedor para dirigirnos al puente de mando. Íbamos los cuatro, aunque yo suponía que sólo quería hablar con los chicos. Nos hicieron esperar un rato hasta que el capitán pudo desocuparse y salió a recibirnos, conduciéndonos a un pequeño despacho. 
   —Gracias por venir —saludó el capitán al entrar— os estaréis preguntando para qué os he hecho venir hasta aquí —empezó a explicar, después de que Trini y yo nos sentáramos en las dos únicas sillas disponibles.
   —Nos ha sorprendido mucho, señor —comentó mi chico con interés. Él estaba detrás de mí, y yo me apoyaba en él
   —No se preocupen, no es nada malo. Al contrario, creo que les va a resultar interesante —explicó de nuevo, dejándonos igual de intrigados—. En este viaje han ocurrido varios incidentes, entre ellos su boda —comentó mirándonos a Edel y a mí.
Miré extrañada a mi chico, sin entender qué pretendía decirnos ese hombre.
   —Les entregaré los papeles del matrimonio para que, si lo desean, se puedan casar en la iglesia una vez desembarquen —dijo sacando una carpeta de un cajón, entregándosela a Edel.
   —También está el tema del barco que fue atacado por un submarino. Ustedes dos participaron activamente en el rescate de los soldados, arriesgando la vida para rescatar a los supervivientes —señaló mientras dirigía su mirada de Edel a Leo—. Informé de ello a las autoridades portuarias y al ejército. Ellos han apreciado su valentía y quieren compensarles por ello —añadió con una sonrisa.
   —¿Qué tipo de compensación? —preguntó Leo inquieto, sospechando alguna trampa en todo aquello.
   —No se preocupen, les ayudarán a la hora de instalarse en Nueva York o donde ustedes decidan. Les proporcionarán un trabajo para que puedan salir adelante y les concederán la medalla al valor. Es un honor que hayan viajado con nosotros.
   —Solo hicimos lo correcto, capitán —replicó Edel con humildad. 
   —Es cierto, pero aún hay más. En su caso —dijo, señalando a Edel—usted y su mujer dieron sangre para salvar a estos soldados. Como pago recibió una agresión que casi le cuesta la vida, por parte de quien se benefició de su donación. Por este motivo, las autoridades le garantizan que este soldado recibirá su castigo por atentar contra su vida. El ejército le otorgará una compensación económica por los daños.
   —Gracias, capitán —respondió mi chico con una sonrisa. Yo miraba al capitán y no podía creer lo que decía. Me parecía increíble que la suerte nos hubiera sonreído ahora que tanto la necesitábamos. 
   —Existe un problema todavía, se trata de Isabel —expresó el hombre, cruzando las manos frente a él en la mesa. Nos miraba pensativo, como si no se atreviera a decirnos lo que tenía que decir.
   —Nosotros cuidaremos de ella hasta que den con su familia —declaré enseguida, sin dejar un resquicio de duda a nuestras intenciones.
   —Lo sé, Elisa. Contaba con ello. Pero ha surgido un problema, sus padres no están en Nueva York, sino en Méjico. Los han localizado y están intentando ponerse en contacto con ellos para que la recojan allí cuando atraquemos en el puerto —explicó aquel hombre con la mirada cargada de comprensión.
Noté mis lágrimas resbalar por lass mejillas al tener que despedirme de aquella niña. Edel me acariciaba los hombros con suavidad, sabiendo que mi conexión con Isabel era muy fuerte a pesar de hacer tan poco que nos conocíamos. Pero traté de alegrarme por ella, ya que podría reunirse con sus padres y cumplir su sueño.
   —Está bien, capitán —dije con un nudo en la garganta— quisiera conocer a sus padres si pudiera ser posible, para mantener el contacto con Isabel después de que nos separemos  —supliqué, arrancando una sonrisa triste de comprensión al capitán.
   —Por supuesto, si ellos han sido localizados y pueden venir a recogerla al puerto, les pediré que suban a bordo para que hablen con vosotros. Imagino que estarán encantados de hacerlo pues habéis salvado la vida de su hija —prometió el capitán, tomando una de mis manos para sellar el pacto.
   —¿Isabel ya sabe que han localizado a sus padres? —pregunté mirando los ojos del capitán.
   —Todavía no se lo he dicho, quería dejar que fueran ustedes quienes se lo dijeran —respondió bajando la mirada.
   —De acuerdo, se lo diremos esta noche —habló Edel, pues mi voz se había quedado trabada en mi garganta. 
   —De momento eso es todo. Llegaremos a puerto en unos tres días, si el estado de la mar lo permite. En Méjico desembarcarán un gran número de personas, después seguiremos la ruta hasta Nueva York. Calculo que en cuatro o cinco días llegaremos al final de nuestra ruta —señaló el capitán mientras se levantaba de la silla y nos acompañaba a la salida, dando por finalizada la reunión.
   Nos marchamos en silencio, cada uno de nosotros ensimismado, tratando de asimilar todo lo que nos había contado el capitán. 
   —Creo que deberíamos decírselo enseguida a Isabel —comenté en voz alta, sobresaltando a todos.
