Capítulo IX
Después de salir de la boutique de Madame Dubois, la condesa, animada por el éxito de la visita, propuso una pequeña pausa para disfrutar de una comida juntas.
—¿Qué tal si vamos a la confitería del centro? Podríamos relajarnos y disfrutar de un rato entre familia —sugirió con una sonrisa mientras tomaba el brazo de Clarissa e Isadora.
—Me encantaría, madre —respondió Clarissa, agradecida por la oportunidad de pasar tiempo con ella.
Sin embargo, Isadora declinó con una sonrisa cortés.
—Lamento no poder acompañarlas, tía. He recordado que tengo algunos deberes pendientes en casa que no puedo postergar.
La condesa, aunque sorprendida, aceptó la decisión de Isadora con gracia.
—Como prefieras, querida. Pero no trabajes demasiado; debes cuidar tu salud.
—Por supuesto, tía. Disfruten de la tarde —dijo Isadora, inclinándose ligeramente antes de subir a su carruaje.
Mientras tanto, Clarissa y su madre se dirigieron a la confitería, donde pasaron un día encantador. Entre risas y pláticas sinceras, la condesa recordó anécdotas de su juventud, e incluso compartió consejos sobre cómo manejarse en sociedad. Clarissa, aunque disfrutaba de la compañía de su madre, también tomó nota de las lecciones implícitas, preparándose para enfrentarse a los desafíos que vendrían.
Mientras madre e hija disfrutaban de su día, Isadora regresó a Sinclair Manor con un propósito claro. Apenas llegó, envió a buscar a Elara, una joven doncella con rostro amable y modales impecables. La joven llegó al salón, nerviosa pero obediente, preguntándose qué podría querer la señorita de ella.
—Elara, querida, por favor siéntate —dijo Isadora con su tono más meloso, invitándola a una silla cercana. La doncella obedeció, aunque mantenía las manos entrelazadas en su regazo, nerviosa por el inusual trato.
—He notado tu dedicación en estos días, y debo decir que estoy impresionada. Eres una joven trabajadora, con un buen corazón. Imagino que tu familia debe estar muy orgullosa de ti.
Elara esbozó una tímida sonrisa.
—Gracias, señorita. Mis hermanos dependen de mí, así que hago todo lo posible por cumplir con mis deberes.
Isadora ladeó la cabeza, como si estuviera conmovida por las palabras de la doncella. Pero detrás de su sonrisa había un plan calculado.
—¿Sabes, Elara? Mi prima Clarissa necesita a alguien como tú. Alguien que la cuide, que la apoye y que sea discreta con sus necesidades. Creo que podrías ser perfecta para el puesto.
Los ojos de Elara se abrieron con sorpresa.
—¿Señorita Clarissa? Pero yo...
—Escucha, Elara —la interrumpió Isadora, dejando a un lado su tono dulce y adoptando uno más firme—. Sé lo difícil que es cuidar de una familia cuando los recursos son limitados. Yo podría ayudarte, hablaré bien de ti con mi prima y con mi tía. Si te ganas el favor de Clarissa, podrías asegurarte un futuro más cómodo para tus hermanos.
Elara bajó la mirada, insegura, mientras Isadora continuaba.
—Solo necesito que seas leal conmigo. Si haces lo que te pido, yo me aseguraré de que tu posición esté asegurada. Pero, si decides no colaborar, quizá tu situación actual se complique. Sabes que en esta casa las oportunidades no llegan fácilmente.
La joven doncella sintió un nudo en la garganta. Era evidente que Isadora no estaba simplemente ofreciéndole una oportunidad; la estaba manipulando. Pero sus hermanos dependían de ella, y Elara sabía que no podía arriesgarse a perder el trabajo.
—Entendido, señorita Isadora —respondió en voz baja, intentando ocultar el temblor en sus palabras.
Isadora sonrió, satisfecha.
—Sabía que podía confiar en ti. Ahora, debes mostrarte encantadora con Clarissa y con mi tía. Yo te guiaré en cómo ganarte su confianza.
Sin embargo, lo que Isadora no sabía era que alguien había estado escuchando la conversación desde las sombras. Una figura se retiró con cautela antes de que pudiera ser descubierta, llevando consigo la verdad de las intenciones de Isadora.
El destino, una vez más, parecía estar trazando caminos inesperados para todos en la mansión.
