Entrante a la vainilla
Mi corazón late a tal velocidad que creo que podría perforarme el pecho mientras maniobro para aparcar. He esperado este momento durante años y ahora estoy a punto de sumergirme en él. Casi no puedo creerlo.
Por el retrovisor, veo acercarse un enorme BMW negro que aparca justo detrás de mí. Es él. Nuestras miradas se cruzan en un juego de espejos durante un instante y juraría que levanta una ceja mientras respiro hondo para intentar mitigar mi nerviosismo.
Pongo el freno de mano y cojo mi bolso del asiento del acompañante. Una última ojeada para asegurarme de que el pelo y el maquillaje están perfectos y abro la puerta, estirando la pierna izquierda para ofrecerle una primera perspectiva de mi tobillo rematado en un espectacular taconazo de aguja de charol rojo. Me giro y salgo del coche.
Por primera vez después de tanto tiempo, nos vemos cara a cara.
Joder. Es guapísimo. Ni las fotos ni las videollamadas le hacían justicia. Los años le han tratado bien, además, y a sus ya de por sí atractivos rasgos se han añadido unas favorecedoras canas y una expresión más marcada.
Nos recorremos mutuamente con los ojos sin decir una palabra.
Ese es nuestro trato: nada de hablar hasta que al menos uno de los dos se haya corrido. Ya habrá tiempo para charlar después... pero este hambre salvaje, acumulada y reprimida durante lo que ahora me parecen eones, hay que saciarla sin más dilación.
Me acerco dos pasos y me detengo de nuevo para que pueda observar lo que tengo para él: la melena castaña, más corta de lo habitual pero todavía lo bastante larga como para darle unos buenos tirones; los labios rojos, húmedos y listos para la acción; mi cintura escueta enmarcada por un vestido negro a la rodilla y, sobre todo -me giro despacio para que no pierda detalle- mi culo, trabajado a base de sentadillas y escaleras (a ritmo intensivo desde que pusimos fecha a esta cita). Me mira con las manos en los bolsillos, la cabeza ligeramente ladeada como quien evalúa un objeto valioso, y sonríe, mostrando su dentadura en una mueca lobuna que casi me derrite.
Él ha tenido el detalle de conducir de traje trescientos kilómetros solo por complacerme. Le anoto mentalmente un punto a su favor porque le queda perfecto: el corte entallado de la chaqueta, el cinturón de cuero negro con el que sin duda jugaremos, los zapatos lustrosos. Se nota que es su uniforme diario y que sabe elegirlo. Solo su cabello, algo revuelto, denuncia las horas pasadas al volante. Le devuelvo la sonrisa y le indico con el dedo que se acerque más. El corazón me avisa de que va a fallarme mientras su silueta invade mi campo visual.
Con estos zapatos, soy casi tan alta como él. Estamos a la distancia perfecta para nuestro primer beso y ambos lo estamos deseando. Me sujeta por la cintura con fuerza, casi con brusquedad, y yo rodeo su cuello con los brazos, la boca entreabierta, los ojos entornados. Nos saboreamos, primero con cautela, casi timidez, con ansia creciente y ganas de más según sus manos pasan de mi cintura a mi trasero, apretándome contra su erección que amenaza con traspasar el cachemir de mi vestido aquí mismo. O paramos ahora o juro que echaremos el primer polvo en el aparcamiento del hotel, apoyados en el capó de su coche.
A despecho de mi instinto, que me exige que viole a este hombre sin mayores contemplaciones en este mismo instante, consigo reunir fuerza para separarme de él y lanzarle una mirada elocuente. Él asiente con la cabeza, me suelta y ambos nos dirigimos a nuestros vehículos para coger el resto de nuestras cosas. El balanceo forzoso que los tacones imprimen a mis pasos me ayuda a disimular el temblor de piernas que su contacto me ha provocado.
Subimos en el ascensor hasta la recepción, pegados uno al otro, mi aliento en su cuello, su nariz en mi pelo, mis dedos recorriendo el volumen de su pene sobre el pantalón, en completo silencio. Un escalofrío me recorre al escuchar su voz, grave y pausada, dando al recepcionista los datos para el registro.
Entramos de nuevo en el ascensor y, sin que me lo espere en absoluto, me voltea de espaldas contra él y me mete la mano bajo el vestido; su mueca de satisfacción al sacarla empapada y pasársela por los labios es impagable... Del mismo modo que él se ha puesto traje en fin de semana por mí, yo he hecho mis trescientos kilómetros sin bragas para él. Sonrío cuando sus dedos vuelven entre mis piernas, haciéndome gemir, pero él no se conforma con eso y usa la mano libre para sujetarme del cuello y, enseguida, sobarme las tetas con fuerza. Mis gemidos suben de tono y en ese instante se abre la puerta del ascensor. Me suelta y recorremos el pasillo enmoquetado hasta dar con nuestra habitación. El tiempo parece transcurrir más lento de lo normal mientras introduce la tarjeta y abre la puerta; apenas unos segundos que se me hacen eternos hasta que, por fin, traspasamos el umbral, volviendo a perdernos en un nudo de lenguas, labios, dedos y manos.
