-13
Con mi chiquilla de ojos verdes en el corazón, el viaje de vuelta a Berlín fue duro, detrás dejaba un año de felicidad, amigos y un gran amor. Me esperaba un arduo trabajo si quería información sobre el destino final de Elisa y su familia.
No me molesté en escribir a casa pues, tal y como estaba el correo, iba a llegar yo antes que la carta.
Al bajar en la estación de autobuses, Berlín estaba irreconocible. No tenía nada que ver con la ciudad que yo había dejado atrás. La habían bombardeado y destrozado. Por donde miraba, veía ruinas y destrucción. Los ingleses atacaban sin piedad la ciudad.
Fui a casa, con el corazón encogido, rezando para que no hubiese sido alcanzada por ninguna bomba y la suerte estuvo de mi lado. Mi madre, que estaba sola cuando llegué, había envejecido diez años desde la última vez que la había visto; Se puso muy contenta al verme. Me abrazó y enseguida se interesó por los motivos de mi regreso.
—¿Qué ha ocurrido, hijo? ¿Por qué has vuelto? —preguntó con tono angustiado.
—Más tarde te lo explicaré todo, mamá —contesté evasivo— ¿Qué está ocurriendo en la ciudad? No me habíais dicho nada en vuestras cartas.
—La situación es caótica, hijo. Tu padre no quería preocuparte, pero los ingleses están bombardeando el corazón de Berlín.
—¿Por qué seguís aquí? —pregunté.
—Tu padre no quiere irse, Edel. Continúa trabajando.
—¿Dónde está ahora? —pregunté, mientras dejaba las maletas en mi habitación.
—Está trabajando, vendrá más tarde. Tendrás hambre después del largo camino.¿Te preparo algo de comer? —añadió mientras se dirigía a la cocina.
—No hace falta, mamá, necesito hablar con él, es urgente.
—Tendrás que esperar que regrese, es peligroso moverse por Berlín.
—Al final sí que entramos en guerra —murmuré.
—Sí, hijo, y la situación es bastante dura. La comida escasea y no podemos aprovisionarnos de reservas. Están emitiendo por radio que hemos invadido y vencido a Francia, pero empiezo a creer que todo eso es mentira. —confesó mi madre con tristeza.
—Yo he visto cómo llegaban a Alliers, por eso estoy aquí.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió nerviosa y preocupada. En sus ojos veía su angustia. Quizás pensaba que habían destruido la casita blanca.
—A nosotros, nada —La tranquilicé—. Pero se llevaron a refugiados españoles, y no sé dónde ni por qué. —expliqué a mi madre, que respiró tranquila.
—Pero ese no es nuestro problema. Me habías asustado, hijo —expresó con un evidente alivio.
—Mamá, una de esas personas era mi novia, la contraté para que ayudara a Rose y me enamoré de ella. —confesé, buscando algo de comprensión.
—¿De una española?, ¿estás loco? Tu padre nunca permitirá una relación así —espetó mi madre, truncando mis esperanzas.
—Quiero que papá me ayude a encontrarla, a ella y a su familia. Me dijeron que los habían llevado a un campo de concentración —expliqué con un nudo en la garganta.
—Olvídate de ella, hijo, en esos campos mueren miles de personas a diario. Ellos estarán muertos en menos de una semana —aseguró mi madre, con una naturalidad que me puso los pelos de punta, ahogando el último resquicio de esperanza que me quedaba.
Me retiré a mi habitación con la excusa de que estaba cansado, no podía seguir hablando con ella. Su frialdad al hablar de la muerte de miles de personas me había congelado el alma.
Al llegar mi padre a casa me hizo pasar a su despacho para preguntarme qué hacía allí. Sabía que lo había desobedecido al volver a Berlín sin su permiso pero, el posible castigo no era nada, si conseguía convencerle de que me ayudara a encontrar y rescatar a Elisa y su familia.
—Pasa, hijo, ¿Qué haces aquí? Te dije que no volvieras a menos que yo te lo dijera. —habló disgustado.
—Padre, ha sucedido algo y necesito su ayuda. —expuse nada más entrar a su despacho.
