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6: Descenso

6:34

–¿Y bien? ¿Hacia dónde quieres ir?

–Pues eso no depende de mí. Tú invitas, ¿no es cierto?

–Sí, sí, claro amor. Pero, como verás, tampoco es que tenga para mucho.

–Uh... ¿Qué te parece si vamos a tomar algo por ahí?

–¿Te conformarías con eso?

–¿Acaso necesitas algo más?

–Solo a ti.

–Ay, cosita. ¿Cualquier cafetería está bien?

–Pff, sabes que no me gusta mucho el café. En mi casa me obligan a tomarlo a diario y ya lo aborrecí. ¿Qué tal si vamos por algo helado?

–¿Hablas de algo cómo un licuado o una horchata?

–Cualquiera de las dos, amor. Lo que tú decidas.

–Bueno, depende de si tienen licuados de fresa. Hay una cafetería a unas cuadras de aquí, ¿vamos caminando?

–Pero tomados de la mano.

–Bueno, te lo acepto.

–Y si nos besamos luego de cada calle.

–Eso ya es empalagoso...demasiado.

–No importa. Solo quiero que este momento sea lo más especial para ambos, ¿sabes? Que estas salidas contigo sean un recuerdo lindo y agradable.

–Sí, yo también deseo lo mismo.

–Además, no salgo con nadie más aparte de ti. Para mí, estos detalles son el doble de importante. Nadie me ha demostrado lo que es amar como tú lo has hecho.

–Lo entiendo, pero...

–En el camino podemos ir hablando de cualquier cosa, ¿sabes? ¿sabes lo especial que es eso para mí? Puedes contarme tus hazañas en el grupo de danza, tus locuras en el salón de clases, y yo puedo hacer lo mismo con mis desventuras y mis problemas. En particular mis problemas. Esta semana ha sido particularmente difícil. Otra vez todos ellos me han apartado y ya sabes como me enoja eso. Podemos pasar toda la tarde así, juntos, hablando de todo, aunque no estemos haciendo nada. Para mí es algo mágico, ¿para ti no? ¿No te parece el plan perfecto? ¿Qué te parece? Sinceramente, ¿qué te parece?

Eh, Jennifer, ¿Qué te parece?

Martín adoraba ese recuerdo.

Lo atesoraba con mucho cariño. Tanto que no fueron pocas las noches en las que, antes de dormirse, rememoraba desde el principio aquel dulce momento.

Y ahora, por alguna razón, había vuelto a su mente una vez más. Y el ambiente tan frío de lo alto de la montaña se llenó de una cálidez reconfortante.

–Ah, que feliz era, que alegre me sentía. ¿Por qué ahora se siente como algo tan lejano y distante...? ¿Por qué nunca pude repetir una tarde así...? Mejor dicho, ¿Por qué no puedo vivir en ese momento para siempre...?

Aunque ya habían pasado casi tres años de aquello, seguía teniéndolo bastante lúcido en su mente.

Era una tarde de domingo, de cuya fecha no era capaz de recordar, en Junio. En los días anteriores llovió bastante fuerte, por lo que las calles estaban empapadas y se respiraba una aliviante frescura. Para beneficio de ellos, el sol había vuelto a salir aunque aún cubierto de grisáceas nubes.

Se había reunido con Jennifer simplemente para salir, sin tener ningún objetivo en especial. Solo quería pasar tiempo con ella y alejarse de sus problemas por unas horas.

No recuerda exactamente cuales eran esos problemas, pero de seguro eran importantes. Tan importantes como para tenerlo de mal humor incluso cuando se reuniría con ese ángel.

Luego de juntarse en una parada de autobuses, y saludarse de la forma más cariñosa posible, hablaron por varios minutos sobre las cosas que habían sucedido en la semana. Entonces surgió el tema del propósito de esa salida y, entre algunos divagues, se pusieron en marcha hacia una cafetería cercana.

