-27
Tras explicarme la experiencia para conseguir su visado, Edel se dio cuenta que estaba triste y se preocupó.
-¿Qué ha pasado, Elisa? ¿Por qué estás así? -me preguntó acercándome a él-. Ven conmigo chiquilla, déjame abrazarte.
-Hasta la semana que viene no me dirán nada sobre mi visado, estoy muy preocupada -dije sollozando.
-Pero no llores, cariño, seguro que te lo darán como a mí -trató de tranquilizarme, acariciando mi cabello con suavidad.
-¿Y si no me lo dan y no puedo embarcar contigo? Ahora que estamos tan cerca de conseguir nuestra meta, podemos fracasar en nuestro empeño por mi culpa -expliqué desolada, tratando de contener mis lágrimas.
-Cariño, si tú no vienes conmigo, yo no voy a ningún sitio, si es necesario te llevo dentro de una maleta. Además, no es tu culpa, son las circunstancias que nos rodean -afirmó Edel, con decisión.
-A tí te lo han dado enseguida, eso quiere decir que con el mío tienen algún problema -añadí, con la moral por los suelos.
-A mí solo me han dado el visado para Estados Unidos, pero también necesito el de México, ya que pasaremos por allí en primer lugar. Pero que tarden más contigo puede ser por cuestiones burocráticas, quizás necesitan realizar más gestiones y necesitan más tiempo -me explicó para darme ánimos.
-¿Crees que me lo darán?-inquirí con los ojos anegados.
-Seguro que sí, pero en caso contrario encontraremos la manera de conseguirlo por otros medios.
-Estoy muy contenta de que te lo hayan concedido, pero me preocupa que no consigamos el mío a tiempo para subir al barco -suspiré apoyando mi cabeza en su pecho.
Noté que estrechaba su abrazo entorno a mí y dejé fluir la tristeza que me embargaba. Estábamos tan cerca de conseguirlo, después de atravesar tantos escollos, que me daba la sensación de que la felicidad se nos escapaba de las manos. Después de unos minutos en los que ninguno de los dos habló, fue Edel quién rompió el silencio.
-Está bien, Elisa, debemos ser positivos. Esperaremos a la semana que viene para decidir lo que haremos a continuación, si tenemos la mala suerte de que no te den el visado -declaró, cambiando el tono de voz por uno más animado, transmitiendo un poco de confianza a nuestro ánimo.
-¿Qué haremos en caso de que no me lo concedan? -pregunté con miedo, pues no se me ocurría la manera de solventar ese problema.
-Si eso sucede intentaremos encontrar otra manera de salir de aquí -afirmó seguro de sí mismo-. En caso necesario te introduciré de polizón en el barco. Pero nos marcharemos de aquí juntos -declaró tratando de calmar mis nervios.
-De acuerdo, Edel, confío en ti -respondí mientras inclinaba la cabeza para que me besara.
-Ahora, cambiando de tema, ¡me muero de hambre! -exclamó mi chico después de besarme, soltándome y regalándome una sonrisa.
-Mientras esperaba que llegaras he preparado algo de cenar para los dos, sólo nos quedaba algo de tocino y pan duro, he hecho unas migas, espero que te gusten -le conté mientras intentaba sonreír.
Preparé la mesa para los dos, recuperando mi carácter alegre. Encontré dos cuencos en la cocina y los cubiertos, serví las migas y las presenté ante Edel, que nunca las había comido. Cuando las probó pude sonreír de nuevo, pues su cara de satisfacción me indicó que le habían encantado.
-Están muy buenas, cariño -confirmó después de terminarse todo el plato.
-Es un plato humilde, pero mi madre me enseñó a hacerlas en el pueblo. Nunca se tiraba el pan duro, lo guardábamos y de vez en cuando hacía este plato.
-Nunca se me hubiera ocurrido, pero es que yo no sé cocinar... -se justificó levantando sus manos en señal de indefensión. Le lancé una mirada de soslayo y después le pregunté.
