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🍁 Capítulo 11 🍁

"La mitad de su belleza era su extraña manera de pensar"

Mario Benedetti

Celos.

Esa fue la emoción que me invadió en el momento en que aquella chica quiso coquetear con Adam.

¿Éramos algo?

No, Adam y yo no teníamos ningún tipo de título.

¿Me importaba?

No. Honestamente tal vez no fue mi mejor accionar, pero no quería perderlo.

Mierda, estuve muy mal.

Observé a Adam, quién se encontraba a mi lado analizando la situación con seriedad. Aunque él no quisiera admitirlo, podía notar que estaba nervioso.

Los dedos de sus manos que golpeaban sobre sus piernas generaban un leve compás.

—Lo siento. —Él mostró confusión.

—¿Por qué?

— Por haber hecho esa escenita —dije encogiéndome de hombros—. Tienes la libertad de salir con quién deseas, y yo no debería prohibírtelo, ni evitarlo.

—Holland, no deseo salir con nadie que no seas tú.

Mi corazón saltó de alegría al momento en que el pronunció aquellas poderosas palabras.

No podía comprender como es que él era capaz de estar con alguien como yo, una persona enferma sin ningún futuro, y lo más probable es que moriría joven.

—Elegiste la peor pretendiente —indiqué con una leve sonrisa—. Enferma e inservible.

—Que seas una persona enferma, no te hace inservible. Incluso creo que tienes una capacidad extraordinaria, pecas.

—¿En serio?

—Sí, es la pura verdad.

—Gracias —susurré.

—A veces necesitamos que las personas nos hagan recordar que nuestra vida vale la pena.

Escondí mi rostro entre mis manos, intentando ocultar mis mejillas que de seguro estarían rojas como un tomate.

La risa ronca de Adam provoco que también comience a reír. Ambos éramos dos estúpidos adolescentes deprimidos que reían por todo.

Así éramos nosotros. Creo que la mejor palabra para describirnos era: indescifrables.

No éramos de esas personas que eran fáciles de entender, éramos extraños y versátiles. Teníamos personalidades completamente diferentes, pero aun así lográbamos complementarnos.

Lo que más disfrutaba de nuestra relación era la forma en la que nos apoyábamos mutuamente, lográbamos entendernos entre sí y encontrábamos la solución más práctica a nuestros problemas.

—¡Adam Lahey! —gritó un chico, provocando que todos dirigieran su vista hacia Adam al momento en que se puso de pie—. Entra novato.

Ambos nos levantamos; yo con la cabeza gacha, y Adam con la cabeza en alto. Intimidando a todos a su alrededor con su imponente presencia.

Maldito suertudo.

Yo ni siquiera podía intimidar a los mellizos.

Entramos a un tipo de estudio, bueno eso creía. Adam entró a una cabina más pequeña, yo me quedé del otro lado. Sin embargo, podía verlo a través del vidrio que nos separaba.

Se veía muy tranquilo, pero sabía que por dentro, él estaba un poco nervioso.

—¿Eres su novia? —preguntó uno de los chicos que estaba conmigo.

—No, soy su amiga.

—Ah, okey —respondió—. Richard Makalister, soy el bajista.

—Holland Evans, una inútil más en este mundo.

—Me agradas, Holland —Él rió.

—¿Gracias?

Frente a mí, había otro chico, que al parecer era quién controlaba todos los botones de aquella fantástica cabina.

Sí, creo que a estas alturas se nota que no sé nada de música.

—Muy bien, Adam —habló el chico a través de un micrófono—. ¿Qué sabes hacer?

—Tocó la batería y la guitarra.

—También canta —agregué con una leve sonrisa—. Solo que no quiere aceptar que es bueno.

Él chico me sonrió y asintió levemente.

—¿Cantas? —Le preguntó.

—No —mintió.

—Tu novia no dice lo mismo.

