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Sin parar

El último año de secundaria. No puedo creer que haya llegado hasta aquí.

Las vacaciones por fiestas acabaron y además de celebrar la Navidad y Año Nuevo con mi madre y sus amigas, fui al consultorio de esa mujer y me aumentó la dosis en las medicinas. Después de tomarlas por un tiempo, me acostumbré a ambas.

Pero, todavía sigo siendo un rarito, perdedor y demás adjetivos para los demás. Ahora sí puedo decir que me importa un poco, solo un poco. Sin embargo, tengo no uno, si no tres amigos con los que contar: Xavier, Margaret y Oliver. Los cuatro nos encontrábamos en la cafetería, discutiendo un poco sobre lo que hicimos en las vacaciones y, sobre todo, lo que pasó con los padres de Solomon.

—Vamos Oliver, cuéntanos —dijo Margaret, mascando un poco de su sandwich.

—Sí, Oli, suelta la chismorrería, me muero de ganas —Xavier le dio un codazo amistoso.

—Se los voy a decir si vamos a un asiento más alejado. Por qué no pueden ser como Sky. —Se cruzó de brazos y puso una cara de enojo.

Los cuatro nos cambiamos de lugar. Saqué un jugo de caja para oír lo que iba a decir mi amigo.

—Hmmfff, uff —Oliver se inspiró—. Quien me dio esta información es, es —se cortó a medió hablar—, no es otra que Miss Ruathor. Xavier y Margaret abrieron sus bocas muy grandes, en cambio yo solo me limité a subir una ceja mientras mordía la comida.

—Miss Ruathor Cantleman, no la vi desde que iniciamos el curso hace dos semanas —dijo Xavier preocupado.

—Ella renunció. Pero dejen, les cuento todo lo que sé. Hagan silencio, no quiero llamar la atención.

Su petición era razonable.

—Vale, nos callaremos.

—Todo comenzó en el funeral de Solomon. Yo quise asistir por cuenta propia pero no quería que mis padres se enteraran, por lo que fui acompañado de un familiar en el que confío mucho y como él es mayor de edad les dijo que iríamos a dar un paseo y que les llamaría. Pero él jamás dijo la verdad. Ya en funeral nos quedamos hasta el final y me encontré con Miss Ruathor, ella lloraba sin consuelo. Mi familiar y yo la consolamos y le dije a él que fuera a comprar una golosina para animarla, estaba demasiado afectada.

Entonces, aproveché para estar con ella; se ofreció a contarme la verdad a cambio de que no dijera nada a nadie. Es por eso que les pido que sean discretos.

—Fue una jugada inteligente de tu parte —comentó Xavier.

—Gracias. Volvamos a lo de la maestra que el receso no es eterno —Oliver dijo una verdad—. Al igual que hoy nos fuimos a un sitio alejado y ella conteniéndose las lagrimas me contó que tuvo que para que los demás profesores no perdieran su trabajo ni la escuela fuese cerrada, decidió no ayudar a los padres de Solomon en la demanda.

— ¿¡Qué!?

—Cálmate Margaret, vas a llamar la atención —Puse la mano sobre ella; Xavier también quiso hablar, pero le tapé la boca, ellos dos se habían sentado juntos, en cambio yo lo hice al lado de Oliver.

—Sí, así como lo escucharon. Ella dijo que se puso la mano al pecho y aunque empezó a ser maestra aquí desde que se separaron el nivel de la primaria y la secundaria, pensó que ya nadie más debería perder su empleo. Y, me contó que, durante la semana de las vacaciones adelantadas, la directora luchó judicialmente contra los padres de Solomon y en el juicio los sobornaron, pero tuvieron que gastar mucho dinero.

—Espera, ¿Cómo sabe todo eso? —preguntó Xavier.

—Porque ella estuvo ahí, Capitán Obvio —le reclamé y bajó la mirada—. Lo siento Xavier, creo que fui muy rudo —Me retracté de mi error.

—No importa, acepto la disculpa. Oliver, continua —dijo tranquilo como si nada. En otro momento le pediré disculpas de mejor manera.

—Lo que dice Sky es correcto. Miss Cantleman obró a favor de la escuela y cuando todo terminó, renunció y le compensaron con euros.

—Ostias, pero qué bárbaro. ¿Cuánto le dieron?

—Como unos cinco mil.

