-26
Escuchamos llegar al tren emocionados. Nos levantamos y, cogidos de la mano, subimos al vagón. Colocamos nuestro pequeño equipaje en un compartimento vacío y nos instalamos. Al cabo de unos diez minutos, pasó el revisor para comprobar nuestro billete.
-Señores, este tren va con destino a París, les recuerdo que estamos en zona de guerra y no podemos garantizar la seguridad de los viajeros. Permanezcan en silencio y no enciendan luces. Sigan todas las indicaciones y que la suerte nos acompañe a todos -dijo del tirón. Se notaba que era un discurso aprendido.
-De acuerdo, muchas gracias por el aviso -respondió Edel con educación.
Mientras el tren estuvo detenido en la estación, noté que me miraba de una forma muy especial.
-¿Qué ocurre, Edel? ¿Por qué me miras así? -inquirí con una sonrisa, observando un brillo inusual en sus ojos.
-Estoy maravillado por lo valiente que eres -dijo, sorprendiéndome.
-No soy tan valiente como piensas. Tengo mucho miedo -confesé con un suspiro.
-Sí que lo eres, Elisa. Has afrontado la separación de tus seres queridos para estar conmigo y ni siquiera te has quejado por la dureza del camino -reconoció mi chico mientras me acariciaba la mano sin dejar de mirarme a los ojos.
-Te quiero, estoy dispuesta a ir contigo donde sea -le confié con sinceridad, mientras un nudo se apretaba en mi garganta.
-Yo también te quiero. Te prometo que encontraremos un lugar donde ser felices -afirmó con la voz rota por la emoción.
-No quiero separarme de ti nunca más -dije con temor, mientras me aferraba a su brazo.
-Siempre estaremos juntos, mi vida, eres tan bella que aún no puedo creer que estés a mi lado -replicó besando mi mano. No dejamos de mirarnos a los ojos ni un segundo, en los suyos podía leer su amor.
-Me has salvado de un matrimonio concertado por mi madre. Ahora solo quiero escapar de esta guerra y que dejen de mirarnos como a bichos raros -dije con sinceridad, mientras mis pensamientos volaban atrás en el tiempo. Todavía recordaba la angustia en casa de mi madre, cuando pensé que no podría escapar de aquella situación.
-Yo también quiero escapar de esta guerra... -expresó mediante un suspiro, mirando por la ventana del tren un segundo, sólo para constatar que no nos movíamos todavía.
-Tengo ganas de llegar a América, Edel, y empezar una nueva vida contigo -pensé en voz alta. Estaba cansada de viajar. En mi corta vida había recorrido más kilómetros que cualquier persona normal en toda su vida.
-Pronto nos embarcaremos e iniciaremos nuestra vida en común. Quiero que nos casemos cuanto antes -comentó con aire pensativo. Volvió a besarme, esta vez en los labios.
-Yo también quiero que nos casemos, Edel. De ese modo nadie podrá separarnos -pedí acercándome más a él con ojos suplicantes.
-¡Lucharé contra cualquiera que intente separarme de ti! -exclamó con la respiración contenida.
No iba a renunciar al amor de Edel por nada ni por nadie. Nos miramos a los ojos y sentí su amor sin necesidad de palabras. Estábamos llegando a un punto de inflexión en nuestra huida. Me di cuenta de que, cuando llegásemos a Marsella y nos subiéramos al barco, no habría vuelta atrás. Nuestra vida cambiaría para siempre y habríamos logrado nuestro objetivo.
Cuando el tren se puso en marcha, un impulso nos empujó a abrazarnos y nuestros labios se unieron. Nos besamos emocionados porque entrábamos en la recta final de nuestra aventura. Nos dejamos llevar por el deseo contenido y, en un momento dado, Edel entreabrió sus labios, con sorpresa le imité, llevando el beso a otro nivel cuando su lengua se introdujo en mi boca, acariciando, jugando conmigo. Tras la sorpresa inicial me atreví a seguir su juego, enredando mi lengua con la suya hasta que un gemido escapó de mi garganta. Mi respiración era caótica y sentía un dolor íntimo que me hacía querer más. Cada fibra de mi ser reclamaba sentir sus caricias. La tensión de estar tan cerca y apenas podernos tocar mientras viajábamos con el señor de las verduras, había explotado en aquellos momentos en los que nos embargaba la emoción y se despertaba nuestra pasión. Estábamos abrazados en el compartimento del tren, nadie viajaba con nosotros, Edel me acariciaba la espalda, bajando a zonas muy sensibles. Yo trataba de asimilar todo lo que estaba sintiendo y sujetaba su cabeza con mis manos, acariciando su nuca, impidiendo que se retirase y diera por finalizado aquel beso. Tras lo que me pareció solo un instante, Edel se separó de mí sonriendo.
