CAPÍTULO 1: «¡Y TODO PORQUE HE CRUZADO UN SEMÁFORO EN ÁMBAR!»
—¡ABBIGAIL! ¡DESPIERTA! ¡VAS A LLEGAR TARDE! —Oí cómo mi hermano aporreaba la puerta. Me levanté de mala gana y antes de que hiciera un agujero, la abrí, consiguiendo que el puño de mi hermano no se estampase en la puerta, sino en mi nariz.— Uy... ¿Estás bien? —preguntó bajando su puño y mirándome divertido.
—¡¿Pero eres imbécil o qué te pasa?! —aullé, sobándome la nariz.
—¿Lo siento? —Se encogió de hombros, despreocupado. Comencé a sentir un líquido viscoso descender por mi mano. Sangre. Fulminé a mi hermano con la mirada. Mason lo vio también y salió corriendo antes de que pudiera devolverle el golpe.
Cerré la puerta de un portazo y fui al baño a por papel higiénico. Me miré al espejo y me asusté al ver mi reflejo. Tenía sangre por toda la mitad inferior de mi cara y podía afirmar que más del setenta por ciento estaba acabando en mi boca. Decid NO al despilfarro y SÍ al reciclaje.
Después de limpiarme y arreglarme para clase, bajé a la cocina en busca de una bolsa de guisantes y me la coloqué en la nariz. Me fui a servir un bol de cereales como el que se estaba comiendo mi hermano, pero me fijé en la hora que era.
—¡Ay, Dios! —exclamé—. Mack me va a matar... Odia llegar tarde —dije realmente preocupada por mi vida. Lancé la bolsa de nuevo en el congelador y corrí a la entrada mientras Mason me observaba divertido. Cogí la mochila del suelo y por si acaso, mi sudadera del perchero—. ¡Adiós! —grité y salí de casa.
Me monté en el coche corriendo y lancé todas mis cosas en el asiento del copiloto. Tenía tres minutos para llegar a casa de Mack si no quería morir. Su casa quedaba a unos ocho minutos de la mía, pero si no respetaba los semáforos... Daba igual, iba a morir igual sino.
Circulé por las calles de la ciudad únicamente veinte kilómetros por encima de lo permitido. Para mi suerte, casi todos los semáforos con los que me topé estaban en verde.
Mack ya estaba fuera cuando aparqué frente a su casa.
—Has llegado a la hora... ¿Cuántos semáforos te has saltado? —intuyó mientras se ponía el cinturón de seguridad.
—Ninguno —dije orgullosa y aceleré en dirección a la casa de Chad. Esta vez sí respeté el límite de velocidad.
—¿Qué te ha pasado en la nariz...?
—No preguntes. —Negué con la cabeza y Mack rio. Encendió la radio y las dos comenzamos a gritar la letra de las canciones a pleno pulmón. No podía negar que me alegraba volver al instituto. El verano había llegado a ser pesado, necesitaba una distracción que mantuviera mi mente ocupada.
—¿Cómo estás? —Mack bajó el volumen de la música.
—Bien, como siempre —Aparqué frente a la casa de Chad—. Te he dicho que no tienes que preocuparte por mí.
—Soy tu amiga, Abbie —me reprochó.
—Por desgracia —bufé en broma, y Mack me golpeó el brazo.
—Eres la chica más afortunada del mundo por tenerme como mejor amiga —dijo, orgullosa. No le llevé la contraria. Quería a Mack como a nadie, era mi otra mitad, mi hermana de otra sangre. Sin embargo, no siempre había sido así. A Mack la conocí en primaria, cuando apenas teníamos ocho años. Recordaba que sentí mucha envidia de ella porque la profesora nos había mandado aprendernos una canción para cantarla frente a la clase, y a ella la habían aplaudido más que a mí. Aunque era justo; Mack tenía una voz preciosa—. ¿¡Pero dónde demonios está Chad?! —chilló de repente, haciéndome saltar en mi asiento.
