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-36

   Nos levantamos enseguida y nos vestimos, riendo como si fuésemos unos niños. Después de casarnos y escaparnos para estar solos por fin, la noche de bodas había sido perfecta. Edel me besó una vez más antes de salir de la habitación. Tenía hambre, un hambre atroz.
   —¡Rápido, vayamos al comedor! —exclamé sonriendo. Me sentía diferente, como si fuera más consciente de mi propio cuerpo.
   —Ayer nos perdimos la cena, cariño, por eso tenemos tanta hambre. Aunque quizás el ejercicio de esta noche tenga algo que ver también —dijo guiñándome el ojo, con la picardía reflejada en su mirada.
   —¿Crees que habrá alguien despierto? ¿Qué hora será?— Le pregunté ruborizándome, al recordar algunos momentos de aquella noche.
   —No lo sé, le dejé el reloj a Leo ayer —contestó encogiendo sus hombros.
   Nos dimos cuenta enseguida de que no era tan pronto como creíamos. El comedor estaba lleno de gente. Escudriñamos el salón y localizamos a nuestros padrinos de boda sentados en un lugar apartado. Cuando nos vieron, nos hicieron señales para que fuéramos a desayunar con ellos. Edel me llevaba de la mano y nos acercamos a su mesa. Las personas que desayunaban en esos momentos nos iban saludando y nos felicitaban al pasar. Trini me observó con atención cuando llegamos a su lado y me sonrió, me sentía feliz y debía notarse en mi mirada.
   —¡Bienvenidos, pareja! —exclamaron al vernos. Leo me dedicó una cálida sonrisa y saludó a Edel con un apretón de manos. Trini se levantó de su asiento y me abrazó, mientras susurraba en mi oído.
   —¡Tienes que contármelo todo! —espetó, con una sonrisa pícara.
   —Esta mañana se nos han pegado las sábanas —justificó mi chico nuestro retraso, con una discreción cortés que me emocionó. Todos nos reímos porque en el fondo sabíamos la razón de sobras.
   —Sinceramente, creí que no saldríais en varios días... —dijo Leo golpeando la espalda de Edel.
   —El hambre nos ha sacado del camarote, si por mí fuera no habría salido hasta llegar a nuestro destino. Pero tenemos que alimentarnos —repuso Edel, mirándome con deseo.
   —¿Me acompañas al baño un segundo, Elisa? —preguntó Trini al poco tiempo. Sabía que era para preguntarme cómo había ido la noche, así que acepté y la seguí, con los ojos de Edel clavados en mi espalda.
Una vez dentro del aseo de señoras, nos aseguramos de que no había nadie más escuchando y empezó el interrogatorio.
   —¿Cómo ha ido la noche? —inquirió con picardía.
   —Muy bien, Trini, ha sido muy cariñoso y cuidadoso, me ha tratado como a una princesa —expliqué, con una mirada soñadora, que no podía ocultar mi felicidad, aunque sin entrar en detalles. Pero Trini no iba a dejar que me escapara de su inquisidora atención con tanta facilidad.
   —¿Te dolió mucho? —insistió para sacarme más información. Yo me sentía todavía poco dispuesta a compartir mi primera vez y era bastante evasiva en mis respuestas.
   —Al principio, pero enseguida se pasó y fue increíble, como me habías dicho —repuse, sonrojándome al recordar la experiencia.
   —Verás cómo la próxima vez ya no te duele —me explicó, sin saber que ya lo había comprobado yo misma.
   —Lo sé, Trini, ya lo hemos hecho dos veces — le dije un poco cohibida. Observé su gesto de sorpresa y sonreí. Me apiadé un poco de ella e intenté satisfacer su curiosidad, explicándole sin muchos detalles lo que habíamos hecho.
   —Me alegro de que te haya ido tan bien, yo sé que Edel te quiere y se preocupa por ti, cualquiera puede darse cuenta con solo ver cómo te mira —me felicitó y me dio un abrazo.
   —¡Ahora tengo agujetas en algunos lugares poco corrientes! —exclamé riendo, mientras ella me sonreía a su vez con una mirada un poco triste.
   —Se te pasarán con la práctica —aseguró. Pero su mirada estaba perdida en el pasado.
