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1er Acto: Donde Conocemos A Nuestro(s) Héroe(s) Y Todo Se Va A La Mierda

En un apartamento lúgubre en Nueva Orleans, ubicado en el estado de Luisiana, situado en el sureste de un país llamado Estados Unidos de América, sentado en un pequeño planeta otrora intrascendente llamado Tierra, un hombre estaba dando vueltas, sin molestar a nadie.

El hombre, al igual que el apartamento que lo rodeaba, era pequeño, húmedo, mal vestido y necesitaba urgentemente una nueva capa de pintura. Y al igual que el apartamento, el hombre estaba actualmente lleno de cucarachas tratando de convertirlo en un hogar sin su consentimiento. No estamos tratando de comparar al hombre con una cucaracha, pero estamos dispuestos a apostar que no le pidió al apartamento su consentimiento para vivir en él.

Pida siempre a su casa el consentimiento para vivir en ella. Es simple etiqueta.

Al hombre, sin embargo, no le importaba que las cucarachas intentaban crear una pequeña sociedad dentro de su cuerpo. De hecho, si el hombre hubiera sido consciente de dicha intrusión, habría ofrecido su pulmon derecho para que las cucarachas se convirtieran en un vivero, disculpándose profusamente por la falta de espacio y prometiendo tener órganos más espaciosos en el futuro. Era un pusilánime, un mequetrefe, e incluso, si se ha de creer a las malas lenguas, un zopenco.

Dicho hombre tenía una cara que te decía que lamentaba estar vivo, y en breve corregiría dicho inconveniente, disculpándose profusamente en nombre de sus padres por tomar ese vaso extra de sangría en una tarde de verano que lo llevó a su concepción en un baño portátil en aquel concierto de Juan Gabriel.

Toda su vida había estado dedicada a ser la menor molestia posible, hecho que logró evitando cualquier tipo de decisión y eligiendo el camino de menor resistencia siempre que pudo.

De niño, sus padres le preguntaron cuál era su color favorito. El hombre, que no quería comprometerse con un matiz o tono en particular, seleccionó el color "Transparente" como su favorito. Lo único positivo que podríamos decir sobre dicho hombre era que tenía la extraña habilidad de encontrar siempre la peor solución posible a cualquier problema. Por ejemplo, si tuviera la tarea de elegir entre McDonald's y Wendy's, elegiría Burger King, el hijo del medio de las franquicias de comida rápida, y el peor por mucho.

Para aquellos de ustedes que nos leen desde fuera del Sistema Solar, Burger King hace su comida con tristeza y cartón texturizado que colocan cerca de la carne real con la esperanza de que absorba el alma de su contraparte real por ósmosis. Luego lo asan a la parrilla y te cobran 0,50 centavos por los pepinillos. Un abuso total.

Esta indecisión arrolladora y el neuroticismo paralizante se filtraron en su vida personal y comercial. Como crítico de cine—un trabajo que consiguió después de no poder decidir si estudiar derecho o medicina, hacer ambas cosas y ser demandado por si mismo después de un incidente de mala praxis—siempre le daba a cada película un cinco sobre diez, sin importar que tantas escenas con "La Roca" haya en dicha película.

El único enemigo de un crítico, como dato curioso, es la mala gramática, de lo ke nunca zufrimoz.

Era, con mucho, el ser más lamentable que existía. Su nombre era Albert "Chuck" Colt, y fue el protagonista de esta historia.

Decimos "fue" porque, en ese momento, Chuck estaba muerto.

Esto fue una gran sorpresa para Chuck, quien de repente se encontró mirando su cadáver colgando de un ventilador de techo, dando vueltas lentamente, con perplejidad en los ojos. Cuando dijimos que estaba dando vueltas por su apartamento, estábamos siendo literales.

Estamos seguros de que si Chuck pudiera leernos en este momento, también vería la ironía en esto, y tal vez se reiría un poco al respecto, pero lamentablemente, fue imposible. No solo porque estamos escribiendo esto después del hecho, sino porque Chuck no tenía ojos para empezar. Su cadáver todavía tenía los ojos, la boca y todas las graciosas menudencias que normalmente cuelgan de los humanos, como los lóbulos de las orejas, pero no podía sentirlas en ese momento. Él era, para todos los efectos, una gota de existencia flotando en el aire.

