-28
Esa noche apenas dormimos. Abrazados en aquel pequeño lecho hicimos planes de futuro y soñamos con una vida juntos.
-¿Crees que Ethan se acordará de mí? -le pregunté a mi chico, acariciando su brazo.
-Estoy seguro, antes de salir de Alliers le mandé una carta -me explicó, con voz soñadora.
-Entonces ¿Sabe que viajo contigo? -inquirí curiosa, sorprendida de que mantuviera el contacto todavía.
-Se lo expliqué en una carta, lo que no sabe es por qué tenemos que huir. Le prometí que se lo explicaría al llegar.
-Me da pena que sus padres no consiguieran escapar, sufrió mucho cuando tuvo que dejarlos atrás -comenté acordándome del día que Pascual y yo les sorprendimos hablando a los dos.
-Me fue imposible ayudarles, mi padre también lo intentó, pero no hubo manera -confesó mi chico mientras un nudo en mi garganta se iba apretando cada vez más.
-Él y la señora Teresa son los que más nos han ayudado, y de forma involuntaria también mi hermana Adela -repuse, intentando contener la emoción.
-Me sorprendió que se involucrara tanto la señora Teresa. Es la que más se ha jugado por ayudarnos, me dijo que tú sabes la razón y que algún día me lo contarás -admitió Edel dándome un beso en la frente. Mis ojos estaban a punto de desbordarse. Entonces recordé de pronto algo que le había prometido a la señora y que no había cumplido en aquella semana.
-¡Tengo que escribir a la señora! -exclamé incorporándome de pronto, provocándole una sonrisa.
-Tendrás que esperar a mañana, cariño -replicó volviéndome a abrazar y tapándome con la ropa de cama.
-Mañana compraré lo necesario y le escribiré, espero que llegue la carta a tiempo para que pueda recibir aquí su respuesta -Decidí con ilusión, pues la echaba mucho de menos. El día siguiente compré todo lo necesario para, después del trabajo, sentarme a escribirle.
Querida Señora Teresa:
Le escribo esta carta desde Marsella, donde estamos viviendo hasta que podamos zarpar con el barco hacia América. Los pasajes los compraremos la semana próxima y en dos semanas más embarcaremos por fin. Esta semana vamos a buscar un sacerdote que nos quiera casar aquí. Quería agradecerle el detalle de regalarnos los anillos de boda. No debía haberse molestado pero es un detalle muy bonito.
Hemos cumplido la promesa que le hicimos, Edel es muy bueno conmigo y me respeta. Embarcaremos hacia Casablanca y desde allí viajaremos a Estados Unidos. Estamos trabajando mucho los dos para poder rehacer la vida allí, donde Edel tiene a un amigo ya instalado que nos va a ayudar. Espero que usted siga bien de salud y le volveré a escribir en cuanto lleguemos a nuestro destino.
No era una carta muy extensa, pero sí lo bastante clara para que supiese que estábamos bien y pudiera quedarse tranquila. En el fondo no tenía muchas esperanzas de recibir una respuesta antes de irnos de Marsella, era muy difícil que llegase antes de que zarpáramos hacia Casablanca. Me preocupaba mucho Adela. Esperaba que mi hermana no atara cabos cuando tuviera que escribirle a Barcelona, ya que si mi familia se enteraba de que la señora Teresa me había ayudado a escapar de casa, podría meterla en problemas serios.
Eché la carta al correo con la esperanza de que le llegase pronto. La enviaba a casa de sus hijos. De momento Adela no sabría de su existencia. Quizás más adelante escribiría a mi madre, cuando estuviese en Estados Unidos, para decirle que estaba bien y pedirle perdón. Pero de momento no podía arriesgarme a decirle nada pues la creía capaz de venir a buscarme a Marsella y obligarme a volver a casa.
