-20
Día 13 de Marzo, viernes.
Con mi chiquilla en la mente y el corazón, salí del trabajo en la maderera después de cobrar mi última paga semanal, fui a la estación y compré un billete hasta Perpignan. Regresé a la casita blanca donde, por última vez, subí los escalones que conducían a mi habitación y recogí mis cosas. Tenía que llevarme lo justo, no sabía lo que nos depararía nuestro viaje y el exceso de equipaje podía entorpecernos, así que metí en una pequeña mochila algo de ropa, y me despedí de todos mis recuerdos familiares. Lo que más me dolía dejar era el tocadiscos que me regaló mi madre. Pero la proximidad de mi encuentro con Elisa, valía ese sacrificio y mucho más. Observé la vivienda desde la puerta, con la tristeza de tener que irme, dejando atrás tantos buenos recuerdos vividos. Allí nos conocimos y allí también la perdí.
Pero nuestro futuro no estaba en Alliers.
El tren que tomé en el pueblo no iba directo hasta mi destino y tenía que hacer trasbordo en Tolouse. Desde allí, el mismo convoy llegaba a Perpignan. En mi equipaje llevaba ropa de abrigo para mí y también había comprado un abrigo para Elisa. No sabía qué podría traer ella, sabía que sus circunstancias eran muy diferentes a las mías. Yo disponía de cierto margen de maniobra, de cierta libertad que, al estar solo, me permitía organizarme y prepararme para el viaje sin problemas. Subí al tren y me senté en el último vagón. Apenas éramos una veintena las personas que nos embarcamos en aquel viaje. Salimos de noche, para evitar los bombardeos, el tren iba sin luces y los que viajábamos en él callados, el miedo anidaba dentro de nosotros. Creí que podría dormir pero no fue así. A través de la ventana contemplaba la noche, estrellada y clara. Pensaba en mi chiquilla y me emocionaba al saber que pronto estaría conmigo. En el interior del vagón la oscuridad no permitía leer, de modo que me limité a observar el paisaje, desolador por momentos. A lo lejos, algunos incendios nos recordaban el riesgo al que nos exponíamos. Los aliados estaban bombardeando todas las vías férreas de Francia para bloquear el transporte de materia prima, armas, alimentos... también otras infraestructuras para limitar los suministros a los alemanes. Yo no me consideraba alemán, había visto demasiado para creer en el cuento de hadas que fabricó Hitler.
El camino que normalmente se recorría en unas cuatro horas, llegó a necesitar doce, pues ante la presencia de luces de aviones en el cielo, nos deteníamos hasta que pasaban. La soledad y el miedo fueron mis compañeros de viaje hasta que llegamos el día 14 de Marzo a Tolouse.
El tren hasta Perpignan no salía hasta la tarde y eran todavía las doce del mediodía. Decidí comprar algo para comer, un poco de pan y algo para acompañarlo, los alimentos escaseaban en todo el país.
La impaciencia por volver a ver a mi chiquilla de ojos verdes, no me dejaban estar quieto. Me puse a pasear por los alrededores de la estación de tren mientras comía.
Toulouse había sido bombardeada en varias ocasiones y las ruinas de las casas destruidas por las bombas eran una prueba de ello. Paseaba por las calles, mientras los habitantes de aquel pueblo me miraban desconfiados. Procuraba no llamar la atención, pero la gente me veía como a un enemigo y no me sentía seguro.
Estaba pensando en Elisa, en nuestro reencuentro y una duda planeaba sobre mi cabeza: ¿Seguiría sintiendo lo mismo por mí cuando me viese? Habían pasado dos años, era mucho tiempo. Yo no solo seguía sintiendo lo mismo, sino que se habían incrementado mis sentimientos por ella. Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos antes de que las campanadas anunciaran las dos de la tarde, cuando empezaron a sonar las alarmas de ataque aéreo.
