1: Alejado del tiempo
6:34 P.M
Ahora que el final de su viaje se acercaba, no podía dejar de pensar en aquellas palabras.
Aunque a estas alturas de poco serviría, realmente. El tiempo había pasado, de forma cínica y constante, y se había tragado todas las oportunidades que él dejó pasar.
Los errores que durante toda su vida cometió finalmente lo estaban carcomiendo.
El solo hecho de pensar en que ahora no podría hacer más que resignarse y ver como el tiempo se alejaba, y volaba hacia la distancia, lo hacían sentir tremendamente inútil.
Tremendamente vacío.
Y bajo ese desdén recordó, una vez más, todo por lo que había atravesado hasta ese momento.
Y entre tanto divague cayó en la cuenta de algo muy curioso. A pesar de estar en una situación cuanto menos extraordinaria, el momento en el que comenzó fue bastante ordinario.
De hecho, lo había olvidado durante toda su aventura.
Aquel extraño acontecimiento, que tanto había cambiado su vida, comenzó en un instante tan pequeño como imperceptible.
Simplemente sucedió.
Como si tuviera que suceder.
Por eso para Martín fue difícil darse cuenta al principio. De la nada se vio entrometido en una situación surrealista, sin que nadie lo preparara para ello. Y como siempre fue un muchacho lento, se tomó su tiempo en procesarlo.
... ¿Qué quién es Martín?
... ¡Ah, es verdad! No se los he presentado aún, mi error.
Perdón si desvarío. Tengo tantas cosas que ordenar en mi mente, y como pueden observar aún no soy muy bueno en esto. Además, tampoco es que vaya a contar nada del otro mundo. Aunque antes me he puesto un poco grandilocuente, la verdad es que no es una historia larga, ni mucho menos compleja. Es, simplemente, la historia de Martín.
Y mira que podría haber optado por otras opciones. En un momento en que cientos de cosas increíbles sucedieron, vengo yo y elijo quizás la más sencilla de todas.
Pero no se lo tomen a mal. No es que sea un vago que no quiere problemas (en verdad sí, pero no del todo); es porque siento que hay algo especial en esto. Algo que me hace querer contarlo.
Precisamente, si estoy aquí es porque vale la pena hacerlo. Por qué no quiero que esta historia quede en el olvido. Y si has llegado hasta aquí, probablemente pienses algo parecido ¿no?
Además, ¿no es mejor lo simple que lo complejo en ocasiones?
Bueno, volvamos al punto.
Sin planearlo les he presentado a Martín, por lo que me quito ese problema de encima. Realmente con el nombre basta, por lo que omitiremos el apellido. Es un nombre curioso, ¿no lo creen? Eso es porque es originario de alguna ciudad, que tampoco vale la pena mencionar, del pequeño país de El Salvador.
¡Oigan, esperen! Sé que están decepcionados. Sé que estaban esperando algún lugar más exótico, como cualquier ciudad de Estados Unidos o Europa. Sé que la mayoría no serían capaces de señalar la ubicación de El Salvador en un mapa y, si lo fueren, probablemente lo cubrirían con su dedo al hacerlo. Y puedo entenderlo.
Sin embargo, poco puedo hacer. No todas las historias se desarrollarán en tres o cuatro países y que los otros doscientos simplemente no existan. La realidad es que las historias pueden venir de cualquier lado. Y esta vez le tocó a El Salvador, pues bien por ellos.
Bueno, bueno. La verdad tampoco es que sea un dato que influya demasiado. Si les resulta más cómodo o gratificante pueden imaginar que están en su ciudad natal.
Volvamos a nuestro protagonista. Con diecinueve primaveras a su espalda, además de tensión y estrés, Martín vivía una vida tranquila y monótona. Su único propósito al levantarse era cumplir con su horario de estudio, y de vez en cuándo ver a su novia.
Ah, sí, tiene novia.
Se pasaba los días caminando de la casa a la Universidad y viceversa, en un ida y vuelta constante y cansino. Su único pasatiempo era dar paseos en bicicleta y, antiguamente, le gustaba dibujar. Pero esa etapa ya había quedado muy atrás.
Aun así, prefería eso que estar en su casa. No con su mamá ahí.
