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Juego

Oscuridad. Oscuridad y nada más fue lo que Fritz Harrington pudo ver cuando finalmente pudo abrir sus ojos. Tenía un fuerte dolor en la cabeza y sentía que estaba amarrado a una silla con sogas. Su instinto le dicto que gritara pero se encontraba amordazado.

Comenzaba a recordar lo sucedido, las luces de aquel auto, la ineptitud del otro conductor por no cambiar de carril, el perder el control y el choque que lo dejó inconsciente. Con ese final tan repentino, le surgieron tantas preguntas a Fritz, preguntas que, al juzgar por su situación actual, se podrían contestar solas. En ese estado tan vulnerable, alguien debió secuestrarlo.

Una cegadora luz blanca que cuelga sobre su cabeza se enciende sin previo aviso, como un reflector que alumbra un escenario. Una vez adaptado al cambio brusco de iluminación, Fritz pudo ver mejor la habitación en la que lo habían metido. La habitación era pequeña y completamente blanca, con un cristal en forma de rectángulo incrustado en la única pared que tenía un puerta, era como si estuviera en una sala de interrogatorios. 

La puerta, hecha de metal, es abierta por un peculiar personaje enmascarado. La persona de aspecto alto, estaba vestida completamente de negro. El personaje usa botas, claramente antiderrapantes, un pantalón, una sudadera y sobre ésta lleva una chaqueta larga que le llega a la altura de la pantorrilla con una capucha que lleva puesta. Sus manos, ambas cubiertas por guantes de cuero, sostenían un bate.

—Bueno, bueno, bueno —dijo la persona enmascarada con una voz siniestra que estaba siendo manipulada por un dispositivo que cuelga de la parte derecha del cuello—, ¿a quién tenemos aquí?

Fritz intenta hablar, pero no puede hacerlo pues está amordazado. El personaje misterioso con una mano le quita el paño de la boca.

—¡Suéltame en este instante, psicópata! —exige Harrington.

—En un minuto, pero antes quiero explicarte las reglas.

—¡¿Cuáles malditas reglas?!

—Del juego, por supuesto —aclara el personaje como si fuera lo más obvio del mundo—. Todo lo que está sucediendo es parte de un inocente juego, donde tú eres el jugador.

—¡Yo no seré parte de esto...! —vocifera Fritz antes de volver a ser amordazado.

—Eres muy ruidoso, Fritz... ahora que lo pienso, no me he presentado aún. Mi nombre es Chess y quiero jugar a un juego contigo. El objetivo es matar a tu jefe, Antonio Guzmán, en un lapso de doce horas que comienza a las siete AM hasta las siete PM de mañana y de preferencia que no te atrapen.

Fritz vuelve a intentar a hablar, pero claramente sus palabras se ahogaban en el paño rojo que obstruía sus labios. El hombre mira con rabia a Chess y hubiera jurado que detrás de esa oscura máscara se estaba formando una sonrisa maligna.

—Hay tres reglas que debes cumplir, la primera es no llamar ni ir a la policía y obviamente no contarle nada a nadie, la segunda, no puedes huir del juego y la tercera y más importante, cuando mates a tu jefe quiero evidencias.

Harrington comienza a moverse en un intento inútil por liberarse. Lo que estaba viviendo era una locura.

 —Debes de saber que en este juego puedes ganar y puedes perder —retoma Chess—. Si matas a tu jefe, ganas y  si no lo matas, pierdes y tú mueres. Te darás cuenta de que no estoy bromeando considerando que provoqué el choque que te dejó inconsciente y te puse dentro de esta habitación, así que yo que tú me concentraría y tomaría el juego en serio —advierte la persona enmascarada—. ¡Buenas noches! —exclama la persona enmascarada antes golpear a su víctima con el bate.

Fritz queda inconsciente nuevamente por el golpe. Cuando despierta, se da cuenta que está dentro de un auto diferente al suyo, estacionado a la orilla del camino en donde chocó. Miró a su alrededor y vio un celular puesto sobre el asiento del copiloto que no era el suyo, pero eso no le importaba en ese momento, él quiere llamar a la policía.  Al encender el dispositivo, la pantalla  anuncia que ya pasa de la medianoche. Harrington baja del vehículo y marca el número de emergencias. 

¡Rompiste la primera regla! —reprocha Chess desde el otro lado.

—¡Tú!

Sí, otra vez yo —se burla la persona enmascarada—. Supuse que intentarías delatarme así que me tomé la libertad de proporcionarte un celular que puedo vigilar e interceptar en tiempo real. Si ganas el juego, te prometo que te devolveré tu celular y tu auto en perfecto estado, mientras tanto, puedes usar el que te presto.

—¡¿Por qué estás haciendo esto?! —grita Harrington.

Ya te lo dije, sólo quiero jugar un juego contigo. Mejor conduce hasta tu casa y descansa porque te espera un día difícil.

De esa manera, Chess concluye la llamada

Fritz comienza a alterarse, estaba en un callejón sin salida y amenazado de muerte si no mataba a su jefe. Resignado, regresa al auto de Chess y conduce hasta su casa porque es lo único que puede hacer en aquellas circunstancias pues es muy probable que el maniaco o la maniaca hasta esté rastreando su ubicación.

En el camino, el hombre se comienza a plantear el dilema, matar o morir. A ese punto no dudaba que Chess podría matarlo. Pero por otro lado, Fritz no se ve matando a Antonio, por más inútil que sea. Todos esos pensamientos o esas pláticas eran simplemente eso, pensamientos y pláticas. Y aunque lograra matar a su jefe, un joven con una familia millonaria y poderosa, ¿cómo podría siquiera salir impune? 

Sin saber qué horribles cosas hizo, está claro que hay un claro desequilibrio en su karma. Matar o morir. Matar o morir. Matar o morir. La decisión debería ser clara para él, que tanto odia a su jefe, pero por una razón no lo era. En ambos escenarios, el que terminaría perdiendo era él. 

—«La persona que estaba detrás de todo eso debe ser alguien que odie a Antonio —piensa Harrington—, pero que me odie más a mí».

La oscuridad lo había alcanzado y la única manera de salir era pagando con sangre, la de su jefe o la suya.

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