Al oir las sirenas reaccioné de golpe y eché a correr, no tenía ni idea de dónde estaba el refugio antiaéreo de aquel lugar pero el miedo y la adrenalina se apoderó de mí. Seguí a un grupo de personas que también corrían porque me dio la sensación de que sabían dónde iban. Efectivamente, se dirigían al refugio más cercano y gracias a ellos pude resguardarme allí hasta que el ataque pasó. Era un lugar estrecho y húmedo bajo tierra, con apenas luz, donde nos metimos más de cien personas. El tiempo que duró el ataque aéreo fue el más largo de mi vida. Ya había vivido otros cuando vivía en Berlin, pero en aquel entonces la vida se me antojaba inútil sin tener a Elisa. Ahora en cambio iba a recuperarla y eso me hacía valorar la vida por encima de todo.
En el interior del refugio, escuchando las detonaciones, me preguntaba si la guerra acabaría algún día, sentía por momentos que me faltaba el aire y un hombre que estaba a mi lado apoyó su mano en mi hombro e intentó tranquilizarme.
—No se preocupe, joven, enseguida se irán y podremos salir de aquí —murmuró con voz profunda y triste.
—¿Esta guerra no va a acabar nunca? —pregunté desesperado, con el corazón latiendo veloz.
—No va a durar siempre, joven, tengo fe en que algún día terminará y todos viviremos en paz —vaticinó aquel hombre.
Sus palabras de ánimo me llegaron a través del ruido de las detonaciones y me dieron esperanza. Se quedó a mi lado todo el tiempo y siguió hablándome a pesar de que yo no podía articular palabra. Estaba conmocionado.
—¿Está usted solo? —me preguntó, pero no pude responderle.
—Yo perdí a mi familia, vivo aquí cerca —añadió con voz cansada—. Hoy han venido muy pronto, cada vez me cuesta más llegar al refugio.
Me fijé en aquel hombre y pude ver reflejado el dolor en sus ojos.
—Siento lo de su familia —Conseguí pronunciar con esfuerzo.
—No se preocupe joven, la vida pronto terminará también para mí —expresó derrotado— Cualquier día no me dará tiempo de llegar al refugio y todo terminará, mientras tanto sólo intento sobrevivir —explicó con la mirada perdida.
—Es muy duro lo que piensa —repliqué—. Pero le entiendo, yo también creí que había perdido a alguien muy especial y no me importaba morir.
—Todos hemos perdido a alguien en esta guerra —admitió aquel hombre.
Cuando salimos del refugio, una gran columna de humo salía de la estación de tren. Estaba totalmente destruida. Había sido alcanzada por una de las bombas. Me acerqué y vi a los servicios de socorro de la cruz roja ayudando a aquellos que habían quedado atrapados allí. La imagen era dantesca, los heridos pedían auxilio sepultados bajo los escombros. Algunos ya no se movían porque habían perdido la vida. Estaba todo en ruinas y, al pensar en las consecuencias, el alma se me cayó a los pies. ¿Cómo iba a viajar hasta Perpignan? sólo tenía un día para llegar y el único transporte estaba inutilizado. Cerré los ojos un instante y en mi mente apareció la imagen de Elisa esperándome en la estación. Los abrí de golpe y busqué una solución inmediata. ¡No me iba a rendir! Pregunté a todo el que se cruzaba por mi camino si había algún medio de transporte hacia Perpignan, muchos me miraban con miedo, en mi cara se reflejaba la desesperación.
—¡Perdone! ¿sabe cómo puedo llegar a Perpignan? —interrogaba a cualquiera que se cruzase conmigo.
—No, lo siento—respondían y seguían su camino.
Pero en medio del caos encontré a alguien que me ofreció una solución.
—Joven, conozco a alguien que va en dirección a Montpellier —contestó un hombre.
—¿Podría llevarme con él? —pedí, con la desesesperación dibujada en mi cara.
—Lleva un camión de suministros, si quieres te puede dejar en Narbona y allí buscar otro transporte hacia Perpignan —me ofreció aquel hombre.
