Complementos
Encuentro un placer singular en esa ligera restricción de movimientos que se puede producir no ya durante el juego, sino en su extrapolación a la vida cotidiana.
Es una sensación sutil, pero que me mantiene permanentemente conectada con el recuerdo de lo experimentado y, en ocasiones, con la expectativa de lo que viviré a continuación.
Mis pacientes ignoran, mientras me explican sus cuitas, que mis largos pendientes no tienen una función meramente estética. La mayoría de ellos desconoce que adoro sentir ese peso tirando, con ligereza pero sin pausa, de los lóbulos de mis orejas cada vez que muevo la cabeza. Es el pálido recuerdo de la sensación que me provocarían unos dientes recorriendo esa zona. Es el escalofrío súbito y delicioso.
Mis pacientes ignoran, cuando les atiendo, que debajo de mi discreta bata sanitaria y mi blusa, hay veces en que el corsé abraza mi cintura con la fuerza suficiente para que tenga presentes las memorias de la última tarde de juegos, aquella en la que mi amante admiró mis curvas entre lazada y lazada antes de devorarme hasta la extenuación.
Sí son conscientes, en cambio, de mis zapatos de tacón y no es extraño que me pregunten si estoy cómoda con ellos o si no tropiezo de cuando en cuando. En estas ocasiones, sonrío y respondo cualquier cosa insustancial. Pero en mi interior, disfruto de la deliberada lentitud que me imponen al caminar, del contoneo de cadera que me imprimen y de la imagen de mis piernas, alargadas diez, doce o catorce centímetros al instante.
Piensa en esto la próxima vez que me veas. No es casualidad.
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