Capítulo XVI
En la casa de los Sinclair, el bullicio de la tarde fue interrumpido por la llegada de un mensajero que traía un paquete de cartas cuidadosamente lacradas. Clarissa, sentada en un rincón del salón con un libro en las manos, levantó la vista al escuchar a la doncella anunciar las invitaciones. Isadora, su prima, se adelantó con entusiasmo, recogiendo las cartas y examinando cada sello con curiosidad mal disimulada.
—¡Mira esto! —exclamó Isadora, sosteniendo una carta con un sello imponente. —Es de la duquesa viuda de Ashworth Manor. Nos invita a una tertulia pasado mañana, a la hora del té.
Lady Sinclair, la condesa, dejó su bordado a un lado y se levantó con una sonrisa radiante.
—¡Una invitación de la duquesa viuda! Esto es maravilloso. Será una ocasión perfecta para estrechar lazos con una de las familias más influyentes. Clarissa, querida, debes lucir impecable.
Clarissa asintió con una ligera sonrisa, pero su mente estaba muy lejos del entusiasmo de su madre. En su vida anterior, esa tertulia nunca había ocurrido, o al menos no para ella. Recordaba con claridad cómo las damas de Ashworth la habían despreciado, protegiendo con ferocidad al duque de cualquier relación que pudiera traerle tristeza o deshonra. Pero ahora, esta oportunidad se presentaba ante ella como una ventana inesperada. Si lograba ganarse el aprecio de Lady Victoria, la duquesa viuda y de su madre, Lady Isabel, la abuela del duque, quizás podría evitar los conflictos que tanto daño le habían hecho en el pasado.
—Será importante, — pensó, — mostrarles que mis intenciones son sinceras y que no soy una amenaza para la felicidad del duque. —Pero, aunque sus pensamientos estaban llenos de estrategia y cautela, su corazón latía con una mezcla de nerviosismo y esperanza. De esto dependía su futuro, el del duque y su amado Ethan.
Isadora, mientras tanto, se acercó a la ventana, sosteniendo la invitación como si fuera un trofeo. —Clarissa, querida prima, — dijo con una sonrisa afilada, —espero que estés lista para esto. La duquesa viuda y su madre tienen un ojo exigente. Ganarse su favor no será tarea fácil.
Clarissa mantuvo la compostura, devolviendo la mirada con calma. —Lo sé, Isadora. Pero creo que, si somos auténticas, no habrá motivo para preocuparnos.
Isadora soltó una pequeña risa, volviendo a mirar por la ventana.
Tal vez. Pero nunca está de más esforzarse un poco más de lo necesario, ¿verdad? Una buena impresión puede abrir muchas puertas. — En su interior, ya estaba elaborando su propio plan para brillar en la tertulia. Si lograba captar la atención y el favor de las damas de Ashworth, podría adelantarse a Clarissa en cualquier interés que el duque pudiera tener en ella.
Lady Sinclair, ajena al duelo de pensamientos entre las jóvenes, continuó hablando con alegría. —Oh, qué emocionante. Las dos deberán elegir sus mejores vestidos. Y Clarissa, querida, asegúrate de que tu comportamiento sea impecable. Las damas de Ashworth son mujeres de criterio elevado. Será un honor si logras su aprecio.
Clarissa asintió, agradecida por la oportunidad que esta vez no planeaba desperdiciar. Mientras tanto, Isadora sonreía para sí misma, convencida de que sería ella quien se llevaría los elogios. La competencia silenciosa entre ambas primas seguía su curso, y la tertulia en Ashworth Manor prometía ser mucho más que una simple reunión a la hora del té.
...
En Ashworth Manor, el bullicio de los preparativos para la tertulia llenaba el aire. La madre del duque de Hertfordshire, supervisaba cada detalle con entusiasmo, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Las mesas en el salón principal estaban adornadas con arreglos de flores frescas y manteles de encaje, y las porcelanas más finas habían sido dispuestas con precisión. El aroma del té recién preparado se mezclaba con el de los pasteles y scones horneados esa misma mañana.
—Espero que esta joven sea tan encantadora como dice mi hijo, — comentó la duquesa viuda a su madre, la matriarca de la familia, mientras observaban a los sirvientes organizar los últimos detalles.
