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Advertencia de la autora: Este capítulo contiene escenas sexuales explícitas. Puedes saltarla si no te gustan o no estás preparada para ellas sin que la historia se vea afectada.

   Nos habíamos escapado de la fiesta, antes de que cayera la noche, gracias a la ayuda de mi amiga Trini. Edel me cogió de la mano y me arrastró a través de la multitud en dirección a la salida. Habíamos estado bailando y nos habíamos besado tantas veces como nos habían pedido los demás pasajeros. Estaba feliz, emocionada y, quizás, un poco achispada por el vino que habíamos utilizado para brindar. Los dos reíamos mientras me conducía a través del laberinto de pasillos del barco.  Mi corazón iba a mil, pues sabía que nos dirigíamos a nuestra habitación donde, por fin, podríamos hacer el amor. Llegamos a la puerta del camarote con la respiración entrecortada. Edel abrió la puerta y, una vez dentro, la cerró con pestillo, asegurándose de que nadie nos molestase.
   —¡Lo conseguimos! —exclamé, refiriéndome tanto al hecho de habernos casado como a haber podido llegar hasta la habitación.
   —¡Al fin solos!, creí que no lo lograríamos nunca —murmuró mirándome a los ojos.
   —Estoy muy nerviosa, Edel —confesé con voz temblorosa, mientras se acercaba a mí poco a poco. Puso sus manos en mi cintura, se inclinó y sus labios se unieron a los míos en un beso apasionado. Se retiró un segundo y susurró en mi oído.
   —No temas, esta noche descubrirás que podemos bailar como un solo ser —Volvió a poseer mis labios, sin esperar respuesta ni dejarme pensar con coherencia. Sus besos eran más intensos, íntimos y excitantes que todos los que me había dado hasta entonces. Me temblaban las piernas y tenía que sujetarme para no caer. Pasé mis brazos por su cuello y me dejé arrastrar por una necesidad íntima que me quemaba por dentro. Él entreabrió sus labios y le imité, recordando el beso del tren. Cuando invadió mi boca con su lengua, mis sentidos fueron arrasados por miles de sensaciones que incrementaban mi deseo. Con timidez, siguiendo mi instinto, le acaricié la nuca; mi lengua y la suya bailaron al compás de nuestros corazones, hasta que un gemido involuntario escapó de mi garganta. Temblando, me olvidé de respirar, estábamos llegando al punto exacto en el que Edel siempre se detenía. Pero esta vez siguió adelante acariciándome y provocando escalofríos en todo mi cuerpo.
   Me acercó aún más a él hasta quedar pegados. Sin dejar de besarme, me acariciaba la espalda por encima del vestido y mi cuerpo reaccionaba a sus manos como si se tratase de lava. Necesitaba más, el corazón nos latía desbocado, con los ojos cerrados bebía de sus labios y creí por un momento que enloquecería, pues no conseguía saciarme de sus besos.
   —¿Qué me estás haciendo? —pregunté con la voz ahogada por la emoción.
   —Voy a intentar llevarte a las estrellas —susurró, besándome detrás de la oreja, provocándome espasmos involuntarios. Buscó a tientas el cierre de mi vestido y empezó a desabrochar despacio los botones minúsculos. Tras cada botón que abría introducía sus manos para acariciar la piel de mi espalda y el vello de mis brazos se erizó. Un suspiro escapó de mis labios, subí mis manos hasta su pelo y enredé mis dedos, acariciando y acercando su boca para besarlo con una necesidad física apremiante.
   —Te necesito, me estás volviendo loca, pero no quiero que pares —supliqué de manera incoherente contra sus labios.
   —No tengas prisa, vida, tenemos toda la noche —me dijo, concentrado en los botones de mi espalda. Nunca había llegado tan lejos en sus caricias y estaba descubriendo un mundo nuevo de sensaciones.
