Capítulo XXIX
La vuelta a Hertfordshire estuvo impregnada de una serenidad que contrastaba con la tensión creciente que se tejía en las sombras. Edward y Clarissa regresaban felices, con corazones plenos por la hermosa luna de miel que habían disfrutado en Bath. Habían pasado un mes rodeados de belleza, amor y tranquilidad, y se sentían más unidos que nunca. Los recuerdos de las caminatas por los jardines, los almuerzos en el campo, las noches bajo las estrellas, se habían grabado en sus corazones, creando una conexión que solo se fortalecía con el paso de los días.
A medida que el carruaje avanzaba por los senderos familiares hacia la mansión de los Duques de Hertfordshire, Clarissa miraba por la ventana con una sonrisa melancólica. Aunque se sentía emocionada por regresar a su hogar, una parte de ella deseaba que ese mes hubiera durado para siempre. La suavidad del paisaje, la paz del campo, la compañía de Edward, todo se había sentido como un sueño perfecto. Sin embargo, al regresar debía enfrentarse a su prima Isadora, quien debe estar deseosa de arruinar su felicidad.
Edward la observaba de reojo, disfrutando de la tranquilidad del momento. Extendió su mano hacia ella, y Clarissa la tomó con una sonrisa que iluminó su rostro.
—Este lugar siempre será nuestro refugio, mi amor —dijo él, suavemente—. Pero, no importa dónde vayamos, siempre será más especial si tú estás a mi lado.
Clarissa lo miró, sintiendo cómo su corazón latía más rápido con cada palabra que él pronunciaba. Cada día se preguntaba cómo había sido tan ciega y estúpida en su vida anterior. Lo hizo sufrir tanto por personas que no valían ni valen un centavo.
—Lo es, Edward. Gracias por cada día que me has dado aquí. Es perfecto.
Ambos compartieron una sonrisa cómplice mientras el carruaje seguía su camino hacia Hertfordshire. Sin embargo, lejos de su tranquila felicidad, Isadora, quien había permanecido en la mansión, estaba tramando algo siniestro, sus pensamientos oscilando entre la rabia y la venganza.
En la oscuridad de la tarde, mientras las sombras se alargaban, Isadora se reunió con el Barón de Ravenswood en un salón apartado, donde las cortinas rojas caían pesadamente, sumiendo la habitación en una penumbra inquietante. La chispa de sus ojos brillaba con malicia, y sus labios se curvaban en una sonrisa astuta.
—El plan que intentamos no ha funcionado, Barón —dijo Isadora, su voz tensa, pero llena de una determinación peligrosa—. Clarissa ha escapado a nuestra jugada, pero hay otras formas de conseguir lo que quiero.
El Barón la miró, levantando una ceja, intrigado por lo que ella proponía.
—¿Qué tienes en mente, Isadora? —preguntó, su voz grave y cautelosa.
Isadora se levantó de su asiento, caminando hacia una mesa donde descansaban cartas, documentos y un mapa de la mansión. Señaló la zona del jardín, donde solían organizarse los eventos familiares.
—Sabes que Edward y Clarissa regresan de su luna de miel en pocos días —continuó, sus ojos llenos de veneno—. Sería la ocasión perfecta para actuar. La duquesa viuda y su madre siempre organizan una fiesta de recibimiento después de un viaje largo, y allí será el momento ideal.
El Barón asintió lentamente, comenzando a comprender la astucia de Isadora.
—¿Y qué quieres que haga exactamente? —preguntó, sin ocultar su duda, aunque dispuesto a seguir su plan si eso significaba conseguir sus propios objetivos.
—Necesito que seduzcas a Clarissa —dijo Isadora con voz firme, su mirada penetrante—. Si logras que Edward la vea en una situación comprometedora, él no tendrá más opción que dejarla. Si ella cede a tus avances, todo estará perdido para ella, y así recuperaremos lo que me pertenece.
