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3: La habitación vacía

6:34

Ahora que lo pienso, aún no les he dicho el nombre de la novia.

Me disculpo por el error.

Aunque bueno, tampoco es que sea algo de vital importancia.

Como ya habrán notado, no es que vaya a narrar la historia de muchas personas por lo que podría decirle simplemente "la novia" , y no cambiaría mucho las cosas.

Pero así queda un poco soso, en verdad, por lo que mejor llamémosla por su nombre: Jennifer.

Martín y Jennifer se conocen desde niños. Ambos eran vecinos, y al tener casi la misma edad (ella es un año mayor) y ser los únicos infantes de la colonia, se hicieron amigos rápidamente.

Obviamente, al principio era una amistad para salir a corretear por la acera o jugar al escondite, y así se mantuvo hasta llegar la pubertad. Cuando ambos desarrollaron otro tipo de ideas.

Pero nunca llegaron a nada. Martín desde pequeño fue malo relacionándose con los demás (ni él mismo sabe como pudo hacerse amigo de ella), y a la hora de hablar de los sentimientos era aun peor.  Con solo hablar de su estado de ánimo sentía una inquietud extraña y un sudor intenso en las manos.

El tiempo fue pasando y, cuando tenía quince años, su única amiga tuvo que mudarse. Aunque no era muy lejos, como habrán podido comprobar, el mudarse significaba perder el único lazo que los mantenía unidos. Fue en ese entonces que Martín se dio cuenta de la dura realidad.

Si ella se iba, perdería la única oportunidad de tener novia antes de los dieciocho.

Así que, un día antes de la mudanza, se armó de valor y como bien pudo se declaró. Ahora que pensaba en ello, aquel fue un espectáculo deplorable. Nunca había intentado sonar romántico hasta ese entonces, y la primera vez resultó ser un momento crucial. Como era de esperarse, solo terminó haciendo el ridículo.

Para evitar momentos como ese, Martín dejó de mostrar sus emociones y decir sus pensamientos. Aunque esto lo hiciera antipático a los ojos de todos, era por un bien mayor. Además, de la única persona que escucharía quejas, si es que las hubiera, sería de Jennifer.

Volviendo a la confesión, y aunque no le gustara recordarlo, la verdad es que salió bastante bien. Por algún motivo, ella aceptó. Y desde entonces habían sido pareja durante cuatro años ininterrumpidos. Todo un logro.

Aunque últimamente, la relación había decaído. Y Martín no sabía muy bien que hacer para levantarla...

Oh, creo que me he desviado un poco. Otra vez. Solo espero que puedan aguantarme hasta el final.

Así pues, luego de atravesar algunas cuadras y bifurcaciones llenas de estatuas humanas, Martín llegó a la casa de la única persona que le importaba en el mundo. Las demás ya no estaban, o habían perdido el cariño que alguna vez les pudo tener.

La casa de Jennifer no destacaba mucho de las demás. Todas las residenciales de esa calle compartían la misma estructura. De dos pisos, con tres cuartos en cada uno además de la sala, un garaje y una pequeña zona donde plantar flores adelante, y un patio trasero del tamaño suficiente como para dar vueltas con tu perro. Una vivienda promedio, a fin de cuentas.

No para Martín, quién siempre había vivido en aquella vieja casa de solo un piso, y un patio que podría recorrerse en dos pasos. Del garaje y la zona para plantar ya ni hablamos. Una familia que dependía únicamente del trabajo de estilista de su madre no podía aspirar a mucho. Y él lo sabía.

Martín entró como si fuera su casa, de la forma más casual posible. Ahora que todos se hallaban en aquel extraño limbo, no tendría que preocuparse por el padre de ella. Tenía pasillo libre hasta su cuarto, algo impensable hasta ese momento.

Subió las escaleras del fondo mientras miraba con cierto aire de superioridad al señor de la casa, y caminó hacia el cuarto de Jenifer, el cual se hallaba pegado a la pared que daba a la calle. Por ello, poseía la ventaja de tener una ventana con vistas bastante decentes.