—¿Qué es lo que ha pasado? Veo que tú estás bien. ¿Ha habido algún problema con la casa? —inquirió sin dejar de mirarme con fijeza.
Me sentía intimidado por su seriedad y su desafiante mirada. Aún así me enfrenté a la situación.
—No, padre, el problema es otro, se lo explicaré —dije con cautela.
—Bien, no tengo tiempo que perder. Si se enteran que estás aquí, te reclutarán como soldado a la fuerza. ¿Es eso lo que pretendes? —bramó enfadado.
—Seré breve, padre, lo siento pero es urgente.
Le expliqué que había contratado a dos chicos para ayudar a Pierre y su mujer, que eran españoles y muy trabajadores. Le dije que me había enamorado de la chica que ayudaba a Rose, y todo lo que había ocurrido después. Omití el viaje a Marsella con Ethan porque mi padre no lo aprobaría, pero le expresé mi intención de recuperar a Elisa y casarme con ella.
Tras unos instantes, en los que me miraba como si fuera de otro planeta, habló, hundiendo mis expectativas.
—No voy a permitir que mi hijo se case con una gitana española, tú te casarás con alguien como nosotros, tu madre y yo hemos hecho muchos esfuerzos en tu educación y no vas a tirar todo por la borda. Ninguna mujer española merece casarse contigo. —aseveró con voz autoritaria—. Por otro lado, puedo averiguar lo que les ha pasado y, por el servicio que nos han prestado, quizás les ayude a salir del campo de concentración, donde seguro les han internado —declaró como si les estuviera haciendo un gran favor.
Mi vida se derrumbó al comprobar que no aprobaban mi relación con Elisa. Pero yo estaba enamorado de ella, lo había descubierto al viajar con Ethan a Marsella, y corroborado al saber que se la habían llevado, cuando regresé a la casita blanca. En aquel momento me había dado cuenta de que no podía vivir sin ella.
—Por favor, padre, haga lo que pueda por ellos, intente sacarlos de donde estén. —Supliqué mirando a mi padre a los ojos. Pero en ellos no vi la compasión que esperaba.
—No sé si debo hacerlo, hijo. Parece que estás embrujado por esa gitana, quizás deba dejarla en manos de la suerte —añadió dejándome sumido en mi desesperación.
—Padre, por favor, tiene que decirme dónde están, salve sus vidas, se lo pido por lo que más quiera —supliqué de nuevo, a punto de llorar.
Mi padre miró su reloj, ojeó unos papeles y solo entonces se dignó a contestarme.
—Está bien, averiguaré dónde los han llevado y trataré de salvarlos. Pero no te garantizo que sea posible sacarlos de un campo de concentración —afirmó sin una pizca de compasión en su voz.
Esa promesa de mi padre no me servía de mucho, lo conocía e iba a hacer lo que creyese más conveniente, no podía fiarme de él. Tenía que encontrar otra manera de localizarlos. Pero ¿cómo?, ¿a quién podía recurrir?
Los siguientes meses estuve buscando información sobre ellos, nadie me decía nada, los contactos que tenía eran muy limitados, pero no me rendía. Seguiría intentando encontrarlos.
Pasó medio año en el que nunca dejé de buscar. Mi padre me inscribió en la universidad, en la carrera de ingeniería naval, para que pudiera eludir mi incorporación al ejército y evitar ir al frente de lucha.
—Tendrás que mantener tus notas en el más alto nivel. De esta forma el gobierno priorizará tu formación y no irás a la guerra —expuso mi padre.
—Lo haré, padre —contesté cabizbajo.
—Espero que te hayas quitado de la cabeza a esa mujerzuela española —espetó de pronto, sorprendiéndome de que se acordara de ella.
—Sí, padre —mentí, ya que solo conseguiría un sermón si decía la verdad. Estaba claro que no iba a mover un dedo por ellos.
Pero yo no cesaba en mi búsqueda desesperada. No había conseguido ninguna información a pesar de todos mis esfuerzos. Cuando alguien me proporcionaba alguna pista, coincidían en que habrían acabado en un campo de concentración y estarían muertos.
Me centré en estudiar durante la mañana y buscar en la tarde. Mis esperanzas estaban tan derruidas como la ciudad de Berlín.
