La rendición de Sara
Nos observamos con detenimiento, sin prisa. Estamos midiéndonos. Sus ojos me taladran y, aunque no diga nada, sé que está pensando que bastaría una orden suya para que me arrodillase ante él, dispuesta a satisfacer todos sus caprichos.
Sus ojos me recorren desde la melena hasta los pies, calzados con sandalias negras de tacón, con especial atención a la lencería de encaje negro y al liguero que sujeta mis medias en su sitio. Mantengo el tipo, disfrutando de nuestro duelo mudo. Me sonroja su osadía, pero no voy a quedarme atrás. Fotografío mentalmente para el recuerdo su pelo, su boca, su mirada hambrienta... Hace ademán de quitarse el sombrero y yo niego con la cabeza: le da un toque de caballero salido del pasado que me fascina.
Avanza un paso hacia mí, con aire de depredador, al tiempo que se deshace de la americana. Permanezco inmóvil, una mano apoyada en la cadera, sonrisa de esfinge. No me dejo impresionar. Se afloja el nudo de la corbata y, con su meticulosidad habitual, pliega las mangas de su camisa; primero la izquierda, a continuación la derecha. Observo sus antebrazos, los músculos que se dibujan bajo la piel a cada gesto, y no puedo evitar relamerme pensando en nuestra noche de juegos. Le encuentro terriblemente seductor, todavía con el sombrero, en mangas de camisa, amenazante y seguro de sí mismo.
Me acerco hasta rozar su cuello con mis labios. Huele deliciosamente bien. Beso su piel mientras, de puntillas, le quito la corbata. Sus brazos me rodean la cintura y me atraen hacia él, apretando, dibujando mi silueta entre sus manos. Le muerdo con suavidad e intento retroceder, pero continúa sujetándome con firmeza y no me lo permite.
- Ríndete, Sara- su voz profunda, masculina, resuena en lo más profundo de mi mente, seduciéndome. Me arrebata la corbata de las manos y me agarra por la muñeca izquierda, mirándome a los ojos-. Ríndete. Has venido a esto.
Tiene razón. He venido a esto, a ser suya, a entregarme en esta habitación en la que no existe nadie más que nosotros dos. Nos miramos a los ojos, ambos conscientes de que hoy es el día de mi rendición, dispuestos a gozar de cada segundo, y por un momento, siento que las rodillas no me sostienen y agradezco que continúe sujetando mi muñeca y mi cintura. Deposita un beso ligero, apenas un roce instantáneo, sobre mis labios y me sonríe.
- El próximo beso es el nuestro. Gánatelo- gira la mano que rodea mi muñeca, haciendo que me agache y quede arrodillada ante él.
Levanto la mirada, apoyo las manos en sus muslos y recuesto la cabeza sobre su erección. Suspiro profundamente, con sus dedos enredados en mi pelo, recibiendo con claridad su mensaje de impaciencia que disuelve los últimos resquicios de rebeldía de mi alma. Le miro de nuevo y, con lentitud rayana en la reverencia, le bajo la cremallera, el corazón batiéndome en el pecho como un tambor. Libero su pene, que a fuerza de expectativas está completamente erguido y, según lo acordado, lo introduzco entre mis labios húmedos sin siquiera contemplarlo.
Él se agacha ligeramente para atrapar mi melena en su mano y echa la pelvis hacia delante. Lo recorro con la lengua, una y otra vez, del todo consciente de que su placer es el mío, alternando diferentes ritmos hasta dar con el que hace que su mano se crispe un poco más en torno a mi pelo. Quiero sentirlo hasta la garganta. Él quiere follarme hasta la garganta. No podría ser de otra manera.
Me mojo los labios y dejo que su polla se deslice por mi boca, hasta el fondo. Mi nariz roza su pubis. Aguanto cuanto puedo y la saco, solo para comenzar una vez más. Él emite un jadeo de placer y, sonriendo al tiempo que me guiña un ojo, me pone su sombrero. Mi necesidad de ser follada en la boca alcanza el grado de "vital" y me lanzo a mi tarea con tanta pasión que, en pocos minutos, él está agarrándome de la nuca para impedir que me retire, mientras yo siento que voy a ahogarme sin remedio.