—¡Tranquila! —dije sobresaltada, intentando calmar el ritmo de mi corazón—.Voy a llamarle —Saqué el móvil de mi mochila.
—¡Espera! Por ahí viene. —Levanté la vista para encontrarme a Chad corriendo con la mochila colgándole del brazo, el abrigo mal cerrado, los zapatos sin atar y el pelo mojado. Entró en el coche y se desparramó en el asiento trasero.
—Lo siento, me he quedado dormido —se disculpó mientras se ponía el cinturón. Después de cerrar su mochila, atarse los cordones de las zapatillas y colocarse bien el abrigo, nos miró a las dos—. Hola. —Sonrió, aunque solo la miraba a mi amiga.
—Hola —le saludó de vuelta con las mejillas sonrojadas. Puse los ojos en blanco y encendí el coche. Ahora sí que llegábamos tarde. Habíamos perdido mucho tiempo esperando a Chad, y quedaban menos de diez minutos para que sonara la campana. Mack se fijó también en la hora y giró la cabeza en mi dirección como la niña del exorcista—. Abbie, como no lleguemos puntuales, te rayo el coche y luego te escupo dentro del conducto del aire acondicionado —me amenazó.
—Agárrense a los asientos, pues —dije y aceleré el coche.
A pocos minutos del instituto, me topé con un semáforo en ámbar que estaba a punto de cambiar a rojo. Sin pensarlo dos veces, pisé el acelerador. Sobre los gritos asustados de mis mejores amigos, distinguí de fondo el pitido de un coche. Miré a mi derecha y vi un coche gris que venía en dirección perpendicular hacia nosotros. Aceleré a fondo y pasamos antes de que su coche chocara con el mío.
—¡Menudo subidón! —exclamé con la adrenalina recorriéndome el cuerpo.
—¡Estás loca! —chilló Chad desde el asiento trasero.
—¡Por poco nos matamos! —Mack me miró como si estuviera loca.
—Pero no nos hemos matado —señalé. Sonreí al ver que todavía quedaban plaza libres en el aparcamiento—. Espero que el viaje haya sido de su agrado —dije majestuosamente. Cogí mis cosas y bajé del coche intentando no reír a carcajadas.
—Esta chica está fatal —murmuró Chad, negando con la cabeza.
—Y sus amigos son unos exagerados —dije. Chad bufó y Mack puso los ojos en blanco.
El timbre todavía no había sonado cuando entramos al instituto. De camino a nuestras taquillas, oí a la gente charlar sobre sus fantásticas vacaciones y lo mucho que detestaban que el verano hubiese acabado ya. No pude estar más en desacuerdo. Sentí una sensación abrumadora al andar por los pasillos del instituto. Recuerdos del año pasado me vinieron a la mente. Sacudí la cabeza para alejarlos.
—¿Qué te toca? —preguntó Mack mientras miraba su horario con el ceño fruncido.
—Mates —Suspiré. Además de ser una asignatura que no se me daba nada bien, la tenía a primera hora. Seguí mirando mi horario y abrí los ojos, escandalizada. ¿Quién lo había hecho? Tenía Matemáticas todos los días a primera hora excepto los miércoles, que no tenía, y los viernes, que la tenía a última hora—. ¿Tú? —pregunté pegando la hoja a la puerta de mi taquilla.
—Historia, exactamente igual que el año pasado. —Resopló—. Los de la administración me odian —se quejó cerrando la taquilla de un golpe. Pegó la frente a la taquilla y suspiró—. ¿Montamos una huelga? —Chad se unió a la conversación antes de poder contestarla.
—Me siento excluido. Mi taquilla está allí y no puedo cotillear con vosotras —se quejó, indignado—. Además tengo Historia a primera hora. —Resopló—. No voy a ser capaz de aguantar una hora entera la voz chillona de la profesora Miller. —Arrugó la cara. Al instante, Mack levantó la frente de la taquilla.
