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Capítulo VIII


Clarissa descendió del carruaje con elegancia, dejando que la suave brisa de la mañana acariciara su rostro. A su lado, la condesa caminaba con el porte majestuoso que la caracterizaba, dirigiendo su mirada hacia la confitería cercana. A través del escaparate adornado con bordes dorados y cristal pulido, distinguió una figura familiar.

—¡Ahí está Elisabeth! —exclamó la condesa, con una mezcla de sorpresa y alegría. —Hace años que no la veo. Necesito saludarla.

Clarissa siguió la mirada de su madre y asintió con una sonrisa ligera. Sabía lo importante que era para la condesa reencontrarse con viejas amistades, aunque aquello no estaba en sus planes, claramente le convenia para lo que quería hacer.

Por supuesto, madre —respondió con suavidad. —Visítela y disfrute de la conversación. Yo puedo ocuparme de hablar con Madame Dubois mientras tanto. Nos encontraremos en la boutique en breve.

—Aun no ha llegado tu prima, es muy extraño.

—Tranquila ella no se perdería esta cita, por ningún motivo.

La condesa, aunque con algo de reticencia inicial, terminó cediendo ante el entusiasmo. Con un asentimiento decidido, se dirigió hacia la confitería mientras Clarissa permanecía sola frente a la entrada de la boutique.

Mientras ajustaba el broche de su capa y se disponía a entrar, sintió un impacto repentino. Un hombre, que parecía venir con prisa, chocó ligeramente contra ella, haciendo que se tambaleara. Antes de que pudiera reaccionar del todo, unas manos firmes pero delicadas la sujetaron para estabilizarla.

—Perdone, señorita. No pretendía ser tan torpe —dijo el hombre, con una voz grave y rica que parecía acariciar cada palabra.

Clarissa levantó la mirada, y su corazón dio un vuelco. Ante ella estaba un hombre de porte imponente, alto y de hombros anchos, con un rostro que parecía esculpido por manos divinas. Su cabello castaño claro estaba perfectamente peinado, y sus ojos, de un azul intenso, la observaron con una mezcla de sorpresa y fascinación. Había algo en él, algo profundamente magnético que hizo que Clarissa olvidara por un momento dónde estaba. Además, de que no recordaba este incidente en su vida anterior, ¿por qué como olvidar a su exesposo en una situación como esta? O puede ser que haya sucedido y que lo haya olvidado.

—No se preocupe, no ha sido nada —respondió ella finalmente, con una voz que intentaba mantenerse firme, aunque su corazón latía con fuerza.

El hombre esbozó una sonrisa casi imperceptible, pero suficiente para iluminar su semblante. Luego hizo una ligera inclinación de cabeza.

—Soy Edward, el duque de Hertfordshire. Nuevamente, le pido disculpas por mi descuido. Mi prisa no es excusa para mi falta de atención.

Clarissa sintió que el nombre resonaba en su mente como un eco distante. Edward, el duque de Hertfordshire, su futuro esposo. Algo en aquel hombre despertaba en su cuerpo esa sensación de déjà vu, una familiaridad que si no supiera de donde venia no podría ubicar con claridad. Sin embargo, seguía teniendo la corazonada de que aquel encuentro no había sucedido en su vida pasada. O tal vez... ¿lo había olvidado?

—No tiene nada que disculpar, su gracia —dijo finalmente, recuperando algo de su compostura.

Por un instante, los ojos del duque se quedaron fijos en los de Clarissa, como si estuviera intentando descifrar algo en su mirada. Pero pronto pareció recordar las normas sociales y se apartó ligeramente, mostrándose consciente de que Clarissa estaba sola, sin una carabina a la vista.

—No quisiera causarle inconvenientes, señorita. Espero que tenga un día agradable —añadió, con un tono cortés, pero cargado de algo más profundo, algo que parecía quedarse suspendido entre ellos.

Sin esperar una respuesta, Edward hizo una reverencia y se alejó, desapareciendo entre la multitud que transitaba la avenida. Clarissa permaneció inmóvil, observándolo mientras se alejaba. Una mezcla de emociones la invadió. Había algo en ese hombre que la atraía de una forma diferente a la vida anterior, una manera que no podía explicar, y la intensidad del encuentro la dejó sin aliento. Suspiro, recordando que fue descortés al no presentarse, pero su encuentro la dejo obnubilada.

Cuando finalmente logró recomponerse, suspiró y sonrió para sí misma. Había algo emocionante en aquella inesperada conexión, y aunque ya sabía qué papel jugaría el duque de Hertfordshire en su vida, estaba segura de que este no sería su último encuentro.

