-23
Cuando la señora Teresa se marchó en aquel camión, se me inundaron los ojos de lágrimas al perder a una amiga de verdad que, a pesar de su edad y de nuestra diferencia de clase social, había sido nuestra mejor aliada. Vi cómo secaba ella también sus ojos, sentada en aquel camión que nos separaría para siempre. Tras su marcha, me di la vuelta y abracé a mi chico, rompiendo a llorar. Él acarició mi pelo hasta que mis lágrimas cesaron. Levanté la vista y me encontré con sus ojos azules, sonreí y él se inclinó hacia mí fundiéndonos al fin en un beso. Tras tanto tiempo separados, el contacto de sus labios despertó emociones y sentimientos nuevos, un anhelo desconocido me impulsaba a enredar mis dedos en su pelo, el corazón se desbocó y no conseguía saciar mis ganas de besarle. No me preocupaba respirar, sus labios colmaban mi felicidad. Colocó sus manos en mi espalda apretándome contra su cuerpo, hasta que, poco a poco se separó de mí terminando aquel beso, dejándome con ganas de más. Cogió mi mano y caminamos juntos hacia la casa, me acompañó a la puerta de mi habitación y me dio un dulce beso en los labios.
—Buenas noches, Elisa —susurró con voz ronca. Se dio la vuelta y entró en la suya sin esperar mi respuesta.
—Buenas noches —lancé al aire, tocando mis labios para recordar su contacto.
Entré en la habitación con la respiración acelerada. Había olvidado por completo a la señora Teresa, pero al ver su cama vacía volvieron los recuerdos y una parte de mí quiso compartir con ella todas estas sensaciones que me invadían al estar cerca de él. Pero era imposible, a partir de entonces solo tendría a Edel. Me desvestí y me acosté en la cama, pero el sueño se negaba a aparecer. Algo en mi interior había despertado y no sabía cómo apagar la llama que me consumía. Pensé en ir a buscar a mi chico, pero lo descarté por vergüenza. Después de lo que me pareció una eternidad me dormí, pero tuve sueños extraños y me desperté temprano. A pesar de todo me sorprendió encontrarlo en el comedor cuando bajé.
—Buenos días, Elisa —me saludó con voz emocionada. Al mismo tiempo la familia que nos había acogido entró en el comedor, impidiendo que me lanzara a sus brazos de nuevo para besarle.
—Buenos días a todos —saludé, sentándome frente a él. No podía dejar de mirar sus ojos, desayuné sin ver lo que había en mi plato, con impaciencia.
—¿Habéis descansado bien? —nos preguntó la dueña de la casa.
—Sí, señora. Le estamos muy agradecidos por su hospitalidad —contesté enseguida, desviando la mirada hacia la mujer, de unos cuarenta años, morena y un poco más baja que yo. Sus ojos marrones transmitían cordialidad.
Al poco tiempo llegó el dueño de la casa, quién enseguida nos informó de que la señora Teresa había llegado sin problemas a España y ya estaba fuera de todo peligro. Me produjo un gran alivio saberlo. A partir de aquel momento tenía una preocupación menos.
—Bueno, chicos. Yo voy a dormir ahora pues esta noche vuelvo a salir —anunció, disculpándose al retirarse a su habitación.
Tras el desayuno, salimos de la casa aún asimilando que por fin estábamos juntos. No podía dejar de mirarle.
—Te vas a caer si no miras hacia delante —me decía Edel con una sonrisa, a pesar de que él tampoco dejaba de mirarme.
—No puedo creer que estemos juntos —musité—Te he echado tanto de menos que todavía no creo que sea cierto y temo despertar —confesé apoyando mi cabeza en su brazo.
—Estamos aquí, lo conseguimos y lucharemos contra todo el que se interponga entre nosotros —afirmó con una mirada decidida, cogiendo mi mano para besar la palma —vamos a sentarnos en este parque.
—¿Recuerdas cuando jugábamos en el río, en la casita blanca? —pregunté, remontándome al pasado.