—Se lo agradecería mucho, señor —acepté enseguida.
—Te acompañaré hasta donde tiene el camión, espero que no haya salido todavía —se ofreció, mientras me conducía con seguridad por las calles de aquel pueblo.
—¡Pierre, amigo mío! —exclamó al llegar frente a un hombre robusto, que parecía enfadado con la vida.
—¿Cómo estás, Jean Claude? ¿Quién es este chico? —inquirió aquel hombre mirándome desconfiado.
—Es un pobre infeliz. Quiere ir a Perpignan pero han bombardeado la estación de tren —le explicó en pocas palabras.
Aquel hombre me miró fijamente, mientras decidía si me llevaba o no. Pero al fin se decidió y se dirigió a mí.
—Salimos en media hora, joven.
No lo pensé dos veces, salían a las 4 de la tarde, con suerte llegaría antes de que la noche nos atrapara y encontraría un transporte hacia mi destino... Estaba de nuevo en camino y esperaba llegar a tiempo.
—¡Vamos muchacho! —exclamó aquel hombre, mientras me hacía señales para que le siguiera hasta su camión.
Me subí junto él y arrancó el vehículo lanzándose a la carretera. El viaje era lento, mucho más lento de lo que esperaba, pero el conductor era bastante amable y me dio conversación para que se hiciese más ameno.
—Me ha dicho mi buen amigo Jean Claude que estabas muy preocupado por llegar a Perpignan, ¿Qué vas a hacer allí? Eres de Alemania ¿verdad? —preguntó mientras no quitaba el ojo de la carretera.
—Sí, soy de Alemania pero no soy afín a Hitler, de hecho voy a reunirme con mi novia y queremos huir de Francia los dos —confesé, sin pensar demasiado mi respuesta.
—Decir estas cosas te puede costar la vida, hijo —replicó Pierre, dirigiéndome una mirada de soslayo.
—No lo había pensado, creí que usted era francés —repuse asustado.
—No te preocupes por mí, pero no lo digas en voz alta delante de otras personas —me advirtió—. He conocido a algunos como tú. Espero que tengas suerte.
—Yo también lo espero, no por mí sino por la mujer con la que voy a huir —admití, a pesar de que no esperaba nada de aquel hombre.
—Es difícil en estos tiempos salir de Europa, chico, desde Perpignan no podrás encontrar ningún barco que te lleve a América —me explicó mientras se encendía un pitillo y daba varias caladas.
—Se que desde allí no zarpa ningún barco, pero es nuestro lugar de encuentro, ella viene de España —le aclaré, mientras observaba su rostro pensativo.
—Tengo noticias de un barco, zarpa cada tres o cuatro meses y lleva refugiados, pero sale de Marsella, no sé si estarás a tiempo de cogerlo. pero también sé que si aún no ha salido te va a costar una fortuna poder pagar el billete para el viaje —explicó, entre calada y calada.
—Tengo que intentarlo, desde Perpignan iremos los dos hacia Marsella y allí cogeremos el primer barco que zarpe hacia América —afirmé con seguridad.
—Si quieres un consejo, hijo, debes conseguir un pasaje cuanto antes, porque cada vez es más difícil salir de esta guerra, cuando lleguemos a Narbona te pondré en contacto con un compañero mío, camionero, que quizá pueda llevarte hasta Perpignan —declaró, llenándome de esperanza.
—Se lo agradecería mucho, he de llegar el domingo sin falta, ya que ella viene desde Barcelona —le expliqué, con la mirada perdida en el paisaje y la imagen de mi chiquilla en el pensamiento.
—Estás muy enamorado, ¿Vendrá con su familia? —inquirió con una sonrisa.
—No, ni mi familia ni la suya aprueban nuestra relación. Su familia es española. Su padre y sus hermanos estuvieron en un campo de concentración Nazi. No me aceptan por ser alemán, y mis padres no la aceptan a ella por ser española. Ellos quieren que me case con una mujer como yo, alemana.