—¿Tienes Historia ahora? —preguntó emocionada.
—¿Tú también? —Chad comenzó a sonreír.
—Genial... Ahora la excluida soy yo —refunfuñé. Yo debía soportar una eterna hora en mi infierno personal mientras los dos estúpidos e inocentes tórtolos coqueteaban.
—¡Genial! —Mack me ignoró.
—¡Sí! —Me ignoró Chad también—.Al menos ya no tengo que fingir con amabilidad que me interesa la vida de mi nuevo compañero de mesa. Ahora puedo fingir sin tener que ser amable. —Rio y Mack le pegó un puñetazo en el hombro.
Nos despedimos en cuanto sonó la campana, no sin antes sacarles el dedo a mis mejores amigos por burlarse de mis desgracias. De camino a clases fantaseé con un profesor buenorro. La asignatura sería una mierda, pero al menos ir a clases me alegraría la vista.
Mis fantasías se hicieron pedazos cuando vi a un hombre de unos cincuenta y cinco, tal vez sesenta años, sentado detrás del escritorio, mirando serio a los alumnos que se encontraban sentados, algo asustados y en silencio. En cuanto se percató de mi presencia, sus ojos fulminantes se posaron en mí. No parecía estar contento.
—Llega tarde —me reprochó—. ¿Su nombre? —me preguntó. Me quedé un segundo con la mente en blanco. Sopesé la opción de inventarme un nombre, pero a mi mente sólo me venían nombres como Gertrudis o Milifreda, y por más que me hubiese hecho gracia, ese profesor no parecía tener sentido del humor.
—Abbie Williams —dije, temerosa. Cerré la puerta detrás de mí y busqué un sitio libre. No me sorprendió ver los asientos del final de la clase vacíos. El aire acondicionado estaba justo encima. Maldije en mi cabeza. Justo en la asignatura que más me costaba me tocaba el asiento al final de la clase. Asombroso.
—Pues espero que sea la última vez que llega tarde, señorita Williams, porque a la próxima no entra en clase. —Pude sentir su mirada asesina quemándome la nuca. Me senté al lado de la ventana y miré el asiento vacío a mi lado. Hubiese sido agradable sentarme al lado de alguien que supiese algo de Matemáticas, aunque ese año parecía que no iba a ser el caso. El profesor dio la típica charla motivacional, aunque no le presté mucha atención. No necesitaba motivación para aprobar esa asignatura, necesitaba compasión.
La puerta se abrió de golpe, interrumpiendo al profesor Harris.
—Siento llegar tarde —se disculpó el chico nuevo—. Por poco tengo un accidente con el coche porque al parecer los semáforos en ámbar significan "pisa el acelerador" —explicó, notablemente enfadado. Palidecí. No podía ser él... ¿cierto?
Caminó hasta el final de la clase y se sentó a mi lado. Se despeinó el pelo y sacó los libros de su mochila. Pude oír a algunas chicas suspirar.
—Le digo lo mismo que a su compañera de mesa —dijo y el chico me miró de reojo—. Es el último día que los dejo entrar en clase si llegan tarde. Por supuesto, va para todos —le advirtió a toda la clase.
El profesor Harris reanudó la clase, y aunque evité mirar a mi compañero de mesa, de vez en cuando le lancé alguna mirada furtiva. Era guapo. Tenía el pelo moreno algo despeinado, ojos marrones con largas pestañas negras y unas facciones muy marcadas. Sus labios carnosos le daban un toque irresistible y tenía un look para morirse. El chico tenía estilo.
—¿Quieres una jodida foto? Dura más —me dijo antipáticamente. Me quedé estática, sin saber cómo reaccionar. ¿Qué acababa de decir?
—¿Perdona? —pregunté, incrédula.
—Perdonada.—Me quedé en silencio. Ni se había molestado en mirarme al hablarme, como si ni siquiera le interesase esta conversación.
