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Pablo


Cuando Paula le dijo que la relación llegaba hasta ahí, Pablo sintió como que se le acaba el mundo. Estaban juntos desde hace mucho, demasiado según Paula. Habían crecido juntos, superado la adolescencia, experimentado unas cuantas primeras veces siempre desastrosas y faltaban dos años para que se graduaran juntos, ella de periodismo, el de ingeniería comercial. Pablo ya vislumbraba el departamento compartido, los futuros hijos, el auto y todo eso que vendría después de que se casaran. Y ahora nada, el vacío, la nada que amenazaba con tragarle. No lograba aceptar que todo aquello fuera cierto.

Acostado en su cama, mirando el techo, revivió la conversación del restaurant. Habían ido a un lugar bonito cerca de la casa de ella porque a ambos les habían pagado en la universidad. Paula se veía guapa, con el cabello cayéndole sobre los hombros y los aros de perla que él le había regalado hace un par de meses.

Examinaron el menú en silencio. Él estiró el brazo para acariciarle el codo.

—No respondiste mi whatsapp, amor

Ella asintió, distraída.

—Ah, ¿sí? Lo siento.

—No te preocupes, ya nos juntamos ¿Cómo te fue hoy en el examen? —dijo él esbozando una sonrisa e intentando ignorar el mal presentimiento que le apretaba el pecho.

—No lo sé— respondió ella, mirando hacia abajo y mordiéndose el labio.

Algo definitivamente andaba mal, pensó. Paula se mordía el labio desde pequeña y por más que había intentado terminar con el hábito, no lo podía evitar hacer cuando se ponía muy nerviosa. Intentó pensar en que había podría haber pasado para que ella se pusiera así de nerviosa. Se preciaba de ser un hombre perceptivo y preocupado de las emociones de su novia, pero ahora mismo no tenía ni pista para entender lo que fuera que le estaba pasando a Paula.

Decidió darle espacio para que se abriera y no volvió a intentar iniciar una conversación.

Ordenaron, manteniendo una conversación inconexa mientras esperaban. Un incipiente ataque de angustia se le formaba en el pecho. Mas grande, cada vez mas asfixiante. Después de 6 años de noviazgo, no había nada que temer, intentó decirse a si mismo. Respira hondo, contrólate.

—Aquí están sus platos chicos, provecho.

Pablo asintió con ímpetu exagerado. Paula siguió el plato con la mirada y comenzó a revolver la comida con el tenedor. Parecía luchar consigo misma por liberarse y soltó un largo suspiro.

—No hay manera fácil de decir esto, Pablo. Pero yo creo, yo quiero—se mordía el labio furiosamente—yo ya no me veo en esta relación. No quiero seguir, ¿entiendes? —intentó envolver la mano de él con su propia mano temblorosa.

Después de eso, ya todo era borroso para Pablo. Ella intentó decirle que llevaban demasiado tiempo juntos, que tenia ganas de conocer a otras personas, de hacer nuevos amigos. Que no era que hubiese dejado de quererle, pero sentía que ya era momento de avanzar con su vida y que si él quería podían seguir siendo amigos. Que por favor tenia que entender que ella también estaba sufriendo mucho. El solo atinó a asentir y a mirar su plato. Ni siquiera tuvo el valor de verla marcharse, dejando el dinero de la comida al lado del plato.

Sintió la tentación de volver a echarse a llorar. Era miércoles y tenía clases prácticamente todo el día, pero no había encontrado ánimos para salir de la cama. Creía sinceramente que no los encontraría nunca. ¿Podría vivir en su cama para siempre? Probablemente su madre le regañaría tarde o temprano, pero quizás valía la pena intentarlo. O quizás no, quizás no era posible intentar nada. La respiración se le comenzó a acelerar y los sollozos aparecieron. El ataque de angustia volvió a apretarle el pecho, a retorcérselo y a dormirle las extremidades. El llanto era demasiado para soportarlo.

Con esfuerzo, desbloqueó el celular y los ojos de Paula encontraron los suyos. Era una foto antigua, del primer año nuevo que habían pasado juntos, en la playa con los padres de él. Había sido una noche aburrida, lenta, pero cuando dieron las doce se dieron un beso largo, con lengua. Se miraron y Pablo le prometió que siempre iba a estar ahí para ella. Paula dijo que estarían juntos para siempre si dependía de ella. De fondo, el viento marino y las olas. Dios, todo se había sentido tan perfecto.

El ataque de angustia era cada vez mas fuerte y se maldijo por ser tan patético.

De pronto, abrió los ojos. La pieza estaba oscura, se había quedado dormido llorando y aguantando el ataque de ansiedad. Se sentó en la cama con lentitud e intentó levantarse, pero aún tenía las piernas dormidas. En su escritorio había una bandeja con comida y una nota de su madre.

La mama de Paula me contó que lo que pasó, cariño. ¡Espero que lo puedan solucionar!

Intenta comer algo querido, saldré con Claudia.

