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Diario Capítulo- 39

Dylan se acercó con cara de pocos amigos y nos hizo un gesto con la mano para que le siguiéramos hasta un callejón cercano. Caminamos entre la penumbra hasta la parte de atrás del edificio y subimos unas escaleras que daban a un piso superior. La puerta era de madera, pero estaba desgastada por los años que había estado en la intemperie. Sacó la llave del bolsillo delantero de su pantalón y la abrió. Ante mi tenía un pasillo amplio poco iluminado y varias puertas a lo largo.

–¿Qué hacemos aquí? —me atreví a preguntar al entrar en una especie de salón. Los muebles llenos de polvo y un sofá tapado con una sábana blanca solo me confirmaban que solían visitar poco ese lugar.

–¿Qué demonios hacéis vosotras dos aquí? Esta... —repitió la misma pregunta de nuevo con los dientes apretados mientras se paseaba de un lado al otro.

–¿Dónde está Ian? —le interrumpió Vega con otra pregunta. Se puso delante de él con los brazos en jarras y los ojos entrecerrados— y ni se te ocurra darme el típico discurso, porque no nos iremos de aquí sin él.

– ¿De verdad crees que vas a poder sacarlo de aquí fácilmente? —habló incrédulo.

Unos pasos que provenían del pasillo nos alertaron. Dylan se puso el dedo en sus labios para que guardáramos silencio y se asomó para averiguar quién era.

–Creo que ya sabe que estáis aquí —susurró girando la cabeza para mirarnos.

–Claro que lo sabe —las palabras abandonaron mis labios sin poderlas detener. No sé si fue por el miedo, el querer terminar con ese juego o la adrenalina de estar escondidos, lo que me sacaron el valor suficiente para hablar con seguridad— precisamente fue él, el que me dijo que viniera en una nota.

–¿Él? ¿Te mandó una nota para que vinieras? —inquirió en voz baja.

Asentí sin saber cómo se tomaría esa información, al interpretar que realmente nos quería ayudar y nosotras nos metíamos de cabeza en la boca del lobo.

–¿Tú lo sabías? —le preguntó a Vega en tono acusador.

Los pasos se escucharon más fuertes y Dylan se apartó de la puerta con la mano detrás del pantalón. Pude ver a través de la luz que entraba por la ventana como sus dedos se aferraban a algo metálico. No tenía ninguna duda que se trataba de una pistola. Vega y yo nos escondimos detrás del sofá por instinto y nos quedamos ahí escuchando el chirrido de la puerta abriéndose.

–¡Ya era hora que vinieras! —exclamó Dylan aliviado.

–Tengo cosas más importantes que hacer —habló Jael con su peculiar voz de "me importáis una mierda todos"

–Pues vete por donde has venido —le dije levantándome de golpe.
Tenía una habilidad increíble para sacar la peor versión de mí. En pocas palabras, nunca me podía contener cuando se trataba de él. Los otros dos me miraron como si me hubiesen salido tres brazos, por la forma tan tosca de responderle. En cambio, para Jael no era algo nuevo. Con su mirada intimidante y una sonrisa socarrona se acercó a mi como un león acecha a su presa.

–¿Enserio quieres que me vaya? —vaciló con voz seductora. Las puntas de sus zapatos rozaron los míos y su aliento chocó contra mis labios haciendo que mi corazón latiera como un caballo desbocado.

–Podríais dejar los juegos de parejita para otro momento —interfirió Vega resoplando— a vosotros dos no hay quien os entienda.

–Sí, quiero que te vayas —le respondí cortante, ignorando las quejas de ella. Levanté la barbilla desafiante e intentando controlar el temblor que me producía su cercanía— no te necesito para nada.

De un momento a otro, parecía que estuviésemos en un mundo paralelo donde no había nadie más que él y yo. Sus ojos me estudiaban curiosos intentando averiguar lo que pasaba por mi mente y yo en cambio luchaba con todas mis fuerzas por no hiperventilar frente a él.

–Si ahora te empotrara contra esa pared que hay detrás de ti, estoy seguro que no dirías lo mismo —me susurró en el oído con la voz ronca, mientras con su mano me apartaba lentamente un mechón de pelo— no me sigas tentando o me dará igual que estos dos estén aquí.

–No sería mala idea ver una película porno en directo, pero justo ahora no sería muy oportuno. —soltó Dylan burlón llevándose una mirada asesina por parte de Vega.

El comentario de este último rompió el hechizo que tenía sobre mí ese hombre de apariencia temeraria y carácter bipolar. El problema era que me volvía loca, hasta el punto de perder la cabeza en las peores situaciones y no podía evitarlo.
Di un paso hacia atrás para guardar las distancias y me recalqué a mí misma que tenía que controlarme y recordar los motivos por los que estaba en ese lugar.

–Nos vamos —anuncié agarrando a Vega por el brazo y saliendo por la puerta sin mirar hacia atrás.

Bajé las escaleras como si me hubiesen puesto un hormiguero en el culo y salimos de ese callejón más rápido que Speedy González.

–Ya, ya, oye frena un poco —habló Vega con la respiración entrecortada mirando su brazo. Me di cuenta que en todo el trayecto la había llevado casi a rastras conmigo y seguía mi mano en su muñeca. La solté de inmediato y me disculpé, sintiendo como mis mejillas ardían de la vergüenza por mi comportamiento. Me sorprendió cuando comenzó a reír a carcajadas— no te disculpes, porque me gusta la nueva Samy que estoy conociendo.