-No podemos seguir, cariño -murmuró con la voz ronca.
-No sabía que se podía besar así -repuse con la respiración agitada, mis labios estaban hinchados y sentía fuego en mi interior. Edel me abrazó y apoyó mi cabeza en su pecho para que escuchara sus latidos, tan rápidos como los míos.
-Esto es lo que le haces a mi pobre corazón -dijo suspirando, mientras una sonrisa se asomaba a mis labios.
De pronto un ruido muy conocido y temido se destacó sobre el sonido del tren.
-¡Aviones! -exclamé aterrada, aferrándome a mi chico.
El tren se detuvo y todos permanecimos en silencio, rezando para que no nos vieran.
-Tranquila, no pasará nada, estás conmigo -susurraba Edel en mi oído, intentando que dejara de temblar. Pero no era capaz de sobreponerme al terror. Mi experiencia dominaba mis nervios.
-Señores, el tren permanecerá parado hasta que pase el peligro, rogamos guarden silencio y no enciendan ninguna luz -explicó el revisor unos minutos más tarde.
-Ya lo has oído, cariño. Seguro que pronto podremos seguir. Pero no temas porque estamos ocultos con estos árboles -explicó Edel, señalando el bosque que nos rodeaba, tratando de darme un poco de seguridad. Permanecimos callados, sin movernos de los asientos y en tensión hasta que media hora más tarde el tren inició la marcha de nuevo.
En poco más de cuatro horas cubrimos la distancia que nos hubiese llevado días recorrer andando.
Era el 22 de marzo de 1942 cuando llegamos a nuestro destino. La situación en Marsella era todavía estable, aunque estaba muy castigada por los bombardeos. En las calles podíamos ver los edificios en ruinas. Los escombros, algunos todavía humeantes, recordaban que nadie estaba a salvo en aquella guerra. Eran las seis de la tarde y ya empezaba a oscurecer, las calles estaban repletas de gente, personas que también huían como nosotros y la ciudad no podía albergar a tanta población.
-¿Dónde vamos a alojarnos hasta que zarpe el barco? -pregunté mirando alrededor.
-No lo sé, Elisa, pero tenemos que darnos prisa porque está anocheciendo -confesó Edel mientras buscaba con la mirada.
Siempre cogidos de la mano recorrimos parte de la ciudad hasta encontrar el puerto. Nos adentramos en unas oficinas a punto de cerrar.
-Buenas tardes, ¿cuándo zarpará el primer barco hacia América? -preguntó mi chico, mientras yo esperaba la respuesta desde detrás suyo, con ansiedad. Ya me daba igual en qué lugar nos dejaran: Sólo quería escapar junto a mi chico de ojos azules de aquella guerra.
-¿Tienen sus documentos y los visados a punto? -preguntó alguien desde el otro lado del mostrador, mirándonos con atención.
-Acabamos de llegar hoy, todavía no los tenemos, pero necesitamos salir de Europa, ¿Dónde los podríamos conseguir? -preguntó a su vez Edel.
-Deben preguntar en el consulado del país al que quieren ir, allí les dirán todo lo que necesitan saber -nos informó otra persona, mientras mis ilusiones se iban desinflando un poco.
-¿Hasta cuándo tenemos para prepararnos? -inquirí, saliendo de detrás de mi chico y acercándome al mostrador.
-Si están preparados en abril, aún no se sabe la fecha concreta, partirá el Nyassa desde Casablanca -me respondió con una voz cansada.
-¿Cómo podremos llegar hasta allí? -Continuó Edel, con la preocupación dibujada en su rostro.
-Tendréis que viajar hasta allí en otro barco, que zarpará desde aquí -nos explicó aquel hombre, que empezaba a impacientarse.
-¿Qué nos costará el viaje? -inquirí preocupada, ya que me temía que el precio fuese excesivo al tratarse de dos barcos.
-Deben reunir unos 6000 francos por persona. Al ser dos tendréis que abonar 12000 Francos aproximadamente, el precio puede variar unos cientos arriba o abajo -dijo aquel hombre como si se tratase de calderilla.
-¿Desde aquí no sale ninguno hacia América? -insistí.
