Paula
La alarma le taladró el cerebro. Todas las mañanas pensaba en lo irritante que era el sonidito de mierda y que debía cambiarlo, pero después de unos cuantos segundos lo olvidaba. Abrió los ojos lentamente, intentando no herírselos con la luz de la mañana y tomó el celular, suspirando por su estupidez. Habían terminado hace 3 meses y aún no dejaba de buscar el buenos días de Pablo brillando en su pantalla. El primer mes le dolía tanto que no soportaba hablar de ello y cada vez que su madre se lo mencionaba explotaba en un ataque espontáneo de llanto. Pero de a poco se le había ido quitando el peso del pecho. Era incluso algo positivo a veces, sentir que tu día era una caja de sorpresas en vez de un horario esquematizado entre clase, juntarse con su novio y luego ir a su casa o a la de él a cenar.
No era que no le quisiera, todo lo contrario. Con Pablo siempre se habían sentido almas gemelas, si que tal cosa realmente existía, cada uno tenia lo que le faltaba al otro en cuanto a personalidad y sus gustos siempre se habían complementado muy bien a lo largo de su adolescencia e incluso en la universidad. Aunque estos últimos meses Paula solía pensar que pasaban tanto tiempo juntos que habían terminado disfrutando de las mismas cosas, sin que necesariamente fuesen sus gustos personales, pero eso el tiempo lo iba a decir. Por ahora estaba intentando tomárselo con relativa calma, pero de que iba a hacer cambios en su vida los iba a hacer. Estaba decidida.
Metió cuadernos, papeles y libros en desorden a su enorme mochila negra, que tenía desde sexto básico, se la puso al hombro y bajó las escaleras hacia la cocina. Su madre ya estaba allí, vestida con su teñida usual de trabajo y sosteniendo un café humeante.
—¿No tomaras desayuno hija? ¿Estás segura? Es la comida más importante del día.
—No, ya voy tarde a la universidad. Tengo un examen a las 11 y un trabajo que entregar a las 4 de la tarde.
—Ya estas haciendo las cosas a última hora Paula, siempre te lo digo. Cuando yo iba a la universidad entregaba los trabajos tres días antes de la fecha de plazo y nunca estudiaba el mismo día del examen.
—Que bien por ti, mama—espetó Paula, dándole la espalda y caminando con prisa hacia la puerta. No necesitaba sermones, ni menos ese día que el estrés le salía por los poros.
—Hey, espera—le llamó la madre y la chica se volvió—deberías reconsiderar volver con Pablo, hija. Ayer fui a la casa de Katrina y vi al chico. Está actuando muy raro, no está bien, Katrina está muy preocupada.
—Hare como que no escuché eso último mama, de veras—dijo ella mientras se marchaba enfurruñada.
Le había dicho un millón de veces a su madre que no se entrometiera, que no era asunto de ella ni de la madre de Pablo lo que estaba pasando entre ellos. Además, Katrina Haussman nunca se había preocupado realmente por su hijo si no que por lo que la gente pudiera pensar de él. Por eso se había ocupado de que tuviera las mejores notas en el colegio y que luego entrara a estudiar una carrera tradicional en una universidad reconocida. Y Pablo, que prefería evitar los enfrentamientos, aunque de ello dependiera su bienestar personal, la dejaba hacer y deshacer con su vida. Paula siempre se enfadaba con él por ello, recibiendo siempre en respuesta murmullos casi inentendibles acerca de prefería no tener problemas.
Recordó eso con una punzada de preocupación por Pablo. Ella sabía lo difícil que era la vida cotidiana para él algunas veces y se preguntó si el chico se estaría apoyando en alguien para superar sus ansiedades y crisis de nervios constantes. Se planteó ir a verle y en seguida sacudió la cabeza. No. Si iba a verle en seguida iba a sentir lastima e iba a terminar accediendo a cosas que en verdad no quería hacer, Pablo iba a tener que superarlo por su cuenta. Paula estaba segura que todo el proceso le ayudaría a agarrar más confianza en si mismo y a plantar los pies en la tierra. Pablo tenía toda la capacidad para lograrlo, ella estaba segura.
Pero también era cierto que no le había visto desde que terminaron y eso estaba escondido en alguna parte de su mente, molestándole. Vivian cerca y sus facultades en la universidad estaban al lado, por lo que un cruce accidental no hubiese sido extraño. Sin embargo, Paula no le había visto. ¿Habría dejado de asistir a sus clases? Parecía altamente imposible.
