-37
El viaje estaba siendo como una luna de miel. El cuarto día nos levantamos temprano para ir a desayunar con nuestros padrinos, pero antes de salir de la habitación quise hablar con mi chico.
—¿Puedes sentarte un momento conmigo, cariño? —rogué, mirando sus ojos azules que me derretían por dentro.
—Claro, ¿Qué ocurre? —inquirió sentándose a mi lado. Nur se enroscó encima de mis piernas y se puso a dormir, ajeno a mis preocupaciones, mientras le acariciaba con suavidad.
—Quiero hacerte una pregunta, pero me da vergüenza —confesé enrojeciendo, pero el miedo que tenía era más fuerte que mi timidez.
—No te asustes, Elisa. puedes preguntarme todo lo que quieras, somos un matrimonio y tenemos que confiar el uno en el otro.
—Ayer hablando con Trini me surgió una duda, ¿usaste algún método para que no me quedara embarazada? —Le pregunté del tirón, bajando la vista a mis manos.
—No, Elisa, aquí no tenemos ninguna posibilidad de comprar preservativos y no pensé en ello cuando estábamos en Marsella —respondió apenado, tomando una de mis manos entre las suyas.
—¿Entonces puedo quedarme encinta cualquier noche de estas? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta.
—Sí, ¿acaso no quieres que tengamos hijos? —inquirió alzando una ceja, sorprendido.
—No tenemos nada, Edel, ni casa ni trabajo, tendríamos que esperar un poco a que nuestra situación mejore —justifiqué mirándole a los ojos.
—Lo sé, cariño. Pero las preocupaciones no me dejaron pensar en ello, si quieres esperar tendremos que dar un paso atrás y no volver a hacer el amor, hasta llegar a puerto. Será duro, pero lo haré por ti —me aseguró, con la voz firme. Sabía que era capaz de hacerlo, pero yo no quería esperar, había descubierto un mundo nuevo, estar con Edel me llenaba de dicha y no estaba dispuesta a renunciar a ello.
—No puedo renunciar a ti, si me quedo embarazada lo afrontaremos como está haciendo Trini. De hecho puede que ya lo esté —confesé decidida.
—¿Estás segura? —inquirió con una sonrisa.
—Sí, no quiero pasar por lo mismo que pasamos antes de casarnos —afirmé segura de mí misma. Tomó mi cara entre sus manos y me besó con ternura antes de levantarse. Con cuidado dejé a la bestezuela en la cama y salimos a desayunar. Nos reunimos con nuestros amigos, que ya nos esperaban en la misma mesa del día anterior. Leo parecía taciturno y Trini estaba pensativa, pero nosotros llegamos para animarlos a los dos.
—¡Cuando terminemos de desayunar salimos a cubierta a pasear! —sugerí con la mirada puesta en Trini, que jugueteaba con su desayuno sin probar bocado.
—Está bien, después necesito hablar contigo, Elisa —aceptó mi amiga con un tono muy extraño, mirándome a los ojos, pero desviando la vista hacia Leo, que seguía concentrado en su desayuno.
—Claro, después hablamos. Yo también tengo que contarte algo —le confesé, ante la mirada sorprendida de Edel.
Aquella mañana notaba un ambiente extraño entre Trini y Leo, casi tenso. No se miraban a los ojos, ni se dirigían la palabra. Deduje que algo habría ocurrido entre ellos y me proponía preguntarle a Trini si ella misma no me lo decía. Edel, por su parte, no se daba cuenta de nada y hablaba con tranquilidad a su amigo, pese a que éste último apenas respondía con monosílabos.
—Después dejaremos a las chicas a solas y nos acercaremos al comedor para ver si hoy realizan alguna actividad recreativa —sugirió Edel.
—Está bien —respondió Leo, escueto.
—Me gustó el concurso de pesca, quizás lo repitan y podamos ganar, ahora que tenemos práctica —explicaba ilusionado a un Leo apático y triste.
—Ya veremos... —divagó él, sumido en sus pensamientos. Me pareció que ni siquiera nos escuchaba.
Al finalizar el desayuno salimos a cubierta y, para quedarme a solas con Trini, le pedí a Edel que me trajera a Nur. Encontramos la manera de llevarlo con una correa, para que caminara por la cubierta con nosotros. Era todavía muy pequeño, tendría tres o cuatro meses, pero se había ganado el cariño de muchos pasajeros que se maravillaban de lo dócil que era.