-En estos momentos, no. Ha partido el Sinaia hace un mes, desde aquí no zarpará ninguno más -afirmó con seguridad aquella persona, con la impaciencia grabada en su mirada.
-Está bien, le agradecería que me dijera cuándo zarpa el barco que nos llevaría a Casablanca -Continuó Edel, con la mirada decidida.
-Principios de abril, quizás se retrase hasta el quince de abril, depende de la situación del conflicto, saben que estamos en guerra y en estos momentos no se puede asegurar nada. Les puedo decir una fecha y les estaría mintiendo descaradamente, ya que puede resultar atacado en su camino hacia aquí y no poder salir - respondió encogiéndose de hombros.
-Por último ¿Dónde podemos dormir en Marsella? No tenemos dónde quedarnos esta noche -Indagué, preocupada porque la oscuridad estaba avanzando rápido.
-Lo que les aconsejo es que pregunten a algún pescador que les deje dormir en alguno de sus barcos de faena, porque en la ciudad ya no queda nada, lo que no está ocupado está derruido. Hay muchas personas que están esperando para zarpar en el Nyassa el mes que viene -declaró el hombre del mostrador mientras se retiraba y colgaba el cartel de cerrado.
Salimos de las oficinas del puerto y nos dirigimos a la zona donde atracaban los barcos de pesca. El viento helado nos azotaba la cara, agarrados de la mano nos acercamos a unos pescadores que estaban reparando una red de pesca. Mientras nos aproximábamos pude ver que nos dirigían miradas desconfiadas y poco hospitalarias.
-Edel, no me gusta cómo nos mira esta gente -susurré antes de llegar.
-No tenemos alternativa, cariño, ya has oído a ese hombre - dijo él apretando mi mano. Necesitábamos un lugar donde dormir y, pese a la actitud hostil, nos dirigimos a ellos:
-Perdonen, señores, necesitamos un lugar donde poder pasar la noche, nos han sugerido que quizás alguno de ustedes nos dejaría dormir en uno de sus barcos -habló mi chico con educación.
Me mantuve detrás suyo pues tenía miedo. El aspecto de aquellos hombres era bastante desaliñado, con barbas y pelo alborotado, vi cómo se miraban unos a otros.
Al final uno de ellos nos dijo que le siguiéramos. No parecía que hablara español, ni francés, ni alemán, sino una mezcla de todo ello. Pero nos ofreció un pequeño barco de pesca, en el que podríamos refugiarnos del frío en un camarote pequeño. No había ninguna cama allí, pero la alternativa de dormir en la calle era todavía peor.
-Muchas gracias, señor -dijo Edel. Aquel hombre se sacó el sombrero y nos contestó algo en una especie de alemán y francés todo mezclado. Pero nos pareció entender que nos deseaba buenas noches.
Entramos en el pequeño barco, el olor a pescado era intenso y se introducía en las fosas nasales. Observamos la cubierta y nos dimos cuenta de que la zona donde estaba situado el timón permanecía bajo techo, era una pequeña cabina que nos serviría de cobijo, así que nos instalamos en un lateral lejos de la puerta. Extendimos una de las mantas en el suelo y con la otra nos tapamos.
Aquella noche tampoco nos quitamos la ropa, nos abrazamos y, a pesar del fuerte hedor a pescado y el frío, nos quedamos dormidos de puro agotamiento.
La mañana llegó antes de lo que esperábamos, pues a las cuatro de la mañana nos vinieron a despertar porque el barco salía a faenar. Nos levantamos y recogimos nuestras pertenencias, agradeciendo al dueño del barco que nos hubiera dejado dormir allí.
Todavía de noche, salimos del puerto y nos internamos por las calles de la ciudad. Hacía frío.
En medio de la oscuridad, con la luz de la luna como única iluminación encontramos un edificio medio derruido en el que todavía quedaba alguna habitación en pie y decidimos quedarnos allí dentro, encogidos de frío.
Cuando el sol empezó a asomarse, un poco de claridad en el horizonte nos despertó. Permanecimos abrazados mientras hablábamos de lo que debíamos hacer a partir de entonces.
-No sabía que necesitaríamos visados para llegar a Estados Unidos, Ethan sólo entró en el barco y ya está. Intentaremos conseguirlos como sea, tenemos un poco menos de un mes para lograrlo -comentó mi chico mirando sus manos.
-Probablemente habrá que ir al consulado de Estados Unidos, pero me preocupa que no tengamos suficiente dinero para pagar el pasaje de los dos -confesé con vergüenza, ya que yo sólo tenía unos pocos cientos de francos que me había dado la señora Teresa. A lo sumo llegaba a doscientos, pero con eso no teníamos por dónde comenzar.