Lo observé desde el otro lado, obteniendo una mirada de pocos amigos de su parte.

—Cántanos algo —ordenó Richard poniéndose de pie.

—¿Cómo qué? —preguntó Adam. Estaba frustrado.

—¿Conoces de Neighbourhood?

—Sí —contestó—. Adivino, Sweater Weather.

—Inteligente, me agradas.

Adam contuvo sus ganas de rodar los ojos y de soltar una grosería por esa linda, pero sucia boquita.

Su cabello caía a los costados de su rostro, debido a los auriculares que llevaba puesto.

Quería tatuarme este momento en la piel, se veía hermoso, parecía un dios griego.

—¿Estás listo? —preguntó.

—Sí —contestó Adam.

Richard, con ayuda del otro desconocido, comenzó a reproducir la canción.

Adam comenzó a cantar dejándonos boca abierta a todos.

Su voz, su maldita y hermosa voz. Mis oídos nunca habían sido tan privilegiados de escucharlo cantar. Recuerdo que la última vez que cantó para mí, fue cuando teníamos catorce años, pero el cambio tan abrupto en su voz me dejo completamente pasmada.

¿Era posible excitarse por una simple voz?

Bueno, creo que tenía la respuesta.

—Wow —musitaron ambos muchachos chocando puños.

—¿Está dentro? —pregunté.

—Es la pregunta más estúpida que han hecho —indicó Richards—. Claro que está dentro.

Contuve mis ganas de gritar y saltar, para no distraer a Adam. Aunque por dentro era un montaña rusa de emociones.

Él estaba concentrado en su canto, podía notar como sus facciones cambiaban a medida que alcanzaba una nota más alta. La forma en movía sus cejas y sus labios, simplemente me dejaba hipnotizada.

Observé sus manos, sus dedos golpeaban con lentitud sus muslos al ritmo de la música.

Tenía unas manos hermosas, ¿cómo no lo había notado antes?

De un momento a otro, Adam abrió sus ojos con lentitud, dirigió su mirada hacia donde me encontraba y me dedicó una sonrisa coqueta.

Yo sonreí como una estúpida, mientras que sentía como las mariposas revoloteaban en mi estómago. Amaba su sonrisa y apreciaba cada vez que él sonreía, las cuales eran muy pocas.

La canción finalizó y Adam dejó de cantar.

Salió de la pequeña cabina, con largos pasos se dirigió hacia donde yo me encontraba, entró y me sonrió.

—¿Qué tan mal estuve?

—¿A eso lo llamas estar mal? —inquirí con lo boca abierta—. Fue...

—Increíble —Terminó de decir el desconocido por mí—. Soy Alan Makalister, soy el baterista.

—Gracias —respondió Adam con seriedad—. Debemos irnos, Holland.

—Pero...

—Creo que no entendiste —habló Richards—. Estás dentro.

—Sí, ya lo sé —respondió con seguridad—. ¿Acaso debo saltar de emoción como una niña pequeña?

—Te esperamos el jueves a las cinco en punto para ensayar.

—De acuerdo.

Adam les sonrió amablemente a ambos hermanos, quienes lo miraban confundido por su accionar. Él me tomó de la mano, y juntos comenzamos caminar nuevamente hacia la salida de aquel pequeño bar.

—¿En serio? —pregunté—. Acabas de recibir una gran oportunidad, ¿y reaccionas así?

—Aunque no lo creas, estoy feliz.

—No se te nota.

—Ya no soy el de antes, Holland —indicó, mientras abría la puerta del auto—. Aprendí que es mejor callar y ocultar todo tipo de emoción, que ha quedar como el más grande idiota exponiéndolas.

Ambos subimos al auto y nos pusimos en marcha.

No iba a dejar que él me ganara, no esta vez.

—No puedes ocultar por el resto de tu vida lo que sientes.

—¿Por qué no puedo? —preguntó sarcásticamente.

