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4: Oscuridad

6:34 P.M

Cuando Martín despertó, se hallaba envuelto en un extraño sentimiento.

A pesar de que había dormido tranquilo, no iba ser de menos en un mundo así, no se sentía totalmente descansado.

Aún le abrumaba la situación, y sus pensamientos seguían martillándole la pobre cabeza.

–Quizás no vuelva a tener una noche tranquila...–Dijo, en un intento de volver a escuchar una voz–...es irónico...Finalmente puedo dormir sin ningún ruido y aun así...–Levantó la cabeza y miró a su alrededor mientras su cuerpo terminaba por despertarse.

El solo hecho de volver a abrir los ojos y ver que todo continuaba igual, que nada había cambiado, lo desanimó profundamente. La posibilidad de que todo eso fuera un sueño terminó por desvanecerse.

También se sentía inquieto. ¿Qué diablos se supone que debería hacer? ¿Buscar más pistas? ¿En dónde?

No tenía una guía a la cual seguir. Básicamente se hallaba en un bache. No sabía cómo continuar, hacia donde ir, o lo que debería de buscar. Y aun si lo supiera, ¿Serviría de algo? ¿Podría descifrar la verdad por sí solo?

– ¿Siquiera me servirá de algo descubrir la verdad...? –Preguntó al aire– ¿En serio podré solucionar esto por mi cuenta? –Y su voz volvió a desvanecerse en el silencio.

En aquel frívolo y exasperante silencio.

Se quedó un buen rato mirando a su novia. Como le hubiese gustado que ella fuera inmune como él. Así esto pasaría de un triste y largo monólogo a una emocionante y emotiva historia de ciencia ficción con toques de romance.

Pero no sucedió. Y ahora, hasta donde sabía, estaba solo.

Completamente solo.

Quizás eso era lo que debía hacer.

Buscar a alguien.

Claro, no había nada que le asegurara que no era el único en todo el mundo. Pero, pensándolo bien, tampoco había nada que lo desmintiera.

–Es verdad... ¿Por qué yo tengo que ser el único inmune a esto? Por pura probabilidad, debería de haber más gente así–Exclamó, mientras se palpaba el cuello–...quizás la marca del cuello sirva para identificarme. O los símbolos que aparecen en esa extraña página.

Eso lo animó un poco. Quizás no estaba solo. En algún lugar del mundo probablemente habría más gente pasando por la misma situación. Solo tenía que encontrarlos.

Aquello era curioso.

Martín siempre había huido de las personas. En la Universidad le gustaba hacerse pasar por el callado del salón, el que nadie sabe que existe. Y le gustaba ese papel. Había practicado mucho para eso.

Eso no significa que no hablara con nadie. Por supuesto, si alguien lo iba a buscar no tenía más opción que seguirle la corriente. Y si esa persona insistía, hablarían mas seguido sin ningún problema. Si seguía presionando, terminarían por convertirse en buenos amigos.

Pero nadie le insistía. Nadie le presionaba.

Y por ello, se mantenía en su papel reservado y tranquilo.

Buscar a las personas puede ser molesto. Y, además, la mayoría ni siquiera valen la pena.

Martín sabía muy bien esto. No en vano había adquirido esa mentalidad. Su propia experiencia le hablaba de lo mal que la podría pasar si se relacionaba demasiado con los demás. Así que les aplicaba esa misma regla a todos con los que se cruzaba.

Excepto su novia, quien siempre fue la única que lo entendió.

Pero ahora...un extraño sentimiento comenzaba a apoderarse de su alma. Ahora comenzaba a querer la compañía de alguien más.

Eso era... ¿soledad...?

Estar tanto tiempo así comenzaba a ser peligroso. Y eso que solo llevaba una noche, si es que eso siquiera contaba como noche.

Finalmente se levantó. Se despidió de su novia con un beso, (¿Cuánto tiempo había pasado desde el último beso...?) y se marchó de la casa con el alivio de que podía dejarla sin cuidado tranquilamente, que nadie vendría a robársela.

Su búsqueda había empezado. Y esta vez no estaba totalmente a oscuras. Tenía una idea de por donde comenzar.

Caminó hacia el centro de la ciudad. De nuevo, le daba pereza hacer el trayecto hacia su casa solo para tomar la bicicleta. Además, le estaba empezando a gustar eso de ir por ahí fijándose en los demás. Era una experiencia curiosa, y muy poca gente la viviría.

