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Farsa

—¡No puedo! —exclama Fritz Harrington soltando a su jefe.

Fritz se frustra mientras cierra la puerta de la habitación seis del motel Setab mientras su jefe se recupera en el suelo. 

Chess se había equivocado con Harrington, él no es un asesino y ni aún con su vida en juego podría quitarle la vida a alguien, ni siquiera al mismísimo Antonio Guzmán, su jefe competente que le quitó el puesto que tanto anhela. 

—¡¿Qué carajos pasa contigo?! —exclama Antonio con una mano en su garganta.

En ese momento, Fritz toma una decisión que cambiará el rumbo de su vida, una vida en la que huir será mejor que vivir en la cárcel o, en su defecto, con un muerto en su conciencia. 

—Alguien te quiere muerto, Antonio —confiesa el hombre dándole la espalda a su jefe.

—¡Pues sí, tú! —exclama el menor levantándose.

—¡No, no yo, alguien más y no sé la razón! —explica Fritz—. Escucha, lo que te voy a contar sonará como una locura pero te puedo asegurar de que es real.

Fritz se gira al tiempo que Antonio está a punto de golpearlo con una botella de champaña que Harrington esquiva sin mayor dificultad.

—¡Mira esto! —pide el peón de Chess sacando el celular—. Anoche alguien que se hace llamar Chess me dijo que tenía que matarte antes de las siete de la noche de hoy o de lo contrario moriría yo.

Antonio comienza a leer los mensajes que Chess envió a Fritz y su desconfianza comienza a disminuir.

—¿Qué estoy viendo? —cuestiona Guzmán, desconfiado—, ¿y quién demonios es Chess?

Fritz le cuenta toda la historia a su jefe para que entienda el juego en el que ambos están metidos, al menos las partes importantes, omitiendo la parte en la que iba a matarlo en su oficina, cuando fue buscando sospechosos entre sus compañeros del trabajo y el choque que sucedió cuando lo perseguía.

—¿Así que eres cómplice de esta persona?

—¡Claro que no!, más bien soy su títere, su juguete, su peón, si lo quieres ver así, pero no voy a matarte, Antonio.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti, Harrington?

Fritz reflexiona, él no es el único que está en peligro, Antonio también lo está, así que si existe una posibilidad de que las cosas terminen bien, será haciéndolo creer a Chess que Antonio está muerto.

—Es difícil, lo sé —replica el mayor—, pero puede que podamos salir de esta si trabajamos en equipo, así ambos estaremos fuera de peligro.

—¿Qué tienes en mente? —pregunta Guzmán bajando un poco más la guardia.

—Vamos a fingir tu muerte.

—¿Y eso cómo me va a beneficiar?

Fritz reflexiona y llega a la conclusión de que si Chess cree que Antonio está muerto, dejará a Harrington vivir y Antonio también vivirá o al menos hasta que Chess se dé cuenta de la farsa, porque tarde o temprano se dará cuenta. Fritz se ocultará mientras que Antonio, o más bien, su padre, con su dinero y su poder, averiguará la identidad de Chess y cuando quien sea que se oculta detrás de la máscara esté tras las rejas, Frtiz podrá regresar a su vida normal. 

—¿No lo ves? —espeta Harrington—, si Chess te cree muerto, ya no correrás ningún riesgo y bajará la guardia y ahí es cuando tú lo desenmascarás.

—¿Desenmascarar al psicópata? 

—Sí, tú eres un Guzmán y los Guzmán son gente de dinero y poder, tal vez a través de este celular puedan encontrar alguna pista y rastrear a Chess —imagina el empleado—. Pero si queremos que esta farsa funcione, debes mantener un bajo perfil, como si de verdad estuvieras muerto, nada de redes sociales o apariciones en público, ¿puedes hacer eso?

—No sería la primera vez que hago eso. Estoy dentro, finjamos mi muerte con vino.

—¿Con vino?

—Sí, muy cerca de aquí venden vino, si me mancho un poco mi camisa con vino tinto, podría simular sangre, el resto puede ser derramado como una verdadera escena del crimen —propone Antonio.