   —Sí, se pondrá contenta —afirmó Leo con una sonrisa. 
Deberíamos haber estado contentos, pero en cambio nos sentíamos tristes. Se acababa el viaje, llegábamos a nuestro destino y teníamos que enfrentarnos a la realidad de nuevo. En el Nyassa habíamos estado como en un sueño, ahora tocaba despertar. 
   —Me gustaría que este viaje durara para siempre —confesó Trini con los ojos brillantes. Miraba a Leo y tomó su mano para llevársela a su corazón. Por un momento pensé en ellos dos, esperaba que la vida los mantuviera unidos en tierra. Leo la miraba con devoción, yo sabía que ambos se querían, pero la vida real era muy dura a veces.
   —¡Vamos a buscar a Isabel! —exclamé dispuesta a levantar el ánimo de todos.
   —¡Vamos! —me apoyó Edel, apretando mi mano para darme fuerzas.
   —Nosotros vamos a bajar al camarote un momento —se disculpó Leo guiñando un ojo a Edel con complicidad. Ahora ya entendía las señales y me alegré por ellos. Comprendía su necesidad de compartir esos momentos de intimidad en el barco, pues debían sentirse asustados ante el fin de la travesía.
   Les dejamos solos, nosotros nos alejamos en dirección a la enfermería donde estaba Isabel.
   —¡Hola, Elisa! —exclamó al vernos llegar, abrazándome. Iba a extrañarla muchísimo pero debía alegrarme por ella.
   —Hola, ¿Vienes a dar una vuelta? —pregunté mientras le devolvía el abrazo y besaba su frente.
   —¡Claro que sí! —aceptó enseguida. Avisó al médico y nos siguió a cubierta.
El sol brillaba y el calor era bastante notable. buscamos una zona con sombra para pasear.
   —He oído decir que pronto llegaremos a puerto —comentó la niña con naturalidad.
   —Sí, hemos estado hablando con el capitán y en tres días llegaremos —le explicó Edel, dando pie a que yo continuara con la conversación.
   —¿Vosotros bajáis en Méjico? —preguntó, mirándonos con curiosidad.
   —No, nosotros dos continuamos el viaje hasta Nueva York —señalé, intentando encontrar las palabras para explicarle que nos separaríamos al llegar allí.
   —Entonces yo también tendré que ir a Nueva York —dijo con una sonrisa.
   —De eso tenemos que hablar, cariño. Hoy hemos hablado con el capitán —declaré sin saber cómo decírselo.
   —¿Qué ocurre? —inquirió asustada, mirándonos por primera vez a los ojos y dándose cuenta de que estábamos tristes. Me paré frente a ella y le miré a los ojos.
   —Tus padres están en Méjico, cariño. Los han encontrado y te vendrán a recoger al puerto —le expliqué tratando de contener una lágrima rebelde.
   —¿Entonces los han encontrado? —preguntó con una sonrisa abierta, feliz. Pero luego su rostro se ensombreció cuando se dio cuenta de que se tendría que separar de nosotros.
   —Sí, dentro de tres días te reunirás con ellos —añadí, intentando sonreír por ella, aunque mi corazón estaba roto.
   —¿No nos veremos más? —inquirió en voz baja, mientras sus ojos empezaban a brillar con la aparición de las lágrimas.
   —No lo sé, cariño. Pero nos mantendremos en contacto por carta. No te olvides de nosotros, Isabel —intervino Edel, que se había dado cuenta de que ya no podía hablar más. Se abrazó primero a mí y luego a mi chico, llorando. Luego levantó la vista con ojos decididos.
   —Nunca os olvidaré, me habéis salvado la vida —afirmó segura.
   —Nosotros tampoco te olvidaremos, Isabel. Te mandaremos nuestra dirección y siempre podrás venir a vernos cuando quieras —le prometí. 
   Nos abrazamos y estuvimos un rato en silencio, después dimos un paseo por cubierta hasta la hora de comer. Recuperamos la alegría gracias a Nur, que recogimos del camarote para que paseara con nosotros. Quedaban sólo tres días para llegar a puerto y los pasajeros ya empezábamos a ponernos nerviosos. La noche llegó y nos despedimos de la niña, dejándola de nuevo en la enfermería. 
   Antes de retirarnos al camarote vimos de nuevo a Trini y Leo, de la mano. 
   —¿Cómo ha ido?  —preguntó mi amiga, refiriéndose a la niña. Le expliqué la conversación y me abrazó para aliviar mi tristeza.
Tras hablar un rato con ellos, le dije a Edel que necesitaba descansar y nos disculpamos con nuestros amigos.
   Bajamos al camarote de la mano. En la puerta miré sus ojos azules y me perdí en ellos olvidando por un momento donde estaba. Nos besamos con dulzura, deshaciendo todas nuestras penas con caricias hasta que alguien carraspeó al pasar a nuestro lado y entramos a la habitación. A solas, sus besos y caricias despertaron mi pasión. Nos enredamos en una lucha para deshacernos de la ropa y nos fundimos en un abrazo piel con piel. Me hizo subir a las estrellas y después me dormí abrazada a él.

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