   No sabía lo que tenía que hacer, ¿debía quedarme quieta o tenía que hacer lo mismo que él? Con sus labios en los míos no podía pensar con claridad en esos momentos, así que decidí dejarme llevar. Bajé poco a poco mis manos, acariciando su pecho, moldeado por el duro trabajo en el puerto, hasta rodear su cintura. Seguí mi instinto y levanté las faldas de su camisa, para introducir mis manos por debajo de su ropa y poder tocar su piel. Con dedos inexpertos trazaba senderos en su espalda. Mientras él suspiraba yo ganaba confianza en mí misma. De pronto Edel dejó de besarme un segundo y se apartó de mí.
   —¡No pares por favor! —exclamé alarmada. Pero solo se separó de mí un momento, para quitarse la chaqueta, la camisa y la camiseta; dejando su torso desnudo. Volvió a abrazarme y me besó en el cuello, suspirando cuando yo continué con mi exploración. Recorrí con mis manos sus fuertes brazos, sus hombros y su cadera.
   Estuvimos acariciándonos hasta que él acabó de desabrochar mi vestido y lo bajó muy despacio. Mis pechos quedaron expuestos a su mirada y el rubor tiñó mi cara al sentirme observada. Temía que no le gustase lo que veía, pero un suspiro escapó de sus labios.
   —Eres preciosa, Elisa, te amo con todo mi corazón —confesó con la voz rota por la emoción.
   —Yo también te amo, Edel, por fin estamos juntos y nadie nos puede separar —dije acariciando sus brazos. Él rozó con sus dedos mi cuello y, sin dejar de mirarme a los ojos, descendió a mis pechos y los acarició con suavidad, con una delicadeza infinita, como si yo fuera una pieza de joyería extremadamente delicada. En un segundo mis pezones se pusieron duros y noté un anhelo desde lo más profundo de mi ser. No sabía cómo, pero necesitaba satisfacer ese deseo que crecía en mi interior. Sin pensarlo deslicé mi mano por su pecho desnudo, sintiendo el vello rubio y suave entre mis dedos y acaricié yo también sus pezones. Lo escuché suspirar de nuevo y me aventuré a tocarle más abajo, en sus abdominales marcados. Podía ver sus ojos dilatados por el deseo e imaginaba que yo debía tener los míos igual.
   Volvió a besarme en el cuello y, para mi sorpresa, fue descendiendo hasta llegar a mis senos. El contraste entre el tacto de sus dedos suaves, con el de los labios y la lengua, húmeda y caliente, me dejó inmovilizada intentando respirar. Agachado ante mí, solo podía acariciar su cabeza. Enredé mis dedos en su pelo, disfrutando de las sensaciones que me provocaba. Pero no se quedó allí. Fue bajando con su boca, besando la piel de mi vientre y, sin que me diera cuenta, fue deslizando el vestido por mis caderas hasta que cayó al suelo. Estaba desnuda ante él. Lo único que llevaba puesto eran unas braguitas y mis medias hasta el muslo. Entonces, para mi sorpresa, me besó el pubis por encima de la ropa.
   Mis manos estaban todavía enredadas en su pelo y él no dejaba de acariciarme las piernas. Me besó los muslos y, con manos expertas, me quitó las medias y los zapatos. Después se incorporó y me tomó en brazos para dejarme despacio en la cama. Se apartó un segundo para deshacerse de su calzado, el cinturón y los pantalones, tumbándose después a mi lado, solo con la ropa interior. Mis ojos se sintieron atraídos por el bulto en su calzoncillo, que escondía un misterio para mí. Tenía miedo, pero enseguida empezó a besarme en los labios, despertando de nuevo aquel anhelo que me iba incendiando por dentro y desterrando el temor. Mientras me besaba, sus manos se deslizaban con destreza por mi cuerpo, acariciando todos los rincones de mi piel. Yo sólo podía gemir y acariciarle a su vez, aunque mis intentos eran muy inseguros y torpes. Rozaba con mis dedos su cuello y apretaba contra mí sus brazos para que no se detuviera. Mis manos se movían por instinto. Cuando creí que ya no podría soportar un minuto más, Edel volvió a sorprenderme cuando se incorporó y, de rodillas en la cama, se colocó entre mis piernas y se deshizo de mi ropa íntima, para acariciarme justo allí. Las sensaciones que iba despertando en mi cuerpo eran cada vez más incontrolables, mi respiración era caótica, encontró el punto exacto del placer y me acarició, primero con los dedos, pero después se inclinó y, con su lengua, consiguió que gimiera sin control hasta el límite.