   —¿Te he hecho recordar a tu marido? —pregunté apenada, pues no me gustaba verla triste. 
   —Sí, pero es inevitable. Cada día, cuando me levanto mareada por el embarazo, me acuerdo de él. ¿Por qué no pudo conocer a su hijo, Elisa? No supo nunca que iba a ser padre. La vida es muy cruel —se lamentó con las lágrimas asomándose a sus ojos.
   —Nadie sabe lo que nos depara el destino. Ahora estamos aquí, pero no sabemos dónde estaremos mañana —Traté de encontrar una manera de animar a Trini, pero su tristeza era muy profunda.
   —Solo espero poder criar a nuestro hijo en un lugar pacífico, ya no espero nada de la vida —declaró con pesimismo, acariciando su vientre con delicadeza.
   —Nunca cierres la puerta a la fortuna, tengo la intuición de que encontrarás a alguien que conseguirá hacerte feliz —comenté de manera enigmática, pensando en Leo. La tarde anterior habían bailado juntos y me di cuenta que surgía algo entre ellos. Reflejaban esa conexión que desprenden algunas parejas.
   —¿Quién se fijaría en mí? Ya tengo un bebé que viene en camino —dijo, sin darse cuenta de que, con la fortaleza y el valor que estaba demostrando, podía deslumbrar a cualquier hombre. Además, su belleza era incuestionable.
   —Eres muy guapa, Trini. Seguro que encontrarás pareja muy pronto —afirmé, tomando su mano entre las mías.
   —Gracias, Elisa —replicó con lágrimas en los ojos.
   —Gracias a ti. Por explicarme todo lo que podía esperar en mi primera vez, por dejarme tu vestido y por ayudar a preparar la ceremonia —enumeré, intentando cambiar de tema, para que la alegría volviese a hacer brillar sus ojos.
   —Era lo menos que podía hacer, por escogerme entre todo el pasaje para ser vuestra madrina de bodas —señaló mientras volvía su sonrisa con timidez.
   —Ha sido muy bonito, Trini. Ayer lo pasamos muy bien en la fiesta, ¿Os acostasteis muy tarde Leo y tú? —pregunté con aire inocente, aunque mi intención era ver su reacción al hablar de Leo.
   —Esperamos hasta que se retiraron todos. Estuvimos hablando un poco de cómo os conocisteis y de su hermano. Es un buen hombre —respondió, mientras yo intentaba esconder una sonrisa al escuchar el cariño que ponía en sus palabras cuando hablaba de él.
   —Para mí es como un hermano. Es una suerte que hayamos coincidido en el mismo lugar tanto tiempo después de que la guerra nos separase. Espero que el destino permita que sigamos juntos los cuatro —deseé con sinceridad.
   —Vosotros tres sois lo más parecido a una familia que tengo —confesó Trini, recuperando su sonrisa de nuevo. 
   —¿No tienes padres ni hermanos? —inquirí sorprendida.
   —No. Mi madre se quedó sola conmigo cuando papá murió. Como no teníamos para comer, ella me lo daba todo a mí, yo insistía en que comiera más, pero poco después de que me casara en el pueblo, murió —me explicó con tristeza.
   —¿Tu marido se llamaba Ángel, verdad? —pregunté con un nudo en la garganta.
   —Sí, compró los billetes del barco poco antes de marcharse al frente, íbamos a marcharnos para escapar de la guerra pero la muerte le alcanzó antes de tiempo —sollozó, mientras yo la abrazaba tratando de calmar su pena.
   —Entonces nosotros seremos tu familia, entre los tres te ayudaremos a salir adelante —le aseguré.
   —Muchas gracias, Elisa, no sé qué habría hecho sin vosotros —reconoció ella abrazándome.
   —Saldrías adelante de igual modo, eres fuerte y valiente, Trini —añadí sacándole una sonrisa.
   Dicho esto, salimos las dos del baño y llegamos a la mesa, donde nos esperaban Leo y Edel, mi marido. Todavía se me hacía raro llamarlo así.
