Neo República Populariana de Los Estados Unificados de Chilsovia
Querido Eloiska:
Estoy muy triste. Nuestro democrático gobierno ha sido derrocado y reemplazado por la gloriosa dictadura del general Piraña. Todos amamos a Piraña y su benévolo régimen.
Con amor niñita.
El joven Eloiska, dio un suspiro y apretó la breve misiva entre sus dedos.
La situación de su amigo, no era diferente a la de él y a la de todo el mundo. Uno a uno los gobiernos democráticos iban cayendo, siendo reemplazados por dictaduras o anarquías que se tomaban el poder por la fuerza.
Allí, la nación de Melosoba, tampoco era la excepción. Su tirano gobierno, había sido reemplazado por la Neo dictadura Gei. En las calles, las caravanas matutinas desfilaban y los alto parlantes anunciaban que todo ciudadano que fuera sorprendido infringiendo la sagrada norma de los miércoles, sería arrestado y torturado, por crímenes a la moda.
Porque hoy era miércoles y los miércoles se vestía de rosa.
***
Varios miles, cientos de kilómetros más alejado, en la pequeña ciudad de Florokyo, el joven Marikoto juntaba las palmas frente a su rostro, orando con todas sus fuerzas para que el Señor, borrara todos sus pensamientos impuros y limpiara su alma del pecado. Sus huesudas rodillas comenzaban a helarse, al estar tanto rato sobre el frío suelo de madera, al igual que sus codos desnudos, sobre la superficie de la banqueta de la que no despegaba la vista.
Agachó aún más la cabeza, cuando la voz profunda del sacerdote resonó por el modesto salón intentando llegar con vehemencia a los oídos y corazones de los presentes. Marikoto cerró los ojos con fuerza y siguió murmurando oraciones con más ahínco.
— Psst... Marikoto —susurró su amigo Pun Te-Oh, al notar como temblaba el muchacho escuálido a su lado.
Cuando Pun Te-Oh, el dio un codazo en las costillas para llamar su atención, Marikoto lo miró con ojos grandes y llorosos y la boca entreabierta, pero sin ser capaz de articular palabra.
El sacerdote, que observaba de refilón la escena, sin dejar de dar su sermón, con la pasión y entrega de un humilde servidor del Señor, frunció el ceño, cuando la mano pálida y huesuda de Pun Te-Oh, se posó sobre la de Marikoto apretándola en un acto de camarería.
— Por eso, almas pecadoras que buscan el perdón de nuestro poderoso señor Jeshucristo, ¡dejen que los niños vengan a mí!
Los asistentes a la misa dominical, se pusieron de pie y alzaron las palmas imitando al predicador.
— ¡Con nuestro señor, nada les faltará! —exclamó el sacerdote con fervor chispeante en sus ojos.
Marikoto, observó los movimientos elegantes y calculados del hombre sobre el estrado y una corriente eléctrica recorrió su espina, desembocando en un cosquilleo en la bestia dormida. Avergonzado, volvió su atención al desgastado libro de cánticos que descansaba en su regazo.
El pastor concluyó la homilía y se acercó a los feligreses para estrechar sus manos y sus bolsillos, cuando Marikoto, se acercó con paso tímido y mejillas arreboladas.
— Karadimayaki- san...—dijo en apenas un susurro.
— ¡Marikoto-kun! —el interpelado juntó las palmas y esbozó una amplia sonrisa. Casi se podía ver un destello de sus dientes blancos y perfectos. —¿Qué sucede hermano menor?
Marikoto tragó duro y se relamió los labios. —Creí que la hermana Teresuka te había hablado de... eso...
Los ojos del sacerdote Karadimayaki se abrieron con sorpresa.
— Ah... así que... ¿Has sentido el llamado del Señor pequeño Marikoto-kun?
El muchacho sacudió la cabeza en gesto negativo, mas, el joven predicador lo ignoró.