—Con esa cantidad me voy sin problemas a vivir a algún país de la European Union.

—No fue lo único que sucedió —Oliver bebió un poco de su termo, yo seguí callado. Mientras, Margaret sacó unos mittens—. Miss Cantleman contó que expulsaron a Ernit y sus secuaces y que se sacó el valor para decirle a sus padres que, si no controlaban a sus hijos, ella iba a poner demanda a cada uno de ellos y, terminaron por mandarlos a un correccional.

— ¿Y cómo lo sabes? —Preguntó Xavier.

— Ella me lo contó unos días antes de que comenzara el año académico, para agradecerme el que estuve el día del velorio.

— Como los padres de esos sujetos tengan dinero, podrán sacarlos sin problemas.

— Tienes razón, Margaret —Oliver le dio razón.

— Lo que importa es que no volveremos a verlos. Qué dices Sky, ¿estás de acuerdo?

— Sí, Xavi. Espero que jamás pisen un pie en esta secundaria —respondí. Él puso una sonrisa nerviosa que hizo desaparecer en lo suficiente para que Oliver y Margaret no pensaran nada sospechoso de él.

El timbre de entrada sonó. Los cuatro nos despedimos.

—Hey, tenemos que encontrarnos más a menudo —dijo Margaret antes de que pudiéramos irnos; ella y Oliver a su aula, Xavier y yo a la nuestra.

Después de que pasara todas las clases, fui a casa como usualmente lo hago. En la mesa de la sala encontré el cellphone que me regalaron en Navidad, le mejor regalo en tiempo después de la consola.

Me puse a ver los mensajes, mamá envió uno indicando que llegaría tarde, como a las diez u once de la noche. Está bien, no importa, sé que ella tiene su vida aparte y que no puede estar detrás de mí todo el tiempo.

Tomé mis medicinas a tiempo. Me quedé en casa, jugando videojuegos y respondiendo los mensajes de mis amigos.

Los únicos números que tenía guardados eran los de Xavier, Margaret, Oliver, el de mamá y los de unos cuantos familiares. Es que joder, quién en su sano juicio quiere recibir llamadas y mensajes de tantos sujetos; menos cuando mi familia es enorme.

U wll me borrow ur bk the Saturday, wont you?

La escribí a Oliver.

Yes, gonna gv to u in ur home, okay?

Di un suspiro de alivio. Oliver me iba a ayudar.

Esperé al día indicado. Era el mismo en el que acostumbraba a ir al ciber para ayudar a mamá con sus correos.

—Cuídala bien, ¿vale?

—Sí. Te la daré de vuelta el lunes.

—Más te vale —Oliver me dio un golpe amistoso en el hombro.

Antes de salir me fui a cerciorar de que todo estuviese cerrado y en orden.

—Creo que todo anda en orden —dije.

Tomé las llaves para salir, pero al ir a la puerta, vi la televisión conectada. ¿Cómo? Tuve que ir a desconectarla, a mamá no le gustan los gastos insulsos.

De pronto, el frente de mí, el florero de adorno encima de la mesa, estaba a punto de caerse, pero lo detuve a tiempo lanzándome contra el piso para sostenerlo con las manos.

La siguiente cosa rara fue encontrar mis medicamentos en el piso. No recuerdo haberlos dejado ahí; estos cuestan aún más que los anteriores, son una dosis mayor que la doctora dijo que por lo mínimo debería tomarlas por un año. Las metí en el bolsillo del pantalón negro que me puse e hice una carrera para dejarlas a mi habitación.

Por fin estaba listo para salir.

Cerré las puertas lo más fuerte que me permití.

Iba ligero de ropa con unos pantalones negros y cómodos, junto a un camisón y un abrigo azul delgado.

Pedaleé hasta el ciber sin tener complicaciones por las piedras del camino o el tráfico de la ciudad. Los conductores de taxis y buses públicas me la sudan, llegué más rápido en la bici de mi amigo que en sus tontos vehículos.

Me quité el sudor de la frente con las mangas. Vi que el ciber tenía una nueva imagen: paredes cafés y un letrero amarillo. Olí un aroma a café recién preparado. Sin embargo, por dentro era el mismo lugar de siempre con ahora más ordenadores y luz.

—Deme free time, por favor —le pedí al muchacho, mostrándole las resplandecientes coronas erebrinas.

