Capítulo 1
05:23 am
Aquella noche fue oscura, aunque no como de costumbre, y extrañamente tranquila. Caminar por los callejones de Kolsov siempre me proporcionaba una mezcla inusual de adrenalina y melancolía mientras la brisa nocturna rozaba mi piel.
El destello de las luces de la ciudad centelleaba como estrellas lejanas en el oscuro cielo urbano, pero su brillo se veía opacado por la angustia que acechaba en las sombras.
Cada paso que daba resonaba en los adoquines gastados, y aunque buscaba a mi próximo cliente, también permanecía alerta ante cualquier señal de peligro.
Era consciente de que este mundo nocturno no solo era un reino de deseos y fantasías, sino también un lugar donde los horrores acechaban en la oscuridad, esperando a su próxima víctima.
Mis tacones golpeaban el suelo con un ritmo constante, un eco de confianza que ocultaba los nervios latentes en mi pecho, escondidos detrás de mi vestido amarillo.
Mis ojos escudriñaban la penumbra en busca de un destello de interés, de la mirada fugaz que indicaría que alguien estaba interesado en mí o más bien en mis servicios. En este mundo nocturno, éramos invisibles para la mayoría, meras sombras que se deslizaban entre las grietas de la sociedad. La noche era mi aliada, y sus secretos se desvelaban solo para aquellos dispuestos a aventurarse en sus recovecos oscuros. No era una víctima ni una heroína; simplemente era una intérprete de deseos, una compañía para quienes buscaban algo más allá de las restricciones del día a día. A veces, sentía que era una confidente de los deseos más profundos de la humanidad, una manifestación efímera de fantasías que se ocultaban bajo la superficie.
A lo lejos, divisé a un hombre solitario, era alto y algo rellenito, su mirada vacía se encontró con la mía mientras me regalaba una sonrisa.
Una sonrisa que decía mil palabras.
La sonrisa del hombre se desvaneció cuando una figura femenina se interpuso entre nosotros. Era más alta que yo, con una melena oscura que caía como una cascada por su espalda. Su mirada era penetrante, y sus labios pintados de rojo pronunciaron palabras que cortaron el aire de manera helada.
—Este es mi callejón —declaró con un tono de autoridad que no admitía discusión—. Él me está esperando.
No quería problemas, no esa noche. Asentí con resignación y di un paso atrás, retirándome de la situación.
El hombre me miró con disculpa en sus ojos y se alejó con la otra mujer, perdiéndose en la oscuridad.
Susurros inaudibles flotaron en el aire mientras se alejaban, y me pregunté cuál sería su historia, cuál sería su encuentro en esa noche sin estrellas.
Continué mi búsqueda, adentrándome en el laberinto de callejones, cada uno con su propia historia que contar. Las luces parpadeantes y el zumbido de la ciudad me rodeaban mientras avanzaba hacia lo desconocido.
La noche aún era joven, y en esta ciudad, el deseo nunca descansaba.
Mientras continuaba mi búsqueda en el laberinto de callejones, un coche se detuvo junto a mí con un chirrido de neumáticos.
La ventana del conductor se bajó lentamente, y un hombre corpulento y con una mirada bastante escrutadora asomó la cabeza.
—¿Cuánto cuestan esas piernas, cariño? —gruñó con pesadez y con un tono de voz cargado de desdén.
Qué vulgar.
Aunque... ¿Quién soy yo para hablar?
Mantenía la calma, consciente de que en este mundo, la paciencia a menudo era la clave para sobrevivir.
—El precio depende de lo que estés buscando. —respondí en voz baja, manteniendo mi dignidad intacta a pesar de su actitud.
—¿En serio? ¿Crees que vales la pena? —soltó una carcajada llena de cinismo.
A pesar de que mi piel se erizó, sabía que no podía permitirme perder la compostura. Asentí con una sonrisa forzada y me incliné hacia la ventanilla del coche.
—Soy lo que tú quieras que sea. —murmuré con una promesa que momentáneamente encendió su interés.
El hombre asintió con una sonrisa maliciosa y abrió la puerta del coche, indicándome que subiera y así lo hice mientras cubría mi vestido con ambas manos para evitar que se me viera algo de más.
La noche continuó, y mientras el coche se alejaba, sabía que estaba ingresando en un mundo de sombras donde el poder a veces se disfrazaba de sumisión.
Tú eras un objeto y podían hacer de ti lo que sus deseos más profundos expresaban.