Al quedarnos a solas no quise perder el tiempo y enseguida la incité a hablar.
—¿Qué tenías que decirme, Trini? —inquirí directa, al tiempo que nos dirigíamos a algún lugar con sombra, pues el sol era deslumbrante a aquella hora.
—Creo que lo he estropeado todo, Elisa —me dijo sin aclarar nada. La miré a los ojos y vi la tristeza reflejada en ellos.
—¿Qué ha ocurrido? Seguro que encontraremos la solución —la tranquilicé acariciando su brazo para consolarla.
—Ayer por la noche metí la pata. Cuando os fuisteis a dormir, Leo y yo nos quedamos un rato hablando —me explicaba con la vista fija en el océano.
—Ya os habíais quedado antes juntos —constaté intentando entender cuál era el problema.
—Lo sé, pero era la primera vez que yo asumía que me gustaba, estaba nerviosa y él pareció notarlo —repuso con la voz quebrada por la emoción.
—¿Dijiste algo indebido? A veces los nervios nos traicionan —comenté con cautela, pues no sabía a dónde quería ir con sus explicaciones.
—Creo que he acabado con sus esperanzas... —explicó con un sollozo. Me apresuré a abrazarla para calmar su dolor.
—Ayer me preguntó si estaba dispuesta a rehacer mi vida y le dije que no —me confió con lágrimas en los ojos.
—¿Por qué le dijiste eso? —le pregunté ahondando en sus sentimientos.
—Tuve miedo, Elisa, temí que quisiera ser algo más que un amigo para mí —confesó mirándome a los ojos.
—Pero a ti te gusta...—repuse sorprendida.
—Aún no estoy preparada para otra relación, Todavía pienso en Ángel —afirmó secándose los ojos.
—¿No le dijiste que necesitabas tiempo? —inquirí apenada. Me di cuenta enseguida de la situación. Ella le había rechazado y Leo estaba dolido por ello. Si mi amiga quería iniciar una relación con Leo, tendría que ser la que tomara la iniciativa, pues él no volvería a preguntárselo otra vez.
—No, además no me quedé para ver su reacción y salí corriendo hacia el camarote. He estropeado la amistad que teníamos... —declaró mirando sus manos, dejando escapar un suspiro de resignación.
—Seguro que podéis arreglar la situación —susurré con un nudo en mi garganta.
—Yo no estoy tan segura pero, hablando de otra cosa... ¿Qué me tenías que contar tú? —interrogó cambiando su expresión por una de sumo interés.
—Edel no tomó precauciones... ¿Cómo sabré si estoy embarazada? —le planteé a Trini, arrancándole una sonrisa.
—Muy fácil, cariño, cuando tenga que venir tu periodo, si no viene es que estás embarazada. —me explicó justo antes de que los chicos se acercaran a nosotras.
En cuanto llegaron a nuestro lado, Nur se lanzó a mis brazos de un salto...
—¡Desagradecido! Ya no te guardaré las sobras para que comas —exclamó Edel con una sonrisa al verse despreciado por el gato. Todos reímos y la tensión de la mañana se disipó un poco.
Nos sentamos en cubierta, contemplando el océano en calma y olvidando por un momento las circunstancias que nos habían llevado hasta allí. La realidad se había quedado en tierra y nos reencontraríamos con ella al desembarcar en nuestro destino. En aquellos momentos la guerra y los problemas estaban lejos, el hambre no era una amenaza y las horas transcurrían en paz.
—¿Creéis que Estados Unidos entrará en la guerra de Europa? —preguntó de pronto Leo, causando un sobresalto a mi corazón. Escuché, atenta la respuesta de Edel, aunque en el fondo sabía que era más que probable que sí.
—Ya ha entrado, chicos —dijo alguien detrás de nosotros.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó mi chico, sorprendido por la noticia.
—Los japoneses atacaron Estados Unidos y Alemania también les ha declarado la guerra... —comentó de manera natural, como si fuera lo más normal del mundo.
Me encogí sobre mí misma, tratando de asimilar que, donde íbamos a vivir, también podía llegar la guerra. Miré la reacción de Edel ante la noticia, parecía preocupado por ello.
—¿Es peligroso vivir allí? —inquirió inquieto, mientras me tomaba de la mano para tranquilizarme. Pensé que quizás podríamos bajar en Méjico para estar más seguros.
