22: Mi luz
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Martín nunca quiso estar solo.
No era un descubrimiento nuevo, de hecho. Siempre lo supo. Dijera lo que dijera, en su interior siempre lo supo.
Bueno, tampoco es algo de sorprender. No existe ni una sola persona que desee estar completamente sola. Cada uno podrá manejarlo de diferente forma, cada uno podrá reaccionar a su manera. Pero la sensación de estar totalmente solo en todo el planeta no es algo que un humano común y corriente pueda soportar.
Y por eso, Martín había huido de sí mismo. Le daba miedo estar solo, pero más miedo le daban las personas. Quería acercarse a los demás, pero no quería regresar lastimado. Y en medio de tanto sentimiento contradictorio, de tanto pensamiento contraproducente, la única opción era huir.
El mundo sin tiempo siempre fue su oportunidad de escape más grande. Y, sin embargo, nunca quiso escapar del todo. Muy en el fondo, aún mantenía la esperanza de encontrar alguien más. Alguien que fuera capaz de traspasar cuantas barreras le fueran impuestas y sacarlo de su eterno letargo.
Alguien que fuera capaz de empujarlo a través de ese interminable mundo vacío.
Y esto no es algo nuevo, cómo les he dicho. Martín ya lo sabía, lo sabía desde que se encontró con Ruby en su ciudad natal, hace algún tiempo ya. Quizás incluso desde antes.
Por eso había aceptado viajar con ella. Quería que ella fuera su salvadora. Que ella le enseñara como encarar a la soledad. Que ella le ayudara a convertirse en una persona digna de vivir.
Pero para una labor titánica como esa, necesitaba a una persona perfecta. Y, en cambio, había obtenido a una persona imperfecta en todos los sentidos. Una persona que ni siquiera podía ser fiel a sí misma. Una persona que no podía ni salvarse a sí misma.
¿Cómo podría ser Ruby la luz que tanto buscaba, entonces?
Esa luz no existía. No había nadie tan especial como para convertirse en ella.
Y, aún así, ahí estaba él, con los brazos desgastados, el sudor recorriéndole las mejillas, los ojos irritados y la mirada perdida en el horizonte, en la ostentosa vista de un Quito durmiente, buscando un único punto en ese interminable mar de luces.
–Ah, ahí esta–Dijo al encontrarlo. Aún estaba naciendo en el interior de los oscuros edificios, por lo que era débil e irregular. Pero era el inicio...el inicio de lo más grande que haría jamás.
El inicio del plan para encontrar a Ruby.
Aunque ahora los papeles parecían estar intercambiados, y el salvador era él y la salvada ella, la verdad es que el juego del héroe ya no tenía ningún tipo de sentido. No llegados a ese punto.
Ninguno de los dos era merecedor de salvar al otro, ni tampoco eran capaces de hacerlo.
En cambio, Martín había decidido sumergirse con ella. Llegar hasta el fondo de su coraza y acompañarla en la completa oscuridad. Ninguno resultaría salvado, y eso sería su salvación.
Quizás ahí, en el fondo, ambos podrían verlo. Ver el significado por el que tanto se movían. Ver lo especial de ese mundo virtual, de su tan extraña situación.
Y desaparecer felices, con la convicción de que al menos un Martín y una Ruby fueron capaces de llegar hasta la verdad. Y si ellos eran capaces, ¿Por qué no lo serían el Martín real y la Ruby real?
Ese desesperante mundo sin tiempo ni ruido de pronto se había convertido en su forma de redimirse.
Esa era su respuesta.
Martín ya estaba harto de mentirse a sí mismo: odiaba estar solo y lucharía por no estarlo otra vez.
Aunque para eso tuviera que destruir una ciudad en el camino.
–Ah, alíens, ¿querían algo interesante, no es así? ¿Ya se estaban aburriendo de que nunca hiciera nada, no es así? Pues mira tú por donde, me levanté generoso hoy. Quiero brindarles un show divertido. Quiero intentar encender su frío y apagado corazón. Así que, por favor, ¡disfruten del espectáculo!
La capilla del hombre es un museo ubicado en lo céntrico de Quito. Provisto de variopintas piezas de arte arqueológico, además de algunas pinturas contemporáneas y dibujos de artistas de toda América, es uno de los lugares más interesantes a visitar para conocer del trabajo de toda una generación de artífices ecuatorianos. Y, además, el lugar que mejor se ajustaba al plan de Martín.
El edificio principal, construido a base de bloques de piedra, se hallaba en medio de una subida. Calle abajo una zona residencial llena de apartamentos los saludaba de frente. Y a los alrededores un barrio humilde se intercalaba en las elevaciones, donde el terreno se lo permitiera.
El museo cómo tal estaba un poco más arriba que ellos, y aunque corto de altura en comparación, se podía subir a su techo para tener una mejor vista de todo el panorama a la redonda. Y si querías aún más altura, casi en el centro un mirador en forma de cono, en el cual podías subirte (con algo de esfuerzo eso sí), te podría ser de utilidad. Pero la vista desde el techo bastaba para Martín, quien no paraba de hablarle a los cielos en tono desafiante y elocuente.
Abajo, y en la zona de los apartamentos, la pequeña bola luminosa comenzaba a expandirse y abarcar más terreno.
Dentro de nada haría contacto con el objetivo, por lo que tenía que prepararse. Ya había sentido en sus pieles lo poderoso que podría ser un estruendo de ese estilo, así que mejor ser precavido. Más cuando la escala esa vez doblaba, incluso triplicaba, la de la primera ocasión.
Ah, sí, Martín haría volar una fila llena de tambos de gas propano. ¿El motivo? Vamos, ¿Qué otro podría ser?
¡Para llamar la atención de Ruby, claro!
¿Qué mejor forma de hacerlo que esa?
Al igual que ella lo había hecho aquella vez en la que le encontró malherido y débil, esta vez era su turno. Y como en esa ocasión tenía que abarcar más terreno (su pequeña ciudad no podía compararse con los 372 kilómetros cuadrados de la capital de Ecuador), la explosión, por lo tanto, tenía que agigantarse.
Probablemente tendría que llevarse consigo algún que otro edificio, ¿pero qué importancia tenía? Estaba en un mundo virtual, ¡podía destruir una ciudad entera si hacia falta!
"Solo espero que sepan perdonarme, amigos de Quito. No quise hacerlo, pero no hay de otra. Solo serán algunas calles, intentare no tocar más"
El fuego se expandía a través de un corredor de gasolina, y llegaba hasta la fila de al menos una docena de recipientes de gas ordenada en el suelo de uno de los apartamentos.Martín los había apilado personalmente.
Había sido una tarea titánica el traer uno por uno del almacén mas cercano, y preparar todo para que se pudieran detonar desde una distancia segura.
Pero valdría la pena. Vamos, claro que lo haría.
Curvó la espalda y tomó los audífonos que expresamente había traído para la ocasión. Aunque sea un poco, le ayudarían a soportar el ruido y no terminar con los oídos tapados como aquella vez. Como pueden ver, no había escatimado en preparaciones.
"Yo que me burlaba de Ruby por haber hecho esto, pero si lo piensas tampoco es mala idea, eh. Es bastante ingeniosa. Y tiene el sello de ella. Solo alguien como Ruby podría haber pensado esto en primer lugar"
Sonrió. Estaba seguro al cien por ciento de que funcionaría. Era imposible que no oyera algo tan portentoso como eso. Y aun más imposible que no corriera hacia el epicentro de ese apoteósico sonido, conociéndola. Aunque posiblemente la mayor parte de su personalidad era una farsa, algo le decía que su curiosidad no estaba incluida.
Obviamente, el plan fallaría si Ruby ya no se encontraba en esa ciudad. Pero, pensándolo bien, eso también era poco razonable.
Ella tampoco se llevaba bien con sus padres, según recordaba, y no parecía tener buenos recuerdos de México por lo que casi nunca hablaba de eso. Posiblemente ella no quería volver a su ciudad, pero no tenía ningún lugar a donde ir. Era como Martín, básicamente.
Y para una persona como él lo mejor era quedarse vagando por ahí, sin ningún objetivo en concreto ni ninguna meta que alcanzar. Tal como había hecho al principio de su travesía.
Se sentía en la confianza de afirmar que ahora conocía a Ruby lo suficiente como para dar por hecho que seguía ahí, perdida, en la inmensidad de Quito.
Aunque no era mís que una corazonada.
Al final, había terminado confiando en sus corazonadas.
Al final, ¿Quién había cambiado más a quién?
–No lo sé. Esta farsa del mundo sin tiempo se acabará, y seguiré sin saber absolutamente nada. Pero hay algo que si quiero saber. Quiero saber cual es el significado de nuestro encuentro, Ruby. Tiene que haber uno. Si no lo hay, podemos crearlo nosotros mismos. Pero algo, algo tenemos que encontrar. La aventura de nuestras vidas no puede terminar así, ¿no crees?
Mientras le hablaba, la llama se expandía y se volvía más molesta para su vista, ya prácticamente nocturna en toda su totalidad. El olor a quemado empezó a inundar todo el entorno. Se colocó los audífonos, esperando el tan esperado momento.
–Olvidaremos todo esto, ¿pero y qué? Aunque sea en este mundo falso merecemos ser felices. Merecemos saber que en nuestra vida puede haber algo por lo que seguir luchando. Y, además, esto esta lejos de ser el final.
El momento en que toda la ciudad se iluminara.
–Podemos buscar una forma de cambiarlo. Si aquel tipo de la página de internet fue capaz de recordar lo del mundo sin tiempo y el Ecuador, ¿Por qué nosotros no? ¡Aún podemos buscar una forma de atesorar todo esto! ¡Aún podemos buscar una forma de evadir este sistema! ¡Aún podemos ganarles a esos extraterrestres engreídos! Viéndolo así, ¿el viaje aún esta lejos de terminar, no te parece?
Y la eterna oscuridad fuera derrotada, aunque sea por un insignificante instante.
–¡Por eso necesito que vengas, Ruby! ¡Ven, que salvaremos el mundo! Aún podemos salvarlo, ¿sabes? ¡Aún podemos salvar nuestro mundo!
Y todo gracias a esa luz.
–¡Aquí te espero, Ruby!
Su luz.
Y entonces...
El cielo se vistió, por un ínfimo momento, de un blanquecino puro y celestial. Por unos segundos, toda oscuridad fue erradica del mundo.
Por unos segundos, fue capaz de ver una luz sincera y verdadera.
El impacto le estremeció. Aún con los audífonos, el choque fue como si le golpearan los tímpanos directamente y por unos momentos perdió todo sentido del equilibrio.
Cerró los ojos instintivamente. No pudo evitar caer de espaldas, pero no fue un golpe ni remotamente fuerte como para siquiera dolerle. El olor a chispas se expandió instantáneamente, y de un momento a otro cubrió todo el panorama.
"También hubiera traído un pañuelo para cubrirme" pensó. Seguía sin ser capaz de trazar un plan que le saliera totalmente perfecto.
Tosió un poco, y sus ojos empezaron a lagrimear. Cuando se levantó, solo el ver al frente se le hacia complicado. El humo negruzco y chispeante ya había cubierto todo el horizonte, y pudo ver como uno de los edificios ya se perdía en medio de las molestas llamas, y los que estaban a su alrededor comenzaban a contagiarse de esa flameante chispa.
Caminó hacia el borde del edificio y miró fijamente al frente.
Todo era fuego y humo.
Definitivamente funcionaría.
No había manera de que no lo haría.
Estaba tan convencido, que ni siquiera pensó en lo que hacer si Ruby nunca llegaba. Su único problema, el único inconveniente que le veía a todo eso era...
–¿Qué debo decirte, Ruby? –Pensó en voz alta. Su voz se hallaba débil y reseca–¿Qué quieres escuchar de mí? ¿Quieres que te consuele y te diga que todo estará bien? ¿O que te mienta diciéndote que eres especial, y que este viaje también lo fue? Necesitas escuchar algo sincero, algo en lo que hasta yo pueda creer. Pero... ¿Qué podría ser, si yo estoy igual de perdido que tú? ¿Qué consuelo puede dar un alma que se encuentra igual de hundida, una coraza que esta igual de vacía?
Al final no encontró nada convincente.
–Bueno, supongo que las palabras simplemente saldrán. De alguna u otra forma saldrán. No puedo quedarme callado ahora. Simplemente no puedo–Y se seco el sudor con sus ya sucias mangas.
Ahora era un poco más expresivo, y eso era bueno. Muy bueno.
Aunque sea una vez en su vida, tenía que confiar en sí mismo ¿no?
¿No?
Fue un error.
Un completo error.
Porque cuando, allá a lo lejos, perdida en medio del murmullo intrínseco de las llamas, una débil voz intentaba luchar por salir...se quedó paralizado.
Ni siquiera necesitaba acercarse más, la reconoció al instante.
No en vano era la única voz que había escuchado por tanto tiempo.
Y mientras se aproximaba y su murmullo se convertía en un mensaje entendible... más en blanco se quedaba. Probablemente, su cuerpo no se movió ni un centímetro entretanto esa voz se acercaba, se agigantaba y, finalmente...
"Sha da de da dum"
Se aclaraba.
Cuando la figura de Ruby se hizo clara y salió del humo, y su cara delgada y su pelo colocho y suelto contrastaron con el último recuerdo que tenía de ella, dejó de parpadear.
Y, entonces, ella se acercó al edificio, subió por la calle perpendicular a este, movió el cuello de un lado a otro hasta que se levantó, y la mirada de Ruby se posó en la figura de la terraza que la seguía solemnemente...
Y cuando sus miradas finalmente se cruzaron...
Ninguno dijo ni una tan sola palabra.
Simplemente se observaron en silencio.
De fondo, la ciudad seguía ardiendo.
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