-Desde que decidimos irnos, conseguí ahorrar casi 7000 francos, entre lo que gané trabajando y lo que me enviaba mi padre. Pero creo que nos faltarán unos 5000 francos todavía -calculó Edel todavía con la mirada baja.
-No vamos a poder reunir ese dinero en tan poco tiempo -dije desanimada- podemos trabajar los dos todo el tiempo que falta para que salga el barco, pero no sé si alcanzará.
-Si es necesario trabajaré en dos lugares a la vez, puedo hacerme a la mar con los pescadores y luego por la tarde encontrar otro trabajo. Haré lo imposible por conseguirlo -replicó al escucharme derrotada.
-Si no lo conseguimos tendremos que esperar al siguiente barco -declaré resignada.
-Tenemos que marcharnos de Francia enseguida, Elisa, porque si nos atrapan estamos perdidos -declaró él abrazándome más fuerte.
-Yo también trabajaré, quizás no gane tanto como tú, pero nos servirá para poder comer mientras estemos aquí -dije levantando la vista al frente. Estaba dispuesta a todo para lograr nuestro objetivo. El recordatorio del peligro que corríamos levantó mis ánimos.
-Ahora tenemos que encontrar trabajo y un sitio donde poder dormir. Además de buscar una iglesia para casarnos -enumeró Edel besándome después.
Cuando la ciudad se puso en movimiento, nos pusimos en marcha por separado, él se fue al puerto a buscar trabajo
-Me acercaré a los despachos para ver si tienen trabajo para mí -decidió dispuesto a todo.
Mientras tanto, yo también busqué empleo. Caminé por toda Marsella buscando cualquier comercio, fábrica o lo que fuese que estuviese buscando personal. Hasta que encontré un letrero en una tienda de frutas, de un mercado local.
-Buenos días, he visto que necesitan a alguien para trabajar y yo creo que podría vender fruta para usted -dije, entrando en aquel comercio.
-Buenos días, es cierto que buscamos a alguien, pero ¿Tienes experiencia? -me preguntó una mujer desde detrás del mostrador.
-Sí, señora, mis padres tenían un negocio de ropa y yo trabajaba allí -mentí a medias para salir del paso.
-Está bien, tendrás que pasar una semana de prueba, si veo que te desenvuelves bien con la gente podrás quedarte -señaló aquella mujer con una sonrisa.
-Perdone, ¿Sabe dónde podría alquilar una habitación para dormir? -inquirí antes de salir de la tienda.
-Puedo ofrecerte una habitación con derecho a cocina, te lo descuento de tu sueldo, mientras trabajes aquí podrás vivir en ella, si quieres -me ofreció después de pensarlo un momento.
-Pues se lo agradecería mucho, señora, ¿Cuándo quiere que empiece? -pregunté con una enorme sonrisa en mi rostro.
-Mañana. Te apuntaré dónde está la habitación para que te puedas ir instalando si quieres -dijo la mujer mientras me escribía la dirección en un papel.
Salí de allí dando las gracias a aquella mujer, satisfecha de haber conseguido en tan poco tiempo trabajo y habitación. Esperaba que a mi chico de ojos azules también le hubiera ido bien. Habíamos quedado en encontrarnos en la casa derruida donde nos habíamos refugiado parte de la madrugada. Cuando llegué, Edel me estaba esperando y me lancé a sus brazos, rodeando su cuello y fundiéndome en un beso, porque a pesar de que hacía poco que nos habíamos separado, tenía grandes noticias y estaba muy emocionada.
-Edel, ¡ya tenemos una habitación para esta noche y he conseguido un empleo vendiendo en el mercado! -exclamé con alegría.
-Yo también tengo buenas noticias, tengo trabajo en las oficinas de los muelles y, por las tardes, iré a descargar barcos en el puerto. Así conseguiremos en un mes el dinero que nos falta -replicó él, también con la voz emocionada.
Volvimos a abrazarnos y, tras recoger nuestras cosas nos dirigimos a la que sería nuestra casa hasta que nos embarcáramos. Nos instalamos en aquella pequeña habitación y desayunamos un poco de las provisiones que todavía nos quedaban del camino. El pequeño habitáculo tenía una cama, un pequeño mueble con cajones y una ventana que daba a la calle. La cama era pequeña, pero nos las arreglaríamos para dormir los dos, también había una mesa pequeña y dos sillas. Era pequeño pero de momento todo lo que necesitábamos era un techo donde vivir hasta poder marcharnos.