—¿Quién coño te crees que eres tú para hablarme de esa manera? —pregunté más alto de lo que había planeado. Las chicas sentadas delante de nosotros se giraron para mirarnos, pero afortunadamente el profesor no me oyó.
—Esa boca, las señoritas no dicen palabrotas.
—¿Me estás jodiendo? —pregunté sin cuidar mi tono de voz.
—Más te gustaría —bufó, indiferente, mientras apuntaba lo que el profesor Harris escribía en la pizarra. Me volví a quedar en silencio. ¿Qué narices le pasaba a este chico?
Estaba tan concentrada intentando pensar en un comentario ingenioso que decirle que no me percaté de que la clase ahora estaba en silencio. El profesor nos miraba con los brazos cruzados, atento a nuestra conversación.
—¿Tiene algo que decir, señorita Williams? —Me volvió a reprochar el profesor. ¡Joder, aquello se iba a convertir en costumbre!—. Va a tener problemas muy serios conmigo si sigue con ese comportamiento —me amenazó.
—¡Yo no he hecho nada! —me defendí—. Este chico es el que tiene problemas. —Señalé al moreno de mi lado.
—¿Además de no saber conducir, tampoco sabes aceptar la culpa? —Me miró por primera vez. Mis sospechas se habían confirmado. Era él, el del coche gris que me había pitado en la intersección. Mierda.
—¿Cómo lo has sabido? —pregunté, impactada.
—¿Tanto te sorprende que alguien utilice más de dos neuronas para pensar? —me respondió, burlón.
—¡Ya vale! —gritó el profesor, llamando nuestra atención— Fuera de mi clase, Williams. —Le miré con la boca abierta. ¿Era en serio? ¿El primer día de clases y ya me echaban de una clase? ¿Y además de la clase de Matemáticas?¡Ni de coña!
—¡No es justo! ¡Yo no he hecho nada! ¡Es este chico quien tiene problemas de ira! —Me levanté de la silla, indignada.
—¡Y tú de conducción! —gritó el chico, furioso. Lo fulminé con la mirada.
—¡Señorita Williams, ya me ha oído! —Volvió a gritar el profesor.
—¡Pero...! —Intenté quejarme, pero el profesor me interrumpió.
—¡Fuera! —Señaló la puerta de clase. Bufé y recogí mis cosas. Aquello era increíble. ¡Indignante! Por el rabillo del ojo vi al moreno reírse, lo que me enfureció mucho más—. Y usted —llamó la atención del chico—, señor...
—Adams.—Le interrumpió con arrogancia. Lo miré con los ojos bien abiertos. ¡Pero qué huevos tenía ese chico! El profesor también se sorprendió un poco, aunque se recompuso y continuó con el mismo tono serio.
—Adams.—El profesor ignoró el tono del moreno—. Usted también se marcha de mi clase.
—¡JA! —celebré, rebosante de felicidad. ¡Eso le pasaba por chulo y antipático! El moreno me miró con odio y recogió sus cosas también. Me dirigí a la puerta y antes de poder salir, el chico habló.
—Que sepa que ese bigote está pasado de moda, parece el pistolero de los Looney Tunes —dijo y antes de que el profesor pudiese decir nada, salió de clase. Toda la clase abrimos la boca, impactados. Fue en ese momento en que me despedí de poder aprobar Matemáticas. Y todo por aquel imbécil prepotente.
Salí de clase a paso rápido en busca del chico que acababa de asegurarme un suspenso. Lo vi a lo lejos, caminando hacia la salida.
—¡Eh, el creído del pelo moreno! —le llamé. Para mi sorpresa, se detuvo y se giró para mirarme.
—¿Sí? —Me sonrió burlón. Zoquete.
—Me acabas de joder todo el curso de Matemáticas por tu gilipollez —espeté, furiosa.
—¿Y te crees que me importa algo tu vida? —Se cruzó de brazos, indiferente.