Es ahora o nunca. Aprovechando la inercia de nuestro abrazo, desplazo mi peso hacia delante, haciéndole trastabillar hasta llegar a la cama, donde finalmente cae sobre su espalda. Como un gato, me encaramo sobre él hasta sentarme en su cara. No puede hablar, así que utiliza su lengua de la única manera posible, arrancándome un concierto de gemidos in crescendo en busca de mi orgasmo. Pero yo no pienso ponérselo tan fácil... Me giro para encontrarme de frente con su polla, tristemente presa en sus pantalones, y le desabrocho el cinturón sin dejar de recibir besos y lametones en el coño. Bajo la cremallera e introduzco la mano, notando la humedad en los boxers y sacando por fin a mi nueva amiga. Me relamo al verla erecta en todo su esplendor, con una gotita de líquido preseminal brillando en su extremo, preciosa y mía. Necesito comérmela ahora mismo y es justo lo que me dispongo a hacer cuando noto sus dedos penetrándome, dos en el coño, uno en el culo, arrancándome un gemido gutural de intenso placer... Esto me pasa por confesar mis debilidades; él tampoco está dispuesto a darme tregua, así que retomo mi idea anterior y ataco su polla con fruición.
Pierdo la cuenta de los minutos que nos pasamos perdidos en un 69 cada vez más salvaje y rebosante de mordiscos y jadeos hasta que noto que él intenta voltearme para zafarse. Se lo permito y se pone en pie, completamente despeinado, la corbata desarreglada, arrugada la camisa. Se deshace de ellas y de la chaqueta, mostrándome su torso y sus hombros bien delineados; se quita el cinturón y lo deja sobre la colcha. Yo hago lo propio y me arrodillo en la cama para quitarme el vestido. Arreglo con coquetería, como si fuese una pajarita, el gran lazo de raso que decora mi sujetador de color sangre, a juego con los zapatos, exhibiendo para él mi coño cuidadosamente depilado, que ya ha tenido ocasión de degustar. Me mira como si yo fuese el plato principal de un banquete y por un momento parece que va a romper nuestra regla de silencio, pero recapacita y, en cambio, tira de mis muñecas para aproximarme a él, me carga en sus brazos y me lleva hasta el escritorio sin dejar de meterme la lengua hasta la garganta, con mis piernas enroscadas en su cintura.
Me deposita sobre el escritorio y me mira a los ojos. Ya no hay nerviosismo, solo impaciencia. Tiro suavemente de su cabello con ambas manos y abro las piernas, necesitada de su polla. Él se masturba despacio, recreándose en el momento, aproximando poco a poco su verga a mi coño hambriento, sin dejar de observarme, hasta que, cansada de esperar, apoyo las manos en sus hombros para desplazarme un poco hacia adelante y, por fin, ensartarme de una vez. Él sonríe, me clava las uñas en el culo y me la mete hasta el fondo. Nos movemos, mirándonos, disfrutando del contacto largamente aplazado, jadeando como animales, mordiendo y lamiendo y besando, aproximándonos al clímax, aprendiéndonos los ritmos del otro.
La fuerza con la que me embiste aumenta progresivamente, pero aun así nos las arreglamos para hacer varias paradas, porque ninguno de los dos queremos terminar todavía... aprovechando una de ellas, me coge en brazos y se deja caer en la cama, conmigo encima. No hace falta que diga nada, yo soy su amazona y pienso cabalgarle hasta exprimirle. Me inclino sobre él y le beso, sin dejar de follarle, aprovechando para coger el cinturón con disimulo. Mi siguiente movimiento es guiar sus manos suavemente para atárselas con su propio cinturón. Erguida sobre él, me llevo un dedo a los labios para recordarle nuestra regla, sin dejar de moverme, usando su polla para mi exclusivo placer. Una vez más, lo único que puede hacer es sonreír y levantar las caderas para intentar penetrarme más hondo.
Este hombre me gusta cada vez más... Estiro los brazos para quitarme el pañuelo que llevo a modo de cinta en el pelo y lo desenrollo, ante su mirada perpleja. Me desplazo hacia atrás y hacia arriba, desterrando su pobre polla de las profundidades de mi coño, y la envuelvo en el pañuelo, masturbándole con firmeza en busca de su ritmo preferido. Como veo que quiere hablar, me paso la mano entre las piernas y le meto los dedos en la boca, para que esté entretenido. Voy subiendo la intensidad hasta que noto que va a correrse y entonces le saco los dedos de la boca y le beso con todas mis ganas, mientras empapa la tela de seda. A continuación, retiro el pañuelo, lo froto en mi coño y le doy un par de lametazos. Ambos sonreímos ahora... por poco tiempo.
Con toda dulzura, le amordazo con la tela, haciéndole saborear su propia salsa mezclada con la mía, y hago un par de nudos bien seguros. Me levanto y abro mi maleta, dejándole oír mi voz en persona por primera vez.
- Ya hemos descargado la tensión no resuelta, encanto... Ahora, vamos a jugar a mi juego con mis reglas- sus ojos se abren como platos al verme aproximarme con la fusta, una cuerda y un plug en las manos.
- La primera y más importante es que tú haces lo que yo te diga, cuando yo te diga. ¿Entendido?- aseguro sus muñecas con una atadura en condiciones, sujetándolas al cabecero de la cama. Ensalivo bien el pequeño plug y se lo introduzco en el culo- Ahora voy a darme una ducha, no te vayas a ningún sitio.
Y contoneándome sobre mis tacones, entro en el baño, dispuesta a pasar uno de los mejores fines de semana de mi vida.
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