—No es buena combinación, Los españoles son la mayoría gitanos que no quieren trabajar, huyeron de su país por la guerra. Piénsalo bien chico, aún estás a tiempo —trató de advertirme.
—Yo conozco a Elisa, ella es muy buena, se que es trabajadora porque lo he visto con mis propios ojos y, además, es preciosa—expliqué con voz soñadora.
—No quiero ser aguafiestas, hijo, pero si os atrapan los alemanes os van a detener, y si os cogen los aliados también. No estáis seguros en ningún sitio. Quizás en Estados Unidos... Pero quién sabe. Debéis tener mucho cuidado —me aconsejó, preocupado.
—Sé que va a ser difícil, pero no puedo renunciar a ella —admití, mostrando las palmas de mis manos.
—¿Cómo pretendes subir a un barco que transporta refugiados judíos siendo tú alemán? No sé si te dejarán —preguntó, despertando una duda que yo tenía aparcada de momento.
—Pues haré lo que haga falta. Pero me llevaré a mi chica conmigo —afirmé, tratando de pensar en el modo de obtener un pasaje en el barco.
El caminonero quedó pensativo, no entendía que me jugase la vida por una mujer cuando en cualquier pueblo podía encontrar a muchas chicas preciosas. Un rato después puso una emisora de radio que daba noticias sobre la guerra. Escuchamos con atención y cada uno se quedó inmerso en sus própios pensamientos.
A las 8 de la noche del sábado 14 de marzo llegamos a Narbona y, como me había prometido, me puso en contacto con otro compañero suyo que me acercaría a Perpignan.
—Saldré a medianoche, muchacho, si no estás aquí me iré sin ti —espetó al verme.
—No se preocupe, no me moveré de aquí —respondí apoyándome en el camión dispuesto a esperar.
—A mi no me gusta viajar por el día, es mucho mejor ir por la noche porque sin luces es más difícil que te ataquen los aviones —explicó con amabilidad aquel hombre.
—No importa, necesito llegar mañana por la tarde a Perpignan, en cuanto quiera salimos —dije, dispuesto a adaptarme a lo que fuera con tal de llegar a mi destino.
—¡Vamos chico!, ven a cenar algo, seguro que no has comido nada en todo el día —me invitó sorprendiéndome. Ya me había acostumbrado al desprecio de los vecinos de Alliers, y ahora me costaba aceptar que alguien fuera amable conmigo.
—Comí arenques con pan este mediodía —me excusé, para no ponerlo en un compromiso.
—Ven y cena conmigo, muchacho, mi mujer cocina muy bien, no le importará alimentar una boca más —insistió, palmeando mi espalda. Era tentador aceptar.
—Le estoy muy agradecido, pero no quiero incomodar a su mujer —respondí.
—No es molestia, chico, ven. Estás muy delgado, seguro que apenas comes estos últimos tiempos —dijo, empujándome por la espalda para obligarme a caminar con él.
No me dejó más opción que seguirle. Me llevó a una casa humilde, pequeña pero muy limpia, donde fuimos recibidos con mucho cariño. Su mujer era bajita y delgada, se movía con una agilidad sorprendente y nos sirvió la cena enseguida. Tenía varias criaturas que correteaban por la casa intentando llamar mi atención hasta que la madre las llevó a una habitación para que durmieran.
—Siento que le hayan molestado los niños, pero cuando ven a alguien extraño la curiosidad es más fuerte que ellos—se disculpó la mujer azorada.
—No se preocupe, señora, me gustan los niños —la tranquilicé. En aquellos días los únicos que no tenían prejuicios eran ellos.
—Me ha dicho mi marido que vas a encontrarte con tu novia, espero que tengáis suerte y logréis vuestro propósito —me deseó aquella mujer con una sonrisa.
—Se lo agradezco mucho, a usted y a su marido, por acercarme a mi destino, no sé cómo darles las gracias también por la comida... —musité, un poco sobrepasado por el cariño que me había demostrado aquella familia sin conocerme.