—Debe verse convincente, Antonio.

—Considerando que tus doce horas están por expirar, creo que mi idea es tu mejor opción. Andando.

Fritz no puede creer que va a dejar que su vida dependa de una persona tan irresponsable e inútil como su jefe, que irónicamente es su única esperanza para sobrevivir. Tampoco puede creer que a las 6:13 esté yendo a una habitación de motel con una botella de vino en la mano junto con su jefe. El día estuvo lleno de cosas que Harrington no haría normalmente, pero la amenaza de Chess es real, a diferencia de la muerte de Antonio, que será una completa y absoluta farsa.

—¿Listo? —pregunta Fritz abriendo la botella de vino tinto.

—Nunca creí que diría esto, pero, estoy listo para morir —afirma el pequeño Guzmán despeinándose con sus manos.

Harrington respira profundo antes de comenzar a escribirle a Chess.

Fritz arroja algo de vino sobre la camisa blanca de su jefe y luego vierte el resto del contenido sobre la alfombra creando un charco color tinto. Antonio se acuesta sobre el charco y se queda quieto adoptando un semblando inexpresivo en su rostro. Harrington activa la cámara y gracias al color del vino y a la pobre iluminación de la habitación, el asesinato falso parece convincente. Con la foto preparada, Fritz envía la evidencia que Chess pide.

El hombre exhala aliviado, mas aún tiene en mente que debe desaparecer del radar de Chess antes de que se dé cuenta de la farsa. Por eso, al salir del motel, le recuerda a su jefe lo que debe hacer.

—No olvides nuestro plan, Antonio —recuerda Fritz muy serio entregando el celular a la persona que casi mataba.

—No lo haré, lo prometo. Nunca podré agradecerte lo suficiente por no matarme.

—Sólo asegúrate de que Chess reciba su merecido. 

—Tenlo por seguro, pero, ¿por qué no me mataste?

—Siempre temí en las consecuencias de matarte, pero cuando vi tus ojos mientras te estrangulaba, me hizo darme cuenta de todo el daño que he hecho y todo el daño que iba a ocasionar con mis propias manos —declara el hombre mirándose los puños.

—Okay... hasta luego —se despide Guzmán.

Fritz se limita asentir sin mucho afán y le da la espalda, lo que provoca que no repare en el rastro líquido que va dejando el auto lujoso de su jefe. Harrington comienza a caminar con prisa por la calle cabizbajo pensando en sus malas acciones, pensando en el daño que ha causado con su manos, las misma que muchas veces usó para golpear a su hijo, Nathaniel.

Cuando Fritz llega a una avenida cercana, le pide la parada a un taxi, que se orilla para recibir a Harrington. El conductor resulta ser el mismo que lo llevó a casa cuando escapó del hospital.

—¡Señor! —exclama el conductor.

—Hola, ¿qué tal todo? —saluda Fritz reconociendo al conductor.

—Su fuga en el hospital  salió en las noticias, señor —comenta el conductor—, es famoso. Pero, dígame, ¿adónde lo llevo ahora?

—A casa.

Un rato después el taxi se detiene frente a la residencia Harrington. Algunas luces de la casa están encendidas, señal de que Nathaniel ya está en casa y el auto de Fritz estaba ahí como nuevo, como si no hubiera chocado contra un árbol hace menos de veinticuatro horas.

—¿Cuánto te debo? —inquiere Fritz.

—Con los quinientos techlutas que me dio será suficiente.

—¿Seguro?

—Claro.

—Bueno, gracias.

—Que pase buena noche.

Fritz empieza a sentir cierta seguridad al ver que Chess le devolvió su auto y que, al menos por ahora, está a salvo. Con esa certeza, el hombre abre la puerta de su casa, creyendo que ya hay algo de luz en medio de la oscuridad, sin saber que realmente la seguridad que siente es la verdadera farsa, pues del otro lado de la puerta principal de su casa, la oscuridad está acechando con ganas de una conclusión justa al juego.

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