Regresé a la habitación y preparé la cena para los dos, procuraba gastar lo menos posible para ahorrar el dinero suficiente para subsistir los primeros meses una vez que llegáramos a Estados Unidos. Aquella mañana habían quedado sin vender en el mercado algunas frutas que estaban un poco estropeadas, con pequeños golpes y demasiado maduras para poderlas vender al día siguiente, así que la dueña me dejó llevarme lo que quisiera antes de tirar el resto. Escogí las que estaban en mejores condiciones y las utilicé para hacer mermelada. Esa noche comeríamos un poco después de la cena y el resto lo guardaría y me lo llevaría para la travesía por el mar. Para cenar había comprado sardinas. Eran muy frescas pues venían directamente del puerto y me hacían un buen descuento por trabajar en el mercado, las asé y les añadí ajo y perejil. Lo acompañaríamos con pan.
Mi chico llegó a la hora de siempre, cansado, pues había estado descargando un pesquero. En cuanto abría la puerta lo recibía con un abrazo y un beso que le desarmaban.
-Te he echado mucho de menos -le dije después de besarlo.
-Yo también, cariño. Hoy estoy muy cansado, el pesquero tenía que descargarse enseguida y no he parado ni un segundo -me explicó mientras estiraba los músculos de su espalda.
-¿Te duele? -pregunté pasando mi mano por su espalda.
-Un poco, pero no es nada -respondió sin mirarme a los ojos. Yo sabía que le dolía bastante, así que le hice sentarse en la silla y traté de darle un pequeño masaje antes de servir la comida.
-No deberías trabajar tanto, Edel, casi no nos vemos durante el día -le reproché preocupada por su salud.
-Necesitamos cada céntimo que pueda ganar para iniciar nuestra nueva vida juntos -se justificó, con los ojos cerrados y su cabeza echada hacia atrás. Era una enorme tentación que no pude evitar, bajé mis labios y los posé sobre los suyos, dándole un suave beso que le arrancó una sonrisa al finalizar.
-Con este recibimiento creo que nunca dejaré de trabajar tanto -murmuró abriendo sus ojos de nuevo.
-¡No digas eso! -exclamé-. Quiero disfrutar de mi marido de vez en cuando - le reclamé dándole un suave golpe en su hombro. Me retiré de su espalda y preparé la mesa para cenar.
-Cariño, he mandado la carta a la señora Teresa, como te dije. ¿cuándo iremos a buscar al cura para que nos case? -pregunté mientras acabábamos de cenar.
-Mañana me acercaré a la iglesia y le preguntaré al padre, igual puede casarnos este domingo -dijo con una sonrisa, mientras se le escapaba un suspiro.
-Me encantaría casarme este domingo, estoy impaciente -confesé mirando sus ojos, tan azules que conseguían hipnotizarme.
-Lo se, yo también, Elisa -Me tomó de las manos acercándome a él, me besó en los labios logrando que me derritiera en sus brazos. Era una tortura estar tan cerca y no poder consumar nuestro amor. Pero la promesa hecha a la señora Teresa pesaba en los hombros de Edel, así como su responsabilidad y su amor por mí, todo ello impedía que pudiesemos disfrutar de un amor cada día más intenso.
Cuando acabamos de cenar y recogí los platos, nos fuimos a la habitación y cerramos la puerta.
Nuestro mundo era aquella habitación donde podíamos estar juntos sin que nadie nos juzgara, fuera de la vista de los que nos miraban con desconfianza y temor. La vida fuera de aquella pequeña estancia era simplemente la búsqueda de la supervivencia, el trabajo y la espera para alcanzar la libertad. Pero sólo vivíamos para los ratos que compartíamos a solas.
Estábamos a punto de prepararnos para dormir cuando empezó la pesadilla de nuevo.
-¡Vamos, Elisa, tenemos que irnos! -exclamó Edel mientras cogía la maleta que siempre teníamos preparada.
Se escuchaban las sirenas que anunciaban un ataque aéreo inminente. Sólo podíamos recoger lo imprescindible y marcharnos corriendo al refugio antiaéreo más cercano.