Cuando Clarissa y su madre regresaron a Sinclair Manor después de su día juntas, se encontraron con Isadora, quien esperaba en el salón con una expresión serena pero calculada. Después de los saludos de rigor, Isadora se dirigió a la condesa con una sonrisa que pretendía ser inocente.
—Tía, hay algo que me gustaría discutir con usted —comenzó, mirando de reojo a Clarissa.
—¿De qué se trata, querida? —preguntó la condesa, tomando asiento mientras Clarissa observaba a su prima con una mezcla de interés y cautela.
—Es sobre Maya, la doncella. Creo que, con todo el ajetreo de los preparativos, no puede encargarse adecuadamente de ambas. Sé que tiene buena voluntad, pero la carga es demasiada —dijo Isadora con un tono compasivo, pero Clarissa reconoció la manipulación en sus palabras.
La condesa asintió, considerando las palabras de Isadora.
—Es cierto que Maya ha estado trabajando mucho últimamente. Quizás deberíamos considerar asignarle a cada una, una doncella exclusiva.
Isadora pareció iluminarse con la aprobación de su tía.
—Justo eso pensaba, tía. Si no es mucho pedir, me gustaría quedarme con Maya. Nos llevamos muy bien, y creo que sería lo mejor para ambas.
La condesa reflexionó unos instantes antes de asentir.
—De acuerdo, Isadora. Maya puede quedarse contigo. Pero eso significa que debemos encontrar una doncella para Clarissa.
—De hecho, ya había pensado en alguien —respondió Isadora rápidamente, como si hubiera anticipado la oportunidad. —Elara, una joven de la casa, parece ser una excelente opción. Es amable, trabajadora y, además, proviene de una familia humilde. Estoy segura de que sería una gran ayuda para Clarissa.
La condesa sonrió.
—Eso suena razonable. Elara es una joven encantadora y merecería una oportunidad así.
Clarissa fingió estar emocionada ante la idea, inclinando ligeramente la cabeza.
—Gracias, madre. Estoy deseando conocer mejor a Elara.
La condesa dio por cerrado el asunto, contenta de haber resuelto el problema con rapidez. Isadora, por su parte, esbozó una sonrisa triunfal, mientras Clarissa planeaba en silencio su próximo movimiento.
Más tarde, cuando Clarissa salió de la estancia, se encontró con Maya, su antigua doncella, quien aguardaba en el pasillo con una expresión triste y abatida.
—¿Qué ocurre, Maya? —preguntó Clarissa, deteniéndose frente a ella.
Maya bajó la mirada antes de hablar.
—Señorita Clarissa, lamento mucho lo que voy a decir, pero no quiero servir a la señorita Isadora. Ella no es... buena.
Clarissa alzó una ceja, recordando vagamente que Maya había mencionado algo similar en su vida pasada, aunque entonces no había prestado suficiente atención.
—¿Por qué dices eso, Maya?
La doncella suspiró, apretando sus manos nerviosamente.
—La señorita Isadora... siempre encuentra maneras de manipular a quienes están a su alrededor. Hoy, escuché cómo amenazaba a Elara para que la ayudara en sus planes. Le habló de sus hermanos y la hizo sentirse obligada a traicionarla a usted, señorita.
Clarissa mantuvo su rostro sereno, aunque su mente trabajaba rápidamente. Esta era la confirmación que necesitaba para tomar medidas.
—Gracias por confiar en mí, Maya. Prometo que me ocuparé de esto. Mientras tanto, mantente tranquila y actúa como si nada hubiera pasado.
Maya asintió, visiblemente aliviada por las palabras de Clarissa.
Más tarde, Clarissa mandó a buscar a Elara y le solicitó que la acompañara en su habitación. Una vez allí, la doncella cerró la puerta con suavidad y se giró hacia la señorita.
—Elara, tengo algo importante que discutir contigo. Mi madre ha decidido que serás mi nueva doncella. Estoy encantada con la idea, pero necesito asegurarme de que comprendas algo —dijo Clarissa, su tono firme pero amable.
Elara asintió, nerviosa, mientras esperaba que Clarissa continuara.
—Quiero que sigas exactamente las instrucciones de mi madre y que actúes siempre con honestidad y lealtad. Pero, sobre todo, si en algún momento tienes dudas o te sientes presionada por alguien, ven directamente a mí. Siempre encontrarás apoyo en esta habitación.