Martín aún podía sentir esa agradable sensación de tener entre sus manos aquella delicada piel, moviéndose suavemente entre sus dedos, sentir su perfume y acariciar su hermoso pelo alineado. Era tan vívido, tan real, que lo hacía olvidarse por un momento del extraño problema en el que estaba metido. Un problema que lo había alejado de todo tipo de contacto, sumiéndolo en una desesperación que incluso confundió con soledad.

Claro, no es que sintiera solo. Obviamente que no.

Pero seguía necesitando de una ayuda para salir de ese embrollo, eso no podía negarlo.

Luego de caminar como dos tórtolos por las estrechas aceras y las casas antiguas, mostrando su amor a cada cuanto que podían, llegaron a la cafetería y pasaron hasta el anochecer sentados a las afueras del lugar, contemplando los carros que pasaban, las personas que caminaban y hablando de cualquier cosa que se les ocurriera.

Hasta donde podía recordar, empezaron hablando de la semana de estudios, los exámenes que se le acercaban a Martín y la entrega de notas que perseguía a Jennifer. Lo típico, vaya.

Luego dirigieron su atención en los maestros, a los que llenaron tanto de halagos como de desprecios; y finalmente se salieron del ámbito educativo para hablar del extraño zumbido en el oído de Martin, de donde sería la próxima presentación de Jennifer, de los días lluviosos de la anterior semana (en Centroamérica era época de invierno), del nuevo álbum de Imagine Dragons, del tráiler de aquella película inspirada en los 80's (¿Por qué todos querían emular esa estética?), de las nuevas tendencias de YouTube...

Y así, de un tema a otro, durante una tarde entera. Para Martín aquello no era más que una muestra de lo bien que congeniaba con ella. Y del inmenso aprecio que le tenía (y le sigue teniendo).

Jennifer era la única con la que podía hablar de tantas cosas. Era la única con la que se sentía bien en su compañía. La única con la que se sentía cómodo al desahogarse. La única con la que no se detenía a si mismo a la hora de hablar.

Y así había sido, aun desde niños. Desde que se mudo con su tía, ella fue la primera que le habló dulcemente, la primera que parecía preocuparse por él y que lo iba a llamar a su puerta para jugar. Su primer amigo.

Y con el pasar de los años, aún seguía ahí. Mientras Martín no dejaba de alejarse de sus amistades, o estas lo alejaban a él, ella seguía ahí apoyándolo. Seguía ahí, inamovible. Con el deseo de siempre estar a su lado, de nunca traicionar esa promesa.

Y eso, eso era lo importante.

Fue cuando descubrió que, en todo el mundo, ella era el diamante escondido. Y era muy suertudo por haberlo encontrado. Se sentía en la obligación de cuidarlo, de conservarlo. No podría permitirse perderlo.

No podría permitirse perderla.

Y, aun así, lo había hecho.

Observó de nuevo el nostálgico paisaje de su ciudad vista desde arriba. Todas las luces artificiales, de los focos o de los letreros encendidos, se juntaban y formaban parte de un espectáculo colorido y extrañamente consistente. Era agradable verlo desde la lejanía.

Tanto que había olvidado incluso el propósito de aquella escalada. Pero tranquilos, que para algo estoy yo. Aunque tampoco es que haya mucho misterio detrás.

Simplemente había subido para tener una mejor perspectiva de la ciudad. Quizás ahí viera esa pista que tanto anhelaba encontrar, esa con la que podría empezar a atar los cabos sueltos. 

Pero, otra vez, nada.

A este paso se le acabarían las ideas, y la paciencia. Y de una forma muy rápida, además.

Aunque, y ciñéndonos a la verdad, tampoco es que hubiera sido una búsqueda tan exigente o exhaustiva. Desde que visitó su casa por última vez, había bajado el ritmo de su rutina.

Y comenzaba a acostumbrarse a esa vida. El silencio era cada vez un problema más pequeño para él. Buscando repelerlo, decía todos sus pensamientos en voz alta y de vez en cuando ponía música acústica para que sonara de fondo. Sin necesidad de audífonos, que sus oídos ya estaban cansados de ellos.