La noche siguió avanzando implacablemente, y dentro del coche, el hombre y yo avanzábamos hacia lo desconocido. Los minutos transcurrieron en un silencio incómodo, solo interrumpido por el sonido del motor y el ocasional crujido de cuero al moverse en los asientos.
Mientras nos acercábamos a un motel de aspecto descuidado, el hombre rompió el silencio con una risa burlona que me sacó de mis pensamientos.
—¿Eres nueva en esto, verdad? —preguntó, como si ya hubiera decidido que era una presa fácil.
Respiré profundamente antes de responder.
—Cariño, eso es porque no me has visto antes. —respondí con voz firme.
El motel se materializó ante nosotros, un lugar donde los secretos y los pecados se escondían tras puertas numeradas. El hombre estacionó el coche y descendió, su actitud confiada nunca titubeó. Al bajar del vehículo, una mezcla de temor y ansiedad me recorrió, pero sabía que debía seguir adelante.
Caminamos juntos hasta la recepción, donde un recepcionista adormilado nos entregó una llave de habitación.
El hombre que aún ni me había dicho su nombre lideró el camino, y yo lo seguí, atravesando un pasillo con luces parpadeantes que destacaban el deterioro del lugar mientras el olor a alcohol impregnaba mis fosas nasales.
La habitación era un reflejo de su exterior, desgastada y en decadencia, con una cama deshecha en el centro. El hombre se giró hacia mí con una sonrisa maliciosa y avanzó, su presencia dominante llenando la estancia.
—Este vestido no te favorece en lo absoluto. —soltó mientras comenzaba a bajar la cremallera de mi espalda al mismo tiempo que posaba sus labios sobre mi cuello, repartiendo besos húmedos.
A pesar de su actitud condescendiente, me mantuve serena, recordándome a mí misma que mi voluntad era mi mayor fortaleza.
A medida que cumplía con las expectativas del hombre en la habitación destartalada del motel, mi mente se desviaba hacia otros pensamientos, hacia un futuro que brillaba como una estrella distante en mi horizonte.
Cerré los ojos por un momento, apartándome de la crudeza del presente y permitiéndome soñar.
Pensé en mis aspiraciones, en el deseo que me consumía cuando imaginaba un mañana diferente. Soñé con convertirme en veterinaria durante años, con trabajar en un lugar donde el amor por los animales fuera mi principal guía.
Visualicé un mundo donde los ladridos y los maullidos llenaran mi día, donde pudiera curar las heridas de criaturas indefensas y ofrecerles un hogar.
Mientras el hombre seguía ocupado con sus propios placeres, me refugiaba en la visión de mi futuro. Me veía estudiando incansablemente, rodeada de libros de medicina veterinaria y apuntes llenos de diagramas anatómicos. Visualizaba mis manos cuidadosas curando a un cachorro herido, escuchando el latido de un corazón agradecido.
Era un refugio en medio de la oscuridad, un faro de esperanza que me recordaba por qué estaba allí. El presente era un sacrificio, una danza peligrosa en la penumbra, pero el futuro que anhelaba me daba la fuerza para continuar. Cada suspiro, cada contacto, eran pasos hacia la realización de ese sueño.
Finalmente, el hombre terminó, y mientras se recostaba, agotado, continué mi actuación, esforzándome por mantener mis pensamientos alejados del presente. Sabía que, tarde o temprano, este encuentro terminaría, y podría volver a enfocarme en lo que realmente importaba: el camino que me llevaría lejos de estas sombras hacia la luz de un nuevo amanecer.
Una vez que el hombre terminó, se incorporó y comenzó a vestirse apresuradamente, sin mirarme a los ojos.
—¿Qué pasa? ¿Te espera tu esposa? —bromeé mientras intentaba ponerme el vestido de nuevo.
La atmósfera en la habitación se volvió aún más incómoda a medida que sus movimientos se volvían erráticos y torpes. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi broma no estaba tan lejos de la realidad. Sí, tenía esposa.
—Que esto no salga de aquí —murmuró mientras me lanzaba un billete de 50 dólares y se ajustaba los pantalones, dirigiéndose hacia la puerta sin decir una palabra.
—¿Qué se supone que debería hacer con esto? —señalé el billete—. Ni el pintalabios que llevo ahora cuesta esto.
—Para una zorra como tú, eso ya es demasiado. —contestó antes de abrir la puerta. Intenté detenerlo, pero me empujó, haciéndome caer de nuevo en la cama, antes de abandonar el motel sin decir una palabra más.
No era la primera vez que me pasaba algo así, pero en este mundo, era una realidad a la que me había acostumbrado. Cerré la puerta con un suspiro de resignación y me tomé un momento para recomponerme.
Guardé el dinero en mi bolso y me coloqué los tacones. Sabía que la noche aún no había llegado a su fin, y aunque este encuentro no cumplió con mis expectativas, continué con determinación, buscando una luz en medio de las sombras.
Después de alejarme del motel, decidí que era hora de regresar a casa. Me envolví entre mis brazos tratando de darme calor, luchando contra el frío que se había vuelto aún más penetrante con el paso del tiempo.
Cada paso que daba por las calles oscuras parecía acentuar la realidad de la noche en mis pensamientos.
Mientras caminaba sola, noté que varios coches pasaban a toda velocidad a mi lado. Algunos de ellos reducían la velocidad y me dirigían comentarios vulgares, como si fuera un objeto a su disposición. Ignoré los gestos obscenos y los comentarios desagradables de esos desconocidos en vehículos, pero no podía evitar sentirme vulnerable y enojada.
Seguí avanzando, manteniendo la mirada al frente y tratando de bloquear las provocaciones, pero cada silbido y burla eran un recordatorio de la dura realidad de mi vida nocturna.
En esos momentos, anhelaba más que nunca el día en que podría dejar atrás este oscuro rincón de la ciudad y perseguir mis sueños.
Finalmente, llegué a mi modesto apartamento, mi refugio en medio de las sombras. Cerré la puerta detrás de mí con un suspiro de alivio, sintiéndome finalmente a salvo. Sabía que esta noche era solo una más en una larga lista.
Colgué las llaves, dejando atrás la oscuridad de la noche en el umbral de mi hogar. Luego, me dirigí directamente al baño, donde encendí el agua de la ducha y me sumergí en ella frotando mi cuerpo frenéticamente.
Cada gota que caía sobre mi piel era como un intento desesperado de borrar cualquier rastro de todas las noche turbulentas. Me froté con fuerza, como si pudiera eliminar las huellas invisibles de los encuentros pasados.
El agua caliente se convirtió en mi refugio, un lugar donde podía encontrar un momento de paz en medio del caos que a menudo caracterizaba mi vida.
Después de la ducha, me sequé rápidamente y me vestí con ropa fresca y cómoda. Me tumbé en la cama, con la esperanza de encontrar algo de descanso antes de que otra noche llegara.
Eran las 11:00 de la mañana, y a pesar de los rayos de sol que se colaban por las cortinas, intenté conciliar el sueño.
Esta era la extraña dinámica de mi vida: dormir durante las mañanas y despertar en las noches.
Finalmente, me levanté a las 17:00, preparé unos macarrones para comer y comencé mi ritual de maquillaje, una rutina que a veces me hacía sentir como una extraña ante mi propio reflejo en el espejo.
Oculté cuidadosamente mis imperfecciones y ese lunar que se ubicaba justo encima de mi labio, una característica que había aprendido a disimular después de recibir críticas de uno de mis primeros clientes.
Anhelaba el día en que pudiera ganar la confianza suficiente en este mundo para aceptarme tal como era.
Finalmente, me decidí por un vestido de color rojo vino y unos tacones negros.
Pasé el tiempo entreteniéndome con mi teléfono hasta que el reloj marcó las 22:00, el momento en que salía a la calle. Mi momento.
Con pasos firmes y seguros y con el resonar de mis tacones me dirigí hacia una discoteca conocida, donde un grupo de personas se encontraba afuera haciendo cola esperando a entrar.
Enseguida un grupo de unos hombres mayores comenzaron a mirarme de arriba a abajo con una expresión que me hacía sentir como si estuvieran devorándome con sus miradas.
Mientras seguía mi camino hacia la discoteca, uno de los hombres, el más mayor, se apartó del grupo y me abordó nuevamente.
—¿Cuánto cobras por la noche, amor? —preguntó con una sonrisa pervertida.
Tragué saliva, evaluando la situación rápidamente.
—¿Cuánto estás dispuesto a ofrecer por mi compañía? —contesté con un tono sugerente mirando su pelo negro cubierto de algunas canas.
—Todo lo que esos labios ordenen. —respondió.
No me sorprendió; al principio, todos decían lo mismo, y al final, siempre resultaba la misma historia.
—Por 340 dólares me podría comprar dos vestidos como este. —señalé mi vestido— Por 200 más, podría comprarme la nueva línea de maquillaje de la que tanto se habla y...
