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Capitulo 15

Llego el lunes como toda semana que termina y comienza, era mi martirio, ya que odiaba los lunes aunque todos decían que al lunes siempre le tenías que poner buena cara para que te fuera bien en la semana, pero yo era todo lo contrario yo siempre le ponía mala cara, ya que era costumbre que los lunes me fue mal, era como si en el libro de mi vida ya estuviera escrito, no sé porque, pero los lunes nunca eran mi fuerte, si bien metía la pata o me avergonzaba de algo o salía castigada, pero ¿Qué más daba? Si después de esas 24 horas mi suerte cambiaba.

-Susana, Sebastián, ¿Qué les paso? – mi preocupación era palpable.

-Adivina quién me quiso llevar de jerga ayer. – Sebastián se sobaba las sienes.

-Tú dijiste que estabas encantado de ir. – Susana parecía indignada.

-¿Por qué a mí no me dijeron nada? – me dolía que no me hubieran invitado.

Ambos se mostraban apenados.

-Lo siento, pero pensé que no querrías ir por lo que había pasado en la última y primera vez que te llevamos y pensamos que era mejor instruirte en esto paso a paso. – Susana no me veía a los ojos.

-En verdad lo sentimos – corroboro Sebastián.

-Recuerden que no soy tan rata de biblioteca, sé que lo piensan y aunque lo dicen con otras palabras me doy cuenta.

Mi día comenzaba mal, estos idiotas pensaban que no me daba cuenta de nada.

-Si quieren que los perdone, quítense esas gafas.

-¿Pero qué dices? No haremos eso, ¿Te das cuenta que se verá lo tan crudo que estamos?

-Me da igual quiero ver por mis propios ojos que tan mal están.

Solo se miraron y no dijeron palabra alguna, se quitaron las gafas oscuras y sus ojeras eran más feas que de costumbre. Cualquiera que los viera sin ellas sabría que no han dormido y tomaron hasta el cansancio.

-Espero que no los vayan a suspender por su aspecto.

-Solo no se lo digas a nadie.

-No lo hare, pero sí que me deben una grande.

Ambos se volvieron a posicionar sus lentes oscuros y los tres caminamos juntos hacia nuestra primera clase. Como era de esperarse la Señorita Kelly siempre impartía su clase de filosofía con gran emoción, era a la única persona que conocía la cual en verdad amaba su clase, para mí las palabras que a veces ella citaba eran muy raras así que me tomaba la molestia después de investigarlas, para Sebastián y Susana hoy no era su día de suerte, pues la señorita Kelly no dejaba de parlotear y ellos no hacían más que tomarse la cabeza con las manos para que les dejara de retumbar, ya estaba claro que la que tendría que vigilar por ellos todo el día seria yo.

Después de las primeras horas de la mañana los tres acordamos que nunca jamás nos volveríamos a poner en ese grado de borrachera cuando al otro día tendríamos clases, yo no tenía que dudar que ese pacto lo cumpliría, pues desde la última y primera vez que lo hice me basto para el resto de mi vida y más aún porque no recordaba los sucesos de esa noche y quería saber en verdad que me pasaba, pero esperaría a que mi cerebro lo hiciera por sí solo.

-¿Y si mejor nos vamos sin que nadie se dé cuenta? – formulo Susana

-Estás loca, eso plantearía que te perderías el resto de las clases.

-Pero en verdad ya no aguantare otra hora más si un maestro decide parlotear toda su clase.

-Eso les pasa a ambos por irse de jerga toda una noche sin pensar las consecuencias, aun no creo el cómo ambos están aquí.

-No sé, pero yo si acepto tu idea Susana – corroboro Sebastián.

-No, de ninguna manera, ninguno de los dos se ira, este será su castigo y yo me encargare de ello, esto es para que ya escarmienten un poco.

-Charlotte, por favor no seas una dramática.

-No es dramatismo, es la verdad, así que mejor tómense esos vasos de agua helada, para que su cuerpo reaccione por lo menos otra hora, porque si no lo hace con la próxima clase si tendrán problemas.