—Eso es lo que hice toda mi vida —respondí con un nudo en la garganta—. Estaba tan rota que ocultaba todo lo que sentía a través de una felicidad que no era verdadera, que no era real. Intenté ocultar detrás de aquella mascara lo que realmente sentía. Me guardé el dolor, el rencor, la ira, la frustración y la desesperación de no poder hacer absolutamente nada para que mi situación mejore. ¿Sabes que sucedió? Me enfermé, y todo por guardar aquello que me hacía mal. Me encerré en ese maldito caparazón que en su debido momento fue el mejor refugio que pude obtener, pero ahora se ha convertido en un maldito infierno del que jamás podré ser libre.

Adam abrió su boca para acotar algo. Sin embargo, la cerró al instante. Me observó y sonrió, para luego mirar al frente.

—Tal vez tengas razón —susurró—, pero no todos tenemos la posibilidad de poder ocultar lo que sentimos detrás de una sonrisa. Hay personas como yo que simplemente no nacieron para sonreír, porque la vida te da tantos golpes que lo único que queda es resignarte a perder.

—Prefiero perder, sabiendo que puede otorgarle una sonrisa a alguien; que perder sabiendo que fui una persona más en este mundo que no tuvo la oportunidad de sonreír.

—Que testaruda eres.

—Y tú eres un amargado.

Ambos sonreímos y seguimos en resto del trayecto en silencio.

[ ... ]

—No entiendo por qué crees que es raro comer hamburguesas de desayuno —dije cruzándome de brazos.

—Dime alguien que desayune hamburguesas a la mañana como tú. —La respuesta era fácil—. Yo no cuento.

—¡Vamos, eso no es justo! —exclamé riendo—. Las personas de hoy en día son muy anticuadas, Lahey. No disfrutan de la vida, no disfrutan de hacer las cosas que les gustan por miedo a ser juzgados.

—Vivimos en una sociedad en donde te adaptas o sufres las consecuencias de no ser como lo demás. —comentó frunciendo los labios—. Que la sociedad la chupe, prefiero sufrir las consecuencias y no perder mi libertad. Prefiero conservar mi esencia, que parecerme a todas esas personas que están allí afuera aparentando tener la vida perfecta.

—¡Somos raros y eso nos encanta! —grité sacando mi cabeza por la ventana.

—Estás llena de vida, Evans —acotó Adam—. ¿Sabes lo hermosa qué eres? Sí no lo sabes, quiero que sepas que eres la mujer más bella que he conocido.

—Por favor, hay muchas mujeres más bellas que yo —bufé, colocando un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.

—Pero nadie como tú, ante mis ojos siempre serás la más hermosa en este mundo.

Sé que suena tonto, pero a veces necesitaba que me recordaran que era bonita.

Me consideraba una persona algo insegura, incluso si no lo demostraba. A veces, las mujeres queremos ser perfectas para poder ser aceptadas y se consideradas bellas, pero no se trata de ser aceptada por esta sociedad mediocre, sino de ser aceptadas tal y como somos por las personas correctas.

Las personas no tenemos la obligación de cambiar para ser de agrado para otros, pero este mundo se maneja de una manera completamente diferente a lo que imaginamos y queremos.

—Gracias por el halago —dije relamiendo mis labios.

—No tienes por qué agradecerlo —indicó Adam.

Es así que ambos seguimos el viaje en calma y silencio.

[ ... ]

La sirena de una ambulancia, fue lo primero que provocó que me alarmára.

Dirigí mis ojos hacia mi casa, donde observé que acostaban a una persona sobre una camilla.

—Detente —susurré.

—¿Qué?

—¡Detente, Adam! —grité, provocando que el auto se detuviera abruptamente.

Con las pocas fuerzas que tenía, bajé del auto y caminé hacia la entrada de mi hogar.

Mi padre estaba en ella.

—¡Papá! —Mi voz se desgarró.