El otro problema era la aparente falta de compañía. Aunque este era menor en comparación. Nunca se había sentido acompañado para empezar, y tampoco le molestaba. De hecho, él sabía perfectamente que era lo mejor. Que relacionarse con las personas significaba herir o salir herido en la mayoría de ocasiones.

Las personas siempre cambian, lo quieras o no. Encuentran nueva gente. Adquieren nuevas perspectivas. Y eso no siempre será bueno. De hecho, para Martín era todo lo contrario. Cambiar significaba olvidar aquellos buenos momentos y alejarse de él. Cortar esa conexión.

Martín odiaba esos cambios. ¿Por qué simplemente no podían quedarse con él para siempre, como lo hacía Jennifer? ¿Qué tan difícil era?

También estaba empezando a retomar algunas actividades que hacía en su vida "pre tiempo detenido", como hacer un poco de ejercicio al levantarse, comenzar series en internet (finalmente ya nadie podría robarle el wifi) y dar paseos en bicicleta por la ciudad.

De hecho, había recorrido los dos kilómetros desde la salida de su ciudad hasta ese cerro en su Corsario roja. Sus piernas ya estaban aguantado mejor esas aventuras.

Era como si, en el fondo, comenzara a aceptar ese estilo de vida. Probablemente esto no era lo correcto, ¿pero qué más podía hacer? ¿Quién podría culparlo al conocer las condiciones en las que estaba afrontando ese reto? ¿Acaso era su culpa no ser inteligente o atrevido cómo los héroes del cine? ¿Era su culpa no tener esa determinación característica de un elegido?

Nadie lo preparó para esa situación. Y tampoco nadie lo estaba ayudando. Así que, y en su opinión (y esto no es mas que su humilde opinión), lo estaba haciendo bien.

Muy bien.

–Ah, nunca pensé decir esto, pero el pasado era mejor. Lo extraño. Extraño esos tiempos en los que simplemente pasaba el día con Jennifer. Esos tiempos en los que ella seguía siendo ella misma...

Porque sí, Jennifer había cambiado en el último año. Y mucho.

Y él no había hecho nada para evitarlo.

–¿Por qué no me di cuenta antes...? Debí observar como ella se alejaba progresivamente de mí. Y desde que entró a la universidad, ya ni siquiera lo disimula. Desde que conoció a Tomás, es una persona completamente distinta.

... ¿Ah, qué no les he hablado de Tomás? ¿En serio?

Soy muy malo para estas cosas.

Pero bueno, mejor tarde que nunca.

En resumidas cuentas Tomás es, quizás, el mejor amigo de Jennifer. A pesar de que se conocieron a inicios de año, al comienzo del ciclo en la universidad, unos meses bastaron para que se formara un lazo muy profundo entre ellos. Uno que rozaba límites muy peligrosos para Martín.

Y él era incapaz de entenderlo. ¿Cómo Jennifer se había vuelto tan amigo de alguien como él? ¿Alguien que era agresivo, engreído, mentiroso, insolente, irrespetuoso, altanero e insoportable?

Claro, Martín nunca había hablado con Tomás. Bueno, no en condiciones adecuadas. ¿Cómo iba siquiera a dirigirle una palabra a semejante persona?

Rabiaba por dentro cuando pensaba en su alta y fornida figura. Rabiaba porque sabía que era cuestión de tiempo que le arrebatara a Jennifer, a la persona que con tanto esmero había cuidado durante los últimos años.

¿Qué casualidad que ya no había tiempo, no? Ahora, y al menos en ese momento, eso nunca pasaría. Y si lograba llegar al fondo de aquello y devolver a la normalidad el mundo, lucharía con todas sus fuerzas para que eso no sucediera.

Aunque tuviera que llevarse más encontronazos con él, y más moretones como el que tenía en la cabeza.

Moretón que, por cierto, ya casi no se palpaba. ¿Cuánto tiempo había pasado en esas condiciones para que incluso su cuerpo hubiese sanado ya ese golpe...? ¿Y cuánto tiempo más tendría que pasar de esa forma...?

