Noche de chicas (1)
Me gusta tener invitadas y por lo general me precio de ser una excelente anfitriona, pero esta vez no tengo tiempo para ponerme a preparar un menú refinado ni una mesa espectacular. La semana ha sido tan dura en el trabajo que no he conseguido salir ni un día a mi hora y de esta manera no hay quien pueda organizar una cena en condiciones, así que el miércoles, previendo la que se me venía encima, seguí el consejo de una amiga y contraté los servicios de una "maid".
Y aquí estoy ahora, a las ocho y cinco de la tarde del viernes, esperando a que esta pequeña cosita impuntual se digne presentarse ante mí, mientras mi ira crece a cada segundo perdido. No he tenido tiempo ni de cambiarme de ropa y todavía llevo el traje sastre con el que he ido hoy a trabajar.
Ah, por fin, el portero automático. Contesto secamente y oigo al otro lado un dulce "soy la doncella, señora" que consigue rebajar medio punto mi nivel de cólera en sangre. Treinta segundos después, toca el timbre y abro la puerta.
Mi amiga no se equivocaba al recomendármela a ella en particular. La apariencia de esta doncellita es de verdad encantadora y yo retiro mentalmente lo de "pequeña cosita", más que nada porque me saca cabeza y media. La hago pasar y ella me sigue hasta la cocina, con los ojos bajos, dos grandes bolsas en las manos y unos andares de locura sobre sus tacones de vértigo.
- ¿Cómo te llamas, niña?
- Sandra, señora.
- Bueno, Sandra. La primera impresión es la que cuenta, como se suele decir, y la tuya es absolutamente desfavorable. Has llegado tarde al trabajo y eso es inexcusable.
- Lo siento, señora- cruza las manos sobre su regazo, cabizbaja-. Me ha costado aparcar.
- Ese no es mi problema. Recuperarás estos minutos después- saco un cuaderno forrado en cuero y un bolígrafo- y, para que no se te olvide, lo dejo aquí reflejado. Voy a anotar cada una de tus faltas y luego veremos de qué manera las enmiendas.
- Sí, señora- creo que se ha sonrojado, a pesar del maquillaje.
- Ahora, ponte a preparar la cena. Yo voy a arreglarme y ya te llamaré si te necesito. Estate pendiente de mi campana porque no me gusta que me hagan esperar. Mis invitadas llegarán a las diez, así que tienes dos horas para encargarte de la mesa y la cena.
- Sí, señora.
Salgo de la cocina y me quedo apoyada en el quicio de la puerta, observando cómo se mueve de un lado a otro. Trabaja con eficacia y rapidez, familiarizándose con los electrodomésticos y el contenido de los armarios. Quizá pueda compensar su impuntualidad, después de todo. Doy media vuelta y me dirijo a mi dormitorio.
Creo que tengo tiempo para un buen baño caliente. Me quito los zapatos de tacón y hago sonar la campanita. Sandra llega con diligencia e inclina la cabeza.
- ¿Qué se le ofrece a la señora?- pregunta con su dulce voz.
- Quiero darme un baño. Prepáralo todo.
- Sí, señora- asiente y gira sobre sus talones. Contemplo el meneo de su culito bajo su falda negra almidonada y me muerdo el labio. Madre mía, la doncellita.
Entro en el cuarto de baño y comienzo a desnudarme parsimoniosamente, dejando toda la ropa tirada a mis pies. Para eso está el servicio. Sandra está llenando la bañera, agachada de manera que el vuelo de su falda me deja ver el final de sus medias y las cintas del liguero, así como atisbar los volantes de la parte trasera de sus bragas. No puedo contenerme y le suelto un azote de reconocimiento.
- ¡Oh, señora!- Sandra pega un saltito y se incorpora. Yo me echo a reír.
Una vez llena la bañera, Sandra me tiende la mano para ayudarme a entrar. El agua está perfecta, caliente y cubierta por una capa de espuma y me relajo al instante. Esto está muy bien.
- Recoge mi ropa y vuelve a la cocina. Te llamaré para que me ayudes al terminar.
- Sí, señora- hace una gentil inclinación, coge la ropa y sale rápidamente. Yo me dedico a no hacer nada mientras la oigo, a lo lejos, clop-clop sobre sus altos tacones. Podría acostumbrarme a esto.
Cuando considero que me he remojado lo suficiente, toco la campanilla y Sandra reaparece al momento.
- Lávame la cabeza. Una de champú, aclarado, mascarilla, masaje y aclarado otra vez. ¿Has entendido?
- Sí, señora- responde mi dulce "maid", arrodillándose al borde de la bañera.
Coge el mango de la ducha y me toca suavemente la mandíbula para indicarme que eche atrás la cabeza. El agua templada cae sobre mi pelo. Con el champú repartido entre sus manos, comienza a masajearme despacio el cuero cabelludo, con firmeza. Siento sus dedos grandes y nudosos trazando círculos en mi cabeza y ronroneo de placer. Me aclara el pelo y repite el procedimiento con la mascarilla, terminando con agua templada una vez más.
