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23: Lo que ella realmente deseaba

6:34

Lo único que Ruby deseaba era que alguien le prestara atención.

Desde niña su vida había sido bastante solitaria.

Aunque al principio era difícil de entender, aunque al principio su inocente mente no fuera capaz de asimilarlo, ese sentimiento siempre estuvo ahí. No era para menos.

Se supone que la mejor compañía que un niño puede tener son sus padres, pero Ruby nunca pudo sentirla con los suyos. Más bien parecía todo lo contrario.

Ambos trabajaban arduamente durante todo el día y volvían hasta tarde a casa, cansados y con el único objetivo de dormir profundamente y a la mañana siguiente repetir la misma rutina. Y así, día tras día, semana tras semana.

Obviamente que no la dejaban sola todo el tiempo. En las mañanas pasaba ocupada estudiando y jugando en compañía de otros niños en el jardín de infantes, y en la tarde le habían contratado a una niñera, un poco vieja pero dulce, para que se hiciera cargo de la casa.

O al menos así era en el papel.

En la realidad, Ruby no hacía otra cosa más que estudiar en el kínder. Su madre siempre le había inculcado, de forma inconsciente muchas veces, que su única obligación era salir bien y si era con notas perfectas, mejor. Ruby lo cumplía al pie de la letra.

Mientras los otros niños salían a pelotear en el patio del pequeño lugar y las niñas hacían fila para saltar la cuerda, Ruby se quedaba en el salón intentando hacer la mejor espiral posible en todas las líneas. Y no se iba hasta conseguirlo.

No estaba ahí para socializar, y tampoco le interesaba. Su único anhelo era obtener una calificación lo suficientemente buena como para que su mamá la cargara en los brazos, la felicitara y jugara con ella como premio.

Cuando se dio cuenta, ese ingenuo sueño nunca se cumplió y había crecido sin haber hecho amigos de verdad.

En casa la cosa tampoco mejoraba.

Su niñera, cuyo nombre ya no es capaz ni de recordar, era apartada, distraída y poco amigable. Nunca tuvo la intención de llevarse bien con ella, muchas veces ni de cuidarla. Se pasaba toda la tarde encerrada en la sala, escuchando sus discos de los 80's y haciendo los quehaceres del hogar. Seguramente pensaba que con eso estaba haciendo un trabajo digno y merecedor de una jugosa paga.

Mientras tanto Ruby no salía de su cuarto, y después de haberse asegurado de hacer una tarea de no menos de 10, se quedaba sentada escuchando la música que su niñera ponía a todo volumen en los aparatos. Su afición por el rock clásico y las canciones antiguas probablemente vengan de esas interminables tardes.

Fue así como Ruby creció como una niña callada, apartada e insegura.

Y al llegar la adolescencia, cómo era de esperar, todos sus miedos terminaron por explotar...cuando comenzó a darles importancia.

Aunque hubo una vez en su niñez que no se sintió solitaria. Un tan solo momento en el que pudo saborear el júbilo de la gente, el calor de los demás.

Y esa vez la marcó de por vida.

Fue cuando tenía nueve años. Esa vez el colegio había organizado un concurso de talentos. No había una categoría específica como tal, simplemente el niño que quisiera pasar se lanzaba con todo lo que tuviera mientras, en el auditorio, filas de padres los veían emocionados y con una preminente sonrisa en sus rostros.

Cada vez que terminaba el espectáculo, por muy banal o simple que fuese, el salón se llenaba con estruendosos aplausos y gritos.

Al presenciar esto, Ruby no dudó ni un instante en inscribirse. Pero había un pequeño problema.

"¿Cuál era su talento, si es que tenía uno?"

No lo pensó demasiado. Gracias a todas esas eternas tardes escuchando a su niñera cantar de forma desganada una y otra vez las mismas canciones, se había aprendido algún que otro pedazo. Incluso ella se ponía a cantarlas, de vez en cuando.

Con la mente clara y un único objetivo en mente se paró en frente del público, y con sus delgados y pequeños brazos tomó el micrófono y empezó a cantar una versión a capella del coro de "La ciudad de la furia", de Soda Stereo.

