PRÓLOGO
Me encontraba un día más encerrada en mi habitación con la luz apagada. Las cortinas estaban cerradas a pesar de que todavía no había anochecido. Era como si la luz me molestara, como si todo aquello que debería ponerme de buen humor me quemara por dentro. Quizás fuese porque, efectivamente, nada conseguía subirme el ánimo.
No solía hacer mucho. Me tumbaba en la cama y me torturaba a mí misma, pensando y repasando en mi mente todo aquello que había provocado que llegara a ese estado. De vez en cuando me ponía alguna que otra canción triste. La melodía me calmaba y me permitía concentrarme mejor.
Apreté mi pequeño llavero con la forma de la Tour Eiffel que acababa de sacar de un baúl al final del armario hasta que sentí que las puntas se clavaban en mis manos. Ni siquiera aquel dolor me hizo volver a la realidad.
Tantas cosas habían cambiado...
«No había dejado de quejarme desde el momento en que había salido de mi casa. Mi mejor amiga Mack, a quien se suponía que tenía que llevar al instituto, tampoco se estaba mordiendo la lengua.
—Tu hermano es un egoísta protestó.
—Créeme, que si fuera mi decisión, Mason no sería mi hermano —contesté de mal humor. Mi hermano se había llevado mi coche sin avisar porque, otro día más, no había echado gasolina en el suyo, y ahora mi mejor amiga y yo debíamos andar bajo la lluvia hasta el instituto.
Tuvimos que atravesar un muro de personas que intentaban refugiarse del agua en la entrada del instituto. Caminamos hacia nuestras taquillas que, para nuestra suerte, estaban únicamente separadas por una taquilla.
—¡Historia! ¿Es en serio? —lloriqueó Mack. Chasqueé la lengua y la miré divertida—. ¡Oh, lo siento! ¿Es que acaso después de andar veinte minutos bajo la lluvia, debería estar de buen humor? —preguntó sarcástica. Saqué mi libro de Química de la taquilla y la miré.
—Tú sabrás. —Me encogí de hombros—. Pero yo mejoraría esa cara de perro mojado porque Chad está viniendo hacia aquí. —Mack abrió los ojos.
—¿Qué? ¿Viene Chad? ¿Aquí? —Mack comenzó a mover las manos, nerviosa—. ¿Qué hago? ¡No! ¿Qué digo? —Sacudió la cabeza—. ¡Olvida eso! ¿Cómo estoy? —Posó de manera graciosa, y no pude contener una carcajada.
—Te ves como un trozo de pan que untaría en salsa brava. —Le guiñé el ojo. Y no lo decía sólo porque era mi mejor amiga. Mackenzie era una chica realmente guapa. Una preciosa melena de color negro le caía por la espalda, y tenía unos penetrantes ojos verdes que resaltaban en su oscuro color de piel.
—Hola chicas, ¿a qué venía tanto revuelo? —Chad miró a mi mejor amiga mientras sonreía, haciendo que se instalara un intenso rubor en sus mejillas.
Chad y yo éramos amigos desde hacía años. Solíamos jugar de pequeños en mi casa cuando nuestros padres quedaban para ver el fútbol. Sin embargo, cuando mi padre falleció, su padre dejó de venir a vernos tan a menudo, y por ende, dejé de pasar tanto tiempo con Chad. Perdimos el contacto por un tiempo, hasta que dos años atrás, Chad se trasladó a mi instituto. Desde entonces, Mack no había podido tener sueños eróticos con nadie más. A Chad también le gustaba, pero era demasiado tímido como para confesarle sus sentimientos. Por eso, yo me había autoproclamado su celestina personal.
—¡Uy, tengo que irme! La profesora de Química se vuelve un incordio si llegamos tarde. —Comencé a alejarme de ellos. Mack me fulminó con la mirada, consciente de lo que estaba haciendo. Chad era un hombre, así que se limitó a mirarme con el ceño fruncido.
—Pero si todavía quedan cinco minutos para que suene el... —No le dejé acabar.
—¡Adiós! —me despedí y emprendí mi camino hacia mi clase de Química.