Martín seguía siendo incapaz de responder a esas dudas. Y la subida al cerro, viendo lo visto, había sido más bien inútil.

Solo le había hecho rememorar esa bella tarde con su amor, para luego mancharlo con aquella repugnante figura.

–No pienses en esas cosas. Eso ya no vale la pena. No en un mundo así. Intenta retomar ese momento especial de nuevo, ese momento en el que valía la pena vivir...–Martín intentaba alegrase con ello. Pero era el primero en aceptar lo difícil que era.

¿Por qué era tan fácil centrarse en los malos recuerdos y alejar los buenos...?

–Ah...me he vuelto a zambullir en mis pensamientos...que basura. Ahora tengo hambre.

Quizás por pasar tanto tiempo imbuido en aquel momento, pero ahora tenía ganas de un licuado. Quizás revivir aquel recuerdo por su cuenta ayudaría a su inestable estado de ánimo.

Tomó de nuevo su bicicleta y regresó a la ciudad a una velocidad lenta pero segura. Al conducir en la oscuridad era más fácil chocar contra cualquier cosa, más si tenemos en cuenta que en ese mundo era muy fácil perder la concentración y sumergirse en su propio mundo, por lo que tendría que ser el doble de cuidadoso.

Luego de algún tiempo regresó a las calles pavimentadas y los atascos de tráfico y, haciendo uso de su memoria y conocimiento de las calles de la ciudad, se dirigió rumbo a la cafetería en la que aquella tarde de domingo tuvo lugar.

Esta había cambiado poco en esos tres años. Más bien, seguía prácticamente igual. La pequeña instalación de un piso y alrededor de diez metros de largo seguía manteniendo ese toque elegante en su fachada y, por dentro, el reducido espacio casi que no daba abasto para la gran cantidad de personas que recién salían de sus trabajos. Apenas había cinco mesas adentro y otras tres afuera, pero todas ya estaban ocupadas por señores de cuarenta años y algún que otro grupo de adolescentes.

Aunque no estuviera, Martín aún podía sentir el olor del café caliente y las reposterías recién hechas. Mientras entraba a la cafetería, esquivando a una mujer que salía ya con su bolsa llena a toda prisa, se dio cuenta de lo agradable que era ese aroma.

Adentro, y mientras miraba a los demás, comenzó a echarlo en falta.

A pesar de que la escena era variopinta, y habían varios posibles objetivos, a los segundos Martín avistó a una figura que se le hacía conocida al fondo.

En el futuro, se lamentaría de haberlo hecho.

En un instante, toda alegría se convirtió en frustración y rabia. Por que ahí, al fondo de la escueta cafetería y comiéndose una empanada de leche, estaba Tomás.

El mismísimo Tomás, el mejor amigo de Jennifer y, probablemente, su enemigo mortal.

Ahí, en la silla del fondo, sentado con un par de amigos (otros imbéciles como él), con sus 1.85 de estatura, su piel morena y su abundante barba, mientras dejaba sentir su temple intimidante.

Esta era una de las cosas que más odiaba Martín. Parecía muy orgulloso de su físico, y aun así alguien con genes más débiles le había confrontado y salido medianamente airoso.

De hecho, lo primero que pensó Martín fue en devolverle ese favor. Ahora estaba prácticamente a su merced, y no haría nada mas que toquetearle la cabeza por lo que tampoco era nada realmente malo. Solo una pequeña sorpresa para cuando el tiempo volviera a la normalidad.

Pero el mismo se detuvo. No quería rebajarse a ser nivel. Aún se consideraba una persona decente.

Además, una cosa le llamó instintivamente la atención. Tomás estaba con un par de amigos, pero su mirada se hallaba totalmente centrada en su celular. Por la posición de los dedos, estaba escribiendo. Y sonriendo. Sonriendo mientras escribía.

¿No será que...?