-Ya tengo la documentación, ¡corre! -exclamé mientras un temblor, producto del terror que me producían las bombas, sacudía todo mi cuerpo. Mi pánico a los aviones incluía el terror inmediato al escuchar las sirenas.
Salimos de aquella casa mientras aún seguían sonando los avisos, una vez en la calle nos dirigimos a un lugar seguro, pero yo no veía nada mientras seguía a Edel por las calles. Me cogió de la mano y tiró de mí para que acelerase la marcha. El refugio antiaéreo nos quedaba un poco lejos de la habitación y tuvimos que correr para intentar llegar antes de que lo cerraran.
-¡Vamos, ya falta poco! -trataba de animarme, mientras apenas podía respirar por la carrera y el pánico.
Alcanzamos el refugio en el último momento, justo cuando empezaron a caer las primeras bombas. Desde allí podía sentir el impacto de las que caían cerca. Llevábamos cada uno un palito en la boca. Las pequeñas bombillas del techo apenas iluminaban el túnel y todos nos apiñábamos allí dentro para sobrevivir. Nos acurrucamos en un rincón, por desgracia no era la primera vez que vivíamos un bombardeo, pero eso no impedía que tuviera un miedo incontrolable. Edel también tenía miedo y claustrofobia al encontrarse en un lugar tan oscuro y lleno de gente, pero lo superaba en parte debido a su preocupación por mí.
-Tranquila, cariño, aquí estamos a salvo -susurraba tratando de calmarme, aunque mi cuerpo no dejaba de temblar al escuchar las detonaciones. Los gritos de algunos niños, asustados, se metían en mi cabeza y no era capaz de razonar.
-¡Quiero que se acabe, ya! -exclamaba, tratando de respirar, pues la oscuridad y la falta de ventilación me asfixiaban.
-Pronto terminará, Elisa -me decía él abrazándome e intentando bloquear mis oídos para que no escuchase los ruidos de alrededor.
En total, el ataque duró unos veinte minutos, pero para todos los que estábamos allí fue una eternidad. Había niños, mujeres y hombres, familias enteras estaban allí. Nosotros destacábamos entre todos ellos por el contraste físico: él alto y rubio, yo baja y morena. Nos miraban con desconfianza.
Cuando todo acabó se abrieron las puertas y empezamos a salir. Nosotros esperamos que se marchase la mayoría de la gente para poder salir con tranquilidad y sin prisas.
-Vamos, ya se ha terminado todo -anunció él poniéndose en pie y ayudándome a incorporarme. Me sujetaba del brazo, pues todavía estaba asustada.
-¿Qué es eso? -pregunté de pronto, señalando una bola de pelo que se escabullía por un rincón. Era pequeño, blanco y con una mancha negra en la cabeza. Me agaché y lo recogí del suelo. Lo acuné en mis brazos y me lo llevé fuera del refugio.
-Es un gatito, cariño. No podemos dejarlo abandonado, se morirá de hambre -supliqué mirando con los ojos llorosos todavía.
-Está bien, llevémosle a casa -aceptó mi chico resignado al ver que el miedo había dejado de ser tan paralizante cuando lo tomé en mis brazos.
En el exterior, como siempre, el humo y la destrucción eran los protagonistas, se veían personas llorando entre ruinas, otros llamando a familiares, algunos heridos... El dolor y la desesperación de la gente era el resultado de la guerra. Nadie estaba a salvo. Nos dirigimos despacio hacia casa, pasamos delante de edificios derruidos, temiendo que nuestra habitación no estuviese en pie. Tuvimos la suerte de cara y el edificio no había sido alcanzado por ningún proyectil. subimos con calma y nos fuimos a acostar.
-Ven aquí pequeña bestezuela -llamé al gato, para ponerle algo de comer antes de meterme en la cama.
-No puedes llamarlo pequeña bestezuela, necesita un nombre -comentó sonriendo Edel mientras me acurrucaba a su lado.