   —¿Estáis bien? —preguntó Leo al ver los ojos enrojecidos de Trini. Edel me miró inquisitivo y le hice una señal para que estuviera tranquilo, prometiendo que después se lo contaría todo en un susurro.
   —Sí, es que me emocioné en el baño —respondió ella, sin lograr engañar en ningún momento a nadie.
   —Os he traído unas galletitas de mantequilla —intervino Edel para suavizar el momento y alegrar nuestras caras. 
Me parecía mentira que pudiéramos comer sin restricciones. En el barco nos trataban con un cariño especial, convirtiendo nuestra huida desesperada en un trayecto feliz hacia la libertad. 
   Era nuestro tercer día en el barco y por fin estábamos casados. El mar estaba en calma y decidimos dar un paseo por cubierta después de desayunar. 
   —¡Enhorabuena, pareja! —nos felicitaban los pasajeros con los que nos cruzábamos.
   —Muchas gracias, que pasen un buen día —respondía, incómoda por llamar tanto la atención.
   —Sois el tema de conversación de todos en el barco —puntualizó Trini, sonriendo.
   —¿Cuándo dejarán de fijarse en nosotros? —pensé en voz alta, mientras cruzaba la mirada con Edel. Él sabía que me daba miedo ser el centro de las conversaciones. Temía que alguien pudiera relacionar a Edel con los nazis, llevándonos a una situación muy incómoda.
   —Cuando haya otra novedad se olvidarán de vosotros, Elisa —aseguró Leo dándome palmaditas en la espalda.
   —Por cierto ¿Dónde está el pequeño Nur? —pregunté acordándome de la bestezuela.
   —¡Vamos a mi camarote! lo dejé allí durmiendo esta mañana —exclamó Trini, arrastrándonos a los demás. El pequeño Nur se había quedado a dormir con ella, para que no nos molestase durante la noche. Fuimos hasta su camarote y entramos todos. Al vernos se restregó en nuestras piernas y ronroneó demostrando lo contento que estaba de vernos. Lo cogí en brazos y lo llevé fuera. Paseamos por cubierta y encontramos algunos rincones agradables, lejos del tumulto de gente, para descansar del calor del ambiente.
   Leo y Edel se acodaron en la baranda del barco mientras nos miraban a nosotras, que estábamos sentadas en unas escaleras.
   —¿Cómo te encuentras hoy? —pregunté a Trini en voz baja, señalando su vientre.
   —Parece que los mareos se van pasando, todavía tengo náuseas pero menos que al principio —respondió con una sonrisa.
   —Debe ser emocionante sentir un bebé dentro de ti... —comenté mirando a Edel e imaginando una versión en miniatura de mi chico de ojos azules.
   —¿Vosotros habéis tomado precauciones para que no te quedes? —inquirió en mi oído, para que nadie nos oyera.
   —¡No se me había ocurrido! Además no conozco ningún medio —exclamé asustada. No me sentía preparada para cuidar de una personita pequeña. Miré a Trini y me sonrojé.
   —Pues después de lo que me dijiste es posible que ya estés embarazada, Elisa —afirmó seria mi amiga.
   —¡No puedo quedarme ahora! —señalé mirando a mi chico, que se estaba riendo de algo que le contaba Leo.
   —Es posible que no lo estés todavía, pero si no tomas precauciones... —Hizo un gesto con los brazos indicando que sería inevitable.
   —¿Tú conoces algún modo? —pregunté dispuesta a hacer lo que fuera.
   —Creía que conocía uno, pero fíjate en mi estado —señaló con una sonrisa triste.
   —Espero que Edel sepa de algún método —siseé a mi amiga, al ver que el capitán se acercaba en nuestra dirección.
   —¿Qué tal la vida de casados? —preguntó al llegar a nuestra altura.
   —Muy bien Capitán, muchas gracias por acceder a casarnos —replicó Edel estrechando su mano, mientras yo me mantenía en segundo término, junto a Trini, sin intervenir en la conversación
   —Chicos, vamos a preparar una actividad de pesca para todo el pasaje, el que pesque el pez más grande se llevará una medalla y podrá cenar en la mesa del Capitán una noche, con su acompañante. Si os queréis apuntar habéis de ir rápido al comedor principal —Explicó el capitán con una gran sonrisa.