Estudiaba arquitectura, pero porque no tenía otra opción. En su niñez soñaba con viajar al extranjero y diseñar los edificios más grandes e imponentes posibles; ahora solo quería terminar su carrera y ver si conseguía trabajo en alguna construcción local. Y si no lo lograba, lo cual era muy posible, se resignaría y buscaría trabajo en algún negocio.
No tenía ningún sueño que perseguir, ningún objetivo por el que luchar. A su corta edad, Martín se había dado cuenta de que le desanimaba vivir. Y de que no hacía mas que ver sombras en su futuro.
Aquello sucedió mientras venía de estudiar, un jueves por la noche en algún tranquilo día de agosto. Caminaba a paso rápido y agitado, con la cabeza gacha mirando fijamente sus ya gastados zapatos negros, y con las manos bien metidas dentro de su cálido suéter rayado.
A pesar de que tenía un puñado de tareas por hacer, esto no le preocupaba en lo más mínimo.
Quería ignorar esas responsabilidades, y para ello venía escuchando una canción de Twenty One Pilots en sus auriculares. Una cuyo nombre Martín no sabía exactamente, por que estaba en inglés. Pero le gustaba el ritmo, y en la traducción que vio en YouTube le gustó la letra.
Además, otras cosas alborotaban su ajetreada cabeza. Cosas mucho más importantes para él.
Oh...es verdad. No les he dicho como es físicamente. Aunque no se pierden de nada, Martín es tan promedio, y no tiene ningún rasgo característico, que hasta me da pereza hacerlo. Pero bueno, para evitar problemas hagamos una breve descripción:
Medía aproximadamente un metro setenta. Su piel ya había sido manchada por el caluroso sol de Centroamérica, pero tampoco era tan moreno. Su pelo negro y colocho era quizás lo único que lo distinguía junto con su fisonomía delgada, lo cual era evidente en su alargada cara, llena de pecas. Esto se notaba más al no tener ningún músculo entrenado ni nada por el estilo (El único deporte que alguna vez practicó fue el ciclismo, y de eso ya hacía varios años), por lo que transmitía cierto aire de debilidad.
Ah, y además tenía un moretón en la frente que despuntaba. Aunque no es como si lo fuera a tener para siempre.
Bueno, ya no falta nada, ¿no? Lo demás podemos verlo en el camino.
Martín ya casi llegaba a casa. El reloj le marcaba las 6:30, y solo tenía que cruzar un pequeño parque y algunas estrechas y agujereadas calles para volver a la cálidez de su hogar. Pasaría la noche encerrado en su cuarto viendo videos, luego haría la tarea hasta donde pudiera y finalmente descansaría unas cuatro o cinco horas. Eso sí, no tenía ganas de hablar con su madre (aunque sería raro que las tuviera) por lo que probablemente tendría la música a todo volumen.
También quería preguntarle algo a su novia y con mucha urgencia, además. Pero para eso era mejor ir a visitarla personalmente. Nunca fue bueno en las conversaciones por chat (ni en las presenciales, para que mentirnos) así que aquello le resultaba mejor idea. Pero aún tenía que pensarlo.
En el pequeño y viejo parque la situación era la misma que todas las noches: Bajo las únicas dos lámparas del lugar, que se hallaban encendidas a media potencia, y en el centro del todo, en el lugar que los habitantes solían ocupar como cancha de fútbol, se hallaban reunidos un grupo de borrachos.
Muchos de ellos eran indigentes, y otros simplemente disfrutaban el trago al aire libre. A Martín le daban pena, pero sabía que no podía hacer nada por ellos. Darles dinero solo les incitaría a comprar más alcohol por lo que siempre llegaba a la misma conclusión: Eso era cosa del gobierno, no de él. Tenía buenas intenciones, pero no podía ponerlas en práctica. Y con ese pensamiento, se decía a sí mismo que era buena persona. Mejor que las que gobernaban.
Aunque Martín quería cruzar lo más rápido posible ese lugar, se detuvo por unos instantes para fijarse en aquellas pobres almas. Le llamó la atención que los borrachos estaban riéndose porque uno de ellos estaba tirado en el suelo. Quién sabe que estaba haciendo para terminar así. Continuó caminando cuando lo sobresaltó algo repentino: Un gato se le cruzó a toda velocidad.