—Lo recuerdo, eras una belleza entonces, pero ahora lo eres todavía más —respondió haciéndome enrojecer.
—La señora Rose me regañaba por tardar tanto en lavar la ropa —confesé con una sonrisa.
—Pues Pierre me dio un sermón para que no jugara con tus sentimientos —desveló, tomándome por sorpresa, pues hizo que me diera cuenta de cuánto se preocupaban por mí.
—¿Qué ocurrió con Pierre y la señora Rose? Me he acordado muchas veces de ellos —inquirí con un suspiro, mientras mis ojos se empañaban.
—Cuando regresé de acompañar a Ethan se marcharon a Suiza. Espero que sean felices —me explicó mirando sus manos.
—Yo deseo que también Ethan haya conseguido rehacer su vida. ¿Qué fue de sus padres? —indagué con cautela. Edel hizo un gesto negativo que no hizo falta que explicara. La guerra era implacable y nadie estaba a salvo, ni siquiera nosotros.
—¿Cómo fue vuestra huida? —le pregunté al ver la ola de tristeza en sus ojos.
—Salimos aquella noche, hicimos dos cambios de tren, bajando por la parte trasera, nos escabullíamos entre las vías hasta subir al siguiente vehículo. En una ocasión nos escondimos entre las maletas —comentó con una sonrisa, pero la situación debía haber sido peligrosa.
—Supongo que la despedida debió ser triste, erais buenos amigos —comenté reteniendo su mano entre las mías. Podía comprender lo que había sentido ya que yo había sufrido pérdidas similares.
—Sí, fue triste —dijo con la mirada perdida —. Pero al regresar a la casita blanca y no encontrarte quise morirme —confesó, mientras un nudo se formaba en mi garganta al pensar en la angustia que debía haber sentido, yo también creí que algo malo le había ocurrido al no recibir sus cartas.
—No me dejaron avisarte, una mañana nos congregaron a todos y nos llevaron a un tren de mercancías, nos trataron como animales y yo solo podía pensar en ti, sabía que estarías muy preocupado cuando regresaras —murmuré con un hilo de voz.
—Intenté encontrarte, Elisa, juro que busqué hasta debajo de las piedras, pero nadie me decía nada —continuó explicando, con la mirada fija en sus manos. Observé cómo caían sus lágrimas e intenté consolarle.
—Sé que hiciste cuanto estuvo en tu mano —reconocí con la voz entrecortada.
—No fue suficiente y mi padre no quiso ayudarme. Quizás hubiese podido salvar al tuyo —repuso mirando mis ojos. Esperaba rechazo, pero yo solo tenía amor para él. Agradecía todo el esfuerzo que había hecho, aunque no hubiera dado sus frutos.
—¿Nadie te dijo que nos llevaron a España? —pregunté mientras secaba una de sus lágrimas con mi mano.
—Nunca me lo dijeron, todos decían que habríais muerto en un campo de concentración —explicó, alzando su rostro hacia mí, con los ojos enrojecidos bien abiertos, recordando el dolor que había sentido y reflejando su frustración. Me acarició la cara con dulzura.
—Debió ser duro. Yo intenté comunicarme contigo en cuanto me fue posible, pero no contestabas mis cartas —le expliqué, tratando de que ese dolor quedara en el pasado.
—Regresé a Berlín para poder encontrarte, pero tras casi un año de búsqueda me rendí —repuso, volviendo a bajar la vista a sus manos. Se sentía culpable, me lo decían sus gestos.
—Yo también me rendí, Edel. Tras un año escribiendo, dejé de hacerlo creyendo que te habría ocurrido algo, o te habías olvidado de mí —admití para aliviar su culpabilidad— ¿Qué hiciste todo ese tiempo? —inquirí con curiosidad.
—Me dediqué a escribir panfletos revolucionarios contra el régimen, con un grupo estudiantil: los edelweißpiraten, hasta que me descubrió mi padre —me explicó, por fin con una pequeña sonrisa.