Clarissa se sentó en su tocador, peinando distraídamente un mechón de su cabello mientras observaba a Elara de reojo. La doncella estaba tensa, su postura rígida delataba el nerviosismo que intentaba ocultar. Clarissa dejó el peine sobre la mesa y giró la silla hacia ella, cruzando las manos en su regazo.
—Elara, hay algo que me intriga profundamente —dijo con un tono tranquilo, aunque cargado de intención.
—¿Sí, señorita? —preguntó Elara, tratando de mantener la compostura.
—Es extraño, ¿no lo crees? Que mi prima Isadora haya insistido tanto en que tú fueras mi nueva doncella. Hasta donde sé, ella no suele llevarse bien con la servidumbre. Y de pronto, parece muy interesada en que trabajes conmigo.
Elara bajó la mirada, sus manos temblando mientras se retorcían la tela de su delantal.
—No lo sé, señorita. Tal vez... quiso ayudarme por mi situación.
Clarissa inclinó la cabeza, estudiando cuidadosamente las expresiones de la joven.
—Quizás. Pero hay algo en todo esto que no me cuadra. ¿Estás segura de que no hay nada más?
Elara negó con la cabeza rápidamente, pero su nerviosismo solo incrementó la suspicacia de Clarissa.
—Elara —dijo Clarissa, suavizando su voz, pero sin perder firmeza—, si hay algo que debas decirme, este es el momento. Puedes confiar en mí.
Elara titubeó, su mente debatiéndose entre la lealtad y el miedo. Finalmente, dejó escapar un suspiro tembloroso.
—Señorita Clarissa, yo... no quería ocultarle nada, pero...
—Habla —insistió Clarissa, manteniendo su mirada fija en la doncella.
Elara tragó saliva y comenzó a hablar, su voz apenas un susurro.
—La señorita Isadora me llamó a su habitación esta tarde. Me habló de mis hermanos, de cuánto dependen de mí... y luego me dijo que debía ganarme su favor. Que debía hacer todo lo que me pidiera, incluso si eso significaba perjudicarla a usted.
Clarissa cerró los ojos un momento, conteniendo la oleada de ira que amenazaba con desbordarse. Su semblante permaneció sereno al abrirlos de nuevo.
—¿Y qué te pidió que hicieras?
—Nada concreto aún —respondió Elara apresuradamente—. Solo me dijo que estuviera atenta a sus movimientos, que la mantuviera informada de todo lo que hiciera y que no le contara nada a usted.
Clarissa asintió lentamente, como si estuviera procesando cada palabra con cuidado. Después, sonrió levemente, aunque la sonrisa no llegó a sus ojos.
—Gracias por decírmelo, Elara. Ahora escúchame con atención. Harás exactamente lo que Isadora te ha pedido. Déjala creer que estás de su lado. Sé amable, sé diligente, y asegúrate de que confíe en ti.
Elara la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Quiere que... que la traicione?
—No, Elara —respondió Clarissa con suavidad, poniéndose de pie y acercándose a ella—. Quiero que juegues el papel que Isadora espera. Pero cada vez que te pida algo, me lo contarás de inmediato. ¿Entendido?
La joven doncella titubeó por un momento, pero al ver la determinación en los ojos de Clarissa, finalmente asintió.
—Sí, señorita. Haré lo que usted diga.
Clarissa le colocó una mano en el hombro, su gesto reconfortante.
—Todo estará bien, Elara. Confío en ti.
Elara bajó la mirada, sintiendo la calidez de las palabras de Clarissa.
—Gracias, señorita. Haré todo lo posible por cumplir con mis deberes y ganarme su confianza.
Clarissa sonrió levemente y asintió.
—Eso es todo lo que necesito. Ahora ve a buscar a Maya y tráela aquí. Quiero hablar con ella antes de que se haga efectiva su asignación a mi prima.
Elara asintió de nuevo, sintiéndose un poco más tranquila. Hizo una pequeña reverencia antes de salir de la habitación. Clarissa, por su parte, observó a la joven retirarse con un plan formándose en su mente. Sabía que la guerra con Isadora apenas comenzaba, pero esta vez, estaría preparada con la certeza de que, aunque los desafíos apenas comenzaban, estaba decidida a enfrentarlos con astucia y cuidado.
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