Cuando Martín entró, fue en lo primero que se fijó. La fina luz lunar que entraba por ahí daba directamente a la tez blanquecina de su novia.

La cual se hallaba como todas las demás. Inerte. Sin rastro de vida.

Simplemente sentada al borde de la cama, con la cabeza gacha, haciendo que su larga cabellera café y lisa le llegara a sus rodillas blanquecinas, y con sus ojos, que a la luz de la luna parecían ser color miel, fijos en el celular apagado que mantenía rígidamente sobre sus piernas.

Aquella escena era tan fría como melancólica.

Aunque era de esperarse, Martín mantuvo hasta el final la esperanza de que la encontraría en movimiento, quizás tan desconcertada como él, quizás trazando un metódico plan para encontrar la verdad, quizás incluso preparándose para ir a buscarlo.

Pero nada de eso sucedería, pues ella no se movería de ahí jamás. No hasta que todo volviera a la normalidad.

Caminó hacia ella de forma lenta e irregular. Y cuando estuvo frente a frente...se arrodilló y la abrazó sin dudarlo.

Fue un abrazo sincero. Puro. Uno muy raro de ver, y menos en él.

— ¿...Por qué...? —Susurró, mientras le apretujaba la espalda.

Como esperaba, no hubo respuesta, y su voz se perdió entre la oscuridad de la habitación.

Mientras la abrazaba, Martín finalmente pudo sentir algo de cálidez en aquella fría noche. Aunque aquel cuerpo estuviese helado, no diferenciándose en nada a la temperatura ambiente, saber a quién pertenecía le reconfortaba de alguna forma.

Estar apegado a ella le recordaba todos los besos, todas las caricias. Todos los momentos en que podía recostarse en su costado y pensar que todo estaría bien. Donde el mundo era solo ellos dos, y nadie más.

No pudo evitar ponerse nostálgico de esa forma.

Y más teniendo en cuenta de que la relación estaba pasando por una etapa difícil. Ya casi no se veían y su única conversación era por chat, conversación que bien podría ser la de dos desconocidos cualquiera y no de una pareja consolidada.

Y también, ella estaba cambiado. Ya había cambiado.

Y eso le preocupaba.

De hecho, ¿cuánto tiempo había pasado desde el último abrazo...?

Pasó un tiempo delirando entre viejos recuerdos hasta que finalmente se despegó de ella. Aún sin que estuviera como tal, su sola presencia lo animaba. Por eso mismo, lo mejor era vivir ahí hasta que todo eso se solucionara. De todos modos, para su cuerpo era como estar en un día común y corriente.

Sentía cansancio, y también un poco de hambre. Necesitaba un lugar donde bañarse, dormir y cumplir con sus necesidades fisiológicas. Y aunque podía optar por irse a hoteles cinco estrellas o residenciales lujosas, en ninguna sentiría la misma cálidez que en esa caseta de dos pisos, un garaje y un patio trasero.

Y para él, eso era lo más importante.

Se levantó y la ojeó con más detenimiento. Tenía la cara maquillada, aunque uno suave, natural, y las uñas pintadas. A un lado estaba su pequeña cartera, y tenía sus tacones blancos preparados. También portaba un vestido.

Iba a salir esa noche.

Eso le llamó la atención. Pensó seriamente en revisar su celular y ver con quien chateaba, pero logró contenerse. Se esforzaba por no ser demasiado celoso, aunque se lo pusieran difícil.

Además, quizás era mejor que no lo supiera.

–Me pregunto si podré navegar en internet con el tiempo detenido...–Cuestionó, en un intento de cambiar de aires. Aunque esa posibilidad ya había pasado por su mente, ahora que estaba más tranquilo pensó que no era mala idea intentarlo.