—1000 dólares. —me interrumpió—. Tendrás 1000 dólares, y a cambio, serás mía esta noche. —me susurró en el oído—. Te pagaré por adelantado.
—¿Y a dónde íbamos, cariño? —pregunté, no iba a desaprovechar dicha oportunidad.
Él sonrió y, sin más palabras, nos dirigimos hacia su coche, un lujoso vehículo estacionado cerca que se destacaba en medio de la oscuridad de la noche. Sacó la billetera y comenzó a sacar varios billetes hasta completar la cifra acordada.
Las luces de la ciudad parpadeaban como estrellas distantes mientras nos alejábamos del lugar. Cada movimiento del coche era un eco de la tensión en el aire.
El trayecto transcurrió en silencio, y las luces de la calle pintaban sombras y destellos en el interior del vehículo. Mi mirada se perdía en la ventana, mientras mi mente se aferraba a la esperanza de que, algún día, dejaría atrás esta vida de sombras y abrazaría la luz de un nuevo comienzo.
La noche se extendía ante nosotros, llena de incertidumbre y promesas efímeras, mientras avanzábamos hacia el destino que nos aguardaba.
El señor, de unos cincuenta años, estacionó el coche frente a un lujoso hotel.
Caminamos juntos por los pasillos hasta llegar a su habitación, y una vez dentro, la puerta se cerró tras nosotros, dejando atrás el ajetreo del mundo exterior. En un instante, el hombre me tomó en sus brazos y me besó de manera brusca y torpe, lo que me hizo caer de espaldas sobre la cama.
Sus labios se movían con una intensidad que denotaba deseo y ansiedad. Sus manos, ávidas, comenzaron a recorrer mi cuerpo, generando una mezcla de sensaciones.
Sus dedos rozaron mi muslo izquierdo con urgencia, enviando un escalofrío por mi piel.
La noche avanzó lentamente, y mientras él perseguía su propia satisfacción, mi mente se transportó a un lugar completamente diferente.
Me vi a mí misma como una mujer elegante y segura de sí misma, con un vestido impecable que ondeaba mientras caminaba por avenidas bien iluminadas, donde era respetada y admirada.
En esa visión, no había sombras ni secretos, solo la luz brillante de un mundo donde mi vida no se definía por las oscuras callejuelas nocturnas.
Después de que nuestro incómodo encuentro llegara a su fin, el hombre se incorporó y, con una sonrisa en los labios, rompió el silencio.
Después de nuestro encuentro, el cliente titubeó antes de hablar.
—¿Me regalarías tu número, muñeca? Me gustaría repetir alguna vez. —Su solicitud dejaba claro su interés en futuros encuentros.
Entendía que los negocios eran negocios, y siempre buscaba clientes recurrentes, especialmente si pagaban bien y este hombre era un claro ejemplo.
Entregué mi número con una sonrisa antes de despedirme y salir del hotel, encaminándome hacia otro callejón en busca de más oportunidades.
La noche estaba lejos de terminar, y la necesidad de mantenerme a flote me impulsaba a seguir adelante.
Sin embargo, mi suerte pronto tomó un giro inesperado.
Mientras avanzaba por el oscuro callejón, un coche negro pasó a toda velocidad a mi lado, levantando un torrente de agua que me empapó por completo.
La sorpresa y la furia se apoderaron de mí, y un grito involuntario escapó de mis labios.
—¡Joder, mi vestido! ¡Maldito cabrón! —Exclamé, pensando que el conductor se había ido.
Pero, para mi sorpresa, el coche dio marcha atrás y se detuvo bruscamente a mi lado. El conductor bajó la ventanilla, revelando a un joven pelinegro.
—Lo siento, no te había visto. —Se disculpó con una voz ronca, y mientras lo miraba, noté sus ojos azules, oscuros y claros al mismo tiempo.
—Me has puesto asquerosamente mojada, ¿sabes lo que cuesta este vestido?
—Ya me he disculpado... —Se cruzó de brazos.
—Como si tu disculpa fuera a arreglarlo, me has quitado a los clientes... —Me di la vuelta dispuesta a irme— Hay que ser gilipollas...
Me disponía a marcharme cuando él me agarró del brazo con firmeza, impidiendo mi escape.
—Espera... ¿eres una...? —No parecía capaz de pronunciar la palabra completa.
—¿Una qué, una escort, una prostituta, una puta? Sí, ¿feliz? —Respondí con sarcasmo mientras intentaba zafarme de su agarre.
Él me retuvo y parecía querer decir algo más.
—Pasa una noche conmigo.
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