Las noches se me hacían eternas, pensaba en ella continuamente y me la imaginaba sufriendo todo tipo de calamidades. Me sentía impotente ante las circunstancias.
La situación en la capital era peligrosa, casi cada día había un bombardeo, debíamos escondernos en el búnker de los sótanos de casa, de la universidad o de donde estuviéramos. La ciudad entera estaba conectada bajo tierra.
Después de un bombardeo, los soldados se dedicaban a abrir los Búnker, para rescatar a los posibles heridos. En ocasiones, los bombardeos alcanzaban los edificios y los que habían tenido suerte de llegar al sótano, habían salvado su vida, aunque al abrirles la puerta, veíamos cómo moría la gente, desplomándose en el suelo ante nuestros ojos. Aprendí que para sobrevivir había que colocarse un palo en la boca durante el bombardeo, porque el cambio de presión, ejercida por la bomba al caer, podía provocar la muerte por descompresión súbita. Recuerdo el horror vivido dentro, cuando nos quedábamos a oscuras. Tras los ataques, cuando salía al exterior, podía comprobar la devastación, los árboles en llamas, las casas en ruinas, la gente llorando porque no encontraba a algún ser querido, o peor, lo encontraban muerto.
Pero lo más triste es, cuando ya lo asimilas a tu vida normal y ves la devastación y el dolor como algo cotidiano.
Después de casi un año intentando encontrar a mi chiquilla de ojos verdes me di por vencido. Me dediqué a estudiar y en la universidad me encontré con gente que tampoco compartían las ideas de Hitler. Éramos pocos pero al menos todavía quedaba alguien con alma en Alemania.
Sobre junio de 1941 formamos un pequeño grupo, nos dedicábamos a hacer propaganda contraria al régimen nazi. Yo escribía alegatos en los panfletos para despertar la humanidad del pueblo alemán.
—Edel, ¿ya tenemos el diseño? —preguntaba un camarada.
—Después de las clases lo dejaré donde siempre —respondía con cautela.
Era peligroso, si nos descubrían nos jugábamos la vida.
Mi padre no sabía nada, nunca lo hubiera permitido. Él creía que yo había olvidado a mi chiquilla de ojos verdes y no era cierto. Nunca la olvidaría. Lucharía para que no tuvieran que pasar por lo mismo otras personas. Tenía el corazón roto en mil pedazos imposibles de recomponer.
—Tenemos que boicotear la emisión de radio —dije un día, tras escuchar la propaganda del régimen por cuarta vez en una hora.
—¿Quién puede idear un plan? —inquirió uno de mis compañeros, sumándose de inmediato a la idea.
—Yo puedo intentarlo, dejarme investigar y planear el movimiento —me ofrecí. Ya no me importaba el riesgo, ya no tenía nada que perder.
Durante unos meses estuve en aquel grupo: Edelweißpiraten, pero un día mi padre me sorprendió mientras escribía una frase incendiaria y me pegó una paliza.
—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —exclamó al leer uno de mis escritos.
—Intento concienciar a la gente, padre —respondí sincero, dispuesto a afrontar lo que fuera.
—¿Crees que eres muy hombre así? —espetó agitando el escrito ante mí —¡Debería haberte hecho ir al frente!—exclamó fuera de sí.
Después, sin decir mada más se sacó el cinturón y no tuvo piedad, me pegó con su correa y luego con un bate que teníamos en casa. Me dejó con las costillas rotas y contusiones por todo el cuerpo. Nunca me había pegado de aquella manera, tan salvaje y lleno de odio. A los dos días me vino a ver a la habitación donde apenas podía moverme y me habló.
—Hijo, has puesto en peligro no sólo tu vida sino la de tu madre y la mía, ya no puedo confiar en ti. Voy a enviarte de vuelta a Alliers y espero que allí recapacites y pienses bien en lo que está en juego. Tu madre quiere ir contigo, pero no lo voy a permitir. Tendrás que buscar a alguien para que te haga la comida limpie y lave, lo dejo a tu elección —explicó del tirón y, sin esperar mi respuesta salió de la habitación.