Tenia que detenerse, eso no le importaba ya. Tenia que sobrevivir a su vida universitaria antes de ponerse a pensar en arreglar la vida de su exnovio.
Con el ajetreo del día, pronto olvidó sus preocupaciones. Además, a las 5:30 tenia cita con el club de lectura en la biblioteca y estaba excitadísima al resto, tenia que admitirlo. Estaba yendo con Tania, una chica de Lenguaje Visual y le resultaba muy simpática, de ese tipo de personas con las que puedes conversar de cualquier cosa sin sentirte avergonzada o culpable. Tania era distinta a las chicas que había conocido en el colegio, hablaba abiertamente de todo, incluso de sexo. Era un cambio refrescante en su vida.
Y luego estaba Esteban, el moderador del club. Dios, Esteban era atractivo. Era ese estereotipo de estudiante de humanidades, con camisa llamativa, pantalones cortos y una barba abundante, pero tenia unos hermosos ojos almendrados, que te miraban con infinita amabilidad cuando dabas tu opinión, y un cuerpo muy trabajado, que se marcaba debajo de su holgada camisa. También era muy inteligente, sus opiniones cerca de las lecturas solían ser contundentes y certeras, casi decididas. Probablemente esa decisión era lo que más le atraía de él, esa fuerza que parecía tener, podía lograrlo todo.
Estaban terminando de hablar sobre El cuento de la criada, de Margaret Atwood y Paula estaba atrapada en las implicaciones de la novela. Ese futuro post apocalíptico parecía tener una mayor posibilidad en la sociedad actual, lo que no dejaba de ser escalofriante. ¿Qué haría ella en una situación así? Escapar, intentarlo con todas sus fuerzas. Y si no, pelearía. Se identificaba en gran medida con Moira, la amiga de la protagonista. O esperaba identificarse con ella, le gustaba la gran fuerza interior del personaje. De pronto, se dio cuenta que le hablaban.
—Paula, hey—Esteban le estaba hablando directamente a ella, mientras ordenaba sus notas y las cosas del club. Todos ya se habían ido, excepto Tania, que esperaba cerca de la puerta y le miraba con elocuencia.
—¡Esteban! Disculpa, ¿estabas hablándome hace mucho? Estaba atrapadísima pensando si sobrevivía o no a algo como El cuento de la criada.
Esteban rio suavemente, divertido.
—Estaba diciéndole a ti y a tu amiga que a las 8 había una fiesta en la facultad de agronomía acá en la universidad y que pondrán una tarima para cantar karaoke y todo. Creo que será bastante divertido, podrían quedarse. Unos amigos y yo iremos también.
Paula se quedo pasmada. ¿Acaso Esteban estaba invitándole a una fiesta? Claro que no era una invitación tan directa, pero, de todas formas, ¡quería que fueran! Oh por Dios. Oh por Dios. Tania contestó por ella antes de que el silencio de Paula se hiciese incómodo.
—Nosotras también habíamos pensado ir, Esteban. ¡Nos vemos! —corto y preciso, sin comprometer mucho. Le gustaba mucho esta chica.
Tania le tiró disimuladamente y Paula se paró, recogiendo sus cosas torpemente y murmurando un débil adiós a Esteban. Ya cuando estaban lejos de la biblioteca, Paula recuperó el aliento.
—¿Y ahora qué hago? —dijo con voz temblorosa—Nunca he coqueteado con nadie, nunca he conquistado a nadie.
—¿Como que no sabes coquetear? ¿No tenías un novio tú?
—Fuimos amigos y vecinos desde los 3 años. Ser novios cuando teníamos 15 fue tan natural que ni siquiera me estresé al respecto. Y eso que teníamos 15, con las hormonas locas y todo.
—Oh—Tania se quedó en silencio un momento—Eso explica muchas cosas. Nada pues, vamos a tu casa, te pones guapísima, comemos algo y volvemos a la universidad. Y si nos acercamos a Esteban, solo tienes que ser la chica mona y simpática que eres siempre—dijo, mientras le tiraba un beso a Paula.