El Barón de Ravenswood, un hombre de reputación algo dudosa, sonrió maliciosamente.
—No es una tarea difícil —dijo con arrogancia—. Puedo hacer que Clarissa se rinda sin esfuerzo. Si me dejo llevar, ella caerá. Y cuando Edward la vea en mis brazos, no habrá vuelta atrás.
Isadora lo miró fijamente, casi con una devoción macabra.
—Debemos esperar hasta que ellos regresen de su luna de miel —dijo ella, sus ojos brillando con una luz siniestra—. La fiesta de recibimiento será la ocasión perfecta. Nadie sospechará nada. Y cuando todo termine, Clarissa no será más que un recuerdo para Edward. Él nunca se lo perdonará.
El Barón sonrió ante la idea, pero algo en su interior, algo que rozaba la duda, se retorcía. Sin embargo, el deseo de venganza y la promesa de una recompensa más grande lo empujaron a aceptar.
—Lo haré, Isadora. Confía en mí.
El carruaje de los Duques de Hertfordshire finalmente llegó a la mansión, y mientras el sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo de tonos dorados y rosados, Edward y Clarissa se miraron con satisfacción. Habían pasado un mes maravilloso, y aunque estaban felices de regresar a casa, sabían que la calma solo era temporal. El regreso a la rutina sería inevitable, pero nada podría empañar los recuerdos que habían creado juntos.
En el vestíbulo, los sirvientes se apresuraron a recibirlos con sonrisas de bienvenida, mientras Edward y Clarissa intercambiaban miradas cómplices, su amor siendo evidente para todos los presentes.
Sin embargo, entre las sombras, los planes de Isadora comenzaban a tomar forma. Ella estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario para separarlos, y con la complicidad del Barón de Ravenswood, nada la detendría. La fiesta de bienvenida que estaban preparando para Edward y Clarissa sería solo el inicio de su venganza, un evento que podría cambiar el destino de todos los involucrados.
Mientras tanto, Edward y Clarissa disfrutaban de su regreso, sin sospechar lo que les esperaba. El futuro estaba lleno de incertidumbre, pero una cosa era segura: el amor que compartían sería puesto a prueba de formas que jamás imaginaron.
...
La mañana después de su regreso a Hertfordshire, Clarissa y Edward se despertaron temprano, disfrutando de la paz que traía la mansión. Después de semanas de estar fuera, rodeados de nuevos recuerdos, la tranquilidad del hogar les ofreció un consuelo que no tenían en otro lugar. Sin embargo, mientras desayunaban, el ambiente de la mansión se llenó de actividad cuando la madre y la abuela de Edward hicieron su aparición en el salón principal. Ambas mujeres entraron con una determinación clara en sus rostros, y las sonrisas que llevaban eran más de lo que parecía.
—Queridos —dijo la madre de Edward, con un brillo en sus ojos—, hemos decidido preparar una fiesta de bienvenida para ustedes.
Clarissa y Edward intercambiaron una mirada, sorprendidos por la propuesta.
—No es necesario, madre —respondió Edward, levantando una mano en señal de cortesía—. Apenas hemos regresado, y preferimos pasar un tiempo más tranquilo antes de cualquier evento.
La abuela de Edward, siempre tan vivaz y decidida, no pareció inmutarse ante la sugerencia.
—¡Nada de eso! —exclamó con una sonrisa burlona—. Es una tradición, querido. Después de todo, uno no regresa de su luna de miel para permanecer en la oscuridad. El recibimiento será de lo más adecuado, y Clarissa merece ser celebrada como nuestra nueva duquesa.
Clarissa, aunque agradecida por la atención, intentó suavizar la situación.
—Es muy amable, pero realmente no es necesario una fiesta. Podríamos disfrutar de algo más íntimo, solo los familiares cercanos...
Pero las dos mujeres, con una firmeza inquebrantable, no estaban dispuestas a ceder. La abuela levantó una mano, como si ya hubiera resuelto todo.