No podía decir cómo ni por qué, pero escuchó una voz en su cabeza que le decía que estaba más muerto que su vida sexual. Si se hubiera dado la vuelta para ver detrás de él, se habría dado cuenta de que lo que se lo había dicho era otro fantasma, flotando suavemente en el aire justo fuera de su línea de visión. Pero eso habría requerido que le creciera una cabeza y uno cuello para hacerlo, y esos no tienden a crecer en esa época del año. Además, todavía no tenía ojos.

Es de notar que lo primero que salió de la boca de Chuck, o lo que él creía que era una boca, no fue un chillido espantoso, ni un gemido infantil, ni siquiera un grito pusilánime, como lo haría cualquier ser humano cuerdo al ver su propio cadáver. No, lo primero que dijo entonces y fue: —Me disculpas. ¿Puedes repetir lo que acabas de decir?

—Está mue'to, seño' —repitió la voz con ese acento que solo se podía encontrar al norte-sur del río Mississippi. —Mue'tico, kaput. Ma' mue'to que la mama 'e Bambi. Bienvenido al club de lo' no vivos. Te daría una ta'jeta de miembresia, pero no tengo brajo.

—Es una lastima —dijo Chuck, sin saber qué decir.

—Y tampoco tengo carné de jocio. Era un chitesito —dijo el fantasma.

Y luego, silencio. Era un silencio embarazado, uno que se puso así después de una noche de margaritas con las chicas y un concierto de Bad Bunny que terminó con una aventura de una noche con un marihuano aesthetic, para nunca volver a verlo. Dado que el silencio provenía de un entorno conservador, sus amigos y familiares la obligaron a llevar a su bebé a término, solo para ognorarla totalmente una vez que nació el bebé del silencio. Es una historia tan antigua como el tiempo, una que podría haberse evitado con una educación sexual adecuada. #MiSilencioMiElección.

—Perdóneme —repitió Chuck mientras sacudía la cabeza metafóricamente, pensando en una posible legislación para proteger los derechos reproductivos silenciosos—. ¿Dices que estoy muerto?

—He vi'to suficiente cadaver en mi mue'te, seño' —dijo el fantasma alegre—. Y tengo que decir que está bien mue'to. Bueno, no del todo. Ere' un fantajma. El fantajma de un hombre mue'to. Tal vez ese que cuerga der techo.

—¡Pero soy alérgico a la muerte! —gritó Chuck.

Podría haber jurado que vio la masa amorfa del fantasma darle una sonrisa a la que le faltaban la mayoría de los dientes, lo cual, en teoría, le faltaban. No tenía dientes, ni boca.

—Pue' te chingaste —dijo el fantasma.

Esa fue la última gota que derramó el vaso para Chuck. Cerró los ojos, o lo que fuera que estaba usando para ver en ese momento, y esperó que esto fuera solo un mal sueño alimentado por un vaso caducado de Maruchan (para uno) que solía cenar todas las noches, que no sería la primera vez que sucedia.

Una vez, accidentalmente comió un Maruchan fermentado y soñó que era un pez que una piñata con sobrepeso sacaba del agua, solo para ser frito vivo y rociado generosamente con lo que él creía que era demasiado pimenton.

Sin embargo, cuando los abrió, todavía eraun fantasma.

Chuck flotó como un loco alrededor de su apartamento una y otra vez mientras gritaba un grito agudo que despertó a todos los gatos en un radio de dos kilómetros. Si hubiera tenido brazos, los habría agitado para enfatizar su angustia.

—¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Quién? ¿Qué? —Chuck preguntó en rápida sucesión.

—¿El para que cosa de que? —preguntó el fantasma alegre.

—¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Quién? ¿Qué? —repitió Chuck de nuevo mientras hiperventilaba. Luego se dio cuenta de que no tenía nariz ni pulmones con los que hiperventilar, lo que lo hizo hiperventilar más.

—Tipo, ¿po' qué cue'gas del techo como lámpara barata? —preguntó el hombre.

Chuck solo pudo sacudir la cabeza mientras se inflaba y desinflaba. Una vez más, no tenía cabeza. Espero que podamos confiar en que recordará este hecho, ya que repetir la falta de partes de su cuerpo haría que esta historia tuviera un recuento de palabras más largo de lo habitual. —¡Dime todo lo que sepas!

—¿Qué yo sepa? Acabo de llega' pa' aquí hace un rato, y ya 'tabas mirando ese cue'po tuyo balanceándose hacia padelante y hacia patrás.