—Está bien, padre, Lo siento -—respondí, aunque él ya no me escuchaba.
En realidad no lo sentía en absoluto, lo hubiera vuelto a hacer. De hecho, la vida sin Elisa no me parecía digna de ser vivida, pensé que el dolor de aquellos golpes no era nada comparado con lo que ella habría sufrido. Ahora no tenía nada por lo que seguir luchando.
Una semana después, todavía dolorido y con las marcas de la paliza en mi cuerpo y mi alma, me volví a subir al mismo autobús que, años atrás, me llevó a la casita blanca. Pero esta vez hice el camino en soledad.
Mientras circulaba de noche en el autobús me acordé de Ethan. Esperaba con toda mi alma que hubiese llegado a su destino sano y salvo, que se hubiese podido instalar y comenzar de cero.
Llegué al pueblo de noche, estaba derrotado en cuerpo y alma. Todavía me dolían los golpes de mi padre. Me arrastré hasta la casita blanca y abrí la puerta. Lo primero que vi fue un montón de correspondencia en el suelo, luego mucho polvo. Los recuerdos de mi chiquilla de ojos verdes estaban en todos los rincones de la casa y eran como puñales en mi corazón. No había nada que comer, pero no me moriría por ayunar durante uno o dos días.
De todas formas la vida para mi ya no tenía sentido. Había perdido a mi chiquilla y ahora ya no podría seguir luchando contra el régimen. Las lágrimas resbalaban por mi cara sin que hiciese nada para remediarlo.
Me dirigí a mi habitación y me dormí de inmediato. Tuve pesadillas en las que estaba encerrado en un lugar oscuro y en las que me pegaban. Me desperté sobresaltado varias veces.
El día siguiente lo pasé en la cama, no tenía fuerzas para enfrentarme a la realidad, sólo salí para ir al bar del pueblo a ver si podía comer algo. Después regresé a casa, miré la correspondencia tirada en el suelo, pero no tenía ánimos de leerla. La recogí, eso sí, y la dejé encima de la mesa sin mirar.
El segundo día me levanté antes, salí a desayunar y pregunté en el pueblo si alguien podía trabajar en mi casa, limpiando y haciendo la comida. Se ofreció una mujer de mediana edad que vino conmigo para que le enseñara el lugar.
Al mostrarle la casita blanca, la señora aceptó el trabajo, se excusó y se marchó hasta el día siguiente. Yo me senté y, sin ganas, decidí hacer frente a la correspondencia:
El primer sobre que abrí me alegró mucho, ya que era de Ethan. En la carta me decía que había llegado bien y se estaba adaptando a su nueva vida, me preguntaba por Elisa y no pude evitar llorar al pensar en ella.
Con el segundo sobre que cogí me dio un vuelco el corazón. El remitente era de Barcelona y la persona que lo mandaba era Elisa. Creí por un momento que estaba teniendo alucinaciones.
Antes de abrirla, comprobé todas las cartas, había dos o tres de Ethan pero la mayoría eran de Elisa.
Las ordené por fecha del matasellos y empecé a leerlas emocionado.
Así me enteré que mi amor vivía en Barcelona, estaba trabajando y a punto de localizar a su padre y a sus hermanos. Mi corazón latía desbocado y agradecí al cielo y a mi padre por haberme enviado de nuevo allí. Ni siquiera me importaba la paliza.
Enseguida busqué papel y me puse a escribir:
Mi querida Elisa.
Hoy por fin he vuelto a ver la luz del sol, cuando regresé a Alliers y no estabas te busqué por todos los rincones sin hallarte. Nadie me dio esperanzas de encontrarte. Me fui a Berlín para que mis padres me ayudaran a localizaros.
Allí lo intenté todo, pero mi padre no me ayudó, así que he estado perdido sin ti. Después de un año de búsqueda todos me decían que habríais muerto y perdí la esperanza. Me he jugado la vida para que la gente reaccione y deje este horror, pero mi padre me ha descubierto y me ha devuelto a la casita blanca.
Ahora he leído tus cartas y espero que aún no hayas olvidado a tu chico de ojos azules. Sinceramente te quiero.
