
Sospechosos
El sudor comenzaba a caer de la frente de Fritz Harrington. Después de salir del despacho de su jefe, tenía que pensar y qué mejor lugar para ello que en la intimidad del baño. El baño de hombres está desierto, no hay nadie que pueda ver la preocupación dibujada en su rostro. Toma algo de papel para quitarse el sudor de la cara mientras piensa en la identidad de Chess.
Debajo de esa máscara negra se oculta alguien, alguien lo suficientemente inteligente y adinerado como para planear eso, alguien que odie a Antonio Guzmán pero que odie más a Fritz. Si algo es seguro es que siempre en este tipo de situaciones quien se oculta detrás de la máscara es un allegado del protagonista.
Fritz piensa que en este supuesto, él es el protagonista y sus allegados que saben perfectamente su desprecio hacía su jefe, y que al mismo tiempo lo comparten, son todos sus compañeros del departamento de ventas. Todos ellos son sospechosos. Tiene todo el sentido del mundo, al menos para Fritz, pues, Chess sabía que él acostumbra a salir del trabajo tarde y así provocó el choque, además da la casualidad que el juego empieza a la hora que comienza su jornada laboral y el juego concluye a la misma que acaba su jornada. Si alguien es Chess, definitivamente es uno de ellos y pensaba perder a ninguno de vista.
Decidido a desenmascarar a Chess, Harrington sale del baño de hombres y regresa a su lugar, lo cual es algo que todos esperan de él, así que actuar natural es la mejor manera de que Chess no sepa que Fritz sabe que Chess es alguno de sus compañeros.
—Señor Harrington —llama Susi O'Connor—, ¿está bien?
Fritz se mueve junto con su silla hasta el lugar de Susi.
—Sí, estoy bien, ¿por qué?
—Es que tiene un golpe en la cabeza —nota la mujer de cabello lacio.
—Anoche me caí de la cama, qué tonto, ¿no? —engaña Harrington.
—Bueno, quería asegurarme de que estuviera bien porque vimos que entró al despacho de Antonio y todos nos quedamos confundidos porque usted no haría eso.
—Ya veo —espeta Fritz—. Sólo quería asegurarme que todo estuviera bien con el reporte mensual, es todo.
Susi mira al hombre con intriga. Luego, ella se acerca más para susurrarle algo.
—¿En serio, o será que lo mató ya?
Harrington se separa de Susi y ambos se miran por un instante antes de soltar una carcajada que atrae algunas miradas curiosas.
—Ya quisieras, O'Connor.
—Es el sueño de todo empleado, ¿no?
Fritz se mueve sobre su silla de regreso a su escritorio con una sonrisa en el rostro, pero no porque en realidad le hubiera causado gracia la conversación con Susi, sino porque cree que había encontrado a su principal sospechosa.
Su móvil, un asenso asegurado. En cualquier escenario, Susi podría ascender de puesto, ya sea quedándose con el de Fritz o con el de Antonio. Puede que ella esté celosa del éxito de ambos y quiera tener lo que ellos tienen. Ella es la que saca mejor partido del juego, no recibe un mal salario y al parecer es muy observadora, por lo que se convierte en la principal sospechosa. Pero claro, no habría que descartar a los demás.
El hombre recuerda aquel juego de mesa que a Nathaniel tanto le gustaba cuando era niño y forzaba a todos a jugar. Aquel juego donde se tiene que averiguar quién era el asesino, el arma y la habitación del crimen. Pues a eso iba a jugar Fritz con sus sospechosos, después de todo, el tiempo transcurría y no podía desperdiciarlo si quería vencer a Chess en su propio juego.
—¡Atención, compañeros! —vocifera Harrington captando la atención de todos—. Me gustaría felicitarlos porque han trabajado muy duro y creo que merecemos un descanso, así que les invito lo que quieran de la maquina expendedora para irnos a la cafetería a relajarnos un poco, ¿qué dicen?
Como si de una estrella de rock se tratase, Fritz logra emocionar a todos sus espectadores. Claro que le dolería el bolsillo, pero valdrá la pena con tal de desenmascarar a Chess.
* * *
—Te tengo buenas noticias —dice una persona por teléfono caminando en el centro de Prado de Cedros.
—Soy todo oídos —contesta la persona del otro lado de la línea.
—Ya tengo las flores, tal y como prometí.