-Le llamaré llanero solitario, pues estaba solo cuando lo hemos encontrado -sugerí mirando al pequeño minino.
-Es muy largo, necesita un nombre corto -replicó mi chico empezando a interesarse por el gato.
-Solitario, quizás -propuse de nuevo
-Nur es solo en alemán, lo puedes llamar así -dijo Edel. Me gustó aquel nombre, e incluso el gato alzó la cabeza al oírlo, así que decidimos llamarle de ese modo.
-Lo cuidaremos hasta que tengamos que zarpar, pero si podemos nos lo llevaremos con nosotros -declaré acariciando aquella bola de pelos que ronroneaba.
Al día siguiente Edel fue a trabajar al puerto, como hacía habitualmente. Aunque aquel día, después de comer, salió de casa para ir a buscar una iglesia donde pudieran casarnos, pero no consiguió nada. Volvió derrotado a casa, donde yo le esperaba ilusionada.
-¿Cuando nos casamos? -pregunté emocionada al verle entrar.
-No nos quieren casar, cariño, todos me dicen lo mismo... -murmuró mi chico mirando al suelo, derrotado.
-¿Qué ocurre? ¿Por qué no quieren? -inquirí sorprendida, no me esperaba que pusieran impedimentos.
-Al ser menor de edad no quieren casarnos, he recorrido toda Marsella y ninguno ha accedido sin el consentimiento de tus padres -me explicó con lágrimas en los ojos.
-Entonces tendremos que esperar dos años... -calculé enseguida, tratando de asimilar la noticia. Había soñado con ello. Quería unirme a él en cuerpo y alma, no quería esperar más. Estaba dispuesta para entregarme a Edel.
-No sé si en Estados Unidos podremos casarnos antes -aventuró Edel intentando animarme un poco. Dos años era mucho tiempo de espera.
-No esperemos más, te necesito, Edel, no importa unos meses, en Estados Unidos nos podremos casar, no le diremos nada a la señora Teresa -supliqué mientras me abrazaba a él.
-Mi chiquilla, yo también quiero tenerte como mujer, pero mi promesa con la señora Teresa es algo que debemos respetar, ten paciencia, cariño, encontraré una solución -replicó acariciando mi cabello como si fuera una niña pequeña.
-Te necesito -susurré con lágrimas en los ojos- ¿Por qué es todo tan difícil?
-No lo sé, Elisa, pero no me voy a rendir. Haremos las cosas bien.
Por las noches, nos abrazábamos en silencio, Edel me acariciaba la espalda con el corazón a mil, me besaba en los labios, me susurraba al oído provocándome escalofríos, me recorría el cuello con sus besos hasta que ya no podíamos ni hablar, yo recorría su espalda con los dedos, torpemente al principio, pero con más seguridad conforme pasaban los días. Lo besaba en los labios, en el cuello, cada día más atrevida, poniendo a prueba su resistencia. Cuando llegábamos al punto en el que ambos teníamos la respiración entrecortada, el corazón a mil, y el deseo era evidente en los dos, Edel daba un paso atrás y frenaba la situación para girarse e intentar dormir. Era una tortura.
Pasó una semana y compramos los pasajes para embarcar hacia Estados Unidos, desde Marsella tomaríamos un barco que nos llevaría a tiempo a Casablanca para el embarque en el Nyassa. Fuimos juntos a la embajada de México y allí nos dieron el visado. Todo estaba listo, seguíamos trabajando para ahorrar el máximo de dinero posible.
Pero cada día que pasaba estábamos más irritables. Intentaba controlar mi carácter pero la frustración estaba haciendo añicos mi paciencia y Edel dejó de acariciarme. Me besaba, pero no iba más allá.
Un día, mientras estaba trabajando, una compañera observó que estaba muy tensa y nerviosa. Me preguntó qué ocurría y, a pesar de que no me gustaba airear mis problemas, creí que al contárselo a alguien podría llevarlo mejor. Le expliqué mi situación.
