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iii

La paz no podía ser eterna, así no funcionaba el mundo. Jude quería qué si fuera así, que la tranquilidad y la paz reinarán para siempre, que los rumores no lo siguieran hasta allí, que se quedaran en Florida enterrados, pero no todo era de colores pasteles, los matices oscilaban entre los grises también. Jude ya sabía que hablaban de él, que los cuchicheos se debían a que las mentiras que difundieron en su antiguo hogar no lo habían dejado cuando se marchó. Iban a seguirlo a todas partes, al menos si permanecía en el mismo país. Cambiarse de Estado, mudarse de casa y hasta mantenerse bajo perfil no estaba dando sus frutos, y lo estaba comprobando con las miradas recelosas de sus nuevos vecinos. Los únicos que no lo habían mirado con desprecio habían sido los Duncan. Tenían sus propios problemas con los cuales lidiar, ¿por qué iban a estar preocupándose por un supuesto chiquillo drogadicto del que no sabían absolutamente nada?

── No podemos mudarnos de nuevo, al menos no por ahora ── dijo su padre en el desayuno. Jude lo miró confundido, jamás había dicho que quería irse de Denver.

── Haremos lo posible para que seas feliz y estés a salvo, cariño ── le aseguró su madre, cogiendo su mano con delicadeza, mientras a su vez, le brindaba una sonrisa.

Él ya no necesitaba nada de eso. Estaba cansado, había huido de Florida hasta Colorado por nada, solo para repetir la historia que sus padres creían que podían vencer con el supuesto poder del amor.

── No importa, no dije que me quería mudar todavía ── murmuró Jude, poco antes de tomar un sorbo de su jugo de naranja ──. Puedo tolerar las miradas de odio y que digan que soy una mala influencia, después de todo, la gente de aquí no me conoce y puede llevarse una primera impresión difícil de borrar de sus mentes, pero siempre se puede partir de cero cuando no saben nada de ti.

── Supongo que tienes razón.

── ¡Uh! Casi lo olvidaba ── su madre se levantó como un resorte de la mesa a apagar algo que tenía en el horno ──. El hijo menor de los señores Duncan se ofreció a acompañarte a tu primer día de clases, vendrá en pocos minutos por ti. Creo que se llamaba PJ... ¡No! Ese era el mayor. Gabe, se llama Gabe.

Para Jude era evidente que el nombre solo era un apodo, pero no lo mencionó, solo asintió mientras terminaba su desayuno con un poco de rapidez en comparación a su padre que todavía no acababa con sus tostadas.

El timbre de la casa, el cual Jude descubrió que sería otro de sus sonidos más odiados, sonó al cabo de unos seis minutos. Tiempo suficiente para alguien ansioso de finalizar su comida matutina o de dejarla a medias.

── ¡Debe ser él! ── exclamó la madre de Jude, apresurándose por abrir la puerta como si su hijo estuviera tan emocionado por ese hecho. Apenas había ido por su mochila.

Una voz preguntó por él en lo que se despedía de su padre. Jude arrastraba los pies al caminar, ese ruido era insoportable para su mamá, pero a él no le importaba mucho. Ya nada le importaba para ser honesto. Las cosas dejaron de tener sentido cuando lo acusaron de algo que él no era.

── Ahí está, es todo tuyo ── declaró su madre, intentando darle un beso en la mejilla, pero el chico prefirió que lo mejor era apartarse. La señora Rockefeller no dijo nada ante su desaire, en parte lo entendía.

Había caído en un episodio depresivo y aunque solo tenía doce años, era válido que las cosas que antes no le molestaran, se convirtieran en un martirio para él. Lo vio marcharse junto al vecino, y decidió que era momento de cerrar la puerta, porque Jude iba a estar bien siempre y cuando los Duncan no creyeran en las calumnias que habían inventado sobre su hijo.

── No quiero incomodarte, pero escuché las cosas que dicen de ti ── Gabe se lo había estado guardando desde que lo conoció. La señora Dabney se lo había dicho, pero al igual que él, ella no creía que eso fuera verdad.

Jude Rockefeller no parecía un chico que consumiera drogas, solo era un niño víctima de las malas lenguas y ya.

── ¿Qué? ¿Les creíste? ── inquirió, tratando de no sonar alterado, pero se oía temeroso.

La paz no podía perdurar, eso él ya lo sabía.

── Por supuesto que no y sí en verdad lo fueras, no creo que importe. Es tu vida, son tus decisiones, aunque sean malas. O eso es lo que me dijo la señora Dabney, qué sé yo.

── ¿Tus padres lo saben?

── ¡Ay por favor! Mis padres con suerte saben dónde están parados, y a veces ni eso ── no sabía si eso era bueno o malo ──. No te preocupes, si las cosas se ponen feas, no pasa nada. Seremos tú, la señora Dabney y yo contra el mundo, o contra Denver.

Y con eso, siguieron hablando de temas como videojuegos que a ambos les gustaban mientras se acercaban cada vez más a la escuela. Tal vez ya no importaba tanto lo que otros pensaran.

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