Edel y Leo se miraron y vi un brillo especial en sus ojos.
   —¿Qué te parece si nos apuntamos? —sugirió Leo a mi chico.
   —¡Genial! Nunca he ido a pescar pero seguro que no debe ser difícil —aceptó Edel enseguida. Pusieron rumbo al comedor, para inscribirse enseguida, mientras Trini y yo reíamos por lo bajo.
   —Son como niños —comenté al verlos desaparecer en el interior del barco.
   —Sí que lo parecen. ¿Qué edad tiene Leo? Bueno y Edel... quiero decir los dos —preguntó azorada mientras una sonrisa se asomaba a mis ojos.
   —Leo debe de tener entre veintiuno y veintidós, como tú —le aclaré, observando que se ponía roja.
   —Es listo el Capitán al preparar un concurso de pesca, así mantiene distraído al pasaje y al mismo tiempo amplía la despensa —comentó intentando distraerme, pero yo no me dejé engañar y continué con mi labor de investigación sobre los sentimientos de Trini por Leo.
   —Leo es bastante guapo, ¿no crees? —inquirí directa, mientras me giraba en su dirección para observarla bien.
   —Sí, es muy guapo —dijo sin pensar, confirmando mis sospechas sin darse cuenta. 
   —¿Puedo preguntarte algo, Trini? —solicité con cautela, pues no quería que se enfadara conmigo.
   —¡Claro! somos amigas —respondió ella con la vista fija en la puerta por donde habían desaparecido los dos chicos.
   —¿Leo te gusta, verdad? —dije más como afirmación que como pregunta, ella se sonrojó y dos lágrimas escaparon de sus ojos.
   —No debería gustarme, Elisa. No hace ni cuatro meses que murió Ángel —confirmó angustiada.
   —Hay sentimientos que no se pueden evitar y que no responden a la razón —traté de explicarle, porque sabía mejor que nadie lo poderoso que es el corazón.
   —Voy a tener un hijo de Ángel, no puedo pensar en ningún hombre ahora mismo —siguió insistiendo ella, cada vez más preocupada.
   —Yo no debería haberme enamorado de Edel, ni haber desafiado a mi madre por él. Es alemán y los alemanes mataron a mi padre y casi matan a mis hermanos —confesé, exteriorizando por fin una realidad que, pese a no ser justa, mi madre me había inculcado a fuego.
   —Edel no es un criminal, Elisa. Os queréis y eso es lo importante —declaró en defensa de mi marido.
   —Lo sé, Trini, por eso estoy aquí —la miré con intención y continué hablando—. Si sientes algo por Leo no debes culpabilizarte. Ángel ya no está, no puedes hacer que vuelva, pero su hijo se merece un padre. Y tú un compañero —finalicé dándole un abrazo.
   —Gracias, amiga. No sé qué me ocurre con él, pero estoy muy cómoda cuando está a mi lado. Es muy atento y me siento atraída por él. Pero no sé qué pasará —afirmó, callando al darse cuenta de que los dos chicos venían con una caña de pescar cada uno, dispuestos a ganar en el concurso pese a no haber pescado en su vida.
   El concurso de pesca comenzaría a las cinco de la tarde y se alargaría hasta la medianoche. Las mujeres nos encargaríamos de traerles la cena a cubierta y después devolver los platos vacíos al comedor. Para que las mujeres no nos aburriéramos habían preparado un pequeño baile en el comedor, los músicos tocarían para nosotras. A medianoche, los hombres se nos unirían y el capitán acabaría la fiesta anunciando a los ganadores del concurso.
—¡Vamos a guardar las cañas en el camarote de Leo! —exclamó Edel, sonriendo como un niño con zapatos nuevos.
   —Os esperamos aquí para ir a comer —replicó Trini con su sonrisa de siempre.
   —Después de comer nos prepararemos para ir al baile —le dije a Trini en voz baja, para que no nos oyeran.
   —Está bien, iremos a mi habitación a cambiarnos —aceptó enseguida.
   —¡Tienes que ponerte muy guapa! —repliqué contenta, pues quería que Leo se fijara en ella también.
   —Bueno, como quieras —contestó resignada.