—Eso consiguió que volviéramos a encontrarnos —observé devolviendo la sonrisa, mientras pensaba en su padre, que había hecho lo imposible por separarnos y al final había conseguido lo contrario con sus acciones.
—¿A dónde os trasladaron a vosotros? —inquirió, centrando su atención en mí de nuevo.
—Nos trasladaron a Alemania y nos separaron de mi padre y mis hermanos. Después nos llevaron al pueblo. Allí no teníamos nada. Yo no quería vivir sin ti y sin mi familia—admití mientras le miraba a los ojos.
—También has sufrido mucho —reconoció, besando mi mano.
—Gracias a la señora Teresa, en Barcelona, empecé a escribirte, pero el tiempo pasaba y no recibía respuestas. Por suerte conseguimos rescatar a mis hermanos y eso me ayudaba a seguir adelante. Cuando me respondiste volví a ser feliz, pero descubrieron que estábamos en contacto y trataron de separarnos —expliqué del tirón—. El resto ya lo sabes —finalicé mirando sus ojos.
Ambos teníamos unas vivencias propias en el tiempo que estuvimos separados, pero al compartirlas pasaron a formar parte de la historia de los dos. Después de hablar del pasado, empezamos a planificar nuestro futuro.
—Tenemos que hablar de lo que vamos a hacer a partir de ahora —espetó cambiando de tema, recuperando la sonrisa y mirándome a los ojos.
—Hemos de buscar un lugar donde nadie nos juzgue por ser quienes somos —repliqué, mostrando mis manos. Estaba cansada de las miradas de rechazo que sentía cada vez que me veían con él. Su apariencia nórdica, junto a la mía que era evidentemente hispana, resultaba chocante para la gente.
—Aquí en Europa, la situación es muy complicada, la guerra se ha extendido por toda Francia y no hay ningún lugar seguro. De hecho, ni aquí estamos seguros. Tenemos que escapar hacia América —expuso mi chico mientras yo pensaba en todo lo que llevaba implícita la decisión.
—Eso había pensado yo —confesé—, en España no hay muchas noticias de la guerra, con la censura del régimen de Franco sólo nos dicen lo que les conviene a ellos. Pero después de lo que pasó en el campo de refugiados, aquí en Francia, creo que lo mejor es que nos vayamos lejos, Edel —admití con valentía, dispuesta a seguirle donde quisiera.
—Sabes que no volveremos a ver a nuestra familia, ¿verdad? —me advirtió poniendo el dedo en la llaga. Pero yo ya lo había asumido.
—Sí, Edel, lo sé. Para estar contigo he renunciado a todos —confesé con un nudo en mi garganta—. Nadie de mi familia ha intentado ponerse en mi lugar y comprender mis sentimientos, así que no miraré atrás cuando salgamos de aquí —afirmé con seguridad, mirando sus ojos para mostrarle mi determinación.
—Es muy duro eso que dices, pero es cierto, mis padres tampoco han intentado comprenderme —admitió él también, con aire pensativo.
—Estamos solos, cariño, pero mi felicidad está a tu lado —le confesé ruborizándome.
—Si lo tenemos claro los dos, tenemos que decidir dónde vamos —replicó tomando mis manos. su mirada era una mezcla de emociones: temor, esperanza, alegría y preocupación.
—Hay que encontrar un lugar donde nos sintamos acogidos los dos —reflexioné en voz alta.
—Pero antes de planificar nada, quiero que comprendas que nos estamos jugando mucho más que nuestra felicidad, nos estamos jugando la vida en esto. ¿Aún así deseas continuar? —inquirió temeroso. Me enternecía ver cómo se preocupaba por mí, también me sorprendía que tomara en cuenta mis sentimientos y preocupaciones.
—Quiero seguir a tu lado. Lo tengo claro, Edel, y no me importa arriesgarme. Sin ti mi vida no tiene sentido. Me dijiste que Ethan está en Estados Unidos, quizás podamos ir nosotros también ¿no crees? —sugerí, mientras lo miraba expectante.
