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3. Segundas oportunidades

Eloi tenía los ojos cual corderito asustado, la piel pálida, el cabello bien recortado, no parecía pasar hambre y, no menos importante, lucía un excelente afeitado. Se las apañaba muy bien solo, sin embargo, Eduard  no entendía cómo había logrado sobrevivir dos años sin pisar un refugio.

Moraban en él un aura inocente, una timidez innata y el dolor de la soledad. Cuando se tocaron sintió algo en el roce. Apostaba a que no era más que la falta de contacto físico, no le importó.

Cuando el chico le confesó que se resguardaba en el Liceu, puesto que la acústica era una gran protección, los ojos de Edu se abrieron asombrados. Aquel joven había convertido la Gran Catástrofe en un cuento de hadas.

—Casi no me queda comida —se lamentó Eloi—, pero igual puedo darte algo.

—Eso sería genial —aceptó. Sin duda estaba hambriento, aunque ahora comprendía que lo que en realidad añoraba era la compañía.

No le dejó ir con él, no obstante, cumplió su promesa: regresó poco después con algo de leche en polvo, agua y una lata de aceitunas que compartieron entre los dos. Luego conversaron con calma hasta llegado el atardecer. Se contaron anécdotas sobre su infancia y revivieron cada uno de sus días felices. Entendió el dolor de Eloi cuando, con voz trémula, le explicó que la Gran Catástrofe había destruido el amor de su vida.

Aquella no fue su única visita: a la mañana siguiente le trajo verduras; al tercer día, sopas y algunas bolsitas de infusión. ¿De dónde sacaba aquello? No le interesaba, ¿para qué? Lo que de verdad le llamaba la atención era el joven que tenía delante, quería saberlo todo de él y, cuanto más hablaban, mayor era su curiosidad. ¿A qué sabrían sus labios? ¿Cómo de suave sería su piel? ¿Por qué nunca se quedaba a dormir ni dejaba que lo acompañara?

La tensión entre ellos era tan palpable que bien pudiera haberse esfumado el mundo sin que lo percibieran, pero cada vez que Edu se acercaba, Eloi rompía la cercanía y se marchaba. Aquello sí era un misterio que lo traía de cabeza. ¿Por qué lo rechazaba? Percibía sus ganas, sus ojos expectantes, sentía su necesidad, la misma que albergaba él, no obstante, no lograba derribar sus fronteras.

Tras varios encuentros, llegó el momento en el que le pidió que lo llevara con él. Amaba la librería en la que se había instalado, pero quería ver dónde vivía el joven que lo alimentaba a diario. Quizá, así lo conocería un poco mejor.

—No creo que sea buena idea... —musitó Eloi.

—No me quedaré, solo quiero ver cómo es ese sitio por dentro. Te prometo que será una visita corta, no miraré si tienes cadáveres escondidos ni si guardas drogas bajo los asientos —bromeó.

Eloi se quedó pensativo, jugueteó con el flequillo y volvió la vista atrás, al exterior.

—¿Una visita rápida? —preguntó.

—Lo prometo.

Cuando llegaron al teatro, su anfitrión le pidió que esperara fuera hasta cerciorarse de que todo estaba en orden, algo que extrañó a Oriol.

—¿No estabas solo?

—No del todo. Tengo algunas latas vacías, ropa sucia y muchos zapatos sin pareja como compañeros de piso.

—¿Zapatos sin pareja? —rio Eduard—. ¿Tienen algún sentido?

—Sirven para guardar cosas.

Eloi lo dejó ante el amplio pórtico y tardó más de lo que le hubiera agradado, pues, mientras permanecía de pie observando los restos de un cartel viejo, un resucitado comenzó a acercarse. Su paso era lento, tenía una pierna rota que arrastraba por el asfalto, algo de cabello gris pegado a un cráneo huesudo y la mandíbula desencajada de tanto abrir la boca.

Por un momento, Edu temió que Eloi lo hubiera abandonado allí, a la intemperie y desarmado. Ya tenía al resucitado a menos de cinco metros. Tragó saliva y rezó en silencio. Por fortuna, su anfitrión abrió a tiempo, lo agarró del cuello de la camisa y lo empujó hacia dentro.