-No me extraña verte así, he visto a tu novio y es muy guapo, si encima vives con él puedo comprender tu nerviosismo -me confesó en voz baja mientras sonreía comprensiva.
-Nos queremos casar pero aquí no es posible, ningún cura quiere porque solo tengo diecinueve años.
-¿cuándo os vais? -preguntó tomando mi mano.
-La próxima semana -dije suspirando, pero me imaginaba todo el trayecto por mar sufriendo hasta llegar a nuestro destino.
-Entonces tendrás que aguantar hasta estar en el barco, cuando lleguéis a mar abierto, el capitán os podrá casar -comentó, sin saber que acababa de abrirme una posibilidad que yo no conocía.
-¿Eso es posible? -le pregunté incrédula.
-Sí, en alta mar el capitán es la ley y tiene pleno poder para casaros. Claro que tendréis que convencerle -añadió con una sonrisa.
Miré a mi compañera y la abracé de puro alivio, no tendríamos que esperar hasta llegar a América, en el barco nos casarían.
Cuando Edel regresó aquella noche, me encontró en casa mucho más alegre que de costumbre, y ante su sorpresa le expliqué la conversación que había tenido con mi compañera.
-¡Eso es estupendo! -exclamó abrazándome.
-Ya falta poco, estamos cerca de conseguirlo, Edel -afirmé con más seguridad.
Uno de aquellos días recibimos una agradable sorpresa: la señora Teresa nos había escrito y nos felicitaba por haber llegado tan lejos.
Queridos Elisa y Edel:
Me he alegrado mucho al recibir vuestra carta y os he querido contestar enseguida para que llegase la carta antes de que os vayáis en el barco. Estoy bien de salud, con mis hijos, el camino fue muy tranquilo y no tuve ningún problema.
Me alegro de que mantengáis la promesa que me hicistéis y estoy segura de que vais a ser muy felices juntos. Cuando lleguéis a Nueva York yo ya estaré en casa, así que escribirme con el seudónimo de Alicia como quedamos, pero también deberíais decirle a vuestra familia que estáis bien porque seguro que están muy preocupados por vosotros. Espero que vuestra travesía sea tranquila y lleguéis sin problemas a Nueva York, sé que formaréis una bonita familia.
Con cariño Sra Teresa.
Faltaba tan sólo una semana para que zarpara el barco que nos llevaría a Casablanca, y ya teníamos todo preparado, dejé de trabajar, tras llegar a un acuerdo con la dueña de la frutería, que se comprometió a dejarnos vivir en la habitación una semana más. Edel sólo trabajaba en el puerto por la mañana. Por las tardes salíamos juntos a pasear por las calles de Marsella y hablábamos de nuestro futuro.
Los días previos al embarque, Marsella se llenó de gente. Era un hervidero de personas, todos nerviosos por embarcar: Se podían ver españoles que huían de su país, judíos tratando de salvar la vida y franceses, también algunos alemanes querían huir de la guerra. Cuando salíamos, antes de que oscureciera regresábamos a casa. La situación era peligrosa, muchos no tenían nada para comer y los robos eran habituales.
Antes de embarcar sufrimos otro ataque aéreo, fuímos al refugio y me llevé a Nur conmigo para que no sufriera daños. La responsabilidad de cuidar a aquella bestezuela consiguió que mi terror fuera más controlable. Ya no me paralizaba porque estaba acariciando y calmando a Nur. Eso hizo que Edel le tomara más cariño al pequeñajo.
La sensación de inseguridad era común en aquellos días, todos estábamos nerviosos, temíamos que los alemanes se acercaran a Marsella y nos detuvieran. El que más y el que menos tenía algo que esconder, unos eran judíos que huían para salvar su vida, otros eran republicanos, estábamos todos asustados.
Pero por fin llegó el día del embarque. Ese día avisé de que nos marchábamos y recogimos lo poco que teníamos.
Estaba muy nerviosa. Íbamos a dar el último paso que nos separaría de nuestras familias.
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