—¿Cómo sabes que ese es mi cuerpo? —preguntó Chuck con sospecha—. Puede ser el cuerpo de cualquiera.

Esa es la magia de los cuerpos. O es de alguien, o de cualquiera, pero nunca de nadie. A menos que seas un ser pandimensional con mentalidad de colmena, en cuyo caso en "Jugando con Cerillas" saludamos tu egoísmo. Le recomendamos que se mantenga alejado del ejército BTS. Grandes aliados para tener durante la guerra, pero una fuerza temible durante la paz. Una mente colmena muy peligrosa, seguro.

—Oh, ¿es así? 'Tonces, ¿puedo lleva'me ese cue'po conmigo? —preguntó el fantasma.

—¿Para qué quieres mi cuerpo?

—Así que si e' tuyo, 'tonces —dijo el fantasma.

—Bueno, sí, lo es —dijo Chuck—, solo quería saber si sabía que era mío.

—Ahora lo sé —dijo el fantasma.

—Aun no me has dicho para que rayos quieres mi cuerpo.

El fantasma se balanceaba hacia arriba y hacia abajo como una boya mientras brillaba con un tono azul relajante. Los fantasmas pueden brillar, por cierto. Siéntase libre de caminar por su pasillo oscuro por la noche sin temor a que algo de repente le muerda los pies, ya que la oscuridad significa que no hay ningún fantasma voyerista juzgando el porque te levantaste a las 3 de la mañana a comerte el queso familiar a pellizcadas. Tenga cuidado con los duendes de podofilos, que tienden a lamer ese espacio entre los dedos de sus pies, y aunque no juzgamos fetiches aquí, tienden a tener lenguas muy ásperas que hacen de la experiencia algo poco placentero. —Quiero vendelo por cigarrillos.

Chuck le dio al fantasma un brillo verde desconcertante. Los fantasmas son geniales como luces de ambiente para antros y fiestas de cumpleaños. Adopte uno en su cementerio local. —¿Los fantasmas pueden fumar?

—No, pero me guta cómo se siente el humo cuando me atraviesa la cuerpa —dijo el alegre fantasma—. Así es como te encont'é. Taba caminando por la banqueta, 'perando a que la gente arrojara un cigarrillo al piso, pero ya to' esos niños usan es esos aparatos de vapeo.

—Sí, lo sé —dijo Chuck, quien no quería molestar al hombre y decidió que dejar que el fantasma delirara era el camino de menor resistencia. Pero él no estaba prestando atención. Su único enfoque estaba en su cuerpo colgante, y lo que parecía ser una familia de cucarachas que se alineaban en su boca.

—Dicen que es mejo' pal pulmón, pero todavía lej da cáncer —dijo el fantasma—. Se siente mal, ¿sabes? Como vapo' seco.

—Debe ser difícil para ti —dijo Chuck mientras revoloteaba alrededor de su propio cadáver. ¿Cómo pasó esto? No recordaba ahorcarse, algo que definitivamente habría recordado haber hecho. ¡Ni siquiera sabía cómo atar una soga en primer lugar! Chuck no se consideraba suicida, solo tenía la cantidad normal de pensamientos suicidas por día, que, según su psiquiatra, debería ser cero, pero ¿qué sabía ella? Fue a Harvard y conducia un Tesla, esa bastarda millonaria.

Y sin embargo, si tuviera que elegir alguna forma de suicidarse, colgarse hubiera sido la última que elegiría. Parecía tan... definitivo, y a Chuck nunca le gustó la finalidad. Siempre se saltaba los finales de las películas que reseñaba. Además, ¿de dónde sacó la cuerda? Y era una cuerda elegante. Muy resistente, con borlas rojas y negras. Se veía cara, como algo que un rey usaría para quitarse la vida. Parecía una de esas cuerdas de terciopelo que se usan en los clubes nocturnos para hacer que las "celebridades" de Instagram esperen su turno mientras publican en Instagram lo tristes que están porque el portero no las reconoció.

—Asi que dije a la chingada y me meti a una casa al azar para trata' de atrapa' a un fumado' empedernido o algo para conseguirme un humito cuando te encontré colgado y sin aire.

—Espera, ¿estaba vivo cuando me encontraste? —preguntó Chuck.

El fantasma se puso rojo y siniestro. —E' de mala educación interrumpi' a tus mayores —dijo con voz atronadora—. ¡Puedo ser tu abuelo por lo que sabes!