—Buenos días, preciosa —susurró alguien en mi oído. No hizo falta girarme para saber quién era.
—Ahora sí son buenos. —Brandon me hizo girar sobre mí misma para mirarle a los ojos. Me dio un beso, y aunque no solían gustarme las muestras de afecto públicas, se lo devolví.
—¿Química? —preguntó Brandon al separarnos.
—Sí... —suspiré. Las asignaturas del campo de las ciencias eran mi talón de Aquiles, hecho que se reflejaba en mis notas.
—Tengo una sorpresa para ti. —Sonrió, emocionado.
—Y yo tengo clase. —Sonreí de vuelta, haciendo reír a Brandon.
—¿De verdad prefieres ver a la vieja setentona de Química antes que a mí? —preguntó, coqueto. Me agarró de la cintura y me acercó a él. Miré a mi alrededor y comprobé que nadie nos estaba mirando.
—Esa sesentona me pone más que tú. Desnudo —le provoqué.
—Habrá que remediarlo —murmuró antes de agarrarme de la mano y comenzar a correr hacia la salida. Tuve que concentrarme en no tropezarme con mis propios pies y caerme de bruces al suelo.
Ningún profesor rondaba a esas horas por la entrada del instituto, por lo que no fue difícil escaquearnos sin que nos vieran. Emocionados y disfrutando del subidón de adrenalina, corrimos por el parking hacia el coche de Brandon. Antes de llegar, me cogió de la cintura y me alzó por los aires hasta colocarme sobre su hombro izquierdo. Riendo, comencé a golpear su espalda y a pellizcar su culo para que me bajase. No lo hizo hasta que llegamos a su coche, donde me abrió la puerta caballerosamente.
Brandon era mi novio. Llevábamos saliendo ya casi un año. Habíamos coincidido en un par de clases antes, pero nunca habíamos hablado. Todo comenzó en clase de gimnasia. El profesor había insistido en hacer parejas heterogéneas, chicos con chicas, torpes con hábiles. Brandon no sabía jugar al bádminton, y como yo era chica y además sí sabía jugar, me pusieron con él. Se enfadó mucho al ver que una chica le superaba, lo cual a mí me divertía más. Poco a poco, en las clases de gimnasia comenzamos a buscarnos el uno al otro para competir juntos y el resto fue historia.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté al ver que Brandon estaba aparcando frente a mi casa.
—Tu hermano está en clase, y tu madre está trabajando, así que tu casa está vacía... —Me sonrió juquetonamente.
—¿Esta era la sorpresa? —pregunté, indignada.
—¡Eres muy impaciente! —Rio. Entramos en casa y Brandon me indicó que me sentara—. ¡Ahora vuelvo! —exclamó, emocionado. En realidad odiaba las sorpresas y Brandon lo sabía, pero le dejé seguir con su pequeño show porque me parecía adorable.
No tardó demasiado en volver con un baúl en las manos. Se sentó a mi lado y me lo entregó. Lo abrí contagiada de su entusiasmo. Abrí la boca, sorprendida y sonreí al coger el delicado objeto.
—Una réplica en miniatura de la Tour Eiffel... —susurré. Lo di vueltas para observarlo desde todos los ángulos.
—Sé lo mucho que quieres sacarte una foto en la cima de Torre Eiffel. Todavía no puedo cumplir ese deseo, pero quería regalarte esto como promesa de que algún día lo haré —explicó tímidamente.
Dejé con cuidado la miniatura y me lancé sobre él. Rodeé los brazos en su cuello en un abrazo y me senté a horcajadas encima suyo. Le di un beso, intentando transmitirle lo agradecida que estaba.
—¿Por qué me lo has regalado? —susurré a milímetros de sus labios. Todavía seguía encima de él y consciente de ello, me acomodé mejor. Brandon gruñó y me miró.
—¿No puedo hacerte un regalo sin ningún motivo? —Me cogió de la cintura y me pegó más a él. Ambos sonreímos. Era por fin hora de aprovechar nuestro tiempo a solas."