  —¡Edel, por favor, te necesito! —exclamé, sintiendo que estaba al borde de un abismo.
   —Déjate llevar, mi vida —dijo con voz sensual. Y a pesar del miedo le hice caso, hasta que algo se rompió dentro de mí y un placer inesperado me dejó temblando en la cama. Le miré sorprendida, mientras él sonreía.
   —Ha sido increíble, Edel, creí que perdía la razón —dije, acariciando su rostro—. Pero tú no lo has disfrutado como yo.
   —Aún no hemos terminado, ahora bailaremos juntos. Quiero fundirme contigo —replicó, besando mis labios, provocando un escalofrío de anticipación.
En ese momento se quitó su ropa interior, dejando ver su inmensa masculinidad, que me pareció aterradora. Tomó mi mano y la atrajo para que lo acariciara. Su piel era muy suave y se notaba el pulso de su deseo. Me sentía muy avergonzada, no sabía qué debía hacer en aquel momento, ni Trini me había explicado ni yo había imaginado lo que estaba sucediendo entre los dos. Me miró a los ojos y habló de nuevo.
   —No tengas miedo —dijo, interpretando mi indecisión como temor—. Iré muy despacio, seré cuidadoso e intentaré no lastimarte. Pero es tu primera vez y sentirás un poco de dolor, después tu cuerpo se adaptará al mío y seremos como un sólo ser —explicó, logrando tranquilizarme y excitarme a la vez.
   —Confío en ti, yo también quiero fundirme contigo —afirmé convencida, dejando que me condujese por aquel camino desconocido. Miré sus ojos azules, iluminados por la claridad de la luna que entraba por la ventana. Pude ver en ellos la misma emoción que yo sentía al escuchar sus palabras.
   —Te quiero, Elisa —confesó, mientras una lágrima se escapaba de sus ojos.
   Sin decir nada más, con paciencia infinita, volvió a despertar ese anhelo en mi interior, me acarició el cuello y bajó a mis senos. Besó cada centímetro de mi piel reavivando el deseo, de manera que ya ni siquiera podía articular una palabra. Por último besó el interior de mis muslos, provocando gemidos que escapaban de mi control. Siguió explorándome con la lengua y las manos, acariciando el punto exacto que incendiaba mi cuerpo. Con sus dedos penetró ligeramente en mi interior, sobresaltándome. Sorprendida, por un momento me tensé, pero las caricias de Edel continuaron, convirtiéndose en un mar de sensaciones placenteras y en ese deseo profundo que se apoderaba de mí.
En ese momento Edel, que había estado inclinado entre mis piernas, se puso encima de mí sin dejar caer su peso, sino apoyado en sus brazos. En su rostro veía los esfuerzos que estaba haciendo para controlarse e ir despacio. Su miembro estaba en mi entrada, se movía sin intentar penetrar, provocándome a pesar del temor.
   —Mírame a los ojos, Elisa, te amo —declaró, temblando sobre mí.
Le miré sin poder hablar. Mi estado era de absoluta confusión, tenía miedo pero le necesitaba. Vi ternura, deseo y dolor en aquellos pozos azules. Me besó en los labios y en ese momento noté cómo iba entrando en mi interior hasta que una barrera le impidió avanzar. Intensificó el beso y, al mismo tiempo, presionó contra la barrera y la traspasó, provocando un dolor intenso pero breve.
Fue invadiendo mi cuerpo despacio y se quedó quieto dentro, para que me acostumbrara a sentirlo. Rodeé su cintura con mis piernas y le clavé las uñas en la espalda hasta que el dolor pasó. Todavía con mis labios en los suyos me relajé y comencé a disfrutar de la sensación de sentirlo dentro de mí. Al notar cómo me relajaba empezó a moverse despacio, provocando una oleada de placer y despertando un deseo incontrolable.