—Según tengo entendido, no, tengo conocidos allí que dicen que están alistando a los jóvenes y a la reserva del ejército, pero la guerra no se libra allí donde vamos —nos aseguró, tranquilizándonos a todos.
—¿No nos obligarán a alistarnos? —intervino Leo, con la preocupación reflejada en la mirada. Él debía recordar cuando lo reclutaron a la fuerza los republicanos. Yo también lo tenía fresco en mi memoria.
—Somos inmigrantes, no nos pueden reclutar a la fuerza, quizás algunos de nosotros nos alistemos para combatir, pero no será obligatorio, al menos no lo creo —afirmó sin mucho convencimiento.
—Espero que sea cierto, La guerra se extiende y no podemos huir eternamente —comentó Edel.
Aquella conversación llegó a su fin, pero nuestros ánimos se habían enfriado con las noticias recibidas. Cada uno de nosotros estaba concentrado en sus pensamientos, tratando de asimilar la noticia. Nuestro sueño de libertad estaba en entredicho y el miedo se hacía notar en nuestra mirada.
Llegó la hora de comer y, como siempre, nos sentamos los cuatro juntos. Tras una sobremesa bastante silenciosa, nos dirigimos a los camarotes. No había nada que hacer en el barco y, tras llevarle algo de comer a mi bestezuela, salimos de nuevo a cubierta.
Hacía calor y casi todos los pasajeros estábamos fuera, eran las cinco de la tarde, cuando escuchamos una gran explosión a lo lejos.
Empecé a temblar y me abracé a Edel en busca de protección. La zona donde estábamos se había convertido en un caos, los niños lloraban y sus padres trataban de calmarlos. Las expresiones de todos, tan relajadas momentos antes, reflejaban el terror. Mirando a lo lejos, pudimos ver un barco ardiendo. Todos estábamos asustados ante la posibilidad de que bombardearan el nuestro también, pero no podíamos hacer nada al respecto. Trini se había aferrado al brazo de Leo en un acto reflejo y éste trataba de rodear sus hombros con su mano libre, atrayéndola hacia él. Oteando el horizonte pudimos ver otras dos explosiones, luego se hizo el silencio mientras las llamas devoraban el barco. El pánico se extendió enseguida entre los pasajeros. Los marineros trataban de calmar los ánimos y nos invitaban a entrar en el comedor principal, donde el capitán nos iba a explicar la situación en la que nos encontrábamos.
—Vayamos dentro —dijo Edel empujándome con suavidad hasta el interior. Nos seguían Leo y Trini, que venían abrazados todavía.
Nos fuimos concentrando en aquel comedor, en el que apenas cabíamos. El ambiente era tenso, los murmullos se confundían en mis oídos y el miedo hacía que mi corazón latiera apresurado. Cuando lo creyó oportuno, el capitán se dirigió a todos nosotros.
—Señores pasajeros, acabamos de ser testigos del ataque a un barco. No tienen que temer, ya que viajamos bajo la bandera de Portugal, un país neutral, y es poco probable que nos ataquen a nosotros también —explicó, provocando un murmullo entre el pasaje, que se apresuró a silenciar. Miré a Edel y observé que su expresión se suavizaba, pasando del miedo a la expectación. En ese momento yo también respiré un poco más tranquila.
—¡Silencio! Estamos ante una situación delicada —continuó hablando, manteniendo la atención de todos los que estábamos allí en aquel momento—. Tenemos que acercarnos a ese navío para recoger a los posibles supervivientes, para ello, esta noche fletaremos tres botes salvavidas para ir a buscarlos —declaró mientras muchos de los presentes empezaron a protestar, instando al capitán a alejarse de allí. Yo escuchaba a los demás y podía comprenderlos, pero también entendía al capitán, ya que aquellas personas necesitaban tanta ayuda como pudiéramos proporcionarles.
—¡No sabemos quienes son!, ¡podrían ser enemigos! —exclamaba la gente que, guiados por el miedo, preferían no correr riesgos y dejar atrás aquel barco. El capitán habló entonces.