De hecho, quizás solo él. Tenía que aprovecharlo, ¿no?

En los adentros de la ciudad la cosa no variaba mucho. La gente volvía de su trabajo recorriendo las estrechas calles del lugar. Algunos vendedores ambulantes aprovechaban el momento y ya se habían colocado en posiciones estratégicas para atacar.

Los viejos edificios, la mayoría ya necesitados de una pronta remodelación, se sentían vivos con las luces de los carros y las farolas centellando a su alrededor. El ambiente se sentía nostálgico, casi mágico.

Era como si estuviera en una película a cámara lenta. Incluso, se sentía con estilo al caminar entre tanto titilante destello.

–Si esto se ve así, no me quiero imaginar las grandes ciudades–Dijo, y su memoria sobrevoló por New York, París, Tokio...Aquello en verdad debe de ser un espectáculo.

Sería increíble si pudiese viajar hasta ahí solo para verlo.

Luego de atravesar varias calles estrechas y abarrotadas de gente, cada una peculiar a su estilo, Martín finalmente llegó a su destino.

La estación de radio de la ciudad.

Pensándolo profundamente, esta era la única opción viable. Ahora que era imposible comunicarse por internet, la mejor alternativa para contactar con gente en otros lugares era por medio de un mensaje de radio. Aunque esta teoría seguía teniendo varios problemas.

No sabía si podría usar la radio. Y aún si lograra enviar un mensaje, lo más probable era que nadie lo escucharía. Las emisoras habían perdido mucha popularidad con el paso del tiempo, por lo que las personas que podrían escucharla "de casualidad" se reducían. Y, además, la señal no viajaría lo suficiente como para salir del país. Nada le aseguraba que había más personas inmunes en El Salvador. O en el continente. O en el mundo.

Pero, ¿Qué otra cosa podría hacer en sus condiciones? Tendría que apostar por ello.

–Quizás soy más inteligente de lo que pensaba–Afirmó. El hecho de haber deducido eso, y en un tiempo bastante aceptable, resucitó su autoestima. Finalmente, la locomotora de su cabeza estaba en marcha.

Entró en la emisora de radio. Ubicada en las calles colindantes al centro de la ciudad, era una instalación bastante pequeña, del tamaño de una casa corriente. En su interior había nada más dos personas, los dos locutores de turno. Ellos, además de prestar su voz y amenizar la transmisión, se encargaban de seleccionar la música, verificar que todo estuviera en orden y manejar las redes sociales. Básicamente, todos los procesos necesarios para mantener una emisora en funcionamiento.

Esto se notaba especialmente en el equipo, que probablemente ya tenía alguna década encima. Cuando Martín pensaba en esto, sentía un poco de pena por los locutores. Probablemente sus picos de audiencia rozaban las cincuenta personas, en un día ideal. Tanto esfuerzo para que tu voz no sea escuchada, no debe ser bonito.

Pero, por otro lado, aquello le alegraba. El hecho de que tuvieran un equipo antiguo le daba esperanzas de que pudiera funcionar. Si fuera una emisora online, por ejemplo, aquello ya no habría tenido sentido.

Antes de empezar, primeramente y por curiosidad, probó a escuchar la radio. Utilizando la computadora, cambió de emisora en emisora en busca de algún sonido diferente. Pero solo encontró un murmullo estático. Lo que esperaba, vaya.

Con esa duda disipada, solo tenía algo que aclarar en su cabeza: ¿Qué debería de decir en el mensaje?

No lo pensó demasiado. Comprobando que todo estuviera encendido, y con una voz suave y tranquila, habló:

–Hola. Si escuchas esto, devuelve el mensaje por esta misma estación...Por favor.

Sencillo y efectivo. Perfecto para enviarlo en bucle.

Guardado el audio, comenzó a transmitirlo. Y se aseguró que se repitiera, una y otra vez.

–Al parecer si funciona–Dijo, luego de haber encendido la radio de su celular y escuchar su propia voz repitiéndose.

Dejó encendida la radio con el volumen al máximo. Necesitaba estar atento por si alguna vez alguien le respondiera. Además, había descubierto que por más que utilizara su celular no se descargaba. Siempre se mantenía con el mismo 51% que tenía cuando el tiempo se paró. Por lo tanto, podía dejar la radio indefinidamente activada. Y también necesitaba estar escuchando algo de vez en cuando para mantener su cordura.