Siguió revisando la habitación con la mirada. A la par de la cama estaba una mesita donde presumiblemente hacía sus deberes, pues tenía dos columnas de libros apilados en cada esquina. Al otro extremo de la pared, estaba su ropero. Y en frente, un espejo de al menos treinta centímetros de largo.

Caminó hacia este y revisó su marca, de nueva cuenta. No era más larga que su dedo, ni más ancha que dos. No se sentía al tocarla. Tampoco había dolor. Simplemente estaba, por alguna razón.

Y justamente eso le molestaba. ¿Por qué razón tenía esa marca? ¿Qué significaba el triángulo? Y, sobre todo, ¿Quién la hizo y en qué momento?

Por qué claro, eso alguien se lo debió haber hecho. No pudo aparecer ahí por sí sola. ¿Pero en qué momento? Martín estaba seguro que no la tenía en la mañana. Se hubiera dado cuenta al vestirse para ir a la Universidad. Entonces, tuvo que aparecer antes o después de que el tiempo se detuviera.

¿Pero cómo? Si, por ejemplo, se hubiera desmayado en el momento en que el tiempo se detuvo, entonces tendría sentido. Ese fue el momento. Pero ni siquiera se desmayó. Solo hubo un leve mareo y nada más. Eso es muy poco tiempo para hacer una marca así.

No era lo único en que pensaba: Si alguien le hizo eso, entonces tenía un motivo. Significaba que el hecho de que estuviera aún consciente no era casualidad. Tenía un objetivo que cumplir en ese extraño mundo.

¿Pero cómo saber cuál, si la única pista que tenía era una extraña marca en su cuello? Por Dios, no hagan un acertijo tan complicado si la persona que lo tiene que resolver no da más de sí. Es algo totalmente injusto.

Empezaba a cansarse de la situación. Quizás lo mejor sería acostarse y esperar que al despertar todo quedara como un sueño divertido o algo por el estilo.

Sí, eso sería genial.

Pero antes de eso, quiso saciar su curiosidad con lo del internet. No tenía más opciones, así que sacó su celular y probó a buscar algo en Google. Tecleó "sjfpsfj" para ver lo que sucedía. No esperaba gran cosa, quizás solo el dinosaurio que sale cuando no tienes internet.

–¿Y esto? –Le sorprendió el darse cuenta de que al parecer sí podía navegar. Contrario a lo que esperaba, miles de posibles respuestas le salieron, como si todo estuviera funcionando de forma normal.

Esto avivó más su curiosidad. Probó a enviar un mensaje por WhatsApp. Escribió "Háblame" y lo envió a su novia. Pero el texto nunca salió de su celular. El símbolo de carga fue lo único que cambió.

–Al parecer no puedo enviar mensajes... ¿Eso quiere decir...? – Y su teoría se comprobó al entrar a Instagram.

Aunque podía ver las fotos y las historias con normalidad, ninguna pasaba de alrededor de las seis y media. La hora en la que el tiempo se detuvo. Eso significa que tenía acceso a todo el contenido de la red subido antes de ese momento. Luego de eso, ya no había personas para actualizarla. Y aunque las hubiera, no podrían subir nada como comprendió al intentar enviar el mensaje.

–Al menos no me aburriré–Dijo con una sonrisa fingida.

Antes de acostarse, quería comprobar una última cosa. Buscó en Google "El tiempo se detuvo" para ver si salía algo que pudiera servir de ayuda. Algo como experimentos, o teorías que le ayudasen a resolver el acertijo en el que estaba envuelto.

Las primeras páginas no le dijeron nada. Libros, frases, ¿y una serie coreana...? Realmente no era lo que esperaba. Siguió bajando y miró varias opciones por algunos minutos. Y entonces, cuando ya iba por la quinta página, lo encontró.

"Ayuda, ¿Alguien más de aquí vivió el momento en el que el tiempo se detuvo?"

Con esa entrada se abría un blog que databa de 2010. Fue suficiente para acaparar toda su atención.

Entró en el blog esperanzado, pero su ilusión se derrumbó instantáneamente.