–Oye, oye... ¿en serio quieres revisar eso...? ¿Quieres arruinar lo que sería un buen momento, un emotivo viaje al pasado, para darte cuenta de la dura realidad del presente? –Se dijo a sí mismo a modo de confirmación. En el fondo no quería hacerlo. Por que se esperaba la respuesta.

Por que sabía la respuesta.

Y, aun así, lo hizo.

Y pudo ver hasta el más mínimo detalle de aquella verdad escondida con tanto esmero y dedicación.

Aquella asquerosa verdad que le atormentaría durante mucho, mucho, tiempo.

"¿Te divertiste hoy?" 6:20

Ahí estaba la foto de Jennifer. El número de Jennifer. La forma de hablar de Jennifer. Todo eso estaba en el celular de aquel sujeto que, despreocupadamente, hacía el amago de comerse su repostería de dos mugrientos dólares.

Y aunque Martín tenía acceso ilimitado a esa información, ese mensaje le llamó la atención mientras deslizaba su dedo en aquella larga, larga conversación.

"Sí, muchas gracias en serio. Estaba teniendo un mal día" 6:20

–¿Por qué le respondes al momento, Jennifer? ¿Por qué...?

"Nada, esta bien despejarse un rato. Cuando quieras volvemos a salir" 6:21

"Lo espero con ganas <3...Y sobre lo que estábamos hablando..." 6:22

"No es necesario que sigamos con eso. Simplemente no vale la pena tanta preocupación" 6:23

"Ya, ya, pero siento como si todo esto fuera mi responsabilidad..." 6:23

"No, de hecho, sí es mi responsabilidad por no saber terminarlo..." 6:23

"Tampoco te esfuerces para hacer algo que solo te dañará más. Si lo terminas bruscamente solo te sentirás peor. Hazlo de la forma en la que ninguno salga herido" 6:24

"Ese es el problema. De cualquier forma que lo haga saldrá herido. Lo sé por que lo conozco, y aunque todo lo demás haya cambiado, sigue teniendo esa mentalidad" 6:24

"Aunque estoy segura que a largo plazo será lo mejor para ambos, pero..." 6:25

"Tienes tanta historia con él que también te da cosa hacerlo, ¿no?" 6:25

"Sí, eso..." 6:25

"Pero hoy incluso llegó y te confrontó...me siento mal" 6:26

"A mí también me sorprendió. Creo que fue la primera vez que hablé con él, jajaja" 6:26

"Me alegra saber que al menos no estas enojado por eso" 6:27

"En el momento sí lo estaba, y me dejé llevar un poco" 6:27

"Le regalé una pequeña marca en la cabeza con mi codo, cuando intenté zafarme de él" 6:28

"Pero solo fue eso. Se merecía más por la forma en que llegó a encararte. Agradezco que tu seas más calmado que él" 6:29

"¿Siempre fue así?6:29

"No parece el tipo de chico que sea violento" 6:29

"Y no lo es. No que yo recuerde..." 6:30

"Pero...últimamente no soy capaz de entenderlo. Al igual que yo ha luchado con cosas difíciles y por eso lo ayude por tanto tiempo" 6:31

"Porque, al principio, pensaba que se parecía a mí. Y era así, pero ahora no estoy segura..." 6:31

"Martín me da miedo" 6:32

"Deja eso ya. No nos compliquemos por cosas del pasado" 6:33

"Sí, eso es cierto. No vale la pena vivir en el pasado... ¿entonces, me ayudarás para terminarlo?" 6:33

"Sí, por supuesto"

Ese mensaje nunca se envió. El tiempo se detuvo antes de que pudiera hacerlo. Y, al parecer, se quedaría un buen rato esperando a que llegará el momento.

Y para Martín, ojalá que nunca sucediera. Ojalá.

Por qué, ahí al fondo de esa tradicional y pequeña cafetería, había descubierto que la única persona que valoraba en el mundo le tenía miedo.

Le tenía tanto miedo que ya no lo quería en su vida.

Y entonces, por unos instantes, Martín se sintió la persona más solitaria del mundo.

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