–Ahora toca la siguiente.

No iba a dejar un mensaje en solo una emisora. Si quería aumentar sus probabilidades de encontrar a alguien más, tenía que intentar abarcar el máximo terreno posible.

A unas diez cuadras de ahí se encontraba otra radio, la más grande del lugar. La siguiente estaba al otro lado del centro, y aunque era modesta por fuera, quizás era la mejor en equipos y locutores. La última se hallaba a las salidas de la ciudad, en un vecindario casi rural por su abundante vegetación y pocos habitantes.

Martín pasó por las tres sin detenerse. Y cuando llegó a la cuarta, esta increíble hazaña comenzó a pasarle factura.

Al principio tenía intenciones de dejar su mensaje en todas las emisoras de El Salvador. Pero luego de enviar el audio en la última, tuvo que sentarse a descansar.

Las piernas le dolían al mantenerse parado, por lo que salió a la polvorienta acera de la estación y se sentó en ella, importándole mas bien poco si se ensuciaba. Sin fijarse en nada en particular, irguió la cabeza hacia el cielo nocturno.

–...Bueno, ¿ahora qué?

No había pensado en eso. El mensaje estaba enviado, sí, pero ¿cuál era el siguiente paso? ¿Simplemente esperar a que alguien lo respondiese? ¿Y si realmente era el único consciente en ese mundo?

Además, solo había visitado las estaciones de su ciudad y ya se sentía fatigado. Intentar abarcar todas las del país, por muy pequeño que este fuera, terminaría siendo una expedición larga y tediosa.

Y no sabría siquiera si rendiría frutos al final.

Pero no podía simplemente quedarse ahí sentado. Tenía que hacer algo. Aunque también era consciente de que sería muy difícil avanzar solo.

Estaba en una encrucijada verdaderamente complicada.

Era una sensación extraña. Martín, quien siempre creyó que no necesitaba a nadie más, ahora estaba dispuesto a abrirle sus brazos a cualquier persona que estuviera viviendo esa locura con él.

Pero estaba solo.

Y ese sentimiento consumió toda la adrenalina que le quedaba.

–No, no, no...Tienes que hacer algo–Repasó una vez más las pistas que tenía. Y, de nuevo, chocó  contra un muro. Ninguna de esas le explicaba que causó ese fenómeno, como cambiarlo, o cual era su propósito. Ni siquiera parecían tener relación entre sí –Agh... ¡maldición! –Gritó.

Por un rato, pensó en si había otra forma de intentar comunicarse con alguien. Lo único que se le ocurrió fue tomar un altavoz y viajar de calle en calle implorando por respuesta. Otra medida que involucraría mucho esfuerzo y poco resultado. Además, daría la impresión de que estaba desesperado.

Y por más que lo estuviera, no quería que esa fuese la primera impresión de la otra persona.

Si es que algún día encontraba a alguien.

–Me pregunto cuántas horas habrán pasado...–Ahora que ya no existía forma alguna de medir el tiempo, su cuerpo se hallaba desconcertado. No sabía si era de día o de noche, si ya era momento de almorzar o de cenar. Además de la fatiga, su cabeza volvió a zumbarle por dentro. Al parecer, las migrañas serían mas frecuentes a partir de ahora.

Genial.

Caminó hacia adentro de la modesta colonia que se le abría. No tenía ningún destino en particular. Solo quería explorar el paisaje, curiosear el lugar. Quizás eso le ayudaba a despejar su mente un poco. Y quizás, solo quizás, encontraba a alguien.

Lo último en verdad era muy improbable.

Las calles rocosas y polvorientas, acompañadas de las casas viejas hechas de adobe y lámina, transmitían una sensación de abandono deprimente. Más si le agregamos que no había personas a la vista. Y que la mayoría de focos no estaban encendidos, probablemente porque ya no funcionaban.

En algunos puntos ni siquiera había luz. Martín se colocó en uno de esos semicírculos que se formaban en la acera de forma instintiva.

La oscuridad del lugar lo atrapó y consumió. Y dentro de ella, no era capaz ni de distinguir sus propias manos.

–¿Alguna vez seré capaz de ver de nuevo la luz del día...?

Ahora que lo pensaba, la noche siempre le había gustado. Aunque fuera indiferente con la mayoría de cosas, incluso con el momento del día en el que estaba, la noche tenía su encanto.

