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Capítulo X



El anuncio del baile anual ofrecido por el Duque de Blackwood resonó como un evento imperdible en todos los rincones de la región. Para las jóvenes debutantes, era la oportunidad de entrar oficialmente en la alta sociedad británica. Para Clarissa e Isadora, este evento no solo marcaba el inicio de su vida social, sino que también era un campo de juego donde las ambiciones, los secretos y las intrigas podrían manifestarse.

En Sinclair Manor, los preparativos alcanzaron un ritmo febril. Madame Dubois, reconocida como la modista más prestigiosa de la región, dedicó todo su talento a confeccionar los vestidos que las jóvenes lucirían. Se traslado a la mansión para poder hacer los arreglos necesarios de los vestidos. En el taller improvisado en una de las habitaciones del ala oeste, los susurros de las costureras y el crujir de las telas llenaban el ambiente.

Clarissa había trabajado discretamente con Madame Dubois para transformar su diseño secreto en realidad. El vestido que había imaginado era un traje de seda color lavanda, suave y etéreo. La tela tenía un brillo sutil, como el de la luz de la luna. El corsé, ajustado al cuerpo, estaba bordado con finos hilos de plata, y la falda, de capas ligeras y vaporosas, caía con gracia hasta el suelo. En el escote, había detalles de encaje con flores de cristal que aportaban un toque de frescura y modernidad, mientras que los bordes de la falda estaban adornados con finos bordados de hilos de oro, creando un contraste delicado, pero llamativo.

Madame Dubois había quedado fascinada con el diseño, ya que veía en él una belleza etérea, elegante, pero diferente a los vestidos tradicionales. Era un claro reflejo de la nueva vida que Clarissa había decidido llevar, una vida más audaz y menos atada a las normas. Clarissa explicó con cautela sus ideas sobre cómo quería que su diseño se sintiera fresco y moderno, pero al mismo tiempo digno de la alta sociedad.

Sin embargo, para todos los demás el vestido de seda color marfil, con un escote modesto y mangas de encaje bordado, que estaba adornado con delicadas perlas que brillaban como estrellas era el que todos creían sería el de su debut. Aunque parecía un diseño sencillo, tenía una elegancia atemporal que evocaba pureza y sofisticación.

Por otro lado, Isadora había elegido un vestido en tono verde jade, con un corpiño ajustado y una falda amplia que resaltaba su figura. A primera vista, el vestido era encantador, pero los pequeños ajustes sutiles realizados por Madame Dubois hacían que, en lugar de resaltar, la prenda luciera algo rígida, casi incómoda. Isadora, sin sospechar nada, confiaba plenamente en que su atuendo sería el más destacado de la velada.

Los días previos al baile estuvieron marcados por una atmósfera de expectativa, pero también de tensión. Clarissa notaba el comportamiento reservado de Isadora. A pesar de que la joven intentaba ocultarlo, sus gestos delataban una mezcla de ansiedad y algo más profundo: resentimiento.

Una tarde, mientras paseaban juntas por los jardines, Clarissa decidió abordar el tema directamente. Recordando cómo en su vida pasada había abierto su corazón con su prima por la posición de víctima que siempre tomaba, sabía que el momento adecuado para hablar había llegado.

—Isadora, últimamente te noto distraída. ¿Te ocurre algo? —preguntó con suavidad, intentando sonar despreocupada, aunque en el fondo su intuición le decía que algo más estaba ocurriendo.

Isadora mantuvo la vista fija en las flores, evitando la mirada de su prima. Con un suspiro, contestó:

—No es nada, Clarissa. Solo estoy un poco cansada por los preparativos.

Clarissa, decidida a no dejar que su prima se escondiera detrás de evasivas, se detuvo y colocó una mano en el brazo de Isadora, obligándola a mirarla.

—No me mientas. Puedes confiar en mí —dijo, su tono suave pero firme, transmitiendo una mezcla de cariño y comprensión.

Isadora suspiró nuevamente, y tras un breve silencio, finalmente confesó:

—A veces siento que, por mucho que lo intente, siempre estaré a la sombra de los Sinclair. No importa cuánto me esfuerce, siempre seré vista como la prima, la que está al margen.

Clarissa la observó fijamente, con una mirada que destilaba comprensión. Esta vez no habló desde la tristeza ni la compasión, sino con una firmeza tranquila que sorprendió a Isadora.

—Eso no es cierto, Isadora —dijo, tomando las manos de su prima entre las suyas—. Eres mucho más que eso. Eres talentosa, inteligente y hermosa. No necesitas competir con nadie para brillar. La verdad es que, a veces, las sombras no son tan terribles como parecen, porque hay quienes prefieren elegirlas.

Isadora la miró, sorprendida por la fuerza de sus palabras. Clarissa continuó, su tono aún suave, pero más decidido:

—No se trata de competir con los Sinclair, ni de estar a la altura de un nombre. Se trata de ser tú misma. El mundo está lleno de luces y sombras, y lo que importa no es cómo nos ven, sino cómo decidimos brillar. Tú, Isadora, tienes más que suficiente para hacerlo a tu manera, en tu propio tiempo. Y créeme, nadie puede opacar esa luz.

Las palabras de Clarissa, sinceras y con una certeza tranquila, dejaron una marca en Isadora. Por un momento, la joven se sintió a la vez reconfortada y desarmada. No era la primera vez que alguien le hablaba sobre su valor, pero la forma en que Clarissa lo decía era diferente. No se sentía como una exhortación vacía, sino como una verdad que, aunque difícil de aceptar, comenzaba a calar en su interior. Pero en su obstinación y orgullo pensó que Clarissa solo quería ganar su favor.