—Podemos intentarlo. Para ello debemos ir a Marsella. Desde allí zarpó el barco de Ethan —me explicó, mirando el horizonte pensativo. Frente a nosotros pasaban algunas personas que nos miraron con extrañeza, incluso con rechazo.
—¡Pues vayamos a Marsella! —exclamé animada, cogiendo sus manos y mirándole con una sonrisa.
—¡Tendremos que conseguir pasaje en uno de esos barcos que llevan refugiados de la guerra! Como Ethan —comentó él, contagiado con mi entusiasmo
Nos miramos a los ojos esperanzados, con la emoción a flor de piel, sintiéndonos vivos de nuevo. Estando juntos nada parecía imposible. A pesar de estar en plena calle me acerqué y le besé. Volvía a sentir cómo me quemaba por dentro, cuando me abrazó y presionó sus labios contra los míos.
Esa misma mañana nos acercamos a la estación de tren para comprar los billetes a Marsella, pero nos llevamos la primera gran decepción al saber que los aviones aliados habían bombardeado las vías férreas y no circulaban trenes en aquella dirección.
—¿No sabe cuándo podrá salir otro tren hacia allí? —preguntó Edel. Nuestras esperanzas estaban puestas en Marsella, teníamos que llegar como fuera posible.
—Lo siento, no sabría decirle, con la guerra no podemos estar seguros de que lo vayan a reparar —respondió la mujer que atendía a los viajeros, con una sonrisa triste.
—¡Necesitamos llegar a Marsella! —exclamé— ¿No hay otra manera de viajar hasta allí? —inquirí con la desesperación reflejada en mi voz, mientras prestaba atención a su respuesta.
—Lo siento, pueden probar por carretera, pero no les puedo asegurar nada —dijo aquella mujer apenada.
—¿Qué vamos a hacer? —pregunté mirando a Edel.
—Tendremos que buscar otra manera de llegar —afirmó con decisión.
—¿Crees que saldrán autobuses desde aquí? —pregunté esperanzada.
—No tengo ni idea, pero pronto lo sabremos —indicó mientras nos dirigíamos a la salida de la estación de tren, buscando la de autobuses. No tuvimos suerte allí tampoco.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunté mientras nuestros pies nos llevaban de nuevo a la casa donde estábamos hospedados.
—No te preocupes, encontraremos una solución —repuso Edel, tomando mi mano con fuerza. Caminábamos en silencio, intentando encontrar una solución a nuestro problema cuando me acordé de pronto del viaje que había hecho a través de toda España para llegar a Barcelona. No podía ser tan largo el camino.
—¿Está muy lejos de aquí, Marsella? —inquirí pensativa. Una idea estaba formándose en mi mente.
—No sé con exactitud, pero debe haber como doscientos kilómetros, más o menos. ¿Por qué lo preguntas? —dijo con extrañeza. Me miraba sin comprender.
—Podemos intentar ir por carretera y si alguien nos recoge ir en coche —sugerí, enfatizando mis palabras con gestos. No podía ser tan difícil.
—No sé cómo estarán las carreteras, vamos a preguntarle al dueño de la casa, él, al ser camionero, seguro que sabe las condiciones en las que se encuentran —sugirió mi chico sin descartar la idea. Aunque esa misma tarde nos dieron la segunda mala noticia del día, las carreteras estaban cortadas por los desperfectos causados por las bombas.
—Tiene que haber otra manera —afirmé convencida—¿No hay caminos que conecten los pueblos? —le pregunté a aquel hombre, que nos miraba con gesto cansado.
—Podéis intentarlo, creo que desde aquí a Marsella hay una red de caminos antigua, que se utilizaba hace años, pero son de tierra y están en mal estado —afirmó aquel hombre pensativo.
—Entonces podemos ir andando —sugerí, mirando a mi chico, que se había quedado callado mientras hablábamos. En aquellos momentos podía ver que estaba calibrando la posibilidad de hacer la travesía.