-¿Quién cocinaba para ti esta última vez que estuviste en la casita blanca? -Después le miré a los ojos, escuchando con atención, pues los celos me atacaron al pensar en Edel y otra mujer, solos en su casa.
-Al principio vino una mujer del pueblo, que estaba casada -explicó sonriendo al ver mi expresión.
-¿Y luego? -interrogué mientras me levantaba de la mesa para recoger los platos. De paso disimulaba mis celos.
-Después comía cualquier cosa que compraba en el pueblo -dijo a mi espalda, siguiéndome hasta la cocina. Llevaba consigo lo que quedaba encima de la mesa y lo dejó a mi lado para que lo fregara.
Me giré y lo sorprendí mirándome con una expresión sincera. Me di cuenta de que no tenía que temer nada, que solo me quería a mí. Me volví con una sonrisa y comencé con la tarea de fregar los platos y colocarlos en su lugar, bajo la atenta mirada de Edel.
-¿Por qué me miras tanto? -le pregunté cuando había terminado.
-Por que me tienes embelesado, Elisa, me encanta mirarte cuando haces las tareas -dijo con la voz ronca. En aquellos momentos éramos felices en nuestro primer hogar, aunque todavía no estuviésemos casados. Regresamos a la habitación, dispuestos a meternos en la cama.
-¡Vámonos a dormir! mañana tenemos que ir a trabajar los dos -exclamé, intentando quitar tensión al momento, sin conseguirlo. Edel me miró a los ojos en silencio. Se acercó a mí despacio y paseó su mirada desde mis ojos a mis labios, tentándome. En un intento de escapar di un paso atrás, pero él me atrapó con sus fuertes manos y me besó en los labios, despertando de pronto un huracán en mi interior. Me aferré a sus hombros y un gemido involuntario salió de mi garganta. Entreabrí mis labios para repetir el beso del tren, pero mi chico no correspondió al gesto. Sentí ganas de mandar las promesas al infierno cuando una necesidad imperiosa me empujó a apretarme contra Edel. Nunca había sentido nada igual, no sabía qué era lo que me estaba pasando pero él se encargó de frenar el impulso y me apartó con suavidad.
-Perdona, cariño, me he dejado llevar y te he arrastrado conmigo -confesó, mientras yo me preguntaba qué quería decir con eso.
-No sé lo que me pasa. ¿Es normal esto que siento? -pregunté, temerosa de mis propias reacciones. Ya no me preocupaba Edel, sabía que intentaría respetar su promesa, pero yo empezaba a creer que no hacía falta cumplirla.
-No es nada malo, Elisa, es el deseo de ser mi mujer. Pero tenemos que esperar -me aclaró mientras se retiraba al baño para cambiarse de ropa.
Sola en la habitación tomé una de las almohadas para abrazarla, intentando calmar el fuego de mi interior, lo sentía tan cerca en ocasiones... pero después se alejaba de mí y me dejaba con una frustración tremenda. Cuando regresó él yo salí deprisa al cuarto de baño, me cambié en un suspiro y regresé a la habitación para meterme en la cama. Tras decir buenas noches, Edel se acomodó dándome la espalda. Yo hice lo mismo, pero mis pensamientos iban danzando por los acontecimientos de aquel día. Por suerte, poco a poco me fui relajando y me quedé dormida.
Establecimos una rutina diaria que hizo que la semana transcurriera en un abrir y cerrar de ojos: Edel se levantaba a las cinco de la mañana y media hora después se iba a trabajar. Antes de marcharse me avisaba, yo me levantaba y dejaba la habitación limpia e incluso en ocasiones la ropa lavada antes de dirigirme al trabajo. En el mercado estaba hasta las dos. Tenía suerte de trabajar en la frutería, pues podía comprar a mejor precio los alimentos y siempre llegaba a casa cargada con la compra del día. Preparaba la comida y la tenía lista cuando llegaba Edel a las tres. Comíamos muy tarde, pero ambos nos llevábamos un tentempié para la hora del descanso. Por la tarde, me encargaba de la ropa y preparaba la cena mientras mi chico iba al puerto a trabajar en lo que le ofrecieran. Normalmente era descargando barcos o limpiando cubiertas. A las ocho de la noche, llegaba a casa cansado y cenábamos juntos.