—Gracias, Clarissa —dijo, sus ojos llenos de una rabia contenida.

Clarissa sonrió, satisfecha de haber logrado que su prima al menos comenzara a ver las cosas desde otra perspectiva. Mientras retomaban su paseo por los jardines, Clarissa sentía que había dado el primer paso para ayudar a Isadora a descubrir que, al final, la única competencia real era con una misma. Aunque por su mirada intuía que sería difícil romper esa coraza, que ya su alma esta podrida.

Mientras tanto, el juego de intrigas continuaba en Sinclair Manor. La aceptación de Elara como nueva doncella de Clarissa había sido un golpe maestro en el tablero de Isadora. Sin embargo, lo que ella no sabía era que Elara estaba completamente al tanto de sus intenciones y que, por órdenes de Clarissa, actuaba como su aliada encubierta.

Elara, obedeciendo las instrucciones de Clarissa, mantenía la apariencia de seguir las órdenes de Isadora, pero cada conversación y cada plan eran reportados fielmente a su nueva señora.

La antigua doncella de Clarissa, Maya, también desempeñaba un papel crucial. Aunque había sido asignada a Isadora, seguía fiel a Clarissa y aprovechaba cada oportunidad para revelar las pequeñas manipulaciones de su nueva ama.

El día antes del baile, la condesa decidió invitar a sus hijas a un almuerzo en la ciudad para relajarse después de los días de arduos preparativos.

—Será un momento agradable para distraernos —dijo la condesa mientras supervisaba la disposición del carruaje.

Isadora, sin embargo, declinó la invitación nueva vez con una sonrisa educada.

—Gracias, tía, pero debo regresar a la casa. Tengo asuntos que atender.

La condesa aceptó la excusa sin mayor insistencia, mientras Clarissa, conocedora de las verdaderas intenciones de su prima, ocultó su suspicacia detrás de una sonrisa impecable.

Madre e hija disfrutaron de una tarde tranquila, llena de pláticas amenas que fortalecieron su vínculo. Por primera vez en mucho tiempo, Clarissa sintió un momento de paz, aunque sabía que las sombras de Isadora acechaban en el trasfondo.

Mientras tanto, en Sinclair Manor, Isadora convocó a Elara a su habitación. La joven doncella llegó con una mezcla de nerviosismo y obediencia, sabiendo que en esa ocasión debía cumplir con las expectativas de la señorita. Al ver a Elara, Isadora no tardó en comenzar a hablar con tono firme y calculador, asegurándose de que cada palabra dejara clara su intención.

—Elara, necesito que todo salga perfecto mañana —dijo Isadora, su mirada fija en el rostro de la doncella—. Asegúrate de que mi vestido esté impecable y, sobre todo, que Clarissa no se lleve toda la atención. Este es mi momento y no quiero que nada lo empañe.

Elara asintió con rapidez, aparentando obedecer sin cuestionar. Sin embargo, en su interior, cada palabra de Isadora quedaba grabada, lista para ser reportada a Clarissa más tarde, pues sabía que no podía quedar en silencio ante los planes de esa malvada. Pero antes de que pudiera procesar completamente la situación, Isadora continuó.

—También, quiero que viertas un poco de tinta en el vestido de Clarissa —añadió Isadora, con un tono que dejaba claro que no aceptaría un "no" como respuesta. —Sé que puede ser arriesgado, pero si lo haces con cuidado, nadie lo notará. Debes hacerlo con sutileza.

Elara, sorprendida por la petición, vaciló por un momento. No quería ser parte de algo tan malicioso, pero sabía que no podía desobedecerla. Después de todo, Isadora no aceptaba que se le contrariara y la señorita Clarissa estaba de su lado. Sin embargo, su voz temblaba al responder, temerosa de lo que podría venir si la condesa llegaba a descubrir algo.

—Lo haré, mi señora, pero ¿qué debo decirle a la condesa si se da cuenta de la mancha?

Isadora la miró con una sonrisa que denotaba una mezcla de confianza y misterio, como si ya tuviera todo previsto.

—Dile que fue un accidente. Que fue un descuido, algo fuera de tu control —respondió, sin dejar de sonreír. —De todas maneras, Clarissa será la que termine luciendo un vestido dañado. Nadie lo sospechará de ti si lo haces bien.

Al llegar a la mansión, Clarissa fue recibida por Elara, quien, con un rostro algo pálido, le notificó en voz baja lo que había ocurrido en la habitación de Isadora. Clarissa, al escuchar la noticia sobre el plan de su prima, se mantuvo tranquila, pero su mirada revelaba que algo ya se estaba cocinando en su mente. Elara, visiblemente asustada por la gravedad de lo que había escuchado, dudó un momento antes de preguntar con cautela:

—¿Pero, señora, por qué permitirlo? ¿No deberíamos detenerla?

Clarissa la miró con calma, pero sus ojos brillaban con una determinación que Elara no había visto antes.

—Porque hay cosas que a veces deben dejarse suceder, Elara —respondió con suavidad, casi en un susurro. —A veces, permitir que los planes de otros se desenreden por sí solos es lo mejor. La justicia tiene su propio ritmo, y no siempre la debemos forzar.

Elara, aún confusa, asintió lentamente, sintiendo que algo más grande estaba en juego. Clarissa la observó un instante más, antes de alejarse, segura de que el destino estaba comenzando a tejer sus propios hilos, y que no sería ella quien interfiriera en el curso natural de los acontecimientos.

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