-Es perfecto, Edel, aquí podemos vivir hasta marcharnos, hoy nos acercaremos a los consulados para que nos expliquen qué hemos de hacer para conseguir un visado -propuse entusiasmada.
-¡Vamos, Elisa! ya estamos muy cerca. Yo ganaré en un mes lo que nos falta, ¡así tenga que trabajar en tres sitios a la vez!-exclamó él logrando que sonriera una vez más.
Nos pasamos toda la tarde en los consulados intentando averiguar cómo salir de Marsella para embarcar en el Nyassa. Hablamos con varias personas que nos remitían a diferentes entidades.
-Elisa, tú tendrás que acercarte a SERE, el servicio de evacuacion de refugiados Españoles, Yo me acercaré a Anti-fascist Relief and rescue committee. Es más complicado de lo que parecía. Cuando se fue Ethan, era mucho más sencillo, pero la guerra sólo estaba en sus inicios. Ahora debemos apresurarnos, ojalá podamos encontrar la manera de salir de aquí el mes que viene -resumió él con la preocupación reflejada en su voz.
-Para obtener los visados más rápido tendremos que ir por separado, yo me acercaré a SERE esta tarde a ver si me reciben, tú ve al otro sitio. Espero que podamos solucionarlo pronto -propuse impulsada por la impaciencia.
La sociedad nos dividía en dos categorías diferentes y ambos teníamos que enfrentarnos a esa circunstancia en solitario. Si íbamos juntos, la presencia de Edel podría perjudicarme y lo mismo ocurriría si yo le acompañaba.
Ante esta situación decidimos ir cada uno por su lado y dividir nuestras fuerzas. Pertenecíamos a dos bandos opuestos. Aunque como todos sabemos los polos opuestos se atraen.
Fui al servicio de emergencia de refugiados Españoles. SERE.
-Buenas tardes, me han remitido a ustedes para solicitar su ayuda para escapar de Europa -expliqué a un funcionario muy serio.
-Necesito que me explique con claridad cuál es su situación para saber si podemos ayudarla, joven.
-Tuve que huir de España después de la guerra civil, pero cuando llegué a Francia me internaron en un campo de trabajo -expliqué con calma, tratando de ordenar mis pensamientos, para no decir algo que pudiese ser perjudicial para mis propósitos.
-¿En qué campo la internaron? -me preguntó apuntando en un formulario todo cuanto decía.
-No recuerdo el nombre pero estaba cerca de la población de Alliers.
-¿Cómo salió de allí? -inquirió mirándome con sorpresa.
-Nos transportaron en un tren de mercancias hasta Matthausen, allí me separaron de mi familia y me quedé sola -expuse mostrando mis manos.
-¿Qué ocurrió con su familia? -preguntó mientras iba anotando sin siquiera mirarme cuando me preguntaba.
-Fueron a parar a un campo de concentración. A mi me devolvieron a España, pero he tenido que volver a huir de nuevo.
-De acuerdo, con eso nos basta para tomar una decisión. ¿Cuántos años tiene?, necesito su documentación -me pidió mirándome por primera vez desde que había entrado a aquel despacho. Se la entregué y me dirigió una mirada que no supe descifrar.
-Está bien, estudiaremos su caso y la semana próxima le diremos si podemos ayudarla -replicó, dando por finalizada aquella conversación, se levantó y me invitó a salir del despacho, dejándome con la sensación de haber fracasado en mi propósito.
Por su lado Edel fue a la Anti-fascist Relief and rescue committee. una entidad que se ocupaba de ayudar a aquellos alemanes que huían por ser contrarios al régimen fascista, eran refugiados políticos.
Cuando nos reencontramos horas más tarde, Edel me contó cómo le había ido a él.
-Les he tenido que explicar mi participación en la organización Edelweißpiraten. Les he dicho que me estaban buscando y por eso mi padre me había enviado a Alliers.
-¿Y no te han preguntado nada más? -inquirí con impaciencia por saber si había conseguido algo.
-Me han interrogado para averiguar si había cometido algún crimen, pero les dije la verdad, que solo me dedicaba a escribir panfletos y pintar paredes.
-¿Y te dieron enseguida el visado? -pregunté con cierta envidia.
-El oficial que me atendía salió de la oficina para consultar con algún superior. Por un momento creí que no me lo darían pero al cabo de un rato me entregó un visado para entrar en Estados Unidos y una carta para el consulado de México, para que me expidieran también el visado.
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