-¿Con quién es la siguiente clase?

Revise mi horario que siempre cargaba conmigo.

-¡Están de suerte! Es con el Señor Diamond

-¿Estas de coña?

-No, así que ahora mejor muevan sus traseros y vámonos a su salón.

Cuando nos estábamos levantando con las cosas sonó la chicharra para decir que el descanso ya había terminado y para garantizarnos que si no nos apurábamos y el profesor ya estaba dentro tendríamos un mal castigo. Tome mi lugar correspondiente, mientras que Susana y Sebastián decidieron intercambiar sus lugares por los últimos del salón para que así pudieran pasar desapercibidos y descansar por lo menos una hora.

-Buenos días.

Como era de esperarse el señor Diamond siempre era muy cortante con su entrada a su propio salón de clases, hasta en el día de presentaciones, aún recuerdo el primer día que lo vi y su presentación solo fue (Me llamo James Diamond, pero para ustedes específicamente soy el Señor Diamond, nunca les hablare de tu y espero y me traten igual.) Nunca nos preguntó nuestros nombres, ni lo que esperábamos de él, él era diferente a los demás maestros en todos los sentidos.

Sus clases como siempre se mantenían al margen, si no hacías las actividades dentro de su clase, lástima porque ya no te las revisaría nunca y no sabrías si estabas bien o mal, todo se mantenía como de costumbre, las actividades en el pizarrón y los apuntes en tu cuaderno. La hora llegaba a su final y yo ya quería salir de su clase, pues pensar en la broma que le había hecho antes temía por mi vida, ya que podría levantarme otro castigo y ahora si ya me traería problemas serios. La chicharra en ese momento sonó y todos se levantaban para retirarse.

-Bien, ya se pueden ir. – Había sido cortes, eso era raro.

Susana y Sebastián no perdieron tiempo y se retiraron del salón lo más rápido posible, se me hacía que algo andaba mal. Estaba dispuesta a salir cuando escuche de nuevo esa voz que muchas veces era mi dolor de cabeza.

-Señorita Reynolds

Aquí vamos de nuevo.

-Señor Diamond – No me voltee a verlo a la cara.

-Por favor cierre la puerta, necesito hablar con usted. – su voz era tan serena que me recordaba algo.

-Señor Diamond, disculpe pero mi próxima clase me espera.

-Podrá seguir esperando, por favor cumpla mi orden.

Solo para no meterme en más problemas seguí su petición.

-Está bien, aquí estoy, diga lo que tenga que decir. – Me coloque enfrente de su escritorio y deje caer mi mochila a un lado.

-Le daré un consejo, a la próxima que usted se empeñe a jugarme una broma, por favor tenga la amabilidad de no incluir a mis empleados.

-¿De qué habla? – por supuesto que no iba a aceptar lo que hice.

-No se ande con juegos, sé muy bien que aquel día usted fue quien le envió esa carta a Coraline. – su mirada se intensifico.

-Se equivoca profesor, para jugar bromas yo soy muy astuta. – mi postura no iba a cambiar.

-Señorita Reynolds, por favor no cambiemos lo que hizo, ambos sabemos que fue usted, pero no se preocupe, no se enterara nadie. – Se levantó y se postro delante de mí acorralándome con sus manos a ambos lados recargados en la madera.

-No le tengo miedo – me cruce de brazos – además no tiene pruebas de que fui yo – su perfume era algo embriagador.

-Solo se lo dejare pasar porque ambos sabemos que me debe una. – Se veía confiado de sí mismo que paso a borrar todo lo que había en el pizarrón.

-¿Deberle una? No creo que me haya salvado de algo.

-Ya veo, ya veo. – Su espalda se contraía con cada movimiento que hacía y se me hacia familiar.

-¿Puede hablar claro? – comenzaba a desesperarme.

-Señorita Reynolds, me pareció haber escuchado que iba tarde a su clase. – recogió su maletín y abrió la puerta.

-¿De qué diablos habla? – recogí mi mochila y me plantee delante de él.