Llegó la tarde que debía volver al SERE, estaba muy nerviosa desde hacía varios días, todos nuestros planes dependían de lo que decidieran aquellas personas, nuestro futuro pendía de un hilo. Habíamos estado hablando del tema: si me daban el visado, iríamos juntos a llevar los papeles al consulado mexicano para que nos expedieran el visado a su país; en caso contrario, tendríamos que buscar una alternativa para huir de Europa.
-Voy a salir esta tarde a ver si tienen mi visado, Edel -le recordé mientras comíamos.
-¿Quieres que te acompañe? -se ofreció enseguida. Lo pensé un segundo y decidí que debía enfrentarme a ello sola.
-No hace falta, cariño, espérame aquí esta tarde -le pedí, con la mirada suplicante.
-Está bien, entiendo que quieras ir sola, pero cuando regreses quiero que me lo cuentes todo -replicó señalándome con un dedo acusador. Levanté mis manos y asentí con una sonrisa en mis labios.
Salí de casa después de comer, con el abrigo que me había comprado Edel, pues todavía el clima era frío. Fui caminando, rezando interiormente para que todo saliera bien y en veinte minutos llegué ante la puerta de las oficinas. El edificio estaba todavía entero pese a que aquellos días había soñado que era derribado en un ataque aéreo. Entré con paso decidido, aunque en realidad estaba temblando de miedo. Había una decena de personas esperando poder hablar con el único funcionario que trabajaba allí. Cuando me tocó el turno, me dirigí al empleado público que me esperaba tras su mesa:
-Buenas tardes, me llamo Elisa Buendía Ramírez, estoy pendiente de saber si me concederán el visado para salir de Europa y dirigirme a Estados Unidos -le expliqué a aquel hombre, que me miraba desde detrás de sus gafas. Las manos me temblaban pero había conseguido que mi voz saliera normal.
-¿Cuándo solicitó su visado, señorita? -me preguntó, rebuscando entre los papeles desperdigados en su mesa.
-Estuve aquí la semana pasada, ya les expliqué mi situación, no puedo volver a España -declaré de nuevo, intentando controlar el movimiento repetitivo de mi pierna.
-En seguida le atiendo, voy a buscar su expediente, me parece que la decisión ya está tomada, siéntese, por favor -dijo saliendo del despacho. Me dejó sola en aquella habitación y, mientras esperaba su regreso, observé a mi alrededor. Aquella estancia tenía las paredes blancas y sucias. Una pequeña ventana que daba a un patio de luces era la única ventilación del lugar, La poca luz que entraba de la calle era insuficiente y una pequeña lámpara colgaba del techo, todo daba una sensación decadente, frente a mí tenía una mesa llena de papeles en desorden donde un bote de conservas reciclado que contenía el material necesario para para escribir. Había algunas fotos encima de la mesa. Durante diez minutos estuve esperando que me atendiesen, diez minutos que se me hicieron eternos. Apareció un hombre con bigote y una gorra, moreno, bajo y de unos cuarenta y pocos años. Se sentó frente a mí con el semblante serio; al verlo ya me esperaba lo peor, me había estado preparando para ese momento durante toda la semana y estaba casi convencida de que me lo negarían. A mi modo de ver, si podían darme el visado no tenían por qué hacerme esperar. En el fondo temía que me lo negasen por ser menor de edad. Miré con atención a aquel hombre que tenía mi futuro en sus manos y que me habló muy serio.