— Tus padres estarían tan orgullosos de ti Marikoto-kun, tan joven y entregando tu vida al Señor. —Karadimayaki tenía el pecho henchido con orgullo, mientras miraba al joven de ojos enormes y expresivos.
— No... yo solo, me gustaría ser su ayudante... su monaguillo...
— Ah... ya veo... —las comisuras de sus labios se curvaron hacia abajo, no obstante, su entusiasmo no decayó. —Entonces, comenzarás tu preparación con tus demás compañeros. Espero, seas un aprendiz destacado Marikoto-kun. —Concluyó el adulto joven guiñándole un ojo.
Marikoto, sintió su corazón desbocado y las palmas de sus manos frías. Karadimayaki, le dio la espalada y enfiló hacia la salida de la capilla.
Cuando estuvo frente a la puerta de hoja doble, volteó y le dijo: — Este martes comienzan las clases para los novatos. Hurtadaka-dono, será el maestro.
Marikoto alzó las cejas, en un gesto decepcionado y volvió la mirada al piso. Su plan de volverse cercano nuevamente a Karadimayaki, había fallado estrepitosamente.
***
—Ciudadanos de la Neo República Populariana de Los Estados Unificados de Chilsovia... —La figura encorvada y canosa del Neo Gobernante de la República, Sebastardo Piraña, miraba directo a la cámara, siendo su mirada inquisidora, atemorizante incluso transmitida desde la televisión.
Pun Te-Oh, se apretujó un poco más junto a Marikoto, siendo imitado por Raula, quien estaba a la derecha del muchacho. Todos sin despegar los ojos del aparato, pero sin dejar de prestar atención al muchacho flacucho, de enormes ojos.
— Después de una incesante lucha, donde muchos de nuestros integrantes de El Partido, han dejado su sudor y sangre, el poder ha sido restaurado y devuelto a donde siempre debió estar —un sepulcral silencio, se hizo en la Suprema Monarquía Presidencial, replicándose en la pequeña sala del orfanato, así como en cada lugar donde hubiera un televisor encendido.
La Suprema Autoridad, tomó una gran bocanada de aire y prosiguió su perorata.
— Jila-san, cumplirá condena perpetua por llevar a la anarquía a nuestra gloriosa nación y nosotros, compatriotas, nos encargaremos de regresarla a la bonanza en la que se encontraba antes del día 0 —un jadeo involuntario, se escapó de entre los labios de los más jóvenes, al escuchar de la fecha que no debía ser nombrada, abreviado el "día 0", fecha donde la nación se había sumergido en el desorden y la corrupción, relataban los libros de historia. Se decía que luego de que cada perturbador de la paz, había sido mutilado y encarcelado en prisiones subterráneas, había venido la primera ola...
—Sin embargo, camaradas... —Las cortas extremidades del líder supremo, comenzaron a temblar, teniendo que recibir asistencia médica por parte de una enfermera, que se acercaba desde un costado con un tanque de oxígeno. Cuando hubo terminado de accionar la mascarilla de oxígeno, en medio de una silenciosa expectación, continúo: —Es por eso camaradas compatriotas, que el poder, no puede quedar en manos de cualquiera. No, no.
— ¡No, no! —exclamó cada presente en el patio del Palacio Presidencial y cada persona que poseía un dispositivo móvil o un televisor.
— El poder debe seguir en las manos de los poderosos, como ha sido por toda la eternidad hoy y siempre...
— Amén —interrumpieron todos los ciudadanos y compatriotas de la República.
— No obstante, camaradas... la salud no me acompaña... —la multitud dio un grito ahogado con una mezcla de sorpresa y lamentación. — Es por eso, que he decidido dejar el poder en manos del más capacitado hombre sobre la tierra de la Neo República Populariana de Los Estados Unificados de Chilsovia... el señor... Kuro Piraña Echevique.