Esa fue una de las últimas veces que disfrutamos genuinamente de estar juntos. Teníamos planes de futuro. Íbamos a pasar el verano juntos, su familia me había invitado a pasar un mes en su casa de verano. Yo creía que todo era perfecto, pero el tiempo me demostró lo contrario.
El comportamiento de Brandon cambió drásticamente días después de que me regalara aquel llavero. Desaparecía sin dar explicaciones, estaba ausente y no hablaba tanto conmigo. Las pocas veces que charlábamos, sus cambios de humor tan drásticos arruinaban cualquier momento agradable. Comenzamos a distanciarnos.
"Estábamos en la biblioteca estudiando para el examen de Literatura Universal, aunque no conseguía centrarme en la biografía de Lewis Carroll. Brandon estaba sentado a mi lado, con el libro abierto, pero sin prestarle demasiada atención. Últimamente parecía más cansado, y las ojeras se habían convertido en su complemento favorito.
—¿Estás bien? —susurré para no molestar. No reaccionó hasta que le cogí de la mano. Se giró y me regaló una sonrisa forzada.
—Claro que sí. Sólo estoy algo cansado por los exámenes. —En ese mismo instante, su teléfono sonó, haciendo que algunos ojos asesinos se posaran sobre nosotros. Cogió el teléfono, y una cara de alivio sustituyó su anterior cara preocupada—. Tengo que contestar, ahora vuelvo. —Se levantó y se fue. Tuve un dilema moral sobre si levantarme a escuchar la llamada o no, pero hacía semanas que Brandon no hablaba conmigo. Necesitaba saber qué ocurría.
Me levanté rápidamente y me dirigí a la salida. Brandon estaba sentado en las escaleras de la entrada. Me escondí detrás de una columna y presté atención.
—Lo necesito ya, no aguanto más. Llevo dos días sin colocarme y parecen años. ¿Podemos quedar esta noche? Te pagaré lo que haga falta, pero consíguemelo. —Me tuve que agarrar fuerte a la columna para no caerme—. ¿En el bar de siempre? —Silencio—. Está bien, a las doce. —Colgó y antes de que se levantara, volví corriendo a mi mesa de la biblioteca. No podía creerlo. ¿Era por eso por lo que había estado tan distante y desaparecía continuamente sin dar ninguna explicación? No tenía palabras. No conseguía pensar correctamente. Aquel Brandon no era el que yo conocía. Pero no podía sacar conclusiones hasta verlo con mis propios ojos.
Es por eso que tomé la estúpida decisión de que esa noche le seguiría a aquel bar.
—Ya está, cariño. —Se sentó a mi lado de nuevo y ahora, más relajado, se puso a estudiar.
Intenté actuar con total normalidad de camino a mi casa. Mi mente no paraba de funcionar, pero yo debía aparentar tranquilidad.
—¿Quieres quedarte a cenar esta noche? Había pensado que podíamos hacer fajitas —dije, esperando que me fuera a decir la verdad. Si no me mentía, no tendría tanta importancia. Yo podría estar exagerando...
—No puedo... Mi padre me ha dicho que tengo que ayudarle a ordenar el garaje antes de que empiece el buen tiempo —mintió. Me mordí la lengua y asentí resignada. Me hubiera gustado poder pensar que todo era un malentendido, pero todas las señales me indicaban lo contrario.
Nos despedimos con un breve beso en los labios, y ni siquiera esperó a que entrase en casa para arrancar, algo que siempre solía hacer.
Cuando entré, la casa estaba en silencio. Mi hermano podía estar en su habitación, o quizás estaba en alguna de sus fiestas. No solíamos hablar. Nos evitábamos lo máximo posible. Me sacaba únicamente dos años, pero la diferencia entre nosotros era kilométrica. Esa diferencia se había acentuado después de la muerte de mi padre. Cada uno habíamos tenido una manera distinta de sobrellevarlo, y ambos veíamos con malos ojos lo que hacía el otro.