Me guiñó un ojo y siguió caminando hacia el local como si nada. Chocó la mano con el que estaba en la puerta antes de entrar y la seguí por ese pasillo lleno de neones, hasta la pista que anteriormente había estado con Karen. Había más gente que la última vez y parecía que se hubiesen dignado a limpiar un poco, aunque el olor seguía siendo desagradable al menos los pies no se pegaban tanto. Nos mezclamos entre la gente y pensé que volveríamos a subir por las escaleras, sin embargo, fue directa a la barra.

–Tienen a Ian allí arriba —le sugerí señalándole discretamente las escaleras.

–Tranquila y confía en mí —comentó llamando al camarero con la mano.

Pidió dos chupitos de tequila y aprovechó a que el chico los estaba sirviendo cuando ella le dijo algo en el oído que no pude llegar a escuchar. Él asintió y salió de la barra para hablar con un tío que estaba cerca de las escaleras.

–¿Qué le has dicho? —inquirí sin dejar de observar cómo ese hombre hablaba por teléfono. Al colgar nos miró y nos pidió que nos acercáramos con el dedo índice.

–Vamos a jugar —respondió con simpleza.

¿A jugar? Me alarme al escuchar esa palabra, porque yo a lo único que sabía jugar era al monopoli y al dominó (y siempre perdía) hay un dicho que dice que a quien le va mal en el juego le va bien en el amor. MENTIRA. A mí me iba mal en todos los aspectos.
Con mis chistes mentales que no tenían gracia, pero me mantenían ocupada llegamos donde estaba ese señor.
El hombre era alto y tenía todo el cuello lleno de tatuajes aterradores. Los que salían en la película de los piratas del caribe, eran graciosos al lado de ese King Kong sin pelo.
Ella directamente, sacó un fajo de billetes de dentro de un bolsillo interior de su chaqueta y se lo entregó.

–Díez minutos y puerta roja —nos indicó el King Kong sin pelo antes de dar media vuelta y perderse escaleras arriba.

–Necesitas unos chupitos para relajarte antes de subir —me advirtió levantando la voz para que la escuchara por encima de la música. Giró los ojos al ver mi cara de confusión y prosiguió— tienes la palabra miedo grabada en la frente y eso nos puede meter en problemas.

Asentí y la seguí de nuevo hacia la barra. Después de unos tres chupitos que me los bebí como si se trata de agua, ella miró la hora y gesticuló con la cabeza hacia arriba. Respiré profundo y con pasos firmes nos fuimos al piso superior. Me quedé paralizada mirando la puerta donde estaba mi hermano ese día y las condiciones tan deplorables en las que estaba.

–Tranquilízate y sígueme la corriente ¿De acuerdo? —al contrario que yo, ella estaba tranquila y eso me hacía sentir un poco mejor, pero no podía dejar de preocuparme.

Tenía que guardar la compostura en todo momento si quería que todo saliera bien. Era consciente que ella estaba arriesgándose por nosotros y no podía fallarle.
Ella giró el picaporte de la puerta con una franja roja pintada y entramos en un salón más pequeño que donde tenían a mi hermano ese día.
Una mesa redonda y tres hombres sentados fue lo primero que visualice.

–¿Cuál de las dos va a jugar, pequeñas? —nos preguntó un hombre con tono entre curiosidad y diversión.

–Ahórrate lo de pequeña —le escupió Vega con desagrado y se sentó en la silla vacía que yacía al lado de ese hombre— y veamos qué tal se te da jugar.

Me senté en uno de los taburetes que había para los espectadores y me quedé contemplando como repartían las cartas y comenzaban a jugar. Aunque nunca había jugado, si había visto jugar a los miembros del club.

No sé cuánto tiempo pasó, pero cada vez estaba más nerviosa al saber que el final de la partida se estaba acercando y no sabía qué pasaría si ella perdía.

–No puede ser que una mocosa me haya ganado —bramó un hombre corpulento levantándose y yéndose pegando un portazo.

Mis ojos se abrieron de par en par, al ver la cara desencajada de los otros dos jugadores que seguían incrédulos y maldiciendo en voz baja.

–Quiero jugar otra mano, pero apostando otra cosa muy distinta —comentó Vega mirando hacia el King Kong que estaba apoyado en la pared observando la partida.

–Te escucho —le respondió él, mientras se sentaba en el mismo lugar donde estaba anteriormente el jugador que se había marchado.

–Tenéis a alguien, en el cuál estoy muy interesada —ella sonrió con picardía y se relamió los labios.

Me daba escalofríos al escuchar como hablaba de Ian como si se tratase de un trozo de carne que estuviese en venta, pero a la vez me sorprendía que supiera controlar tan bien sus emociones y no titubear.

–Claro nena, pero ¿Si pierdes que gano yo a cambio? —al terminar la frase, chasqueo los dedos y otro hombre le dio un cigarro. Instantes después se lo encendió y clavó sus ojos lascivos en ella esperando una respuesta.

–No voy a perder —le aseguró con una sonrisa socarrona.

–Si estas tan segura, subiremos la apuesta —agregó señalándola— si pierdes tú o tu amiga seréis para mí.

Me quedé paralizada y rezando para que ella se negara a apostar algo tan absurdo y nos fuéramos de allí cuanto antes, pero la cara de ella decía lo contrario. Negué con la cabeza disimuladamente cuando me miró para que entendiera que era una mala idea, sin embargo, ella se limitó a sonreírme. Por una parte, me inspiraba confianza su tranquilidad, pero por el otro no podía evitar sentir miedo si llegaba a perder.

–A mi amiga ni la mires ha quedado claro —le replicó tajante— si pierdo me quedo yo, pero si ganó me lo llevó. 

Dedicado a;
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