Su madre, siempre una mierda con las emociones. Muchas gracias, madre, maldijo mentalmente. No tenia ganas de comer nada, pero si mucha sed. Volvió a intentar levantarse, esta vez con un poco más de éxito y arrastró las piernas hasta la cocina con dificultad. Había pasado por otras crisis de angustia antes, pero Paula siempre había estado ahí para sostenerle la mano y sobarle la espalda hasta que el mundo se armaba a si mismo de nuevo. Ahora ya no habría nadie para convencerle que todo iba a estar bien. Suspiró profundamente.

Observó el refrigerador hasta que una idea se formó en su mente. ¿Y si se emborrachaba? Solo bebía alcohol en situaciones sociales muy precisas y nunca en exceso, porque precisamente tenia susto de emborracharse. Pero se sentía tentado a cumplir el cliché del sujeto que se emborracha para olvidar a su amor y quizás le ayudaría a sentirse menos angustiado. Quizás solo iba a ser un desastre, pero que importaba.

Tomó la botella de pisco sour casi completa que había dejado su madre en el refrigerador. No era un trago muy fuerte, pero por algo se partía. Se desplomó en el piso, aliviado de no tener que hacer el esfuerzo por seguir de pie. Miró la botella con un poco de susto y la abrió. ¿Sería capaz de bebérsela completa? Había que averiguarlo, pensó tragando un largo sorbo.

No alcanzó a dar un segundo trago cuando tocaron la puerta. Se acercó con dificultad y sosteniendo la botella de pisco sour en la mano. Y oh, sorpresa. Paula.

—¿Estas bebiendo? ¿En serio? —dijo ella mirándole con aire reprobatorio, mientras se abría paso hacia el interior de la casa y se sentaba en el cuarto de estar.

Pablo se quedó en silencio, parado cerca de la puerta.

Paula le miró. Pese a su apabullante seguridad inicial, se mordía el labio con insistencia y se agarraba el codo.

—Yo, bueno, vine porque estaba preocupada por ti. La conversación en el restaurante no termino demasiado bien y pensé que lo menos que te debía era una mejor explicación. Después de todo hemos estado juntos mucho tiempo y no quiero que las cosas terminen mal entre nosotros.

¿Qué?

Espera, ¿qué?

—Llevo tiempo pensando en esto, Pab. Es cómodo estar juntos, no te lo puedo negar. Ni tu ni yo somos buenos haciendo amigos y como nos tenemos el uno al otro, no nos hemos esforzado en mejorar eso. Hacemos siempre lo mismo y nos sentimos satisfechos con eso. Hasta tenemos sexo en las mismas posiciones, lo que me parece el colmo. Se que tú podrías seguir con esto para siempre, pero yo no. Tengo 21 y quiero cambios en mi vida. Quiero arriesgarme, probar cosas distintas, conocer gente que no sea igual a mí. O si no nunca seré una buena periodista.

—Podrías habérmelo dicho—susurró él.

—¿Podría haberte dicho que? ¿Podría haberte dicho que, Pablo? A ti no te gusta hacer cosas distintas, entras en pánico cuando propongo alguna actividad que no entra dentro de tu lista de cosas aceptadas.

—Quizás podría haberlo intentado—respondió el aludido. Pablo sentía que debía decir algo más, algo tan asertivo como lo que ella estaba diciendo, pero toda la situación le superaba demasiado.

—Si claro, si claro. Ni siquiera ahora mismo eres capaz de salir de tu miedo para debatirme algo—le gritó Paula, hecha una furia. Se paró frente a él y le empujó suavemente, intentando probar su punto.

—Ni siquiera se que quieres que te diga. Ya lo tienes todo resuelto, ¿no? —murmuró con un hilo de voz. Rezó mentalmente para que no le viniera otro ataque de angustia ahí parado en la puerta de su cuarto de estar. Alzó la vista hacia ella.

Se veía tan guapa enojada.

—Dime algo, grítame, demuéstrame que tienes espíritu para salir de tu zona de confort y que estoy equivocada, que podemos salvar nuestra relación—ella seguía gritándole en la cara, empujándole con todas sus fuerzas. A Pablo que pareció que lloraba un poco y lo único que pudo atinar fue a abrazarla.

Ella se quedó en silencio por un segundo. El sintió que una parte de ella se estaba rindiendo a él, a los abrazos que siempre les había gustado darse y por primera vez en el día sintió algo de esperanza. Quizás aun no estaba todo terminado.

—No Pablo, no. No vas a resolver esto como siempre, con abrazos y esperando que me tranquilice. No. Esto se acaba aquí—ahora ella también susurraba, con la voz entrecortada. Apoyó las manos en el pecho, apartándole.

Se miraron por un segundo.

—Vas a estar bien, Pab. Ya verás como creceremos los dos con esto. Y quien sabe, de aquí a un tiempo podremos ser buenos amigos. Siempre hemos sido buenos amigos.

Ella le dio la espalda y abrió la puerta de la entrada con dificultad. El mantuvo la puerta abierta, observándola caminar. No iba a estar bien. Definitivamente no. De pronto notó que aun tenia la botella de pisco sour en la mano, que ridículo. Le dio el segundo trago que había dilatado con la llegada de Paula y se sintió mucho mejor que primero. Habría que ver si el tercero se sentía aun mejor.

Se devolvió a su pieza, con la botella aún en mano y cerró la puerta.

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