Pasear por las calles a oscuras y con los audífonos en alto se había convertido en uno de los momentos más placenteros de su diario vivir. Y quizás por ese gusto escondido, es que no le molestaba ir recorriendo toda la ciudad a pie. Aun cuando sus piernas no estuvieran muy de acuerdo.

A pesar de eso, comenzaba a extrañar al sol. Durante un tiempo no sería capaz de sentir el apabullante calor en su piel, mientras caminaba en pleno mediodía hacia el restaurante donde religiosamente almorzaba todos los días que iba a la universidad.

Ese momento tampoco le desagradaba.

Pero ahora esas cotidianidades se irían por un tiempo, que parecía ser eterno. Ahora que ya se empezaba a acostumbrar al ajetreo de la universidad, tenia que afrontar una nueva realidad donde siquiera mantener una rutina sería complicado.

Un mundo donde tenía todo el tiempo del mundo, pero al parecer nada en que ocuparlo.

Aunque bueno, en el mundo normal tampoco es que lo aprovechara al máximo.

–Quiero ver de nuevo la luz.

Pensándolo bien, tampoco es que su rutina fuera la más emocionante. Aparte de esos momentos de tranquilidad y cierta relajación, en los demás se sentía más bien lo contrario.

Las tareas le irritaban la mayor parte del tiempo. Los profesores también. Sus compañeros, aunque no hablara con ninguno de ellos, también.

Era una molestia tras otra. Y así era todos los días, todas las semanas, por los siguientes cuatro años.

Y eso solo era el comienzo. Luego esa rutina se acoplaría a su trabajo, sea cual fuere, y la mantendría...durante toda su vida.

Atrapado en una monotonía asfixiante. Trabajando todos los días solo para sobrevivir. Durmiendo con miles de problemas bajo la almohada. Propenso a cientos de peligros. Y si tenía suerte y llegaba a los sesenta, probablemente pasaría el ultimo trecho de su vida enfermo, sufriendo y dependiendo de una pensión mísera. Eso si llegaba.

¿Dónde estaba lo placentero en ese estilo de vida? ¿Cuál era la felicidad a la que todos aspiraban llegar?

Al menos se casaría con Jennifer y esto le ayudaría a llevar su carga de forma más llevadera. Pero, de lo contrario, cuando miraba hacia el futuro la pregunta invadía su cabeza. 

¿Lograré ser verdaderamente feliz alguna vez?"

Aunque, bueno, en ese mundo no tendría que preocuparse por cosas como esa, pues el futuro había desaparecido con el tiempo.

Pero solo en ese mundo.

–Necesito ver la luz.

Comenzó a agobiarle el paisaje. Si seguía ahí, sus ojos olvidarían lo que era el resplandor de la luz y hasta podría convertirse en una especie de vampiro.

Quería alejarse de ahí.

Quería alejarse de todo.

No tenía ganas de caminar hacia la ciudad. Descansaría esa noche (lo que consideraba noche) en la colonia, y mañana se levantaría con las piernas recuperadas y los ánimos renovados.

Aunque al final, eso no sucedió.

Luego de dormir tranquilamente en el amplio pastizal contiguo a la acera (no quiso ni moverse a una de las casas), simplemente se dedicó a investigar la zona. Curioseó algunas casas aquí y allá, observó la vida de las personas del lugar e incluso descubrió algunos de sus secretos.

Fue un día de ocio, y uno bastante extraño. Pero quizás era lo mejor.

Quizás lo que necesitaba era descansar de los misterios absurdos y de las historias irrealistas. Le había dedicado un día entero a eso y su mente ya comenzaba a resentirlo.

Además, así no llegaría a nada. Quizás parar le ayudaría a analizar mejor las cosas y ver como podía continuar.

Su única compañía fue su propia voz sonando por la radio. Imparable. Incansable. Invariable. No sabía por cuánto tiempo más la tendría que soportar. No sabía cuánto tiempo se tardaría en ser escuchada.

No sabía siquiera si alguien la escucharía.

El tiempo pasó volando, y rápidamente volvió a tener sueño. Se acostó siguiendo el reloj interno de su cuerpo y durmió en una de las camas de madera podrida del lugar.

Esa noche tuvo una pesadilla. Aunque no fue capaz de recordarla.

Al día siguiente, apagó la radio.

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