-Buenas tardes de nuevo, soy René Diestre, he estudiado su expediente, es usted muy joven para haber viajado tanto, siento lo de su padre, todos hemos perdido a alguien en este conflicto. En fin, en su caso nos hemos encontrado con un pequeño problema, tiene usted diecinueve años y es menor de edad según el estado español, pero aquí en Francia ya está considerada mayor de edad. Ha sido difícil la decisión: la concesión del visado dependía de si la considerábamos como adulta o como dependiente de sus padres, en ese caso necesitaríamos la autorización de su madre por escrito. Después de pensarlo mucho hemos decidido que, ya que estamos en Francia, debemos suponer que usted está aquí por voluntad propia. ¿Es así señorita? -explicó del tirón, dejando la pregunta en el aire.
-Si, señor, estoy en Francia porque no puedo volver a España, allí me espera la cárcel -respondí, controlando los nervios.
-Está bien, ahora no debe preocuparse por eso, ¿Va a viajar sola? -me preguntó por sorpresa. No había esperado que surgiera esta pregunta y no sabía qué contestar. Medité un segundo y opté por la verdad.
-No, mi prometido me acompañará durante el camino, nos casaremos aquí en Marsella, si nos da tiempo antes de que salga el barco hacia Casablanca, o en caso contrario cuando lleguemos a Estados Unidos -relaté del tirón, rezando por que esa fuera la respuesta correcta.
-Está bien, teniendo presente todo esto que usted me cuenta, creo que estoy legitimado para concederle el visado hasta Estados Unidos, además le daré una carta para el cónsul de México para que le facilite también un visado para su país -aseveró aquel hombre cambiando su cara seria por una más amable. Mi expresión de tristeza y resignación cambió a una de alegría, que se incrementó cuando el hombre siguió hablando.
-He de decirle que su caso es muy delicado, porque creíamos que viajaba sola, siendo mujer y tan joven es un riesgo y teníamos miedo de que en el trayecto le ocurriese alguna desgracia, pero usted me ha dicho que viajará con su prometido, entiendo que él cuidará de usted. ¿Cierto? -preguntó con una sonrisa.
-Sí, señor. Es posible que ya estemos casados durante el viaje -dije deseando que esto fuera cierto.
-Entonces le daré otra buena noticia: ofrecemos una ayuda de 5000 francos para los españoles refugiados. Usted recibirá ese dinero en estos días. Yo le aconsejo que compren el pasaje del Nyassa enseguida y en cuanto llegue el barco que les llevará a Casablanca, suban a bordo. Espero que su acompañante tenga suficiente dinero para comprar el suyo, enhorabuena, aquí tiene los documentos -Me entregó un sobre grande, que contenía el tesoro más preciado que tenía en aquellos momentos.
Una vez me entregó el visado, se levantó de la silla y me ofreció su mano, se la estreché con una sonrisa en la cara y salí corriendo a encontrarme con Edel.
Volé por las calles de Marsella, con una sonrisa en el rostro, las lágrimas de felicidad escapaban de mis ojos, llegué al piso que compartíamos y entré en la habitación como un vendaval. Sin pensarlo me lancé en sus brazos y lo besé emocionada. Edel, en un primer momento sorprendido por la efusividad y asustado por mis lágrimas se quedó inmóvil, pero enseguida reaccionó y me abrazó con fuerza.
-¿Qué ha ocurrido? -inquirió, todavía sin saber cómo reaccionar.
-¡Me han dado el visado!, ¡podremos salir de Europa! -exclamé mientras me apretaba contra su pecho. Cuando conseguí calmarme le enseñé el documento y nos volvimos a abrazar felices. Nos besamos en los labios con ternura al principio para dejar paso luego a la pasión que nos incendiaba por dentro, descargando toda la adrenalina del momento. Edel me sujetaba por la cintura y me estrechaba contra su cuerpo, yo había pasado los brazos por su cuello. Los besos derivaron en caricias por encima de la ropa y, estábamos a punto de pasar el límite de la cordura cuando Edel, con mucha fuerza de voluntad, se separó de mí y, mirándome a los ojos, espetó:
-Cariño, tenemos que casarnos enseguida. No vamos a aguantar mucho tiempo así -Acariciaba mis cabellos pero yo necesitaba sentir sus manos en mi cintura, acariciando mi espalda y sentir sus labios en los míos.