   —¡Tú le llevarás la cena a Leo! —repuse emocionada.
   —¿Estás segura? No sé si está bien que ande coqueteando con él... —añadió pensativa.
   —No estás coqueteando, solo le llevas la cena como amiga suya —la tranquilicé, llevándola del brazo hacia mi camarote, para que me ayudase a escoger la ropa que me pondría.
   Entré en la habitación y abrí el armario. Escogimos una falda lisa de color crema que me llegaba por encima de los tobillos, con mis medias carne y los zapatos que había usado en la boda. En la parte de arriba llevaría una blusa blanca de manga corta con volantes. Edel me la había comprado en Casablanca y me quedaba muy bien, acentuaba el moreno de mi piel. Tomé la ropa y la dejé en la habitación de Trini. Luego nos reunimos con los chicos y fuimos a comer los cuatro juntos.
   Edel y Leo también habían estado hablando, parecía que se entendían a la perfección, como pudimos comprobar más tarde.
   Cuando acabamos de comer, los chicos se marcharon a prepararse para el concurso, mientras mi amiga y yo fuimos a su camarote a prepararnos para la fiesta. Nos aseamos y nos vestimos con la ropa que habíamos elegido antes. Nos peinamos la una a la otra y, cuando estuvimos listas, nos dirigimos al comedor. Allí se había preparado un gran salón de baile, con una pequeña tarima donde los músicos estaban empezando a tocar. Habían apartado las mesas y las sillas, para dejar una gran pista de baile. Cuando entramos, ya había mucha gente reunida y todos me saludaban y felicitaban por mi boda. Empezó la música y bailamos en el salón improvisado. Alguna de aquellas canciones no sabíamos bailarlas, pero nos inventábamos los pasos riendo. Era la primera vez que asistía a un baile desde que se iniciara la guerra. Antes había ido a las fiestas del pueblo, que se celebraban todos los años. Aunque por aquel entonces yo era todavía muy pequeña.
   Cuando llegó la hora de la cena, todas preparamos los platos y salimos a cubierta en busca de nuestro compañero, para llevarle la comida. Mientras nos aproximábamos a Edel y Leo, escuchamos una conversación entre ellos que nos sorprendió a las dos.
   —Creo que fue bien, estaba nervioso porque era su primera vez. Pero creo que conseguí que disfrutara —escuché a Edel, enfadándome al escuchar cómo hablaba de nuestra intimidad con Leo.
   —Eso es importante, la primera vez les duele y, a veces, ya no quieren volverlo a hacer —añadió Leo sin pudor. Yo me moría de vergüenza, ¿Cómo podría volver a mirar a la cara a Leo? Pero ellos, ajenos a nuestra presencia seguían hablando como si nada.
   —A ella no le importó volver a hacerlo. Esta noche la dejaré descansar. Estará agotada de bailar y no quiero que se enferme —añadió mientras Trini trataba de controlar su risa. Yo estaba enfadándome ante las confesiones de Edel.
   —Tienes suerte, en cambio yo no sé cómo actuar con ella —declaró Leo de forma enigmática. Trini se puso tensa, cambió la cara y a punto estuvo de regresar al salón y dejarle sin cenar.
   —Tienes que tener paciencia, tendrás que esperar un tiempo para que esté preparada —replicó mi chico, manteniendo la incógnita sobre la persona a la que se refería.
   —Ni siquiera me ve, Edel. Para ella no existo —relató mi padrino con voz triste. Miré a Trini y la vi con la boca abierta, sorprendida. 
   —Ayer estuvisteis bailando y hablando, yo creo que conectáis —dijo mi chico, desvelando el misterio, pero en ese momento Trini acababa de irse y no lo escuchó.
   Retrocedí y fui en su busca, la encontré en una mesa apartada, llorando.
   —¿Qué ocurre Trini? —inquirí preocupada mientras la abrazaba.
   —Es Leo, está interesado en otra persona —sollozaba, dejando salir su dolor.
   —Esa persona eres tú, Trini. Él también está enamorado de ti —le aclaré para que dejara de sufrir sin motivo.
   —¿Estás segura? —preguntó entre lágrimas.