—Nada de eso, querida. Este es un evento importante. Y ya que está decidido, será mejor que estemos todos de acuerdo. Después de todo, no estamos solo celebrando tu regreso, sino el futuro brillante que tiene la familia Hertfordshire.
Con una sonrisa algo forzada, Clarissa asintió, sabiendo que cualquier intento de persuadirlas no sería eficaz.
—Bueno, supongo que, si es tan importante para ustedes, aceptamos —dijo, mirando a Edward, quien también cedió ante la insistencia de su madre y su abuela.
Al día siguiente, Clarissa decidió ir a la casa de sus padres para saludarlos y llevarles la invitación formal para la fiesta. El aire estaba fresco, y la campiña parecía aún más vibrante a medida que avanzaba en el carruaje. Mientras viajaba, su mente giraba sobre las diferentes emociones que había experimentado durante su luna de miel. Estaba feliz, pero también algo inquieta, especialmente por el hecho de que Isadora parecía siempre estar al acecho.
Cuando llegó a la casa de sus padres, fue recibida con la calidez que siempre encontraba allí. Sus padres, el señor y la señora Montgomery, la abrazaron con afecto. La habitación estaba llena de flores frescas, y la atmósfera era cálida y acogedora. Sin embargo, Clarissa pronto se dio cuenta de que la visita no sería tan tranquila como esperaba.
Al poco tiempo de llegar, su prima Isadora, quien había estado visitando a sus padres, apareció en la sala. Clarissa la notó de inmediato, y aunque Isadora intentó mantener una actitud cordial, los ojos de la joven estaban llenos de una amargura silenciosa. Se levantó y se acercó a Clarissa, pero su tono era cortante.
—Así que, ¿regresaste tan pronto de tu "luna de miel"? —comentó Isadora, soltando la frase con un tono sarcástico—. Qué conveniente que ya hayas regresado para participar en la fiesta de bienvenida que tanto te importa. Me imagino lo mucho que debes estar disfrutando este matrimonio de "ensueño".
Clarissa sintió una punzada de incomodidad, pero decidió mantenerse serena.
—Lo disfrutamos mucho, Isadora —respondió con calma—. Y el regreso fue una bendición. Gracias por preguntar.
Isadora no pareció satisfecha con la respuesta y dejó escapar una risa entre dientes, como si el sarcasmo fuera su único consuelo. Clarissa intentó ignorar el veneno en sus palabras, entregando la invitación a sus padres y continuando con la conversación. Pero antes de marcharse, Isadora la miró de nuevo con una sonrisa forzada.
Te lo advierto, prima, las cosas no siempre son lo que parecen. No todo es tan sencillo como una fiesta de bienvenida, y no todos tienen la suerte de casarse con alguien que... te elige realmente.
Clarissa, sintiendo cómo las palabras de Isadora se clavaban como cuchillos, forzó una sonrisa.
—Te aseguro que no necesito consejos, Isadora. Este matrimonio es exactamente lo que quiero.
Con esa última frase, Clarissa se dio la vuelta, dispuesta a marcharse. Sin embargo, al entrar a la biblioteca para despedirse de sus padres, la conversación tomó un giro diferente.
El señor Sinclair, siempre el hombre de pocas palabras, la miró con una expresión seria.
—Clarissa, querida, hay algo que debes saber sobre Isadora —dijo él, su voz baja, casi preocupada—. No me gusta cómo se está comportando últimamente. Nos ha visitado varias veces, y en cada ocasión ha estado más amargada que nunca. La escuchamos hablar con resentimiento, y hoy no fue diferente.
La señora Sinclair, visiblemente preocupada, agregó:
—Tu prima está enfadada. Hemos oído que está esperando un bebé, pero está molesta porque siente que le has "usurpado" todo lo que ella creía que le correspondía. Este matrimonio, aunque no sea por amor, la ha dejado marcada. Tememos que esté actuando por envidia, Clarissa.