Cuando terminó de cantar el trozo que se podía, y tímidamente cortó para decir "Gracias" ... obtuvo lo que tanto buscaba.

El lugar se llenó de aplausos y, por un pequeño pero mágico instante, fue el centro de atención de absolutamente todas las almas del lugar.

Ni siquiera sabía cómo lo había hecho, o que tan bien había sonado, pero eso apenas tenía importancia. Era feliz. Muy feliz.

A partir de ese día se dedicó a afinar su voz. Si ese no era su talento, entonces lo convertiría en suyo. Aunque fuera un proceso lento y complicado, si con eso lograba obtener momentos como ese, valía totalmente la pena.

Empezó a anotar las letras de las canciones que ponía su niñera (incluso las que estaban en inglés, anotando como se pronunciaban) y comenzó a imitar la voz del cantante, y controlar su tono y su ritmo.

Fueron muchas tardes de práctica y práctica, pero como se suele decir la experiencia hace al maestro. A los pocos años, Ruby ya poseía una voz armoniosa y digna de ser alabada.

Pero aún teniendo un talento llamativo, eso nunca le sería suficiente para dejar de sentirse sola. Y esto lo aprendió a la edad de trece años, cuando la cambiaron de instituto.

Debido a su casi perfecto historial académico, sus padres decidieron probar suerte e inscribirla en uno de los colegios más prestigiosos y difíciles de la ciudad.

A Ruby nunca le abrumo la cantidad indigente de tareas del lugar, o los rigurosos profesores. Su carga, en cambio, se vio regida por su incapacidad para adaptarse a ese nuevo ambiente.

Al menos en el anterior colegio se sentía parte del grado. No tenía amigos tan cercanos, pero podía mantenerse como la chica tímida y apartada del salón y todos estaban bien con esa decisión.

Mientras que en ese, en cambio, nunca logró algo remotamente parecido a eso. Y al ser ya una adolescente consagrada, esa carga de pronto se volvió insoportable.

Todos en el lugar eran fríos y antipáticos. Al igual que ella solo buscaban obtener la mejor nota posible, importándoles poco lo demás. Rápidamente se vio desplazada a ser alguien más del montón. Ahí dentro había genios, en todo el sentido de la palabra. Ella lo único que tenía era que se esforzaba y dedicaba como pocas, y ni era por que le encantara estudiar o algo por el estilo.

Solo quería atención. Pasaran los años que pasaran, ella seguía buscando lo mismo.

Pero en ese nuevo lugar tuvo que abandonar la táctica de sobresalir para ser alabada. Y, entonces, ¿Qué le quedaba? ¿El canto? Sí, pero necesitaba una oportunidad para poder mostrarlo a los demás.

Y esa oportunidad tampoco sucedió.

También fue ahí cuando entendió lo mala que era tratando con las personas.

A pesar de que sentía que había dos o tres personas con las que podría llevarse bien, se veía incapaz de llegar y hablar con ellas. En el fondo, esperaba que ellas dieran el paso y se tomaran el tiempo de conocerla.

Pero nadie nunca se atrevió a darlo. Y eso le dolía, le dolía como pocas cosas en esta vida.

Una vez su madre la encontró llorando en su habitación. A esa edad, recién cumplidos los quince, Ruby se había dado cuenta de cómo progresivamente iba perdiendo el control de sus emociones, y se había dejado llevar por una tristeza y melancolía que ni siquiera conocía de donde provenían. Tampoco pudo regular el tono de su voz, y terminó haciendo un escándalo audible para toda la casa.

Su madre fue a hablarle y ella, en un intento desesperado por desahogarse, le contó por primera vez los problemas que le aquejaban.

Ruby siempre se lamentaría de haberlo hecho.

"Pues háblales tu primero, no los esperes siempre" ese fue el único consejo que su muy dulce madre pudo darle.

Y no es que no sonara bien. De hecho, tiene sentido ¿no?

Pero, y esto su madre lo desconocía, en la práctica es algo mucho más complicado.

Durante un tiempo siguió ese consejo y comenzó a hablarle a los demás. Se acercaba a ellos en los descansos y les pedía su número para chatear un poco en la tarde. Incluso fue capaz de entablar conversación por primera vez con el chico que le gustaba.