- Tráeme el albornoz.
- Sí, señora- me ayuda a salir de la bañera y me tiende el albornoz- ¿Algo más, señora?
- Retírate. Te llamaré cuando te necesite.
Vuelvo al dormitorio y me pongo las medias, el liguero y ropa interior a juego. Me enfundo el vestido, me calzo y toco la campanilla.
- Señora...
- Sandra, súbeme la cremallera.
Mi doncellita acerca sus manos a mi cintura y yo, inocentemente, aprovecho la coyuntura para pegar mi trasero a su entrepierna, rozándome en ella y disfrutando de su nerviosismo, patente en el ritmo irregular de sus manos al subir la cremallera. Cuando termina, me giro y le agarro el paquete, mirándola a los ojos.
- Qué bien equipada estás, querida. Espero que hayas preparado un buen postre o tú cumplirás ese papel para mí y mis invitadas... - tímida, baja los ojos, pero no se atreve a separarse de mi mano. Le doy un buen apretón y le hago un gesto para que marche. Aún tengo que maquillarme y ya son más de las nueve...
Cuando vuelvo al salón, lista para recibir a mis invitadas, Sandra tiene todo resuelto. De la cocina viene un olor estupendo y ha decorado la mesa esmeradamente con velas y centros de flores. Entro en la cocina y la sorprendo agachada ante el horno, abriendo la puerta para sacar una fuente. Observo su largo cabello oscuro, sus piernas interminables y, de nuevo, sus braguitas blancas de volantes. Al dejar la fuente sobre la encimera, me acerco a ella y le paso la mano por el trasero, sin darle tiempo a sacarse las manoplas.
- Querida, esta noche quiero que me hagas sentir orgullosa. Que seas complaciente con mis invitadas y satisfagas sus caprichos. Si fallas en esto- meneo el cuaderno ante ella-, me sentiré terriblemente decepcionada y castigaré tus errores con dureza. ¿Lo has entendido?- ella asiente con la cabeza. Tomo su cara entre mis manos y la acerco hasta la mía; la beso, le doy un cachetito y me marcho al salón a leer una revista.
Al cabo de unos diez minutos, Sandra entra en el salón y me pide permiso para cambiarse el uniforme por otro más vistoso con el que servirnos; por supuesto, se lo concedo, pero con la condición de que se cambie delante de mí. Dejo la revista y me preparo para el espectáculo.
Se deshace, en primer lugar, de su delantal blanco de puntillas con un movimiento lento y lo dobla cuidadosamente antes de dejarlo en la mesa auxiliar. Lo siguiente es el uniforme negro, que desabrocha dándome la espalda con la soltura de una stripper profesional para hacerlo caer a sus pies y plegarlo. Observo su ancha espalda, su cintura esbelta, sus caderas breves rodeadas por el liguero y su espectacular trasero; juraría que se está contoneando ante mí con todo el descaro y pongo fin a su provocativo meneo con el "clic" que hace la punta de mi bolígrafo al salir para apuntar esta falta. Se gira, azorada, dejándome ver su sujetador con relleno y sus bragas a juego, que apenas pueden albergar su contenido.
- Vaya, pequeña. ¿Estás excitada? ¿Te gusta estar semidesnuda delante de tu señora?
- Sí, señora... No... Señora... Yo...- agacha la cabeza, pero su pretendida ingenuidad no va a poder conmigo.
- Acércate.
- Sí, señora.
- Buena chica. Dame un masaje en los pies y en las piernas, anda. Luego terminarás de ponerte tus trapitos.
- Sí, señora- se arrodilla ante mí, coloca mis pies en su regazo y me quita los zapatos con reverencia. Me masajea por encima de las medias, con firmeza, hasta las pantorrillas, deslizando sus dedos y provocándome con su mera presencia. Miro de reojo sus braguitas y noto su polla luchando por salir de su cárcel de encaje y volantitos. Con esa estatura, estoy segura de que carga un rabo importante. Apoyo mi pie derecho sobre su verga mientras ella me masajea el izquierdo y presiono, calibrando sus dimensiones y haciendo que mi dulce doncellita pierda el ritmo de su masaje.
- Sandra, creo que la próxima vez que te contrate haré que vengas con un cinturón de castidad. Es intolerable que estés excitada mientras me tocas, cuando tu prioridad debería ser únicamente mi placer.
- Lo siento, señora.
- Deja de sobarme y termina de vestirte. Falta poco para que lleguen mis amigas- completo mi orden con unos golpecitos de mi pie en su pecho.
- Sí, señora.
Esta chica es deliciosa. La miro ajustarse su nuevo uniforme, de color burdeos, aún más almidonado que el anterior y con más detalles; el delantal, blanco inmaculado y bien planchado, y una diadema que mantiene su melena apartada de la cara. Tengo que hacer un esfuerzo para no comérmela en este mismo momento. Por suerte, el timbre suena: mis invitadas comienzan a llegar.
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