Con esa emoción latiendo en su pecho, Clarissa se dirigió hacia la boutique. Al entrar, fue recibida por el característico aroma de telas finas y perfumes franceses que llenaban el aire. Las paredes estaban decoradas con espejos de marco dorado y estanterías repletas de rollos de seda, encaje y terciopelo. En el centro de la sala, Madame Dubois, una mujer alta y delgada de porte elegante, la esperaba con una sonrisa profesional.

—Señorita Clarissa —la saludó la modista, inclinando ligeramente la cabeza. —Qué placer tenerla aquí. Espero que esté lista para crear algo digno de su debut.

Clarissa esbozó una sonrisa, todavía algo distraída por el encuentro con el duque, pero decidió concentrarse en el presente.

—Más que lista, Madame Dubois. Confío plenamente en su talento. Estoy segura de que diseñará algo inolvidable.

Un elogio que hizo sonreír a la modista, quien estaba encantada por tan rico modales de la próxima debutante.

Clarissa respiró hondo y, tras unos instantes, dejó que su sonrisa se tornara más genuina. Avanzó unos pasos hacia Madame Dubois, con la determinación dibujada en su mirada.

—Madame Dubois, ¿sería posible que habláramos en privado? —preguntó en voz baja, inclinándose ligeramente hacia la modista.

Madame Dubois arqueó una ceja, sorprendida, pero asintió con elegancia.

—Por supuesto, señorita Clarissa. Acompáñeme a mi despacho.

La modista la condujo a una pequeña habitación adornada con telas de todo tipo, maniquíes a medio vestir y dibujos de vestidos colgados en las paredes. Cerró la puerta detrás de ellas y se volvió hacia Clarissa con una mezcla de curiosidad y profesionalismo.

—¿En qué puedo ayudarle, querida?

Clarissa, cuidando cada palabra, sacó un pequeño cuaderno de su bolso. Era un objeto sencillo, con las esquinas gastadas y algunas marcas en la tapa. Lo abrió con delicadeza, revelando un boceto elaborado con trazos precisos y detallados de un vestido que parecía estar diseñado para una reina.

—Esto es algo que dibujé hace unos días. Me gustaría saber si usted podría darle vida —dijo, alzando el cuaderno para que Madame Dubois lo inspeccionara.

La modista tomó el cuaderno y, al ver el diseño, sus ojos se iluminaron con una mezcla de asombro y admiración. El vestido era una obra de arte: un corsé ajustado con bordados delicados que descendían en cascada hacia una falda amplia, llena de movimiento y elegancia. Era diferente, audaz, y tenía un aire de sofisticación que pocas veces veía incluso en los diseños de las grandes casas de moda de París.

Por su parte, Clarissa había tomado una decisión que le llenaba el corazón de emoción y nerviosismo: dar vida a su sueño de diseñar vestidos que dejaran una marca en la alta sociedad. Sin embargo, sabía que su posición como dama noble limitaba las posibilidades de hacerlo abiertamente. En este mundo regido por estrictas normas de etiqueta, no sería bien visto que una mujer de su rango se involucrara en algo tan mundano como un negocio.

Como un hobbie, sus diseños podrían ser tolerados, incluso admirados, pero Clarissa quería más que eso. Quería que su arte trascendiera las paredes de los salones familiares y llegara a los eventos más importantes, que las damas codiciaran sus creaciones, aunque nunca supieran que eran suyas. Para lograrlo, necesitaba actuar con astucia y discreción.

"Primero, deberán verme a mí," pensó con determinación mientras observaba a Madame Dubois admirar el boceto de su próximo vestido. "Cuando lleve mis diseños y las damas me pregunten quién los creó, mi popularidad comenzará a crecer. Entonces, será solo cuestión de tiempo para que mi nombre, o al menos el que decida usar, se convierta en sinónimo de elegancia."

El plan ya empezaba a formarse en su mente. Haría que Madame Dubois, cuya reputación estaba bien establecida, confeccionara sus diseños más ambiciosos, pero no todos bajo su propio nombre. Algunos llevarían una firma diferente, un seudónimo que nadie pudiera relacionar con Clarissa.

"Tal vez un nombre francés," pensó, dejando que una sonrisa traviesa asomara en sus labios. "Algo que evoque misterio y sofisticación."

El primer paso sería lucir esos diseños en los eventos clave, ganándose la admiración de las damas más influyentes. Después, cuando la curiosidad estuviera en su punto más alto, podría insinuar que conocía a la creadora de esos vestidos, sin revelar nunca que ella misma era quien estaba detrás de las obras.