Mamá tenía los ojos llenos de lágrimas, y sus manos tapaban su boca. Observando con horror y temor la situación.

—¿Qué le hiciste? —susurré—. ¡¿Qué carajos le hiciste?!

—Yo...

—¡Dime! —grité sintiendo como alguien me agarraba de la cintura y me apartaba de ella.

—Holland.

—¡¿Acaso me odias mamá?!

No entendía porque hacía eso, ¿acaso no entendía que sus acciones me hacían mal?

Tal vez ella no me amaba, tal vez nunca lo hizo. Entendía que podía cometer errores, porque las madres no son perfectas, pero cuando se dan cuenta del daño producido, intentan enmendarlo.

¿Por qué ella no hacia eso?

Era mi madre, era la persona que encargada de protegerme y cuidarme de todas aquellas personas que querían dañarme, pero que irónico que la única persona que me hacía daño, era ella.

Dolía como la puta madre, porque yo realmente la amaba y quería comprenderla y apoyarla, pero no podía hacerlo cuando actuaba de tal manera.

—Holland, cálmate. —Adam intentó acercarme a él, pero yo me alejé.

—¡Me tienes harta! ¡Estoy tan cansada de ti! —grité sabiendo que mis palabras eran como dagas incrustándose en su piel—. Eres tan egoísta, tan mala. ¡Nunca te importé, mamá! ¡Seguiste con tus malditas discusiones sin importar las consecuencias! Quería morir, quería simplemente que mi corazón se detuviera para no seguir sufriendo, y tú nunca te diste cuenta de eso.

—Estábamos discutiendo, y él comenzó a agitarse...colapso.

—Eres un monstruo, felicidades, ganaste el premio a la persona más egoísta en el mundo.

—Puedo explicarlo...

—¡¿Qué carajos quieres explicar?! —grité agarrándome de la cabeza—. ¡Deja de justificarte una vez en tu maldita vida, mamá! ¡Asume la maldita responsabilidad de tus actos y las consecuencias que traen consigo!

Todo a mí alrededor comenzó a dar vueltas. Sentía como si la piel de mis costillas y cuello se contrajeran cada vez que intentaba respirar; los pequeños dolores en medio de mi cien comenzaron a hacerse presente, intensificándose cada vez más.

Mi cuerpo se sentía más débil que de costumbre, mis piernas perdían el equilibrio y todo el peso de mi cuerpo que caía sobre ellas, creo que no podría resistir más. Ni si quiera tenía fuerzas para mantenerme de pie por mi propia cuenta.

—Holland —Adam me tomó de las mejillas.

—A... —No podía hablar, no tenía fuerza para hablar.

Tampoco tenía fuerzas para respirar. Es así que mi cuerpo colapsó, cayendo entre los brazos de Adam que me sostenían con fuerza.

Lo último que vieron mis ojos fue a dos enfermeros correr hacia mí y la voz de Adam diciéndome:

—Resiste, Holland. Hazlo por mí.

Tal vez esta vez sí sea lo suficientemente fuerte para resistir, o tal vez simplemente me deje caer a la tentación de dejar de vivir en un mundo en el que no podía ser feliz.

Jamás saldría de esta situación, estaba condenada a habitar en el sufrimiento.

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¡¡Hola mi pequeños guerrer@s!!

¿Cómo están?

La palabra perfecta para describir este capítulo es "INTENSO" con mayúsculas y todo.

Yo que ustedes me preparo por que el próximo capítulo va a esta muy potente.

Invito a aquellas personitas que no leyeron "Nuestros propios demonios" a que lo hagan, si gustan. La historia esta completa, pero se encuentra en edición.

Espero que le haya gustado.

No se olviden de votar, comentar y compartir la historia para que más personas las conozcan que es gratis y me hace muy pero muy feliz JAJAJJAJAJA

Que tengan un hermoso día o una hermosa tarde o noche.

Besos♥

Instagram: Skar_Roma.

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