Clarissa sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. La preocupación por Isadora había estado en su mente, pero no había considerado que sus padres se apercibieran de la actitud de su prima.
—Lo tendré en cuenta, madre —dijo con un suspiro, mirando al suelo mientras la inquietud se asentaba en su pecho—. ¿Qué debo hacer al respecto?
Su madre se acercó y le tomó las manos, acariciándolas con suavidad.
—Solo ten cuidado, querida. No sabemos hasta dónde puede llegar su resentimiento. Su actitud no es normal. Mantente alerta, y si necesitas hablar con nosotros, siempre estaremos aquí.
Clarissa asintió, agradecida por el apoyo de sus padres, pero al mismo tiempo preocupada por las intenciones de su prima. La cual estaba actuando de manera impulsa. Una cosa estaba clara: las tensiones familiares que se habían intensificado antes del matrimonio, ahora parecían estar de nuevo a punto de estallar. Y Clarissa, aunque feliz con su esposo, no podía evitar sentirse atrapada en medio de una maraña de emociones y deseos que no comprendía completamente.
Clarissa respiró profundamente, tratando de calmar el latido frenético de su corazón. Sabía que Isadora no era de las que se rendían fácilmente, y el recuerdo de aquel fatídico incidente en el pasado, cuando su prima había saboteado su reputación y su futuro, además de terminar con su vida, aún la atormentaba. Clarissa podía sentir el peso de aquella amenaza, como una sombra que se cernía sobre la paz que tanto le había costado construir.
Se levantó del sillón de terciopelo y se dirigió hacia la ventana del salón de la casa de sus padres, desde donde pudo ver el carruaje de Edward acercándose por el camino empedrado. El simple hecho de pensar en él le traía algo de calma, pero también la obligaba a enfrentar la cruda realidad: Isadora estaba dispuesta a cualquier cosa para obtener lo que deseaba, y no dudaba en manipular o destruir a quienes se interpusieran en su camino.
"Edward no debe estar en peligro por mi causa", pensó Clarissa, apretando los puños con determinación. Si Isadora había sido capaz de intentar arruinarla una vez, ¿qué le impediría intentar algo peor ahora que los celos y la frustración la habían consumido?
Un ruido en la puerta la sacó de sus pensamientos. La figura alta y elegante de Edward entró en la habitación, con una expresión de cansancio mezclada con dulzura.
—Mi amor —dijo él al verla—, siento haber tardado tanto en llegar a visitar a tus padres. El asunto en el consejo fue más complicado de lo que esperaba.
Clarissa sonrió, pero sus ojos lo estudiaron con cuidado, buscando cualquier señal de que algo pudiera estar mal. Se acercó a él, colocó una mano en su pecho y otra en su mejilla.
—Tranquilo, cariño. Mis padres te han estado esperando pacientes. Edward, debes tener cuidado.
Soltó sin más haciendo que el duque la mirara con curiosidad y preocupación.
—¿A qué te refieres?
Clarissa vaciló por un momento, preguntándose si debía compartir sus temores con él. Pero la imagen de Isadora, con su mirada fría y calculadora, apareció en su mente, empujándola a hablar.
—Isadora... Ella no ha cambiado, Edward. Estoy segura de que trama algo. Lo sé.
Edward suspiró, acariciando el rostro de Clarissa con ternura.
—No permitiré que nadie te haga daño, Clarissa. Isadora puede intentarlo, pero no estás sola en esto.
Ella asintió, pero una parte de su corazón seguía intranquila. La batalla no era solo contra su prima, sino también contra los secretos y rencores que seguían latentes en la familia.
Mientras Edward la abrazaba, Clarissa supo que tendría que mantenerse vigilante. Isadora era como una tormenta al acecho, y aunque por ahora el cielo parecía despejado, Clarissa podía sentir el aire cargado, anunciando que lo peor estaba por llegar.
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