—Excelente. No esperaba menos de ti.
—Para, harás que me sonroje. ¿Qué hay de Fritz, ya ganó el juego?
—Considerando que me dijiste que Antonio entró a la oficina a eso de las nueve y Fritz no me ha enviado evidencia, diría que no ha tenido el valor de matarlo aún —comenta Chess.
—Es una pena —lamenta la persona que camina en la calle—. En fin, te veo en un rato.
Y la llamada finaliza.
* * *
Entre risas, la conversación entre Fritz y sus sospechosos fluye como un río. Habían bajado la guardia absolutamente todos, así que de la manera más casual posible, Harrington hace su jugada.
—Y díganme, ¿qué hicieron ayer en la noche?
—Definitivamente no trabajar hasta muy tarde como usted —bromea uno de los sospechosos haciendo que todos rían.
—Pero ya en serio, ¿qué hicieron ayer en la noche? —insiste Harrington de manera sutil.
Todos, excepto Susi, intercambiaron una mirada como si se estuvieran comunicando con los ojos.
—Verá, señor Harrington —comienza la empleada más joven del departamento de ventas—, tenemos la costumbre de ir a tomar algo después del trabajo cada que entregamos un reporte mensual.
Todos, excepto Susi, asienten para confirmar la información. Fritz analiza la coartada inesperada de casi todos sus sospechosos. Aunque sea muy conveniente, no suena tan descabellada, pues ellos aún son jóvenes y no se preocupan por una familia, otros tienen familia pero de vez en cuando podrían buscar un respiro, otros ya pasaron por aquella fase y sus hijos ya son los suficientemente grandes como para cuidarse solos. Pude que todos estén diciendo la verdad o estén mintiendo y estén confabulados porque todos son Chess o son cómplices de Chess. En el caso de que estén diciendo la verdad, sólo queda Susi.
—¿Y por qué no sabía de sus reuniones hasta ahora? —inquiere Fritz fingiendo interés.
—Es que sabemos lo dedicado que es con su trabajo y siempre está ocupado cuando nosotros vamos, así que nunca queremos molestarlo —justifica otro empleado—. Pero si gusta, puede venir la próxima vez.
Y nuevamente, todos, a excepción de O'Connor, asienten.
—Suena bien —asiente Harrington.
—Solamente quedaría convencer a la señor O'Connor que venga con nosotros —intervino otra empelada.
Susi daba un sorbo a su bebida enlatada pero lo interrumpe para defenderse.
—Pero sí he ido a las reuniones.
—No hay todas —refuta la empleada más joven—, por ejemplo a la de ayer no asisitió.
—Ya les he dicho que tengo responsabilidades como madre, mis hijos me necesitan.
«¡Por supuesto, sus hijos!» —piensa Fritz.
Susi es una mujer devota a con sus hijos, en muchas ocasiones los antepuso antes que al trabajo, además, el recuerda aquella frase que O'Connor dijo el día anterior en la sala de reuniones, «Espero que esto no se demore mucho, aún tengo cosas que terminar y quisiera de menos poder darles las buenas noches a mis hijos» y la forma en la que lo dijo sonaba muy sincera. Susi no podría ser una madre responsable y al mismo tiempo una psicópata.
Harrington se frustra ante el callejón sin salida al que ha llegado. Si Susi no es Chess e hipotéticamente, el resto de los empleados del departamento de ventas tampoco, significa que Chess es más inalcanzable de lo que parecía al principio y que era inútil desenmascararle. Y lo que es peor aún, había descuidado a Antonio durante casi una hora.
—Miren la hora —dice Fritz sintiendo cómo los nervios le regresan—, hora de volver al trabajo.
El hombre no espera a que sus colegas respondan o siquiera se levanten y prácticamente corre de regreso al despacho de su jefe.
—¿Qué tal? —saluda el hombre, apresurado—, yo de nuevo, me urge hablar con el señor Guzmán, otra vez.
—Qué pena, señor Harrington, pero el señor Guzmán acaba de irse.
—¿Irse?
—Sí, tenía agendado otro compromiso.
—Entiendo, gracias.
Si Fritz tenía la más mínima posibilidad de ganar el juego, la había perdido... a no ser que la persiguiera, porque cuando la vida está en riesgo, el trabajo de repente ya no parece tan importante.
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