—¡Lo siento lo siento! —suplicó Chuck mientras se hacía más pequeño de lo que era. Incluso en la muerte, carecía de un espinazo.

—'tá bien —dijo el fantasma—. De todos modos, 'toy aquí, mirándote retorce'te y mierda, esperando a que mueras pa' pode' vender tu cuerpo por cigarrillos.

—¿No me gustaría eso? —dijo Chuck en un vago intento de tratar de sonar duro, lo que no habría detenido a un cachorro levemente incontinente, y mucho menos a un fantasma que invade su hogar.

—¿Vas a usa'lo? —preguntó el fantasma mientras daba vueltas alrededor del cuerpo como un buitre—. Po'que si no lo vaj a usa', te doy tres cigarrillos por él.

—¿Puedes fumar sin manos? ¿Y cómo pretenderás sacar mi cuerpo de aquí? —preguntó Chuck. Estaba ignorando el punto de que el hombre quería comprarlo barato, sin tener en cuenta el hecho de que una buena familia de cucarachas había abierto una tienda de caramelos artesanales cerca de su fosa nasal izquierda que, como mucho, aumentaba su valor en dos cigarrillos. y una buena pelusa de ombligo—. ¿Y cómo puedo saber que no fuiste tú quien me mató?

—Bueno, esas tres pregunta' se pueden responder con una re'pueta —dijo el hombre—. Lo' fantasma' solo podemo' poseer mierda más pequeña que una moneda. Mira.

El fantasma comenzó a girar sobre la mesa de la cocina, la sala de estar y el baño de Chuck (le dijimos que era un departamento pequeño y lúgubre) y entró en una lata de refresco Dr. Pepper vacía.

Para aquellos que nos leen fuera del Sistema Solar, Dr. Pepper obtuvo su doctorado honoris causa de la Universidad de Toulouse, y un Doctorado en Letras. Si alguna vez intenta que te levantes la camisa para un examen rápido, llama a las autoridades locales y a un abogado. Es posible que tenga derecho a una compensación.

La lata traqueteó y se balanceó en formas minúsculas, o en un asunto catastrófico y apocalíptico si fueras uno de los millones de microbios que actualmente residen en su mesa, y cayó sin ceremonias a un lado, derramando unas gotas de refresco y ahogando una pequeña civilización de microbios en el borde de la mesa.

No te sientas mal por ellos. Eran antivacunas.

El fantasma brotó de la lata mientras jadeaba profusamente. —¿Vite? Eso es todo lo que puedo hace'. No puedo arrastrar tu gordo culo con una soga.

—¿Y si me asustaste hasta la muerte? —preguntó Chuck en un tono amarillento—. ¿Y si solo estaba, ya sabes, admirando la soga, y me asustaste, salté y la cosa quedó atrapada entre mi cuello y el ventilador?

El fantasma permaneció silencioso y estático, casi como si el tiempo se hubiera detenido por un segundo. —Mire, seño', no lo estoy juzgando. Eso me parece un suicidio bastante sencillo. Miré su cuerpo contraído y luego 'ute salió por la boca como una torre de humo.

—¿Así no más?

—Así no ma' —dijo el fantasma—. Pensé que era humo 'e cigarrillo, así que me paré sobre ti. Pero cuando pasa'te a travé' de mí, pude sentir que eras un fantasma.

—Entiendo —dijo Chuck de una manera no amenazante.

—No eras tabaco, pero te sentía' bien rico, papi.

—Lo entiendo.

—Super rico —agregó el fantasma.

—¡Está bien, lo entiendo! —dijo Chuck más fuerte esta vez—. Entonces, ¿no sabes por qué me ahorqué?

—¿Que se yo! —grito el fantasma—. Dígame uste'.

Chuck cerró los ojos—bueno, ya saben que no tiene—y trató de recordar lo que había hecho ese día. En ese momento, se dio cuenta de tres cosas.

Lo primero era que, por mucho que lo intentara, no recordaba las últimas veinticuatro horas de su vida.

Lo segundo fue que sintió que la soga se apretaba alrededor de su cuello, a pesar de ya estaba re-muerto.

Lo tercero, y quizás más alarmante, fue que no estaba en realidad re-muerto, gracias al hecho de que su "cadáver" de repente comenzó a agitarse mientras intentaba zafarse de la soga.

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