La anciana, conocida por su mirada aguda y su carácter firme, se acomodó en su sillón favorito, sosteniendo un bastón tallado con elegancia.
—Encantadora o no, nuestra tarea es asegurarnos de que sea digna de él. El amor no basta para una unión exitosa, querida. Yo observaré como un halcón cada uno de sus modales, palabras y miradas. No permitiré que alguien sin valores claros y un corazón puro entre en esta familia.
Lady Victoria sonrió ligeramente, acostumbrada al carácter incisivo de su madre. — Confío en que Clarissa sabrá ganarse tu aprobación. Mi intuición me dice que es una joven especial.
Mientras tanto, el duque, ajeno a los preparativos, estaba en su despacho ocupado con asuntos de la finca. Aunque le habría gustado asistir al inicio de la tertulia, confió en que su madre y su abuela manejarían todo a la perfección.
Cuando las damas comenzaron a llegar, el salón se llenó de murmullos y risas discretas. Clarissa, acompañada de su madre Lady Sinclair e Isadora, entró al majestuoso salón con gracia. Su porte sereno y su sonrisa medida no pasaron desapercibidos. Lady Victoria se acercó a saludarlas con calidez, mientras la abuela observaba desde su lugar, evaluando cada detalle de la joven con ojos críticos.
Las horas avanzaron con charlas animadas y tazas de té intercambiadas. Sin embargo, el interés de las anfitrionas por Clarissa se hizo evidente. La abuela, tras un tiempo prudente, se levantó con elegancia y se dirigió hacia la joven.
—Clarissa, querida, —dijo con una sonrisa que no revelaba del todo sus intenciones, —Perdona que te tutee, ¿me acompañarías al jardín? Quiero mostrarte mi rosedal favorito. El aire fresco siempre mejora las conversaciones.
Clarissa aceptó de inmediato, sintiendo en su interior que este momento era una prueba. Caminó junto a la anciana hacia el jardín, que se extendía en un espectáculo de colores y aromas. El rosedal era majestuoso, con arcos cubiertos de rosales trepadores y bancas de hierro forjado bajo la sombra de altos árboles. En su vida anterior vivía tan amargada que ni siquiera aprovecho este espectáculo.
—Estas rosas, —comentó la abuela, acariciando un pétalo con sus dedos enguantados, —son el reflejo de cuánto amor y cuidado requiere lo bello. ¿Qué piensas tú, Clarissa? ¿Cuál es tu visión de la vida? ¿Qué sueños o ideales guardas en tu corazón?
Clarissa, consciente de la profundidad de la pregunta, respondió con serenidad. —Creo que la vida, al igual que este jardín, florece cuando se nutre con paciencia y dedicación. Mi mayor ideal es vivir con propósito, apoyando a quienes amo y contribuyendo a algo más grande que yo misma. No hay mayor satisfacción que ver que nuestros esfuerzos generan frutos duraderos.
La abuela la miró con interés, haciendo una pausa antes de continuar.
—Interesante perspectiva, mi querida. Pero dime, si la vida te bendijera con un hogar propio, ¿cómo lo imaginarías? ¿Y cuántos hijos desearías tener?
Clarissa respiró hondo, sintiendo que cada palabra debía ser medida. —Mi mayor deseo sería construir un hogar donde reine el amor, el respeto y la unión. En cuanto a los hijos, creo que el número adecuado es el que permita criarlos con toda la atención y cuidado que merecen. Dos o tres, quizás. Pero más que la cantidad, creo que lo importante es que cada uno crezca sintiéndose valorado y amado.
La abuela asintió lentamente, con un destello de aprobación en su mirada.
—Una respuesta prudente y sensata. Me alegra saber que no solo piensas en el ahora, sino también en el futuro. Ese es un rasgo admirable.
El paseo concluyó con una conversación amena sobre las rosas y el significado de sus colores. Cuando regresaron al salón, la abuela tenía una expresión más relajada, y una chispa de respeto brillaba en sus ojos al mirar a Clarissa. Aunque no lo expresó en palabras, estaba claro que la joven había pasado la prueba con éxito.