Mi madre había tenido también su propia manera de reaccionar ante la muerte de mi padre. Ella se había refugiado en el trabajo. No solía pasar mucho tiempo en casa, quizás porque todo le recordaba a él. Todos los miembros de la familia Williams nos habíamos distanciado entre nosotros.
Me dirigí a mi habitación, e intenté ponerme a estudiar lo que no había podido retener en la biblioteca, pero no hubo manera. No me podía concentrar.
Miré el reloj por decimoquinta vez aquella noche. Las once menos diez. Iba a tener que irme pronto. El plan era ir a casa de Brandon y seguirlo al bar desde allí. Todavía una pequeña parte de mí seguía esperando que una vez en su casa, nadie fuese a salir.
Cogí el coche de mi hermano para no ser tan reconocible. Mason estaba encerrado en su cuarto, así que no lo necesitaría.
Llegué a su casa más pronto de lo que pensaba. Sería por la escasa cantidad de coches que había en la calle a esas horas, o quizás porque no conseguía levantar el pie del acelerador. Quería que el tiempo pasara rápido, y quizás si aceleraba a fondo, lo conseguía. Aparqué a unas casas de distancia para asegurarme de que no me viese. Rezaba porque Brandon no se hubiera ido ya, porque si no, estaba jodida. Fue en ese momento cuando la puerta de su casa se abrió y Brandon salió vestido entero de negro. Respiré hondo e intenté calmarme.
Brandon se montó en su coche después de asegurarse de que nadie le observaba. Cuando dejé de verlo, encendí el motor y aceleré. Intenté mantener cierta distancia con su coche, y estuve a punto de perderlo una vez, pero conseguí llegar a mi destino. Nuestro destino.
Nos encontrábamos a media hora del centro de la ciudad, casi a las afueras, en la zona industrial. Los edificios y las calles estaban bastante abandonados y las luces de las farolas le daban un toque tétrico a la noche. Me temblaban las manos, me costaba respirar con normalidad y no conseguía concentrarme, pero no me iba a marchar de allí sin ver con mis propios ojos lo que mi corazón se negaba a aceptar.
Nos encontrábamos en un bar bastante cuestionable. El cartel estaba casi roto, el interior parecía no estar bien iluminado y el aparcamiento estaba repleto de botellas de alcohol. En algunos sitios pude divisar restos de vómito. Pegué mi frente al volante para intentar recobrar la compostura, pero las lágrimas comenzaron a agolparse en mis ojos.
Brandon se bajó del coche y entró en el bar. Resoplé y tras unos segundos, reuní el suficiente valor para entrar tras él. Tal y como había sospechado, el bar estaba iluminado únicamente por un cartel neón y dos bombillas que colgaban del techo. Me escondí detrás de la barra y busqué a Brandon con la mirada. Lo vi sentado en una mesa, alejado de todo el mundo. Yo me había puesto ropa oscura para no llamar la atención, y supuse que él se la había puesto por el mismo motivo.
Me acerqué a una mesa algo alejada pero no demasiado de la de Brandon y esperé. Se había pedido un whisky, y cuando se lo acabó, pidió otro. ¿Desde cuándo Brandon bebía tanto? ¿Y además entre semana? Pasaron diez minutos. Eran las doce menos cinco. Brandon se pidió otro whisky. Estaba desconcertada. Siempre me había dicho que no bebía, y no sólo por mí, sino porque supuestamente no le gustaba. En cuanto se acabó el tercer whisky pidió otro. Entonces un chico llegó y se sentó en su mesa. No pude verle la cara porque se sentó de espaldas, aunque tampoco me importó.
—Aquí lo tienes, son ciento treinta. —Le entregó dos pequeñas bolsas a Brandon por debajo de la mesa. Una tenía polvos blancos y la otra tenía como plantas. Mi corazón dio un vuelco. No me lo podía creer.... Era cierto. Una lágrima se deslizó por mi mejilla, aunque me centré en escuchar la conversación. Brandon deslizó el dinero sobre la mesa y se guardó las dos bolsitas dentro de la chaqueta. El chico lo contó.