—Señores pasajeros, yo soy la autoridad en este barco. Siempre he seguido las normas básicas de cualquier navegante y una de ellas es socorrer a los náufragos. En ese barco viajaban personas, como nosotros, no sabemos la nacionalidad pero siguen siendo seres humanos que necesitan nuestra ayuda. —Los murmullos continuaron subiendo de tono, interrumpiendo de nuevo al capitán. Estaba asustada, me apreté contra mi chico y Trini me tomó de la mano también asustada.
—¡Nos pondrá en peligro a todos! —gritó alguien en la sala, coreado de inmediato por otras voces a su favor. La situación se complicaba y yo sentía un nudo en mi estómago ante la incertidumbre de lo que iba a ocurrir.
—No voy a poner en riesgo a nadie, excepto a los que vayamos a recoger a los heridos, aún así, pondré todos los medios para que nadie sufra ningún daño —afirmó el capitán, acallando a la muchedumbre por un momento. Pero las voces descontentas volvieron a alzarse en contra de la decisión del capitán.
—¡El capitán no puede irse! —exclamó alguien.
—¡Qué vayan voluntarios si los encuentra, capitán! —gritó otra persona. Se me erizó el vello de la nuca, pues si pedían voluntarios, yo sabía que mi chico sería el primero en ofrecerse y tenía miedo.
—¡De acuerdo!, los que se ofrezcan voluntarios para ir a rescatar a los sobrevivientes, que se presenten aquí a las ocho de la noche —anunció el capitán—. Ahora retírense todos y mantengan la calma.
Hubo un murmullo general mientras los pasajeros salíamos del comedor, nosotros cuatro esperamos que se despejase el lugar y salimos de los últimos.
Nos dirigimos de nuevo a cubierta y, con la mirada puesta en el barco ardiendo, el miedo asoló mis pensamientos.
—Creo que me voy a prestar voluntario para ir al rescate de supervivientes —comentó Leo enseguida. Trini dejó por un instante de respirar y luego murmuró.
—¿Por qué te vas a arriesgar? —preguntó preocupada.
—Alguien tiene que ir a rescatarlos, creo que no va a haber mucha gente que se ofrezca voluntario a hacerlo —comentó él mirando las llamas.
—Yo también iré —espetó Edel decidido. Y sentí que una parte de mi corazón se partía, el miedo a perderle me atenazó la garganta y me quedé sin habla.
—¡Es muy peligroso! —exclamó Trini, tomando sin darse cuenta la mano de Leo, mirando sus ojos y suplicando con su mirada que no fuera.
—He tomado mi decisión, al fin y al cabo no tengo a nadie en el mundo —replicó con tristeza, rompiendo el corazón de mi amiga, que yo sabía que estaba enamorada de él.
—Nos tienes a nosotros —repuse, tomando su mano libre y acercándola a mi corazón. Leo desvió la mirada hacia Trini, que estaba intentando contener sus lágrimas.
—Antes pensaba que os tenía a los tres, pero me di cuenta que no era así —añadió Leo con la intención de herir a mi amiga. Era como mi hermano, pero no dejaría que le hiciese daño a mi mejor amiga.
—Nos tienes a los tres, solo que el orgullo no te permite verlo —espeté, logrando que reaccionara y mirara sorprendido a Trini, que ya tenía los ojos inundados.
—Alguien tiene que ir a rescatarlos, Elisa. Nos cuidaremos y volveremos sanos y salvos los dos —intervino mi chico, recordándome que él también se arriesgaría en aquel rescate.
—No quiero que vayas... —supliqué mirándole a los ojos. En un impulso me apreté contra él en un abrazo desesperado, tratando de hacerle recapacitar.
—No puedo dejar que esa gente muera sin hacer nada, es una cuestión de compasión y empatía. Si nos hubiesen bombardeado a nosotros, nos gustaría que viniesen a ayudarnos. Tenemos que rescatar a los que podamos —explicó él, besando mi frente.
Sabía que tenía razón, pero la posibilidad de perderle era aterradora. Eran las seis de la tarde y solo quedaban dos horas para que se reuniesen en el comedor. Trini dejó ir la mano de leo y tomó la mía, me miró a los ojos con una sombra de tristeza y vergüenza.
—He tomado una decisión, no sé si será la correcta o me arrepentiré toda la vida, pero debo hacerlo —confesó sin dar ninguna explicación.
—¿A qué te refieres Trini? —le pregunté un poco asustada.
—Esta noche te lo explicaré —puntualizó, para acto seguido dirigirse a Leo, que nos miraba confundido.