Faltaron pocos segundos para que lo pisara. Atrás de él, y a una velocidad bastante inferior, un perro callejero iba en su persecución.
Otra cotidiana noche en la ciudad.
Luego de atravesar los veinte metros que abarcaba el lugar, llegó hasta la polvorienta calle que lo separaba de la colonia donde vivía. Calle que se mantenía tan desolada como siempre.
Y, entonces...algo lo mareo. Fue tan repentino que logró hacerlo caer en el rocoso suelo del lugar.
Intentó detener su caída apoyándose en su brazo izquierdo, pero solo logró lastimárselo un poco. Parecía como si se hubiese desmayado, pues cerró los ojos por instinto.
"¿Uh...?" pensó mientras lograba reponerse de aquello. "Si alguien me viera, diría que estoy tan borracho como esos hombres"
Cuando logró levantarse, y la sensación comenzó a esfumarse, intentó encontrarle alguna explicación a aquello. Nunca había padecido de una enfermedad grave, por lo que podría decirse que era un muchacho sano, y en todo el día nada le había demostrado lo contrario.
"Quizás fue el estrés, o algo de eso" se dijo. Y eso lo convenció. Al parecer su mal humor le comenzaba a pasar factura. Aunque era normal con el día tan horrible que había tenido.
Además, no era de aquellos que esforzaban demasiado la mente. Por eso mismo nunca fue bueno en los acertijos, ni le interesaban en lo más mínimo.
Eso sí, decidió apagar la música y quitarse los audífonos. Tal vez eso le ayudaría. Aunque había algo extraño: La canción había cambiado. Sí, tenía la reproducción aleatoria activada, pero su teléfono había pasado de una canción a otra en un instante, sin siquiera dejar terminar la anterior. Además, ¿no había estado escuchando esa canción hace unos minutos?
No le dio mucha importancia de todos modos. Pero, cuando se quitó los audífonos y sus oídos se adaptaron al ambiente, comenzó.
Silencio.
Todo aquello era silencio. Ni los borrachos, ni el sonido de los carros pasar, ni de los animales, ni de otras personas. Silencio. Solo silencio.
Uno abrumador, escalofriante, incómodo.
El repentino cambio lo alertó. Miró a todos lados desconcertado, mientras su mente hacía un enorme esfuerzo en procesar aquello.
"¿Tal vez estoy enfermo y este es otro síntoma?" fue su conclusión. Pero esta solo le duró unos segundos hasta que posó su mirada en los borrachos.
– ¿Eh...? –fue lo único que alcanzó a murmurar
Uno de los borrachos estaba parado sobre su pie, con la espalda visiblemente encorvada y las manos haciendo unas poses con los dedos que resultaba, cuanto menos, curiosa para la vista.
No se movía.
En aquella posición cualquiera se caería en unos dos o tres segundos, pero él se mantenía inamovible en un momento que parecía una eternidad. Ni señal de movimiento. Ni del cuerpo ni de la cara.
Como una estatua.
Los otros borrachos, los que estaban alrededor, también sufrían de ese mal. Hace unos minutos eran lo único vivo del lugar; ahora parecían una triste pintura en la noche que apenas comenzaba.
También le afectó a los animales. En la rama de un árbol, un gato yacía posado con sus cuatro patas dispuestas a atacar. Abajo, un perro callejero estaba listo para recibir su ataque. Ataque que nunca llegaría.
Martín explotó. Aunque no hizo ningún ruido, quizás presa del desconcierto, por dentro sus pensamientos volaban a mil por segundo. Nunca había estado tan despierto como en ese momento.
Inconscientemente miró su reloj de muñeca. Detenido a las 6:34. Y quizás nunca cambiaría.
–¿Ah...? ¿Qué diablos...? –Murmuró. El sonido tenue de su voz se extendió por todo el lugar, sin que nada lo estorbara.
Había comenzado. Su agobiante travesía dio el pistoletazo de salida cuando, sin más remedio, terminó por darse cuenta de la situación.
Una que, aunque negara con todas sus fuerzas, estaba sucediendo y era tan real como la vida misma.
El tiempo se había detenido. Y por alguna extraña razón, él era el único consciente.
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