Él sabe que ocupa mis fantasías muchas noches, pero no sabe cuán decidida estoy a materializarlas.

Imagino que nos citamos en el bar de un hotel, a media luz, y nos saludamos como los viejos amigos que somos. Nos sentamos a charlar, intercambiamos miradas, una conversación que va subiendo de tono gradualmente. Le sonrío, me sonríe. Adoro ese cerebro perverso, cada una de sus frases me enciende y en breve seré incapaz de contenerme...

Nos besamos. No sabría decir quién da el primer paso, son besos demorados, de reconocimiento, besos que prometen ser el preludio de una noche más que interesante y que van volviéndose, poco a poco, más hambrientos y salvajes.

Él sabe que es un seductor empedernido y que con un chasquido de sus dedos me tendría a sus pies... Pero hoy yo estoy decidida a llevar la batuta. Acerco mi boca a su oído para, después de aspirar el aroma que desprende la piel de su cuello, susurrarle:

- No se hace esperar a una dama y tú te has hecho desear durante demasiado tiempo... Creo que debería castigarte por esa tremenda falta de respeto y que tendrías que compensarme.

El ligero estremecimiento que -lo noto- le recorre tiene su réplica dentro de mis bragas mientras espero su respuesta.

- Tienes razón, ¿qué quieres por mi insolencia?

- Vamos a tu habitación.

En el ascensor me abalanzo sobre él, no puedo esperar más... Le beso, le muerdo, lamo su boca y su cuello, atraigo su cadera hacia la mía tirando de las trabillas de sus vaqueros para sentir su polla dura contra mi cuerpo... Él aprieta mi culo entre sus manos y comienza a subirme la falda cuando, demasiado pronto para mi gusto, las puertas del ascensor se abren. Tomándome de la mano, me guía por el pasillo. Estoy tan mojada que cada paso que doy me mata de placer. Me pregunto si sabrá qué juguete he traído hoy para castigarle y si le gustará tanto como a mí.