Desde el balcón del Palacio Presidencial, a espaldas del ahora ex-soberano de la República, apareció la figura rechoncha y ataviada de negro del nuevo gobernador: Kuro Piraña, la oveja negra de la familia Piraña.
Aquel hombre que hacía noticia, por sus matrimonios con féminas más jóvenes que él y por los rumores de que fumaba pelos de gato y esnifaba polvos de estrellas.
El público presente, no atinó a nada más que aplaudir a su nuevo soberano, que miraba al horizonte con ojos desorbitados y boca entreabierta, agitando el brazo a modo de saludo con lentitud y torpeza.
Los muchachos en la sala del orfanato, siguieron en silencio frente al televisor, hasta que cortaron la transmisión en vivo y pusieron propaganda para que acudieran a los bancos de sangre a donar plasma para el ex-gobernador.
Los huérfanos más jóvenes empezaron a abandonar la oscura salita de uno en uno, quedándose sentado en la roída alfombra frente al televisor, Marikoto y sus amigos. Pun Te-Oh y Raula, no se habían movido de su sitio.
— Eh, Raura. —denotó Pun Te-Oh, haciendo un ademán con la cabeza. — ¿Por qué no enciendes una vela? ¿Eh? Está muy oscuro aquí.
— Hazlo tú —replicó la chica, apretando su busto contra el brazo flaco de Marikoto.
El calor subió hasta las mejillas del muchacho, que miraba con ojos suplicantes a la muchacha en una muda petición de que soltara su presa.
— ¡Que vayas tú he dicho Raula! ¡Muévete!
— Ya, ya, no hace falta que grites como un crío.
Entre protestas, la chica buscó en el escaso mobiliario un paquete de velas. A pesar de que contaban con electricidad, ésta era escasa, y se utilizaba exclusivamente para encender el televisor o para cosas imprescindibles, como cargar los teléfonos móviles de los adultos.
Pun Te-Oh, aprovechó la breve soledad con su mejor amigo Marikoto para charlar con él.
— Y bien... ¿Seremos compañeros en el curso de monaguillos?
Marikoto se limitó a asentir.
— Ya, pero dime algo más... ¿no es eso lo que querías?
Marikoto volvió a asentir y luego de un breve suspiro agregó: — Sí, pero no ha sido como imaginaba. Desde que se volvió sacerdote, Karadimayaki... san, se ha comportado distante conmigo, ya no parece mi hermano.
— Debe estar ocupado con las misas o algo así...
— No, no es eso. Es como si se hubiera convertido en alguien diferente...
Pun Te-Oh, lo miró con ojos ensanchados de sorpresa, dejando escapar su respiración acelerada.
— ¿Será verdad lo que dicen?
— ¿Qué cosa?
El joven de cabello hirsuto iba a contestar cuando Raula se dejó caer a su lado, con un paquete de velas, un encendedor y una manta desgastada entre las manos.
— Miren lo que me he encontrado. —dijo alegre la muchacha, extendiendo el chándal de color desvaído.
— ¡Wow! ¡Trae aquí! —Pun Te-Oh, le arrebató la prenda con violencia y la puso alrededor de sus hombros.
— ¡Oye!
— No discutan. —Ordenó Marikoto con voz rasposa. Pun Te-Oh y Raula, miraron en su dirección inmóviles. —Cambiaremos nuestras literas por el colchón de los más chicos y compartiremos la manta. —Dictaminó, quitándole el harapo al chico a su lado.
— Dormiremos los tres... ¿Juntos? —inquirió con un deje de desconfianza en su voz Raula.
— ¿Tienes una idea mejor?
— No... Pero...
— Ya está decidido. —Concluyó Marikoto con autosuficiencia. —Esta noche dormiremos los tres. Juntos.
Pun Te-Oh, sintió el calor ir desde su cara, hasta sus orejas. Raula, se mordía el labio reprimiendo una risa nerviosa.
Marikoto observaba con alegría la manta que los protegería del frío esa noche.
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