Fue una etapa medianamente feliz, e incluso ella aceptaba que se sintió relativamente mejor. Pero eso no fue más que un espejismo, una farsa, de la cual Ruby no tardó en darse cuenta.

Cuando comenzó a sentir que la cosa se enfríaba, que los demás dejaban de hablarle uno por uno, y que comenzaban a ignorarla nuevamente, su precavido cerebro tuvo una brillante idea: Dejar de hablarles, y ver cuántos de ellos iban a buscarla.

¿El resultado?

¡Exacto, ninguno lo hizo!

Eso fue un golpe muy bajo para ella. Entender que, por más esfuerzo que hiciera, las cosas no cambiaban solo hizo que se hundiera más en su propio pozo de oscuridad. Y esta vez la salida se habia alejado el doble que antes de empezar.

"¡Gracias por la ayuda, mamá!"

Al poco tiempo se hartó de eso. En vez de estarse preguntando "¿Por qué me ignoran? ¿Qué tengo de malo? ¿Por qué no puedo formar un lazo duradero con nadie? ¿Es por mi físico? ¿O por mi personalidad? ¿Qué me falta y a los demás les sobra?" fue directo al grano en busca de resolverlo.

Y para ello eligió la persona que más le importaba en ese momento. El joven que le gustaba.

Controlada por un ataque de emociones contradictorias pero dolorosas, le escribió nuevamente y sin tapujos le preguntó: ¿Por qué dejaste de escribirme?

Y su respuesta la hundió para siempre.

"Eres aburrida"

Fue en ese momento que Ruby acepto que no era especial. No lo suficiente como para que alguien le prestara atención.

Sí, era aburrida. Su personalidad era tan sosa que todos fácilmente la olvidaban. Por eso todos pasaban de ella. Por eso a nadie parecía interesarle, por más que lo intentara.

Estaba destinada a vivir siempre de esa forma. Siendo una más de la masa, vista por nadie, ignorada por todos. Y comprendió que era una pérdida de tiempo intentar cambiarlo.

Una verdadera pérdida de tiempo.

Como consecuencia, se aisló aún más y se graduó sin haber conseguido alguien a quien pudiera considerar su amigo de verdad. Aunque para ese momento, ya ni eso le importaba.

Al entrar en la universidad, volvió a chocar contra otro muro. No tenía idea de que carrera escoger si lo único que le interesaba era la música.

Lo que había comenzado siendo un pasatiempo, y una forma de ganar mísero reconocimiento, terminó convirtiéndose en su única meta. Se dio cuenta de que solo sería feliz subiendo a escenarios repletos de gente cantando y aplaudiendo con ella. De otro modo, su vida quedaría estancada en la mediocridad y el vacío para siempre.

Pero, claro, no todas las personas pueden lograr cumplir un sueño tan glorioso como ese. Y el problema de Ruby es que siempre fue realista. Demasiado.

Al menos que ocurriera un milagro, una chica apartada y tímida como ella nunca podría convertirse en una cantante famosa por sí sola.

Podría intentar subir sus canciones a SoundCloud o YouTube y esperar por ese milagro. Pero si nunca ocurría, tenía que vivir de algo. La vida no se quedaría esperando por ese momento, menos si era por una persona del montón como ella.

Al final de tanto, decidió hacerles caso a sus padres y se inscribió en medicina. Fue a lo seguro, ignorando por completo su sueño. Para entonces, el anhelo de volver a subir a un escenario había desaparecido y ese inolvidable día en que todos pusieron sus ojos en ella, resonaba más como una ilusión difícil de alcanzar que como algo remotamente posible de lograr.

En la universidad su vida perdió cualquier sentido. Estancada en una larguísima carrera que ni era de su agrado, viviendo simplemente de la rutina y el desdén, sin amigos con quienes compartir sus penas o padres con quienes desahogarse (ahora se veían lo mínimo, y Ruby tampoco estaba interesada en hablar con ellos).

No pensaba en el futuro seriamente, y ni siquiera le importaba si llegaba o no.

Para el mundo, ella no existía. Y parecía ser que así sería para siempre hasta que...

El tiempo se detuvo.