—No te preocupes por eso, chico, en estos tiempos de guerra hay que ayudarse unos a otros —replicó el marido al ver mi incomodidad.
Después de cenar nos sentamos un rato al lado de una pequeña chimenea. Hablamos de la guerra y sus consecuencias y, antes de las doce de la noche, nos pusimos en marcha. Subimos a un camión pequeño, cargado con lo que parecía ser cajas de fruta.
—Son naranjas, hijo —me explicó—Las llevo para venderlas en el mercado.
No importaba lo que fuese que llevara en aquel camión, lo que más me preocupaba era llegar a tiempo para recoger a Elisa en la estación de tren. Por un momento se me puso la piel de gallina al pensar que cabía la posibilidad de que bombardearan la estación de tren de Perpignan, pero me deshice de ese pensamiento enseguida. No soportaría perder a Elisa justo antes de nuestro reencuentro.
Este hombre no hablaba casi nada, iba muy concentrado en la carretera ya que iba sin luces y debía guiarse por la claridad de la luna. Yo tampoco tenía ganas de hablar. Me quedé dormido durante el viaje. Cuando llegamos, el conductor me despertó y se despidió de mí.
—¡Chico, Ya hemos llegado! —exclamó con energía.
—Gracias, Tenga por favor, acepte este dinero para pagarle el viaje y la cena en su casa —traté de agradecerle y compensarle por todas las molestias que le había ocasionado.
—No es necesario que me pagues nada, muchacho, lo hago de voluntad, y espero sinceramente que la vida os depare felicidad y suerte a los dos —me deseó, rechazando el dinero que le ofrecía. Nos dimos la mano y se tocó el sombrero cuando se subió otra vez a su camión para seguir su camino.
Era aún muy temprano, casi las cinco de la mañana del domingo 15. Estaba cansado pero feliz. Había conseguido llegar a tiempo.
Busqué la estación y pregunté cuándo llegaba el tren de Portbou. Me dijeron que hasta las cinco de la tarde no llegaría, así que me quedaban doce horas de espera. Me estiré en uno de los bancos de la estación y me dormí aferrado a mi mochila, estaba exhausto después del largo viaje. Me desperté con el ruido de los primeros viajeros y del primer tren que llegó. Eran las diez de la mañana y había recuperado un poco de energía con el sueño. Salí de allí y busqué en aquel pueblo una panadería para comprar algo para desayunar. En la primera tienda que encontré compré pan y mermelada casera, comí un poco y el resto lo guardé. No podía gastar mucho dinero pues lo necesitaríamos todo para el viaje y para empezar una nueva vida cuando llegásemos a América. Paseé por el pueblo en busca de algún lugar para dormir aquella noche hasta que la señora Teresa pudiese volver en otro tren. Caminé y pregunté a varias personas, pero tenían recelos al ver que era alemán. En el último momento, cuando estaba a punto de rendirme, una familia se ofreció a darnos cobijo a los tres. Dejé mi equipaje en su casa y fui a la estación a esperar a Elisa.
Las horas fueron pasando lentamente mientras era testigo de encuentros y desepedidas en la estación. Mis nervios ya estaban a flor de piel, no paraba de pasear por el andén, mirando en la dirección desde la que tenía que llegar aquel tren. El miedo apareció cuando pasaron las cinco y el tren no llegaba. Me preocupaba que hubiesen tenido algún problema en el viaje, ya eran las 6 y media y todavía no habían llegado. Pregunté al jefe de estación, pero aquel hombre se encogió de hombros y masculló alguna excusa.
—¿No habrá pasado nada con el tren? —pregunté ansioso por recibir alguna noticia.
—No puedo asegurarle nada, nadie ha avisado de que haya problemas, pero estamos en guerra, muchacho —explicó encogiéndose de hombros y dejándome todavía más preocupado.
Pero a las 7 de la tarde entró por fin en la estación el tren de Elisa...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro