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2: Acertijo

6:34 P.M

Ni él mismo sabía cuanto tiempo llevaba así.

Bueno, no sé si podría clasificarlo de esa forma. A pesar de que era como si el tiempo hubiese desaparecido para todos, Martín seguía sintiéndolo de forma natural. Bastaría con ir contando manualmente los segundos, mentalmente o haciendo marcas en el suelo, para hacerse una idea de la hora real en la que estaba.

Aunque este era un método muy ineficiente y requería de mucho esfuerzo de su parte. Y "mucho esfuerzo" no era una frase que soliera emplear demasiado.

Menos en un momento como ése, cuando miles de dudas le alborotaban la cabeza.

Acostado en la escasa y sucia grama del parque, no hacía más que ver el cielo nocturno, en busca de alguna estrella que acompañase a la solitaria luna, y pensar.

Pensar.

Martín no era mucho de eso. No le gustaba sobrepensar las cosas, ni meditar demasiado en los sucesos del día a día. Tampoco le gustaba gastarse la cabeza en algún problema. Quizás por eso es que sus conflictos siempre terminaban de la peor forma posible. Y también quizás por eso solía dejar matemáticas.

Pero ahora, que no tenía ninguna distracción al no haber ruido ni personas a su alrededor, por primera vez se veía obligado a aceptar su mente y dejarla fluir. Era como si abriera paso a un laberinto con miles de senderos por atravesar, la mayoría sin ningún destino en particular.

Y le sorprendía la cantidad de cosas que podía aprender con ese método. Aunque comenzaba a tener cierto temor sobre hasta donde lo podrían arrastras sus pensamientos. Y si lograría controlarlos.

"Bah...No debería preocuparme por cosas como esa..."

Miró a su alrededor. A unos cuantos metros de él se hallaban los borrachos que, hasta hace muy poco, eran el centro de atención del lugar. Ahora habían quedado relegados a ser simples estatuas, a quedarse inertes en medio de la oscuridad.

"Me pregunto como será para ellos... ¿En qué estado estarán? ¿Quizás si sean conscientes de lo que hay a su alrededor, pero no son capaces de moverse? ¿O están cómo en un profundo sueño...?"

Seguía desvariando. La verdad no podemos culparlo.

Además de que su único acompañante era su propia mente, también estaba el hecho de que ya no tenía ganas de nada.

Luego de darse cuenta de que, por alguna razón, el tiempo se había detenido, y buscar por los alrededores para cerciorarse de que él era el único inmune (en su desesperación, visitó casa por casa y pasaje por pasaje gritando, intentando escuchar una respuesta que nunca llegó), terminó por cansarse y volver al punto de inicio.

Sin nada nuevo que destacar, y con un lío enorme en su cabeza, se acostó esperando a que algo pasase. Algo que le indicara como continuar, como proceder.

Ya saben, cosas como el aliado que sale de la nada para ayudar al protagonista en las películas. O la gran revelación que, de un momento a otro, se suscita en el héroe y que lo guiará por el buen camino a partir de ahí.

Pero en todo ese tiempo, no pasó nada.

Ah, perdón, ya no es tiempo. ¿O sí...? Bueno, ustedes entienden.

–Quizás debería repasar una vez más lo que sé...Esas cosas ayudan, ¿no? –Pensó en voz alta. Necesitaba escuchar una voz, aunque fuese la suya propia.

Aunque sabía bien poco de lo que estaba pasando en realidad. De lo único que estaba seguro era del momento en que comenzó. Lo que sea que causo aquello le produjo un mareo instantáneo y desagradable. Pero eso no le decía nada. ¿Por qué se marearía en una situación así?

Al principio barajó la idea de que, si solo él era inmune a eso, entonces existía un motivo importante detrás. Se sentía como el elegido, el que salvaría al mundo de la destrucción. Pero mientras más pasaba el tiempo, su tiempo, y no recibía ningún mensaje encriptado ni ningún personaje extravagante venía a visitarlo, esa fantasiosa idea se fue desvaneciendo.

Seguía pensando en que tendría que haber una razón para que él siguiera consciente. Pero no tenía ni idea de cuál podría ser. ¿Alguien tan normal como él metido en una situación tan anormal como esa? ¿Y por qué solo él? Como dije antes, Martín odiaba los acertijos. Y ahora estaba envuelto en uno gigantesco, y sin ningún tipo de ayuda para resolverlo.

Hubo un rato en el que le dio por ser un detective. Un atisbo de motivación. "Diablos, no puedo quedarme sin hacer nada. Si quiero salir de esta, debe haber algo para comenzar".

Mentiría si digo que fue un desperdicio. Averiguó cosas interesantes sobre las reglas de ese mundo.  Por ejemplo, que podía utilizar los objetos inertes con normalidad. Las puertas y ventanas se abrían y cerraban. Las sillas se movían si las empujaba. Los aparatos a base de electricidad seguían operando. Incluso cosas que tenían algún mecanismo más complejo, como los carros, funcionaban correctamente.

Entonces, los únicos afectados eran los seres vivos. "¿Cómo es posible...?" Esa pregunta zumbaba en la cabeza de Martín cada vez que descubría algo, por pequeño que fuera.

También se dio cuenta de que podía interactuar con las personas y moverlas a su antojo, experimentando con los borrachos. Eran como gigantescos muñecos de carne y hueso.

"¿Eso significa que puedo moverlos a mi antojo? ¿Si les hago daño les dolerá? ¿Saldrá sangre?... ¿Puedo matarlos?" Su mente encontró un hilo del que tirar y lo desmenuzó hasta el final. Aunque a ninguna de ellas podría encontrarles solución. No quería hacerle daño a nadie, mucho menos asesinarlo. Podría ser que el tiempo volviera de forma repentina, y esa persona muriera sin darse cuenta. Y entonces ya no sería una buena persona.

Siguiendo con esa línea, pensó en que si era posible que todo lo que hiciera en ese momento afectaría cuando el tiempo volviera a rodar. "Si muevo esta silla, por ejemplo, y el tiempo vuelve ¿aparecería en la nueva posición o regresaría a la antigua?" Aunque no podía comprobarlo. De hecho, ni estaba seguro de que el tiempo pudiese volver. Y eso lo desanimaba en gran manera.

Pensar demasiado puede ser molesto.

Y así, Martín volvió a su posición inicial con algunos datos que le serían útiles, pero ninguno que le fuera de gran ayuda para resolver todas esas preguntas. Luego del desconcierto, ahora solo se sentía desanimado.

–... ¿Por qué debo pasar por esto...?... ¿Qué se supone que alguien cómo yo haga? –Dijo en voz alta. Escucharse hablar nunca había sido tan importante como en ese momento.

El paisaje lo estaba empezando a cansar. En lo más alto, solo podía observar el cielo oscuro y unas cuantas lucecitas aquí y allá. La luna estaba a medio salir, y apenas destacaba en la inmensidad del paisaje nocturno.

A su alrededor no había más que pequeñas, y algo descuidadas, casas hechas de ladrillo. A pesar de que era capaz de distinguir luces provenientes de su interior, no había ninguna figura humana en ellas. Y aunque las hubiera, en esa situación, se sentirían más frías que nunca.

Las únicas personas que podía distinguir era aquel grupo de borrachos que ahora, al estar estáticos y en posiciones cuanto menos extravagantes, daban una sensación de surrealismo difícil de describir.

Como si estuviera en frente de una pintura clásica.

Como si viviera en un extraño e inquietante sueño.

–...Yo solo iba de camino a casa, solo quería pasar una noche tranquila luego de un día asqueroso... ¿Tan difícil era?... ¿Por qué ahora estoy envuelto en esta mierda? –Añadió.

Y recordó esos momentos antes de que la normalidad se convirtiera en ese infierno. El ambiente del parque. Los borrachos en plena diversión. El correteo de los animales callejeros...

Un momento.

Pensándolo bien, algo no cuadraba. Podría ser fruto de analizar demasiado la situación, pero había una cosa que no encajaba. Y entonces, haciendo un esfuerzo mental impropio de él, imaginó el momento antes de que el tiempo se detuviera.

Los borrachos estaban en un semicírculo, mientras se reían. En medio, uno de ellos estaba tirado por alguna razón. Todo normal.

Pero si miraba a los borrachos en el tiempo detenido, algo era raro. Los borrachos se encontraban en un semicírculo, sí, pero él del centro estaba haciendo poses raras mientras se sostenía en un solo pie. ¿No era aquello algo antinatural?

Usando la lógica, ese momento debería de haber sucedido antes. Por estar en esa posición el borracho se cayó, y los demás explotaron en risa. Cuando Martín pasó, era algo que ya había sucedido.

Pero si el tiempo se detuvo justo después, ¿Por qué ahora aparecían en una posición que ocurrió antes de que Martín llegara? ¿Qué significaba todo eso?

Estaba seguro que el tiempo se detuvo justo después. La última vez que recordaba haber revisado el reloj marcaba las 6:30, pero fue muchas cuadras atrás. Ahora estaba atascado en las 6:34. Era como si hubiera caminado a una velocidad imposible para él.

Además, solo pasaron unos segundos entre aquella escena y el mareo que le alertó de la situación. El borracho no podía volverse a levantar y ponerse en esa posición de nuevo en tan pocos segundos; más si se trataba de alguien absorto en el alcohol.

Entonces, ¿Por qué? De pensar tanto le daría dolor de cabeza. Finalmente volvió a levantarse para buscar otra señal que comprobara lo extraño de aquello. La encontró en los animales que vio perseguirse inmediatamente después.

Ahora estaban detrás, y no se perseguían. No aún. El gato estaba listo para empezar el ataque, posado en la rama de un árbol, y abajo el perro estaba preparado para recibirlo. Eran los mismos animales que antes pasaron a toda velocidad en frente de él.

Volviendo a usar la lógica, el ataque del gato no habría servido de nada y prefirió huir, usando su natural agilidad. El perro, más lento en este apartado, lo siguió y entonces fue que se cruzaron con Martín. De nuevo, algo que debió haber sucedido antes era lo que estaba sucediendo ahora.

Pero aquello no le decía nada a Martín. Aunque fuese algo que le ayudara a descifrar el misterio del tiempo detenido, y estaba seguro de que así era, no encontraba ninguna forma posible de relacionar eso con la causa del fenómeno. Era como si fueran hechos aislados.

– ¡Agh! – Realmente Martín odiaba los acertijos.

Necesitaba relajarse. Cambiar de aire y analizar mejor la situación. Y la única forma de hacerlo, ó lo único que se le ocurrió, fue visitar a su novia. Ella era la única con quien podía desahogarse, y aunque era probable que estuviera inmóvil como los demás, el solo hecho de verla le ayudaría un poco.

También era la única persona que quería visitar y de todos modos planeaba hacerlo antes de que todo eso ocurriera. Ahora lo cumpliría, aunque no de la forma que quisiera.

Empezó a caminar.

La casa de ella no estaba muy lejos, en diez minutos llegaría. Pensó en ir primero a la suya y llevarse su bicicleta, pero descartó esa posibilidad. Aunque le gustara mucho dar paseos en ella, no andaba de humor para volver a su hogar ahora que ya no era necesario.

Además, el ir a pie le permitió contemplar un extraño y a la vez fascinante paisaje.

Mientras cruzaba las rutinarias calles nocturnas de su ciudad, que ya se podía de memoria, a cada cuadra se cruzaba con al menos un par de personas-estatuas. Los había de todas las edades y posiciones.

Al atravesar la esquina, encontró un niño junto a su madre. Probablemente venían del dojo que había unos metros adelante. Un poco más allá, un atleta hacia su rutinario recorrido nocturno. Al otro lado de la acera, un vendedor de pan intentaba ganarse la vida como bien pudiera. A medio cruzar, un autobús repleto de pasajeros ocupaba toda la calle. Y en él, otro ejemplar cóctel de personas aguardaba. Cada una con sus historias detrás, sus objetivos y sus problemas.

Al estar varados le daban la oportunidad a Martín de fijarse en esos detalles. En otra ocasión, simplemente los pasaría de largo y olvidaría sus caras al segundo. Y ellos harían lo mismo.

Pero ahora, que estaban al alcance de un largo análisis, por fin se daba cuenta de lo variado que era el mundo y las personas que lo habitaban. Aquel extraño suceso estaba haciendo trabajar su imaginación de formas impensables hasta ese momento.

Martín nunca había sido de fijarse mucho en lo que pasaba a su alrededor. A excepción de cuando era un niño que le apasionaba dibujar.

En ese entonces, y aún con sus trazos inexactos, le encantaba ir en el transporte público y dibujar lo que veía a través de la ventana en pequeños blocs de nota. Probablemente esto fue lo que le motivó para querer ser arquitecto en primer lugar.

Pero con el tiempo fue dejando esa costumbre, y eso apagó su llama.

Básicamente cuando la perdió, también perdió el interés por el mundo que le rodeaba.

Así que aquello era como volver a esos viejos tiempos.

Como dejar salir al niño que siempre llevó encerrado.

Y gracias a eso fue capaz de descubrir otra cosa.

Unas cuadras después pasó por una tienda de ropa. Y siendo presa de una extraña pero inocente curiosidad, observó en su interior por la única ventana del lugar. Entonces, y por un pequeño momento, fue capaz de ver su reflejo en está.

Eso bastó para alertarlo.

Entró a la tienda en busca de un espejo. Al encontrarlo y mirarse en él, sintió un escalofrío.

El acertijo se complicaba.

En su cuello, en una esquina debajo de su mandíbula, había una marca en forma de triángulo. Pequeña pero visible. Parecía como la cicatriz que queda después de una operación. Y exacta, como si se hubiera hecho con instrumentos de geometría.

– ¿Qué diablos es esto...?

Definitivamente Martín odiaba los acertijos.

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