Para ser sinceros, los primeros días fueron un auténtico infierno. Ahora estaba más solitaria que nunca, y la incertidumbre y el silencio comenzaban a volverla loca. Aquello parecía como un chiste muy ácido del destino, como la gota que rebalsó su paciencia.

El mundo siempre había sido injusto, ¿y ahora encima salían con esa mierda? La rabia, el desconcierto y la tristeza se apoderaron de su ser. Al parecer siempre se puede caer más abajo, y Ruby lo aprendía con cada día que pasaba, pero entonces, y cómo por señal divina...escuchó aquel mensaje.

Es curioso que, con un solo mensaje, la esperanza y el brillo que sus ojos habían perdido desde la niñez, volvieran de golpe y con una abrumadora fuerza.

Ese mensaje era más que las palabras de un desconocido invitándola a una aventura extraña y a su vez imposible.

Era un motivo para vivir. Una razón para creer que era especial.

"Claro, ¿Por qué estaría en este aprieto si no fuera especial? De seguro...sí, de seguro hay una buena razón por la que este aquí. De otro modo, no tendría esta marca en el cuello ni tampoco fuera la única sufriendo esto. Quizás sea una especie de heroína o tenga algún poder oculto...El tiempo se detuvo, ya nada parece imposible.

Además, ya tengo una meta. La mitad del mundo. Tengo que llegar hasta ahí para reunirme con ese tal John y resolver esto...

No parece... ¿Cómo si fuera obra del destino? ¿Cómo si quisiera redimirse luego de haberme tratado como basura durante estos 21 años?

Piénsalo, si lo logramos...ya no serás una total desconocida. Si ayudas a descifrar esto, el mundo no tendrá más opción que centrar su mirada en ti. Ya nadie te ignorara. Tú vida, de nuevo, tendrá un rumbo. Habrás recuperado la esperanza, y todo, absolutamente todo cambiara...

Vamos, ¡claro que es el destino!"

Y con ese pensamiento increíblemente positivo, y una emoción renovada, partió en aquella alucinante odísea alrededor de América.

Encontrar el mensaje de Martín también le pareció producto del destino.

Pensó en que probablemente John estuviera dando indicaciones de lo que hacer a través de la radio, y por eso al entrar a cada país la sintonizaba en busca de nuevos rastros de vida. En una de esas, y como resultado de la purísima casualidad, escuchó el desesperado llamado de un Martín hundido.

Y eso le emocionó aún más.

Rápidamente notó en el tono que ese sujeto la estaba pasando mal. No en vano, se parecía al suyo en sus momentos de más miseria. Quizás incluso pasaban por los mismos problemas...y eso solo mejoraba las cosas.

Finalmente podía encontrar a alguien con quien se entendiera, con quien formar un lazo profundo y fuerte. Solo necesitaba encontrarlo y ayudarlo, y entonces se convertiría en una persona especial para él, ¿no?

Si lograba salvarlo, entonces tendría a una persona que dependiera de ella y que no quisiera perderla, ¿no?

Y por eso mismo, decidió parar en El Salvador y, por más titánica que fuera la tarea, se convenció a buscarlo hasta en los confines del país.

Era su oportunidad de ser especial para alguien. Bajo ningún percepto podía permitirse desaprovecharla.

La idea de explotar un almacén de gas llego en una de esas búsquedas. Le pareció una idea increíble (¿A quién no?) y empezó a preparar todo.

Pero, mientras lo hacía, una terrible duda la atormento.

"Es verdad...Soy aburrida. Muy aburrida"

¿Qué pasaría si ese chico también se aburriera de ella? ¿Y decidiera abandonarla y emprender el camino por su cuenta? Por más que ella lo intentara salvar, ¿y si al final no terminaba siendo necesario?

No podía dejar que eso sucediera. No otra vez.

Mantuvo esa duda por bastante tiempo hasta que llegó el momento de la explosión. Y al ver a Martín por primera vez, y encontrárselo tan extraño y débil, tuvo que tomar una decisión extrema.

Fingió ser otra persona. Aunque se viera irreal. Aunque se viera infantil. Ya había conocido chicas que eran exageradas y eso les parecía funcionar, entonces ¿Por qué no a ella?

Con eso lograría ser una persona más interesante con la que hablar, y más divertida de tratar. Y se aseguraría de que no la olvidarían, nunca más.