—Por favor, Leo, ¿Puedes acompañarme un momento? —le preguntó tomando su mano. No supe lo que Leo vio en su mirada, pero le siguió sin decir nada.
—¿Vienes al camarote, cariño? —me preguntó Edel al quedarnos a solas. Vi el deseo reflejado en su mirada y comprendí que me necesitaba.
Entramos en la habitación y, tras cerrar la puerta, me besó en los labios con una necesidad imperiosa. En un instante incendió mi cuerpo, que reaccionaba a sus caricias con un deseo explosivo. Víctimas de la tensión nerviosa de aquella tarde, la pasión nos envolvió en una lucha por ver quién desnudaba a quién, las manos de Edel recorrían mi cuerpo y antes de quitarme toda la ropa ya me había llevado a la cama. No fue dulce sino salvaje. Sus besos me quemaban y estaba más que dispuesta a recibirle en mi interior. Cuando nuestros cuerpos se unieron, un grito salvaje escapó de mis labios, asustando a Edel un segundo, hasta que yo misma le apreté contra mí para sentirlo más profundo. Su mirada estaba fija en mis ojos, su frente perlada de sudor.
—Te quiero, Elisa. Eres la dueña de mi corazón —pronunció en voz baja.
—Yo también te quiero —susurré casi sin voz, temblando por la excitación.
Nos dejamos llevar por la pasión hasta que ambos llegamos al clímax y nos abrazamos relajados por fin.
—Tengo que prepararme —dijo un poco más tarde, levantándose y recogiendo su ropa revuelta, que se encontraba en el suelo.
—Voy contigo —afirmé levantándome enseguida para acompañarle hasta que se subiera en el bote.
Faltaban diez minutos cuando llegamos al comedor, donde se encontraban ya otras cinco personas. Miré alrededor pero no conseguí localizar a Leo.
—¿Dónde se habrá metido Leo? —pregunté en el mismo momento en que aparecía por la puerta con Trini, cogidos de la mano, con una gran sonrisa en sus caras.
—Señores, muchas gracias por ofrecerse como voluntarios en esta misión —habló el capitán dirigiéndose a los que nos hallábamos allí—. Saldrán en tres barcas y un marinero irá en cada una de ellas. Hemos estado observando el barco y sus alrededores y no hemos localizado ningún submarino, por lo que suponemos que se habrán marchado.
Salimos a cubierta y nos dirigimos a los botes salvavidas. Antes de que Edel y Leo subieran en ellos los despedimos con un beso en los labios. Trini abrazó a Leo y le susurró algo al oído, mientras que yo abrazaba a Edel.
Los vimos alejarse del barco, conteniendo el aliento y deseando que volvieran pronto.
—No os preocupéis, chicas, volverán pronto —nos dijo el capitán antes de retirarse a su puesto de mando.
Cuando desaparecieron de nuestra vista nos sentamos en unas escaleras, dispuestas a esperarlos el tiempo que fuera necesario.
—Veo que todo se ha solucionado entre vosotros —comenté con Trini, intentando que la conversación acortase la espera.
—Sí, hoy he aclarado las cosas con él —afirmó con una sonrisa en los labios.
—Me ha dado la impresión de que habéis hecho algo más que hablar... —insinué con delicadeza, para que no se sintiera incomodada conmigo.
—No te voy a engañar, me he acostado con él. He dejado atrás el pasado al sentir el miedo a perderle —confesó, mientras se miraba las manos un tanto avergonzada. La sonrisa en su rostro me decía que no se arrepentía de nada de lo que había hecho.
—Me alegro por vosotros, Trini. Ambos os merecéis ser felices —repuse, tomando sus manos con cariño.
—¿Qué habéis hecho vosotros en estas dos horas? —inquirió entonces ella con una sonrisa pícara.
—Bueno, no te voy a mentir tampoco, lo mismo que vosotros —respondí riendo, contagiando a Trini.
Cuando cesaron las risas nos quedamos pensativas, mirando en la dirección en la que se habían marchado nuestros chicos, aunque la oscuridad no nos dejaba ver más allá de cinco metros de distancia.
Las estrellas y la luna estaban ocultas tras las nubes y el humo del incendio, solo se distinguían unas pequeñas luces titilantes en la negrura, que subían y bajaban al compás del mar. El tiempo se hacía eterno mientras esperábamos...
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