—¡Debería! ¡No va a haber forma humanamente posible de aprobar con ese profesor ahora! —Señalé detrás de mí—. ¡Y todo porque he cruzado un semáforo en ámbar! —exclamé, frustrada—. Podría no haber sido yo la del coche, lo sabes, ¿no? —Entrecerré los ojos.
—Iba detrás de ti. Te he visto bajar del coche en el aparcamiento —me explicó con tono de superioridad.
—Pues no pienso disculparme. —Me crucé de brazos—. Podrías habérmelo dicho en vez de montar todo el espectáculo que has montado.
—Mala conductora, terca, y ahora orgullosa. ¡Wow, lo tienes todo! —Se rio de mí. Se dio la vuelta, dispuesto a marcharse, pero no iba a dejar que se marchase con la última palabra.
—¿Eres subnormal a veces o es de nacimiento? —grité para que me oyera.
—¿Y esa nariz? —Se dio la vuelta mientras seguía caminando de espaldas— ¿Es de nacimiento? —Me sonrió burlón—. ¡Que te vaya bien, Pinocho! —Se giró y se marchó. Apreté los puños mientras le veía alejarse con paso triunfal. ¿Acababa de insultarme, llamándome Pinocho? ¿De dónde demonios había salido ese chico? Pensé en seguirlo hasta el aparcamiento y pincharle las ruedas del coche, pero hoy ya me había ganado suficientes problemas.
Miré a mi alrededor y pensé. Debía encontrar algo que hacer durante los próximos cuarenta minutos. Sonreí cuando di con la idea perfecta.
Me planté en la puerta de la clase de Historia y me asomé por el cristal. Busqué a mis mejores amigos, a los que encontré en la tercera fila, mirándose el uno al otro mientras reían. Ver esa escena me hizo recordar que debía retomar mis labores de celestina. Cogí el móvil y les mandé un mensaje por el grupo que teníamos los tres.
"Mirad hacia la puerta de clase".
Mack tenía el móvil sobre la mesa. Su pantalla se iluminó y lo consultó con cuidado de que la profesora no la viera. Le enseñó el mensaje a Chad y los dos miraron en mi dirección. Los saludé con una sonrisa. El show debía comenzar. Empecé a hacer muecas con la cara, intentando hacerles reír. Sabía que Mack no iba a poder aguantar mucho, y efectivamente, nada más imité a la rana Gustavo, vi que mi mejor amiga comenzó a reírse. Chad la siguió tras unos segundos. No oía nada, pero pude ver cómo la profesora les reprendía, y al ver que no paraban, los echó de clase. Misión cumplida.
Todavía seguían riéndose cuando salieron de clase.
—¿Qué haces aquí? ¿Ya te han echado? —preguntó Chad, limpiándose las lágrimas.
—Os lo cuento de camino a Simon's —les dije y los tres nos marchamos del instituto. Simon's era una cafetería pequeña situada enfrente del instituto. Siempre que a uno le echaban de clase, solíamos intentar que los otros salieran también para ir a tomar algo allí.
Les conté todo lo que había pasado en los pocos minutos que el profesor Harris me había permitido estar en su clase. No me dejé ningún detalle. Mack y Chad escucharon, atentos, mientras esperábamos a que nos atendieran.
—Pero ese chico es nuevo, ¿no? —preguntó Mack con el ceño fruncido.
—Eso creo, yo nunca lo había visto. —Hice pedacitos una servilleta de papel.
—¡Eso te pasa por intentar matarnos esta mañana! —exclamó Mack, divertida. Chad disimuló su risa tapando su boca con la mano.
—¡Lo he hecho por tu insana obsesión de llegar a la hora a clase! —me defendí, indignada.
—Di lo que quieras, pero la que tiene como compañera de mesa a un chico al que poco atropellas eres tú —dijo Chad, al borde de las lágrimas.
—¡No os he sacado de clase para que os riáis de mí! —me quejé.