—¿Todavía no te fías? Llevo viniendo casi medio año ya y no te he timado ni una sola vez —dijo arrastrando las palabras. Medio año. Eso fue lo único en lo que pude pensar después.
—Uno nunca acaba de fiarse —bromeó.
—¿Quieres una copa? Invito yo —le ofreció Brandon, y el chico aceptó encantado. No me podía creer lo que estaba oyendo. Era surrealista... Debía serlo.
Mantuve mi postura y seguí escuchando.
—Oye, ¿a ti te apetecería empezar a pasar? —le preguntó a Brandon después de guardar el dinero—. Es dinero fácil. Además, conoces gente y sabes del tema. Pasarías desapercibido; no pareces un chico que trafique con droga. —explicó el chico.
—No sé, tío. Colocarme es una cosa. Pasar ya... —dudó.
—Tengo aquí mismo un encargo para ti, si quieres. —El chico sacó un sobre cuadrado de su chaqueta y se la ofreció a Brandon—. Tendría que hacerlo yo, pero tampoco tengo mucho tiempo esta noche y es urgente. Ganarías más de lo que te cuesta comprarla —le aseguró.
—¿En serio? —dudó de nuevo, pero cogió el sobre y se lo guardó—. Está bien, algo de dinero extra no vendrá nada mal. —Sonrió y el chico asintió. Llegados a ese punto, yo ya no sabía si lo que veía era producto de mi imaginación, si me había vuelto loca o era pura realidad.
—Y oye... Candy te extraña. Dice que quiere verte.
—Dios, se me pone dura solo de pensar en ella —exclamó Brandon de manera muy asquerosa.
—¿Tan buena es en la cama? —El chico rio.
—El mejor sexo de mi vida —dijo, rotundo.
—Pues para ella lo habrá tenido que ser también, porque no suele repetir... —dijo riéndose. Mi pecho dolía, mi corazón latía a mil por hora, mis manos sudaban y temblaban, y las lágrimas no dejaban de caer. Brandon tomaba drogas, se emborrachaba entre semana, me engañaba con otra, me mentía y ahora pasaba droga. ¿Quién era ese chico y qué había hecho con mi Brandon?
No pude más y me levanté. No me molesté en esconderme, de todas formas ya me iba. Me sorbí los mocos y casi corriendo, salí de allí. Necesitaba aire. Sentía que me ahogaba.
Ya casi había llegado al coche cuando una voz me detuvo.
—¡Abbie! —Le ignoré—. ¡ABBIE! —No me giré. Lloraba descontroladamente y sentía que si le miraba, me moriría ahí mismo. El pecho me ardía y me temblaban las piernas.— Abbie... —susurró detrás de mí. Me giré. Le miré a los ojos. Estaba agobiado, podía ver la angustia en sus ojos. Puse una mueca al fijarme en que no era ni capaz de mantener los ojos centrados en mí.
—No te atrevas —le advertí—. ¿Cómo has sido capaz? ¿Eh, Brandon? ¡Dime! —grité, furiosa—. ¡¿Cuánto tiempo te crees que habrías podido mantenerlo en secreto? ¿Cuánto tiempo ibas a mentirme? ¡Dime! —demandé saber. Le golpeé el pecho, haciendo que trastabillara. Estuvo a punto de caerse, pero consiguió agarrarse a otro coche antes de que eso sucediera.
—Déjame explicarte... —Apenas consiguió articular y le corté.