—¿De cuánto tiempo estaríamos hablando? —preguntó al camionero.
—Será un trayecto de una semana por lo menos, siguiendo la costa —nos informó aquel hombre. Vi el gesto de derrota de Edel, al considerar excesivo el camino.
—¡Podemos hacerlo! —exclamé dirigiéndome a él, para hacerle saber que estaba dispuesta a caminar lo que hiciera falta.
—Es mucho tiempo, Elisa —respondió él dudando.
—No importa —contesté con rapidez.
—¿Estás segura, cariño? —insistió Edel, mientras miraba al camionero buscando una alternativa, que no existía en aquellos momentos.
—Contigo, sí —afirmé con rotundidad—. Viajé con mi familia por España y crucé los pirineos. No me asusta caminar.
—Está bien, tendremos que prepararnos para la travesía —aceptó por fin Edel, dedicándome una sonrisa.
—No quería deciros nada, pero os tendríais que marchar cuanto antes —intervino el camionero, sorprendiéndonos. —¿Qué ocurre, señor? —inquirió preocupado Edel, sujetando mi mano.
—He oído rumores, la resistencia está activa por esta zona, corres peligro aquí, muchacho —explicó con voz preocupada.
—Nos marcharemos enseguida, señor —afirmó él con seguridad, mientras un nudo se apretaba en mi garganta. Teníamos que tener cuidado. Podían confundir a mi chico con un espía alemán y matarlo. El miedo me dejó muda.
—¡Vámonos ya! —exclamé cuando nos quedamos a solas, empujada por el miedo.
—Nos iremos mañana, te lo prometo, pero antes tenemos que comprar lo que nos hará falta para el camino —dijo, abrazándome para calmar mi ansiedad.
Tomamos la decisión de ir caminando hasta Marsella. El dueño de la casa nos había indicado que siguiéramos la costa, pero debíamos ir preparados para pasar las noches a la intemperie. Paseamos por el pueblo hasta encontrar una tienda donde aprovisionarnos. Compramos dos mantas y una mochila para que yo pudiese llevar mis pertenencias de manera más cómoda. En el comedor estuvimos preparando las cosas para salir al día siguiente. La dueña nos obsequió con una bolsa de comida para el camino, aunque solo nos duraría uno o dos días.
—Os he puesto pan, embutido y algo de fruta, me temo que no puedo ofreceros más —explicó aquella mujer, con una sonrisa de disculpa.
—Se lo agradecemos mucho, señora —dije, tomando las provisiones para guardarlas.
—Espero que tengáis suerte —nos deseó, mientras Edel se aproximaba a ella ofreciéndole dinero por la ayuda.
—¿Cuánto le debo por todo? —preguntó sacando una cartera de su bolsillo.
—No os voy a cobrar nada por la comida, usted me pagó de antemano la estancia por una semana. Está todo cubierto —expresó con un gesto negativo de las manos.
—Se lo agradezco mucho, señora —comenté, tomando sus manos para enfatizar mis palabras.
—Espero que tengáis suerte, tened cuidado, el peligro acecha por doquier —nos aconsejó antes de retirarnos a dormir.
Como la noche anterior, Edel me acompañó a la puerta de mi habitación y se despidió de mí con un beso ligero en los labios. Me detuve un segundo a pensar y me di cuenta de que a partir del día siguiente no tendríamos asegurada una cama para dormir. El camino sería duro, pero tenía experiencia y sabía de lo que era capaz. Me tumbé en la cama pensando en la travesía que debíamos hacer. Pasaríamos una semana viajando solos, con la tentación a nuestro lado. Dormiríamos separados siempre que fuera posible pero, si nos encontraba la noche sin hallar un lugar donde dormir, nos tendríamos que acurrucar juntos para no morir de frío. ¿Cumpliría Edel su promesa?, Yo no lo sabía entonces, pero más tarde me di cuenta de lo difícil que sería respetarla...
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