"Esta página web no está disponible"

–Bueno...era de esperarse. No todo podía ser tan fácil...–Desilusionado, dejó salir un pequeño suspiro.

Se quedó algunos minutos mirando la página eliminada. No es que estuviera analizándola ni pensando alguna forma de recuperarla. Simplemente la observaba, con la mirada perdida y la mente en cualquier lugar menos en ese.

–Que basura de día.

Quizás presa del enfado, de la decepción o del no tener idea de que hacer a continuación, Martín empezó a presionar frenéticamente el botón de "Cargar de nuevo". Quizás, en el fondo, albergaba la esperanza de que luego de varios clics la página mágicamente cargaría. Para algo estaba, ¿no?

Y así estuvo por un buen rato, apretando el botón como un desquiciado. Y cuando ya empezaba a cansarle el dedo, algo sucedió.

La página comenzó a cambiar.

–¿Ah...? ¿Qué significa esto...?

El blog que antes era totalmente blanquecino, comenzaba a tornarse oscuro con cada clic. Después, empezaron a sobresalir manchas blancas en la ahora negra pantalla. Finalmente, con ellas se formó una figura.

– ¿Qué diablos está pasando? –Dijo, elevando el tono. Se levantó instintivamente de la cama.

La pantalla tenía patrones extraños por todos lados. Eran como figuras geométricas sobrepuestas y colocadas al azar por todo el lugar. Y en el centro y al fondo, una figura que parecía simular un reloj de arena. Pero estaba tan borrosa e irregular, que podría ser cualquier cosa.

Martín dejó el teléfono en la cama.

–¿Qué mierda está sucediendo con mi vida...?

Le empezó a doler la cabeza. Había sido un día para el olvido incluso antes de que el tiempo se parara. Y ahora estaba envuelto en una extraña, bizarra y exagerada historia de ciencia ficción con él como protagonista. Una cuestionable elección, por cierto.

Solo quería dormir. No quiso ni pensar en como ese nuevo descubrimiento se relacionaba con los otros. Ya había tenido suficiente. Suficiente de encontrar preguntas, pero ninguna respuesta.

Así que simplemente se acostó en la cama donde estaba sentada su novia, o al menos su cuerpo, y cerró los ojos. Necesitaba su compañía, aunque fuera una farsa.

Y mientras su cerebro se apagaba y su cuerpo se dormitaba hizo memoria en la última vez que había pasado tanto tiempo con ella, sin que nada les molestará.

Sin que nada les arruinara el momento.

Las cosas habían cambiado y mucho con el paso del tiempo. Sobre todo, ella. Ahora era más sociable y popular. Tenía un montón de amistades nuevas que ni él conocía, y seguro faltaban muchas por presentarle.

Y, aún por encima, era amiga de ellos. Y de él.

Realmente, ya no era la misma persona de la que inocentemente cayó enamorado en su niñez. Ahora que la veía, casi ni la reconocía.

Casi ni le parecía su novia.

"¿Por qué...?

¿Por qué tenías que cambiar, Jennifer...?

¿Por qué tenias que alejarte de mí...?"

Pero, pensándolo bien, eso ya no importaba. Al igual que los demás, esas personas estarían prácticamente en el limbo. Estancadas. Sin vida.

Eso significaba que ya no había nadie que se interpusiera entre ellos. Que podía estar con ella todo lo que quisiera.

Pensándolo así, aquello no era tan desagradable. De hecho, era lo que llevaba deseando desde hace algún tiempo.

Qué cosas de la vida, ¿no? Finalmente, se le estaba dando la oportunidad y de la forma más inesperada posible.

La vida es sumamente extraña.

Bueno, el método tampoco importaba demasiado. Podía estar con ella sin nadie más, y eso era lo importante.

Ahora era suya, solo suya, y así lo sería por un largo tiempo.

Sí, aquello no era para nada desagradable.

Y con ese pensamiento, se trasladó al mundo de los sueños.

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