"Mis vestidos hablarán por mí," se dijo. "Y cuando las damas los deseen, Madame Dubois me ayudará a proyectarlos sin que mi reputación se vea comprometida."

Era un plan arriesgado, pero Clarissa estaba decidida. Esta vez, aprovecharía su talento y su segunda oportunidad para forjar un camino que, en su vida pasada, nunca se atrevió a recorrer. La visión de damas luciendo sus diseños, deseando con fervor una pieza firmada por el misterioso nombre que estaba por crear, la llenaba de entusiasmo.

Esta sería una vida diferente, una vida en la que su arte y su nombre dejarían una huella, aunque solo unos pocos supieran la verdad.

—Esto es... magnífico, señorita Clarissa —susurró Madame Dubois, sin apartar la mirada del dibujo. —No solo es hermoso, es único. Me atrevería a decir que tiene un don para el diseño.

Clarissa sintió un leve rubor en sus mejillas, pero su sonrisa era tranquila.

—Me alegra que lo piense, viniendo de usted es el mejor cumplido que puedo recibir. Sé que es poco convencional que alguien como yo proponga un diseño, pero este vestido significa mucho para mí. Sin embargo, hay algo más que debo pedirle.

Madame Dubois levantó la vista, intrigada.

—¿Qué es, querida?

Clarissa bajó la voz, casi en un susurro.

—Me gustaría que trabajara en este vestido de manera discreta. No quiero que nadie más lo vea hasta el día de mi presentación. Especialmente mi prima Isadora.

Al mencionar el nombre, sus ojos brillaron con una mezcla de cautela y determinación.

—Ella... tiene la costumbre de opinar demasiado sobre mis vestidos y, en ocasiones, arruinar lo que tanto esfuerzo ha costado.

Madame Dubois frunció ligeramente el ceño. No era la primera vez que escuchaba historias sobre jóvenes envidiosas dentro de familias nobles, pero había algo en el tono de Clarissa que la hizo creer cada palabra.

—Entiendo —respondió con calma. Luego, con una sonrisa cómplice, añadió: —Puedo garantizarle que este vestido será su secreto y que, cuando lo lleve, todos quedarán sin palabras. Aunque tendrá que probar un vestido falso delante de sus familiares, para que no haya sospecha.

Clarissa asintió, aliviada.

—Gracias, Madame Dubois. Si necesita hacer alguna modificación, estoy abierta a sugerencias. Pero confío plenamente en su experiencia.

La modista asintió, pero algo en su mirada se endureció cuando mencionó a Isadora. En silencio, decidió que esa joven envidiosa no tendría el protagonismo que claramente deseaba. A su vestido, aunque bonito, le faltaría algo. Y se aseguraría de que los ajustes lo hicieran menos favorecedor para su complexión.

—Haré lo que sea necesario para que todo salga perfecto, señorita Clarissa —dijo finalmente. —Le avisaré cuando pueda venir en secreto para las pruebas. Ahora, salgamos antes de que alguien sospeche.

Cuando ambas regresaron al salón principal, la puerta de la boutique se abrió, y la condesa entró acompañada de Isadora. La joven tenía una sonrisa encantadora, pero sus ojos brillaban con malicia al observar a Clarissa.

—¡Madame Dubois! —exclamó Isadora, alzando la voz con su falso tono amable de siempre. —Espero que tenga algo maravilloso para mí. Después de todo, no puede haber dos debutantes en la familia que destaquen de igual manera. Aunque sé que mi prima se llevara todos los elogios y miradas.

Clarissa apretó los labios dándose cuenta del tono desdeñoso partiendo de la envidia que utiliza su prima, pero antes de que pudiera responder, Madame Dubois tomó la palabra.

—Señorita Isadora, ya tengo algunas ideas para usted. Pero primero, déjeme decir que he diseñado algo perfecto para la señorita Clarissa.

La modista se volvió hacia la condesa y continuó con un entusiasmo genuino:

—El vestido de su hija será una obra maestra. Algo digno de recordar por años.

Clarissa mantuvo una expresión serena, pero por dentro estaba satisfecha. Su plan había comenzado a dar frutos, y aunque el camino todavía era incierto, sentía que esta vez tenía la ventaja. Isadora por su parte estaba disgustada con la modista, otra tonta que había caído bajo el embrujo de su prima.

Madame Dubois asintió con satisfacción y comenzó a desplegar una selección de telas mientras hablaba de las últimas tendencias de la moda. Pero, aunque Clarissa intentaba enfocarse en la conversación de los vestidos, su mente seguía regresando a los ojos intensos del duque de Hertfordshire.

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