Paula no pudo evitar sonreír. No sonaba tan difícil después de todo. Sin embargo, cuando llegaron a la fiesta pensó todo lo contrario. Tenía tan poca practica en las fiestas que no tenia ni idea cómo comportarse, que debía hacer primero. Pero antes de que empezara a ponerse nerviosa y a sacar su Pablo interior, explotando de ansiedad, apareció Tania con dos cervezas enormes en la mano, meneándose al ritmo del reggaetón de fondo. No la había visto irse, ni tampoco sabia de donde había sacado esas cervezas, pero estaba infinitamente agradecida.
Se acercaron al montón de gente que ya bailaba al lado de la tarima del karaoke que había mencionado Esteban, con las cervezas en la mano. Después de un rato bailando, Paula ya se sentía mejor, probablemente gracias a la cerveza casi vacía que tenía en la mano. Pensaba que se podría acostumbrar a esto una vez al mes, se sentía bien y menos estresada por la universidad de lo que se había sentido en un largo tiempo.
—Tengo ganas de ir al baño—dijo Tania haciéndose oír entre el gentío y le hizo señas para que la siguiera.
Mientras esperaba a su amiga afuera de los baños, Paula miraba distraídamente las escenas del karaoke que se desarrollaban no muy lejos de ella. La mayoría era gente demasiado borracha para lograr acertarle a una nota y que recibía los abucheos de sus amigos borrachos que se burlaban de ellos desde el público. Algunos, sin embargo, lo hacían bastante bien y recibían ovaciones del público. Era chistoso, quizás después de otra cerveza más hasta ella se atreviera, aunque no se sentía tan mareada.
—Aún pensando que harás si eres convertida en Criada por un malvado gobierno fundamentalista religioso, ¿eh? (*) —le dijo Esteban con una media sonrisa, hablando detrás de ella.
Paula se sobresaltó, pero no demasiado. Se volvió a verle, sonriendo también. Ahora si lo haría bien.
—¿Viniste sola? ¿Cómo la estas pasando chica post apocalíptica? —pregunto Esteban, coqueto.
—No, estoy esperando a Tania que esta en el baño. ¡La estamos pasando muy bien, de hecho! Es la primera vez que vengo a una fiesta de la universidad y no puedo creer que me perdí de esto durante tres años.
—No puedo creer que sea tu primera vez. ¿Tus padres son muy estrictos, o qué?
—Noo, tenía un novio que odiaba las multitudes y se negaba a venir a estos eventos. Y como no conocía a mas gente en la u y no quería venir sola, pues—dejo la frase incompleta, sin creer que había mencionado a Pablo en una conversación con un chico que le gustaba. En verdad no servía para esto.
—¿Tenía? —subrayó Esteban. El corazón de Paula se aceleró, coquetea chica, coquetea.
—Pues sí, tenía—contestó, intentando dirigirle su mirada mas coqueta a Esteban.
Iba a agregar algo más cuando los sobresalto un ruido fuerte procedente del escenario del karaoke y volvieron a ver. Habían cuatro chicos arriba, cada uno mas borracho que el otro y al parecer uno de ellos había botado el micrófono encendido. Otro de ellos lo agarró y empezó a sonar Soy Peor de Bad Bunny. El que tomó el micrófono no cantaba mal y de hecho su voz ronca y profunda le daba un aire totalmente distinto a la canción, al publico le encantaba. Los amigos se encargaban de gritar ¡EH! al final de las frases.
Paula conocía esa voz. Estaba segura. De pronto, un presentimiento le inundó el corazón y se acercó al escenario, sin siquiera ponerle atención a Esteban que le siguió, sin entender bien lo que estaba pasando.
—SI ANTES YO ERA UN HIJUEPUTA AHORA SOY PEOR...—cantaba el chico en el escenario.
De pronto sus miradas se cruzaron. Paula se encontró con unos ojos café inyectados en sangre que conocía muy bien.
—OH PAULA, ESTO VA DEDICADO A TI—hizo una frase y terminó de cantar la frase—...AHORA SOY PEOR POR TIIIIIIIII.
(*): referencia al libro El cuento de la criada, que mencione antes.
¡Espero que les haya gustado! En el próximo capitulo se develará quienes son los misteriosos amigos. Y lo otro, estoy armando una playlist en Spotify para esta historia. Si alguien quiere sugerir canciones, son libres de hacerlo en los comentarios.
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