—¡Sabes perfectamente lo que pienso respecto al alcohol y las drogas! —chillé histérica.- ¡Te dije que no quería volver a pasar por lo mismo que con mi padre! ¡ME PROMETISTE QUE NUNCA ME HARÍAS UNA COSA ASÍ! —voceé y le volví a empujar—. ¡Mi padre me hizo pasar un infierno! ¡EL ALCOHOL LE PUDRIÓ Y LAS DROGAS LO MATARON! ¿Es que acaso quieres acabar igual, eh? —Las lágrimas caían sin parar por mis mejillas y veía borroso, pero no me importaba—. ¡ERES UN PUTO EGOÍSTA! ¿Ahora pasas droga? ¿No te conformas con consumirla? ¿¡Ahora también tienes que pasarla?! —Me pasé la mano por el pelo, frustrada, dolida. Brandon me miraba en silencio, probablemente intentando mantenerse de pie o seguir consciente—. ¿Y esa chica? ¿¡Hace cuánto que te acuestas con ella?! ¡HIJO DE PUTA! —Volví a empujarlo. Me faltaba aire en los pulmones para gritar. Me ponía mala estar cerca suyo. La bilis me subió por la garganta al imaginarme a Brandon con otra chica. Me calmé y respiré hondo—. Eres un cerdo, Brandon. ¿Estás contento? Tienes un colocón, una borrachera y una chica con la que follar. ¡Enhorabuena! Espero que haya valido la pena —susurré eso último y me giré para irme. No pensaba quedarme más tiempo allí.
—Abbie, espera... —Intentó agarrarme el brazo, pero me aparté rápidamente y se tambaleó.
—¿Pero te has visto? Das pena —dije con asco.
—Podemos arreglarlo. Me quieres... —Se acercó a mí y me agarró de las muñecas para que no pudiese escaparme de nuevo.
—No —contesté, rotunda—. Te odio, Brandon. ¡Te odio! —Le golpeé el pecho como pude y lloré un poco más—. Ojalá nunca te hubiera conocido —susurré con odio—. Eres lo peor que podría haberme pasado —murmuré. Brandon entreabrió la boca dolido y, sorprendido por mis palabras, dejó mis muñecas libres. Sin volver a mirarlo, me giré y me metí en el coche. Aceleré y no volví a mirar atrás».
El camino a casa fue un infierno. No veía nada porque era de noche y no dejaba de llorar. Sentía que me iba a derrumbar en cualquier momento.
Mi hermano seguía despierto cuando llegué a casa. Por primera vez en años, lloré delante de él como nunca lo había hecho antes. Hablamos de todo y más, hicimos las paces y nos dimos algún que otro abrazo. Aquella noche perdí a un novio, pero volví a ganar a mi hermano.
Los siguientes días fueron un infierno para mí. Brandon no volvió a clases, aunque poco importaba; ya habíamos acabado casi todos los exámenes. Agradecí su falta de asistencia porque me habría destrozado verle paseándose por los pasillos como si nada hubiese sucedido.
El curso acabó y me pasé el verano viajando. Me fui de vacaciones con Mack y Chad, y aunque había momentos en los que me costaba mantener mi mente en el presente, mis mejores amigos se esforzaron al máximo para que disfrutara con ellos. Nunca podría agradecérselo lo suficiente.
Tres meses después, yo podía por fin decir que estaba bien. Había tenido tiempo para aceptar que él no iba a volver y que lo que había hecho ya no tenía solución. Hacía poco, Mack me había contado que el padre de Brandon se trasladaba porque le habían ofrecido un puesto de trabajo mejor remunerado y que él acabaría el instituto con él.
Ahora lo único que quería era que el último curso fuese tranquilo y divertido en la medida de lo posible. No quería que nada ni nadie me impidiese disfrutar de mi último año en el instituto. Ya había llorado lo suficiente, era el momento de divertirse.
Guardé el colgante en el baúl. Aquella era la última vez que iba a abrirlo.
«Al menos no tendré que volver a verlo», pensé justo antes de caer en los brazos de Morfeo.
O eso esperaba.
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¡Hola! ¡Bienvenid@s a mi novela Jugando a contar mentiras! Es una locura que por fin me haya decidido a subir mi libro en Wattpad. (Llevo escribiéndola ya un tiempo, aunque todavía no está acabada).
Bueno, sólo quería decir que agradezco cualquier lector que se anime a leer mi libro. Me encantaría que me dieseis una oportunidad y que os quedaseis para seguir la historia conmigo. Espero que os sorprendáis con cada giro en los acontecimientos, que os riais mucho y que lloréis igual que yo en los momentos tristes. He volcado todo mi corazón en esta novela, por lo que espero que os guste :)))))
Elsa <3
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