Aunque al principio costó lo suyo, logró sumergirse en el papel de muy buena forma. De verdad parecía que su personalidad real era esa, o al menos eso pensaba. Y se sentía orgullosa de aquello. Muy orgullosa.

Aunque, como ya saben, no pudo mantenerla hasta el final. Comenzó a dejar salir su verdadera "yo" más seguido frente a Martín, impulsada por algunas situaciones que ella consideraba verdaderamente especiales. Para el final del viaje, ella era una extraña combinación entre lo falso y lo real.

Y, bueno, al darse cuenta de toda la verdad allá en la mitad del mundo, esa ilusión terminó por derrumbarse. Esa voz le dijo explícitamente que no era especial. Que su vida era aburrida, y que ese viaje no valía nada.

Y tenía razón, vaya que sí la tenía.

Decidió rendirse y abandonar esa fantasía para siempre. Apenas se despidió de su compañero, convencida de que no era especial ni para él (tampoco es que Martín diera señas de lo contrario)

Y así fue cómo, resignada, comenzó a vagar indefinidamente en Quito esperando que esa tortura se acabase.

Al final, había fracasado nuevamente. Y se dio cuenta de que, por más que lo intentara, posiblemente nunca sería especial ni el centro de atención de nadie.

Hasta que...Martín la encontró.

Con el brillo de la ciudad ardiendo de fondo, ambos volvieron a verse...

Y entonces...

–Y esa es mi historia–Ruby finalizó con desdén la narración. Acostada, y mirando fijamente el oscuro cielo, dio un jadeo y se levantó. Despejó su larga coleta de su cara, y miró detenidamente a Martín–Y ahora estás ante la verdadera Ruby. Te he ocultado todo de mí desde que nos conocimos, incluso mi nombre. ¿Sabías que Ruby solo es mi supuesto nombre artístico, no el real?

–Ah, ¿sí? ¿Cuál es tu verdadero nombre?

–¿Acaso eso importa a estas alturas? –Y Ruby se mantuvo mirando el horizonte en silencio. A lo lejos, las débiles llamas aún luchaban por consumir los edificios que se encontraran a su paso. Desde ese mirador, la vista del fuego se volvía un paisaje verdaderamente privilegiado.

Martín, quien estaba sentado de forma encorvada y con las rodillas levantadas, se quedó un rato pensativo. Luego respondió suavemente:

–La verdad me gusta más esta Ruby, aunque no lo creas. Es más agradable.

Ruby lanzó una risita sarcástica.

–Me lo hubieras dicho antes...Quizás las cosas hubiesen cambiado un poco. Aunque el destino siempre sería el mismo, no hubiéramos perdido tanto tiempo dando vueltas en círculos... ¿no crees?

–Sí...pero bueno, ya es muy tarde para eso– Martín acabó con su coca cola en lata, fiel compañera en esa travesía, y la lanzó al vacío–Bueno, supongo que ahora es mi turno...

–Sí–Ruby se acercó–Tengo curiosidad por escuchar tú historia, si te soy sincera.

–Pues tampoco es nada del otro mundo, la verdad.

–No existe nada del otro mundo. ¿No me dijiste que no éramos especiales, pues?

–Oh...–Martín refunfuñó–Es verdad. Bah, solo quiero pedirte algo antes de empezar.

–Dime.

–No te vayas a reír, ¿okey?

Ruby lo miró extrañada.

–Por si no te has dado cuenta, yo también soy igual de lamentable. Quizás más que tú. Sólo suéltalo y después podemos discutirlo.

–Si tú lo dices...–Martín se tendió en el frío suelo. Dudó un instante antes de empezar. Aunque Ruby ya se había deshecho de ella, quitarse la máscara es algo más complicado de lo que parece...––Quieres saberlo todo, ¿no? Entonces empezaré desde la muerte de mis padres. Ah, sí, soy huérfano–...Pero es un proceso por el que debía de pasar.

Y así, Martín dejó caer su máscara también. A partir de ese momento no volvería a necesitarla.

Finalmente, fueron capaces de verse los rostros sin ningún tipo de protección.

Los rostros de dos almas rotas y vacías por dentro.

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