-Ya lo sabrá. – ya estaba por irse. – Ah y por favor avísele a sus amigos que a la próxima mejor no decidan llegar a mi clase si estarán oliendo a alcohol.

Solo me quede pasmada, pues pensé que él no los había visto, pero claro estaba que sí.

Después de que el desapareciera de mi vista me tomo un rato el analizar todo lo que había pasado en esa platica y fue en ese momento cuando todo comenzó a tener sentido, solo me bastaron unas cuantas palabras para saber que él estuvo presente la noche en la que decidí emborracharme hasta que perdí el conocimiento.

Salí de esa sala en busca de mis amigos pero no los encontraba lo más probable era que se hubieran ido y no me hubieran hecho caso, así que no me quedo de otra, más que esperar terminar mi día en el colegio para después poder poner mis ideas en su lugar y ahora si juntar el rompecabezas.

Subí al auto que me esperaba fuera del instituto para ir a casa y seguir con mis deberes de siempre. Al llegar a casa mi rutina fue la misma, dejar la mochila en mi habitación, bajar al comedor, tener una pequeña charla con mis padres y volver a mi habitación para hacer mis tareas y trabajos. La tarde seguía su curso y yo por más que me concentraba en hacer bien mis deberes no podía, tenía muchas cosas en la cabeza que debían tener solución.

Baje de mi habitación, me coloque los audífonos y solo le di play a cualquier canción que estuviera en playlist, salí de casa y comencé a caminar sin rumbo alguno por toda la calle. Mientras más caminaba todo en mi cerebro tomaba orden, pues la noche de la fiesta todo volvía a mi memoria.

La fiesta, el chico con el que bailaba, la llamada a David...

-¡Carajo! – grite más de lo que debía.

Gracias al cielo que me encontraba en la calle, sino, alguien que pasara por aquí pensaría que estoy loca, ¿Cómo rayos no me di cuenta antes? Todo estaba ante mis ojos y nunca lo supe. El idiota de Diamond fue quien me llevo al hotel y casi ambos terminamos en la cama. ¿Cómo pude ser tan estúpida? Estaba claro que él lo sabía todo, ¿Ahora como lo podría mirar a la cara sabiendo que yo también lo sé todo? Por el momento no le diría nada a nadie.

Me sobresalte cuando alguien toco mi hombro.

-Señorita Reynolds, un gusto volver a verla.

Sabia de quien podría ser esa voz, pero no me creía capaz de mirarlo a los ojos de nuevo.

-¿Qué hace tan sola lejos de casa?

Seguí caminando, no me detuve, pensaba que si lo evitaba iba a hacer lo mismo.

-Eso es algo que no le importa – respondí.

-Pero a su padre sí. – Se postro delante de mí.

-¿Qué tiene que ver mi padre en todo esto? – Enrede mis audífonos en una mano tratando de evitar su mirada.

-Creo que por la cena que tuvimos algunos días atrás no tuvo más que la finalidad de decidir cuáles eran nuestras opciones para que usted fuera mejor en el colegio

-¿Qué está diciendo?

Cambio de dirección, ahora él se dirigía hacia mi casa, sin hacerme caso.

-Le estoy hablando – Ahora era yo la que caminaba detrás de él. – Creo que a una dama nunca se le debe dejar con la palabra en la boca.

-Si quiere hablar, tendrá que acompañarme.

-¿A dónde?

-A su casa por supuesto, es lo más cerca que hay por aquí.

-Ni en sueños, hablaremos pero en otro lugar y no en mi casa.

-Me parece perfecto. - Solo dio media vuelta, sin decir otra palabra más.

Creo que nunca llegaría a comprenderlo, porque siempre sus decisiones eran algo imprevistas, no quería pelear en aquel momento en medio de la calle así que solo lo seguí hasta la cuadra siguiente en donde su automóvil estaba aparcado.

-¿Por qué hasta aquí está aparcado su auto?

-No preguntes solo sube.

Sin cuestionamiento alguno, así lo hice.

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