La tertulia continuaba en Ashworth Manor con el aire vibrante de las conversaciones y las melodías del piano que Clarissa había tocado minutos antes. Su interpretación había sido magistral, ganándose no solo los aplausos de los presentes, sino también la admiración de Lady Victoria y su madre Isabel. Isadora, en cambio, había intentado entablar varias conversaciones con las damas, mostrándose interesada en temas de moda y eventos sociales, pero sus esfuerzos pasaron desapercibidos frente a la gracia natural de Clarissa, quien se movía por el salón como si perteneciera a él.
En un momento, la viuda duquesa se acercó a Clarissa con una sonrisa cálida. —Querida, acompáñame a la biblioteca. Hay algo que me gustaría mostrarte.
Clarissa, siempre cortés, aceptó de inmediato y siguió a la dama hacia la majestuosa biblioteca de Ashworth Manor. Era una habitación impresionante, con estanterías que llegaban hasta el techo, repletas de libros encuadernados en cuero, y una atmósfera tranquila que invitaba a la reflexión.
—Espérame aquí un momento, — dijo la viuda duquesa. —Hay algo que debo atender, pero no tardaré. —Con una sonrisa significativa, dejó a Clarissa sola en la biblioteca.
En realidad, victoria no tenía ningún asunto urgente que atender. Caminó directamente al despacho de su hijo, el duque, quien estaba revisando unos documentos. Entró sin llamar, como solía hacer, y se plantó frente a él con una expresión decidida.
—Edward, —dijo, usando su nombre de pila, —ve a la biblioteca ahora mismo. La señorita Clarissa está ahí, y creo que es hora de que hables con ella. Estoy convencida de que es una joven digna de formar una familia contigo.
El duque levantó la vista, sorprendido, pero intrigado. —¿Tú lo crees, madre?
—Más que eso. Estoy segura. Pero debes averiguarlo por ti mismo.
Con un suspiro, pero también con una leve sonrisa, el duque se levantó y se dirigió a la biblioteca no sin antes abrazar a su madre. Al entrar, encontró a Clarissa de pie junto a una de las estanterías, admirando los lomos de los libros antiguos. Al oír la puerta, se giró y lo vio con una mezcla de sorpresa y timidez.
—Edward, —dijo, haciendo una ligera reverencia. —No esperaba verte aquí.
—Y yo no esperaba encontrarme contigo de este modo, —respondió él, acercándose. —Pero creo que el destino o, más bien, mi madre, ha decidido que es el momento adecuado.
Clarissa sonrió con suavidad, bajando la mirada. —¿Qué desea de mí, mi lord?
El duque tomó aire, sus ojos fijos en los de ella, amando su mirada picara. —Clarissa, desde que te conocí, he sentido que hay algo especial en ti. Quiero pedir permiso para cortejarte. Pero no podría hacerlo sin saber antes si compartes algún interés en mí.
Ella lo miró fijamente, su corazón latiendo con fuerza. —Creo, mi lord, que esa no es una pregunta que deba hacerme. Es a mi padre a quien corresponde dar su consentimiento.
—Lo sé, —respondió él con seriedad. —Y mañana mismo hablaré con él. Pero antes de hacerlo, necesito saber que tu corazón está, al menos en parte, abierto a la posibilidad.
Clarissa dudó por un instante, pero luego dio un paso adelante y, con un rubor intenso en sus mejillas, se inclinó para darle un beso casto en la mejilla. Ya que no quería asustarlo, y que pensara mal de ella, además ya se estaba atreviendo demasiado con este beso. —Creo que eso responde tu pregunta, Edward.
El duque sonrió, tocándose la mejilla donde había recibido el beso. —Es más de lo que podría haber esperado. Mañana iré a hablar con tu padre, y espero que me conceda la oportunidad de demostrar que soy digno de ti.
Espero que lo haga—, respondió ella, con una sonrisa que iluminó la habitación. —Pero, hasta entonces, confío en que será paciente. —comunicó, ya que no quería que pensara que era una furcia.
El duque inclinó la cabeza, su expresión suavizada por la alegría. —Por ti, Clarissa, puedo ser el hombre más paciente del mundo.
Cuando se despidieron, el corazón de Clarissa latía con fuerza, sabiendo que había dado un paso crucial hacia un futuro que podría ser muy diferente de lo que había vivido antes.
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