—Tienes razón, tienes razón. No es divertido. —Intentó calmar Mack su risa.
—También me ha llamado Pinocho —murmuré, y mis mejores amigos explotaron de risa. Bufé y me dejé caer en la silla. Tenía los peores amigos del mundo.
Cambiamos de tema y disfrutamos de media hora charlando y riendo de tonterías.
Ese día sólo tuve una clase con Chad, y con Mack ninguna. No volví a cruzarme con el chico Adams. A lo largo de la mañana me encontré un par de veces sonriendo al imaginarme que alguien había conseguido hacer lo que yo no y le habían atropellado.
El timbre que indicaba que la jornada escolar sonó, y me dirigí junto a Mack a nuestras taquillas. A Chad le iba a ir a buscar su madre a la salida porque iban a comer a casa de sus abuelos, así que ese día sólo volvería con Mack.
Íbamos charlando animadamente hasta que me fijé en lo que sucedía enfrente de mis ojos.
Me detuve en seco al ver al moreno de la clase de Matemáticas. Estaba guardando sus libros en la taquilla que estaba entre la de Mack y la mía. ¡¿Es que no había más taquillas en todo el instituto?! Me acerqué a él dando zancadas y me planté delante suyo hecha una furia.
—De todas las taquillas que deben no tener dueño, ¿has tenido que coger esta? —le recriminé, furiosa. Mack se colocó a mi lado.
—Debe ser una broma —murmuró Adams, divertido.
—¿No puedes buscarte otro sitio donde guardar tu mierda?
Mack me miró divertida.
—¿Tienes alguna sugerencia? —preguntó, sonriente. Odiaba que todo le pareciese divertido. No lo era.
—¡Pues sí! —exclamé—.Mira, ¿ves ese cubo de basura? —Señalé con el dedo el enorme cubo negro que había al final del pasillo—.Pues ahí. Así de paso si te aburres, puedes meterte tú también dentro —espeté, cabreada, y me crucé de brazos. Era consciente de que parecía una loca defensora de taquillas, pero aquella era la taquilla. Siempre había estado vacía y no la iba a ocupar ese cenutrio.
Como si aquella conversación le importase una mierda, Adams se rio y se volvió de nuevo, ignorándome. Miré a mi mejor amiga, incrédula. Mack se encogió de hombros.
—Era esta taquilla, o las que están al lado de los baños de los chicos —dijo sin mirarme después de unos segundos—. Pero ahora que te tengo delante... —Olió dramáticamente su alrededor—. A lo mejor me he precipitado —dijo cerca de mi cara. Me sonrió triunfante y yo abrí la boca, sin creer lo que acababa de insinuar. Cerró la taquilla y se giró a mirarme.
—Pero qué cojon... —Me interrumpió.
—No pienso cambiarme de taquilla —dijo rotundamente y se recolocó la mochila—. Aunque si tú lo deseas, ese cubo de basura parece no tener dueño aún. —Señaló el mismo cubo de basura de antes. Me guiñó un ojo y sonrió al ver que me había dejado sin palabras. Retrocedió dos pasos y me miró sonriente—. Nos vemos mañana, Pinocho. —Se alejó de nosotras, marchándose de nuevo con la última palabra.
—Wow... —susurró Mack a mi lado—. Tengo la sensación de que este va a ser un curso muy interesante... —susurró Mack.
¡Y tanto que iba a serlo! Se iba a enterar de quién era Abbigail Williams.
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¡Hola de nuevo!
Espero que os esté gustando la novela :)))))) No puedo contaros mucho, pero sólo os digo que Abbie no está preparada para NADA de lo que le va a pasar de ahora en adelante. ¡Espero que os quedéis y la acompañéis en su alocada vida!
¡Y contadme! ¿Qué os ha parecido "el chico nuevo" Adams? ¿Qué pensáis que va a pasar en el siguiente capítulo?
¡Nos vemos la semana que viene!
Elsa <3
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