No era muy bueno escribiendo cartas. Esperaba de todo corazón que cuando la leyera todavía existiera esa magia entre nosotros. Pensé por un instante que quizás se había cansado de esperarme, habían llegado más de treinta cartas y las últimas eran cada vez más desesperanzadas.
La última era de julio de 1941 y ahora estábamos en octubre. Hacía tres meses que ya no me escribía. Quizás ya tuviese novio español. Tal vez la habían casado.
Eché la carta al servicio postal con la esperanza de recibir contestación por su parte.
Días después contesté a Ethan también, me alegré de que consiguiera salir de aquí, sus padres por desgracia no lo habían conseguido, en la carta le expliqué lo sucedido con Elisa y su familia.
La mujer que venía a hacerme la comida y lavar era muy reservada y me hablaba sólo para preguntarme si hacía esto o aquello para comer. Me sentía solo, miraba el correo cada mañana para ver si llegaba carta de mi chiquilla de ojos verdes.
Estuve a punto de marcharme a buscarla a Barcelona, pero temía llegar allí y encontrarme a una Elisa casada o con novio, y que se hubiese olvidado de mí. No se lo podría reprochar, había pasado tanto tiempo escribiéndome sin obtener respuesta, que lo más normal hubiese sido rehacer su vida.
Me alegraba que pudiese recuperar a su familia.
La lógica me decía que debía tener paciencia y esperar su respuesta, dependiendo de lo que me contestara, actuaría en consecuencia.
La impaciencia y la ansiedad por saber de ella me sumieron en una vorágine de pensamientos caóticos. En un instante estaba dispuesto a viajar a Barcelona, encontrara lo que encontrase allí y al otro estaba totalmente desesperanzado, temiendo que hubiera podido ocurrirle algo estos últimos meses.
Apenas salía de casa, excepto para ir a correos cada día. Allí, el chico de reparto, un muchacho de unos dieciséis años, delgado y alto, me miraba con cara de pena y me informaba de que no había nada para mí.
Un día de principios de noviembre, un mes después de mandar la carta, al llegar a correos me encontré con Gerard, el chico de reparto, que me esperaba con una sonrisa de oreja a oreja. Me acerqué expectante y me saludó agitando una carta por encima de su cabeza.
—Al fin llegó la carta que esperaba, señor. El servicio de correo es muy lento con la guerra, hay muchos retrasos en los envíos de cartas. Hoy ha recibido una carta de Barcelona —explicó con una sonrisa.
Me precipité hacia delante y con rapidez y le arrebaté la carta de las manos. Estaba a punto de llorar de emoción aún sin saber lo que ponía en ella.
—¡Por fin! —exclamé, con el corazón desbocado.
—Espero que sean buenas noticias, señor —me deseó el muchacho.
Le di varias palmadas en el hombro, agradeciendo su interés.
—Toma, muchacho, te lo has ganado —dije, dándole una generosa propina, antes de irme a casa para leer con tranquilidad.
Volví a la casita blanca enseguida y subí a la intimidad de mi habitación, para leer la carta con tranquilidad lejos de oídos y ojos indiscretos. En el piso inferior rondaba la mujer que hacía las labores de casa.
Me tumbé en la cama y, con manos temblorosas, abrí el sobre;
Querido Edel:
Por fin he recibido una carta tuya después de tanto tiempo. He estado muy preocupada, pensando que quizás te había ocurrido algo. Nunca he dejado de pensar en ti, no he podido olvidar tus ojos azules y, aunque he estado muy preocupada también por mi familia y los he buscado por cielo y tierra, todas las noches pensaba en ti. Aún guardo la horquilla de pelo y la concha de mar que me regalaste. Te he echado mucho de menos.
Por fin, gracias a la señora Teresa, para quien estoy trabajando, tenemos noticias de mi familia y es posible que los recuperemos pronto. Hasta entonces no puedo dejar a mi hermana y mi madre solas, te pido que tengas un poco de paciencia y cuando regresen ellos, le diré a mi familia que te quiero.
con cariño Elisa.
Volví a releer la carta docenas de veces ese día, mi corazón daba saltos de alegría al constatar tres cosas: Que estaba viva, que no me había olvidado y además decía que me quería.
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