   A partir de aquel momento sus movimientos se fueron haciendo más rápidos, yo me movía instintivamente siguiendo su ritmo y, cuando creí que iba a enloquecer, de nuevo llegó la liberación y oleadas de placer nos tomaron a los dos desprevenidos. Cayó en mis brazos agotado y temblando como yo misma. Su corazón y el mío latían al unísono y nuestro cuerpo y alma formaban un único ser. Durante unos minutos permaneció en mi interior, luego se tumbó a mi lado, relajado, con una enorme sonrisa en los labios y nos dormimos abrazados.
   Era ya de madrugada cuando desperté y lo encontré mirándome, con la luz de la luna que entraba por la ventana. Solo se escuchaba el ruido de las olas del mar y el silencio evidenciaba que era muy pronto.
   —Cariño, ¿Estás despierto? —inquirí, aunque era evidente que lo estaba.
   —Sí, te miraba dormir. ¿Estás bien? —me preguntó mientras acariciaba mi rostro con gesto preocupado.
   —Sí, nunca había estado mejor, pero tengo una duda que me inquieta —le confesé con el ceño fruncido, tratando de encontrar las palabras adecuadas para preguntarle sobre sus habilidades.
   —Puedes preguntarme lo que quieras, cariño. ¿Qué te preocupa? —dijo, mostrando una sonrisa que me desarmaba.
   —¿Dónde has aprendido todo lo que hicimos anoche? —me atreví a preguntarle, sonrojándome por la vergüenza.
   —Cuando tenía 15 años, mi padre me llevó a un prostíbulo. Ya sabes, un local de mujeres de la vida. Allí le pidió a una de ellas, la más joven, que me enseñase lo que tenía que saber para ser un hombre —me explicó con la mirada perdida en sus recuerdos, provocándome unos celos que traté de disimular sin conseguirlo.
   —Pues te enseñó muy bien —comenté con cierto resquemor en mi tono.
   —Al principio me enseñó a satisfacerme con ella, pero luego me di cuenta que no lo disfrutaba y, al preguntarle, me dijo que podía enseñarme a satisfacer a una mujer, si quería —me explicó sin darse cuenta de que cada palabra que decía me ponía más celosa que la anterior.
   —Veo que te enseñó muy bien. ¿Has practicado mucho? —inquirí con un nudo en la garganta, tratando de controlar el dolor que me producían sus palabras. Aunque fuera ilógico sentir celos por alguien de su pasado, no podía evitar la sensación de que no era solo mío. Mi tono de voz salió con un pequeño tinte de enfado, me sentía celosa de aquella mujer que había estado con Edel antes que yo. Además, me la imaginaba en sus brazos y la imagen me producía un dolor intenso.
   —No, cariño, sólo estuve con ella un par de veces en las que me enseñó los puntos más sensibles de una mujer, pero también me dijo que podía inventar nuevas maneras de amar,  solo tenía que dejarme llevar...Como esta noche —me aclaró, acariciando mi cuerpo por debajo de las sábanas. Selló sus palabras con un beso y consiguió apaciguar mis celos. A partir de aquella noche, Edel, mi chico de ojos azules, me pertenecía sólo a mí. El beso dio paso a caricias más atrevidas por parte de los dos, encendiendo otra vez la chispa del deseo.
   —¿Puedes llevarme de nuevo a las estrellas, cariño? —supliqué cuando las caricias incendiaron mi cuerpo de nuevo.
   —¿Estás segura que quieres hacerlo otra vez? —preguntó con la respiración acelerada, preocupado por mí.
   —Sí, estoy segura —afirmé, a pesar de no tener una certeza absoluta del tema.
   —¿No te dolerá? —insistió, acariciando al mismo tiempo mi cuerpo y dejándome sin respiración.
   —No creo, ya no será la primera vez —dije con la voz entrecortada.
   —Iré despacio, mi vida, si te duele solo dímelo y me detendré —me pidió, con la emoción reflejada en su rostro
   Edel ya estaba excitado de nuevo. Volvió a besar y acariciar todo mi cuerpo, mientras me aventuraba con manos temblorosas y exploraba el suyo. Le acaricié la espalda, bajé más abajo hacia su trasero duro y bien formado. Él estaba sobre mí y me besaba, sus manos recorrían mi cuerpo y yo, debajo de él, no podía acariciarle como quería.
   —¡Necesito tocarte! —exclamé con la voz ahogada por la excitación.
   —Déjame que te lleve al cielo —susurró sin entender lo que le decía.
   —Sí, llévame otra vez, pero déjame sentir tu piel —susurré con lágrimas en los ojos, sintiendo una necesidad dolorosa y frustrante al mismo tiempo. Le clavé las uñas en la espalda con desesperación, asustando a Edel, quien se incorporó enseguida.
   —¿No te habré hecho daño verdad? —me preguntó asustado mientras sus ojos dejaban traslucir la preocupación. Le miré avergonzada, sin saber cómo decirle lo que necesitaba en aquellos momentos.
   —No me has hecho daño, pero necesito acariciarte y estando debajo de ti me resulta muy difícil —supliqué con miedo. Temía que se enfadara, no sabía cómo reaccionaría a mi atrevida propuesta. Pero Edel solo sonrió al escucharme.
   —¿Estás segura? Si sólo es eso no hay problema, soy todo tuyo, cariño —replicó él tendiéndose en la cama mirando al techo. Tomó mi cara entre sus manos y me besó los labios, después se dejó acariciar por mí.
Me subí a horcajadas sobre él, que me sujetó por las caderas. Al principio me sentía torpe al acariciarle, pero, poco a poco mis manos se movieron con más seguridad y confianza, arrancando a Edel algún suspiro y varios gemidos que me excitaban. Estaba experimentando, dejé volar la imaginación y busqué la piel más sensible de su cuerpo, recorría con mis dedos su torso, acaricié sus pezones y después bajé mis manos hasta su vientre. Él se estremecía mientras yo me sentía poderosa. No me atrevía a tocar su miembro, pero conforme me excitaba me volvía más audaz, tocando cerca, provocando y haciendo que Edel se desesperara y retorciera bajo mis manos. Después me aventuré con mis labios, besando su cuello, bajando luego a los hombros. Mis pechos rozaban su piel, endureciendo mis pezones sensibles y enviando oleadas de placer a mi cuerpo. Descendí con mis besos hasta llegar a su entrepierna. Edel gemía y se aferraba a las sábanas. Besé la cara interior de sus muslos, provocando y excitándome a la vez. Cuando la necesidad de sentirlo dentro fue insoportable, me incorporé y dejé un reguero de besos por su cuerpo hasta que mis ojos se clavaron en los suyos, le besé en los labios e introduje en mi interior su miembro, despacio, sintiendo cómo me llenaba. Edel, con los ojos cerrados, gemía y me acariciaba el pelo; noté cómo mi cuerpo se adaptaba al suyo y, poco a poco, fui subiendo y bajando sobre él, hasta que el deseo tomó el control y mis movimientos y se volvieron más rápidos. El orgasmo me volvió a sorprender al mismo tiempo que notaba cómo Edel se vaciaba en mi interior. Me tumbé sobre él y me quedé dormida.
   Cuando despertamos de nuevo ya era de día, el sol entraba a raudales por la ventana de la habitación, estábamos abrazados y me sentía en el séptimo cielo.
   —¿Has dormido bien, mi amor? —susurró en mi oído, con voz sensual.
   —Sí, aunque en realidad no hemos dormido mucho ¿verdad? ¡Ahora tengo un hambre atroz, Edel! —exclamé mientras mi estómago rugía.
   —¿Vamos a desayunar? —sugirió mi chico, incorporándose en la cama.
   —Sí, vayamos a ver si hay alguien despierto ya.

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