   —Estoy segura, los he escuchado y solo puede tratarse de ti. Ven, vamos a cenar con ellos.
Se secó los ojos y con los platos en las manos nos dirigimos de nuevo hacia el lugar donde nos esperaban. La luna iluminaba la cubierta, pero no dejaba ver los ojos llorosos de Trini, por lo que ninguno de los chicos se dio cuenta de que ella había estado llorando. Bajo las estrellas, estuvimos hablando del futuro, de nuestras ilusiones y, cómo no, de nuestros miedos. Las conversaciones en voz baja se interrumpían con un beso o una caricia de Edel, despertando el deseo en mi interior. No veía la hora en que acabara el concurso para irnos a la intimidad de nuestro camarote. Al terminar nuestros platos regresamos al salón, dejándolos solos con su pesca. Desde dentro, se podía escuchar cómo cantaban canciones mientras esperaban que los peces picaran. A su manera ellos se lo estaban pasando bien. Lo cierto era que yo no había disfrutado tanto desde que estalló la guerra, esos días en el barco habían sido increíbles.
   A las doce, puntuales, entraron los pescadores y se repartieron los premios. Había uno para el pez más grande, otro para el más pequeño, y otro más para el más extraño. Todos los ganadores cenarían el día siguiente con el Capitán. Ninguno de nuestros chicos ganó, pero estaban muy contentos con su participación. Cuando dijeron los ganadores empezó de nuevo la música, pero tanto Edel como yo decidimos retirarnos a nuestra habitación.
   —¿Lo has pasado bien? —inquirió mientras cerraba la puerta con pestillo.
   —Ha sido muy divertido, cariño, he bailado con Trini y nos lo hemos pasado muy bien. ¿Sabes que hay bailes que no conocía y que me ha enseñado Trini? —le expliqué emocionada y excitada tras la fiesta.
   —Esa mujer es una caja de sorpresas. Me alegro de que lo pasaras tan bien, ahora ¿Vamos a dormir? —preguntó con una mirada tierna, cargada de amor, que me desarmó por completo. Aún así quise hablar con él antes de acostarnos.
   —Antes tenemos que hablar, Edel —afirmé, mientras él me miraba preocupado al escuchar mi tono serio.
   —Está bien, ¿Qué ocurre, Elisa? —aceptó enseguida dispuesto a escucharme.
   —¿Por qué le explicas nuestras intimidades a Leo? Mañana no podré mirarle a la cara de la vergüenza —espeté sin rodeos.
   —¿Nos escuchaste? —inquirió sorprendido.
   —Sí, y Trini también. ¡No me gusta que vayas hablando de lo que hacemos en la intimidad con otras personas! —repliqué enfadada.
   —Se trata de Leo, él es como tu hermano y, además, mi amigo. Seguro que tú le contaste a Trini... —señaló dando en el clavo.
   —¡Es diferente, yo no le expliqué casi nada! —exclamé al darme cuenta de que tenía razón.
   —Yo tampoco le conté casi nada, Elisa. Él me preguntó porque se preocupa por ti —me explicó mientras se acercaba y rodeaba mi cintura.
   —No quiero que le expliques nada más —protesté con la voz entrecortada, ya que sus manos acariciaban mi espalda y se introducían por debajo de la blusa, para acariciar mi piel.
   —Te prometo que no le diré nada más —susurró en mi oído, con la voz ronca de deseo y provocando escalofríos en todo mi cuerpo.
   —De acuerdo, mi vida, yo tampoco diré nada —aseguré, ofreciendo mis labios, ávidos de sus besos.
   —¿Vamos a dormir? —preguntó con un suspiro, mirándome a los ojos.
   —Yo preferiría hacer otras cosas... Es nuestra luna de miel —protesté, acariciando su pecho con suavidad.
   —¿No estás cansada? —insistió él, arrancándome una sonrisa al recordar sus palabras en cubierta.
   —Digamos que no lo suficiente. ¿Quieres jugar conmigo? —Le incité, mientras mis manos sujetaban su cara y lo acercaba a mí para beber de sus labios.
   —Vamos allá —concedió al fin. Y una vez más caímos enredados en nuestra cama, amándonos hasta casi el amanecer.

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