-Podríamos olvidar la promesa y cuando lleguemos a América casarnos -supliqué con la respiración acelerada.
-Mi vida, hacerte mi mujer es lo que más deseo en el mundo, pero lo prometimos -repitió por enésima vez, desesperándome.
-¡La señora Teresa no lo sabrá nunca! Necesito más de ti, ya no puedo esperar más. Estás tan cerca y tan lejos, me besas y ya no es suficiente, quiero más -confesé mientras el rubor cubría mis mejillas.
-No podemos defraudar a la señora Teresa, ella ha confiado en nosotros y se lo debemos, por muy duro que sea. Te prometo que después te compensaré por todo este tiempo de espera -dijo provocando un dolor íntimo difícil de ignorar.
-Está bien, cariño, perdona, no sé lo que me pasa que estoy más sensible, te necesito -repuse, sintiendo que un nudo se apretaba en mi garganta.
-Esperaremos como prometimos. Habrá sido la emoción de conseguir los papeles que ha acelerado tu corazón -justificó para que no me sintiera culpable.
-Además hay algo que todavía no sabes, me han dicho que me darán dinero para comprar el pasaje -comenté acordándome de ello.
-¿Lo dices en serio? -preguntó incrédulo.
-Es posible que mañana lo reciba y podamos ir a comprar los billetes del barco. ¡Tenemos que buscar una iglesia que nos casen, Edel! -exclamé con entusiasmo.
-Eso es estupendo, Elisa, entonces ya no tendremos que esperar más, en cuanto te den ese dinero, vamos a comprar los billetes del barco. Después nos casamos en la iglesia. Iremos a hablar con el cura mañana mismo, con suerte el fin de semana estamos por fin unidos en matrimonio -planificó mi chico, mirándome a los ojos, donde ya podía identificar los signos de su deseo.
Esa noche teníamos mucho que celebrar. Edel me llevó a la playa y no fue a trabajar a los muelles, como era su costumbre. Contemplamos la puesta de sol y cenamos en la orilla del mar. Los dos abrazados bajo la luna, hablábamos de nuestro futuro. El sonido de las olas nos acompañaba y la felicidad se reflejaba en nuestros ojos.
-Elisa, cuando lleguemos a Nueva York, Ethan me ha prometido que nos podremos quedar con él todo el tiempo que queramos -me explicaba en voz baja.
-Es un buen amigo, lo recuerdo con cariño. No me gustaría abusar de su hospitalidad -confesé, pues la idea de vivir con otras personas se me hacía difícil.
-Buscaré un empleo y cuando ahorremos un poco compraremos una casita para nosotros dos solos -seguía contándome.
-Estando contigo me da igual vivir bajo un puente, Edel, sólo quiero que podamos ser libres para querernos sin que nos juzguen -comenté con la voz rota por la emoción.
-Espero que donde vamos no haya estos prejuicios -deseó él besándome en la frente, mientras las olas nos susurraban canciones de amor.
-Quiero que dejen de mirarnos como a bichos raros por estar juntos. Eres mi vida -continué cada vez más bajo hasta que las últimas palabras apenas se escucharon.
-No sé lo que pasará cuando lleguemos, pero allí la guerra está lejos y espero no tener problemas, pero quiero que sepas que, pase lo que pase, digan lo que digan, siempre estaremos juntos. Ahora estamos muy cerca de alcanzar nuestra libertad -afirmó mi chico de ojos azules, llenando de esperanzas mi alma.
Regresamos a la habitación de madrugada, de la mano y felices. Aún nos quedaba un largo camino hasta cumplir nuestros sueños, pero empezábamos a vislumbrar la meta. Aunque las cosas no saldrían cómo lo esperábamos...
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