Juega conmigo. La saca, me la pasa por la cara riéndose de mis intentos inútiles de atraparla, la mete, violándome la boca sin piedad ni clemencia. Tengo las mejillas surcadas de lágrimas negras y mi rouge hace tiempo que abandonó mis labios para pasar a decorar la polla de este hombre que está sirviéndose de mí como si de una muñeca se tratase. Mis bragas están empapadas, solo quiero complacerle, me olvido de mí misma y él lo nota. Agarrada a sus caderas, succiono con fuerza, concentrada en cualquier gesto que pueda darme la pista acerca del ritmo perfecto... y finalmente lo encuentro.
Con un sonido gutural, me sujeta del cuello mientras se derrama en mi boca. Siento su esperma, salado y caliente, salir a borbotones, cubrir mi lengua y asomar por mis comisuras. Fiel a nuestro acuerdo, trago cuanto puedo, reservando un poco para nuestro pequeño grand finale.
Me levanta, cogiéndome por las axilas, y rodea mi cintura con su mano izquierda. Con la derecha, echa hacia atrás el ala del sombrero y me besa, saboreándose a sí mismo en el beso, compartiendo saliva, labios y esperma en un nudo que se me antoja interminable y delicioso. Continuamos besándonos, lamiéndonos, mordiéndonos y respirándonos hasta que una cierta presión a la altura de mi ombligo me indica que mi hombre vuelve a estar preparado para la acción. Le acaricio y ambos sonreímos, las frentes juntas, como dos niños pillados en falta. Sin soltar su erección, le conduzco a la cama y me coloco a cuatro patas en el borde, con la cabeza baja y el culo ofrecido para él.
No podría decir que el primer azote me haya pillado por sorpresa, la verdad. Estaba esperando este momento con tantas ganas que notar su mano impactando contra mi trasero es un alivio y un placer. Siento la tensión abandonando mi cuerpo a cada golpe, transportándome a otro espacio, liberándome. No consigo llevar la cuenta, pero guiándome por el calor que desprende mi culo creo que él enseguida lo considerará listo para su uso.
Apartando las bragas a un lado, coloca el extremo de su polla en la entrada de mi culito. Me revuelvo, impaciente, pero otro azote me indica que debo estarme quieta mientras, lentamente, me invade, centímetro a centímetro, arrancándome suspiros de éxtasis con su avance.
Enculada hasta el fondo, me da una palmada más y adivino la intención: quiere que sea yo quien me empale, que me mueva para él.
- Tócate. Tócate para mí- nada más oírlo, llevo mi mano a mi coño y comienzo a acariciarme mientras me muevo, atornillándome en su polla con todas mis ganas.
Me cuesta contener los gemidos, sobre todo cuando él me agarra del pelo y le da dos vueltas en torno a su muñeca, obligándome a echar la cabeza hacia atrás y haciendo caer el sombrero. Continúo moviéndome, al ritmo que me marcan sus azotes, con el coño goteando sobre mi mano y la boca seca de tanto gemir, hasta notar que no puedo aguantar más. Dudo si preguntarle, pero él también se da cuenta:
- No te corras aún, zorra. Quiero que me esperes y te corras mientras te lleno el culo.
Intento serenarme, en vano, dejando de masturbarme para colaborar con él, pero estoy demasiado excitada y temo que no voy a poder cumplir su orden. Entonces él, apiadándose de mí, me toma por la cintura y me penetra brutalmente, arrancándome un grito.
- Aguanta, preciosa. Es por tu bien. Tócate- me susurra, partiéndome el culo en dos en cada embestida, más y más profundo, más y más rápido, llevándome con él en una espiral de placer y de dolor de la que no puedo ni quiero escapar. Mi orgasmo se acerca con una fuerza que no voy a poder esquivar; mi coño palpita, hambriento; mi espalda está perlada de sudor. Necesito correrme y lo necesito ahora.
- Por favor... No puedo más... - mi voz suena suplicante, casi agónica.
- Un poquito más, solo... Ah... Ahora, ya puedes correrte- dice él, y me dejo ir por completo.
Solo necesito media docena más de embestidas para correrme y él me alcanza enseguida, jadeando y apretándome contra su cuerpo, respirando en mi nuca y, finalmente, desplomándose sobre mí en un último esfuerzo. Nos quedamos en esa postura, húmedos y relajados, por fin. Nuestras respiraciones se van normalizando poco a poco. Me aparta el pelo mojado de la cara y me besa la sien, la mejilla, la comisura de los labios, la línea de la mandíbula. Sonrío, con los ojos cerrados. Solo alcanzo a articular dos palabras:
- Gracias, Amo.
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