—¿Qué hacías ahí quieto? —le preguntó exaltado.

—Me dijiste que esperara.

La respuesta era obvia, así se lo pareció a Edu. Eloi, en cambio, lo miraba sin entender.

—Debiste marcharte.

Eduard rio, lo tomó de la cintura y lo besó divertido en la mejilla.

—¿Me vas a enseñar tu palacio o no?

Los ojos de Eloi lo rehuyeron, pero asintió y lo invitó a pasar a la sala central.

Edu estaba fascinado: si la librería le había parecido mágica, estar en el Liceu fue incluso mejor. Dio un par de notas con la voz y comprobó la resonancia de la que Eloi le había hablado.

—Debe de ser maravilloso vivir aquí. —Subió los peldaños al escenario, sacó una armónica del bolsillo lateral del macuto y empezó a tocar. De pronto, la melodía se vio interrumpida por unos golpes que lo alertaron. Eloi le aseguró que era cosa del viento, no obstante, se mostraba nervioso y miró a su alrededor en varias ocasiones, como si ocultara algo. Luego, se le acercó con seriedad.

—¿Qué sucede? —preguntó Edu, sin entender a qué venía aquel cambio de actitud.

—Ya has comido y bebido... Y hemos hablado mucho rato. Quizá deberías irte.

—Sí, claro. —Se sintió decepcionado. De nuevo, había levantado la barricada entre ambos. Tomó el macuto y se dispuso a partir. Para su sorpresa, Eloi le cortó el paso—. ¿Quieres que me vaya o no?

—Sí... No... No sé, no sé qué hacer... —dudó. Adorable. Tenían la misma edad, aunque la timidez de Eloi lo hacía parecer más joven—. Es que... —habló de nuevo—. A mi marido no le gustaría esto. Yo...

—¿Tu marido? Pensé que ya no estaba.

—Puede que no como antes... Pero él siempre estará conmigo.

De pronto lo entendió todo: los dos llevaban mucho tiempo solos, sin embargo, pese a que Eloi sentía la misma atracción, no había superado la pérdida de su esposo. Aquello debía de atormentarlo, pero ya habían pasado dos años y Edu estaba dispuesto a sanar esa herida.

—Tu marido tuvo mucha suerte de tenerte a su lado. —Dio un paso hacia él, lo sujetó de la nuca y acercó los labios a los suyos, deteniéndose a un milímetro del roce—. Pero tienes derecho a rehacer tu vida. Quizá sea hora de dejar el pasado atrás, ¿no crees?

Eloi bajó la cabeza y retrocedió.

—Yo... Aún lo amo —confesó.

—Eso es bonito. —Lo tomó del mentón, obligándolo a mirarlo de nuevo, limpió sus lágrimas y lo estrechó entre sus brazos—. Pero tú estás vivo, no debes aferrarte a lo que ya no está ni sentirte culpable por sentir lo que sé que sientes.

Eloi se dejó abrazar y sollozó varias veces.

—Ojalá puedas perdonarme —susurró con la vista fija en un punto lejano, como si la disculpa no le perteneciera a él.

—No tienes que pedir perdón, no has hecho nada malo. Quizá, el habernos encontrado en un mundo muerto sea nuestro cometido. Es hora de mirar hacia el futuro.

Un suspiro huyó de los labios del joven. Se separó un poco y acercó su rostro al suyo, apenas rozándolo, aunque se mantuvo estático e indeciso.

—Puede que estés en lo cierto —concedió bajito.

Por fin lo tenía ante él, con los ojos brillantes y los labios, algo rojizos por el llanto, entreabiertos y dispuestos. Quería lanzarse sobre Eloi, estrecharlo entre sus brazos y hacerle el amor ahí mismo. Demostrarle que el amor le podía dar una segunda oportunidad.

—¿Quieres que te bese?

El chico asintió, todavía inseguro, por lo que Edu no se hizo de rogar.  



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