Ya en mi asiento, en la página del correo electrónico puse la dirección de mamá, por si la contraseña estaba mal escrita, vine con un papel de respaldo que por suerte no tuve que revisar.

La bandeja de entrada estaba inundada de correos de su trabajo y uno de papá, le hice click; reconocí mi usuario de Hotmail que era mi nombre junto al de mi hermana. Pude entender cómo es que él se pudo comunicar conmigo hace dos semanas.

Separé los correos que consideré más importantes. Luego de revisar un par de ellos cerré la ventana y fui al escritorio principal a ver los juegos, me percaté de que a mi derecha estaba un hombre barbudo, subido de peso y con una camiseta con el logo de Windows. Sus dedos se movían entre las teclas con la misma velocidad que un auto de carreras. A juzgar por las letras y símbolos que apretó, no escribía un documento, ¿qué era en realidad lo que ese hombre hacía?

Al subir el cuello para dar una mirada de reojo con cuidado, vi la pantalla blanca con letras de color azul, una serie de números en orden colocados de manera vertical y el hombre que añadió nuevas palabras y símbolos.

—Acércate, ¿quieres ver? —me preguntó.

—Señor —le dije—. ¿Qué es lo que hace?

—Hago código en esta computadora, soy un programador.

— ¿Programador? ¿y qué hace una persona como usted?

—Trabajo con computadoras y software, ¿sabes lo que es? ¿no?

—En realidad... no —dije la verdad.

—La programación son las instrucciones que hacen que un programa sirva, consiguiendo que el pc funcione por dentro, mucho de ese software está compuesto por códigos hechos por gente como yo que le dan instrucciones, al programa y a la máquina.

—Increíble. En la secundaria no me enseñaron esto.

Me acerqué a la pantalla a ver los códigos, el hombre fue hacia arriba y abajo con su mouse, los números, las letras y símbolos hicieron que me quedase quieto, daba igual que no entendiese mucho.

Pero, volví a mi trabajo. Después de una hora manejando el correo de mamá, limpié archivos basura, puse los mensajes importantes al comienzo y cerré la sesión. Era suficiente.

—Gracias señor por la explicación, si lo veo de nuevo, quiero que me enseñe más.

—Por nada, chico.

Llegué a casa y al pasar cerca de la mesa de la sala encontré una nota de mamá con un buen puñado de dinero. Ella iba a estar fuera de Estorné por motivos laborales durante una semana, es increíble lo demandante que puede ser su trabajo. Cuando sea mayor de edad, quiero poder proveer con mi trabajo a esta casa, soy todavía un menor, pero no es excusa para no mejorar, después de todo lo que hizo ella por mí.

—Mamá, te prometo que algún día seré un hombre de bien, que trabaje y provea. —Cogí el dinero.

Pasé el día jugando, tengo tiempo para hacer las tareas. No puede ser que en el último año de secundaria tenga que escoger un área de especialización. Solo sé que ciencias suena adecuado para mí, lo malo es que no puedo escoger entre biología... e informática.

Al principio era biología y añadí la otra opción hace no mucho. Suena hasta irónico, naturaleza vs tecnología. Ir al ciber y usar un pc es tan interesante como ir al bosque a ver la vegetación.

—¡Qué difícil escoger! —miré al techo—. Oh, coño que no se me olvide dejar los libro en la biblioteca.

Tengo tiempo para pensar en mi decisión hasta que termine la secundaria.

La semana se pasó volando, me llené de tareas y exámenes.

Era viernes por la tarde, me sobró un tanto de coronas erebrinas para el fin de semana. Me dio por intentar algo nuevo. Hice las preparaciones desde el martes cuando fui al café-internet para sacar información. Entonces, con una pala de jardín que tomé del ático, caminé al bosque y cavé hasta que pude meter la mitad de un brazo en el hoyo. Lo cubrí con hojas y ramitas, regresaré a ver si mañana tengo éxito, si no, colocaré plantas verdes.

Al día siguiente a las ocho de la mañana coloqué una mezcla de lechugas y pastos. Cuando volví a las doce de la tarde escuché unos ruidos venir del hoyo que cavé, con mucho cuidado metí un dedo y sentí el roce de una piel: el animal que estaba metido se movía en el espacio. Un tiempo después dejó de hacerlo, mi estrategia funcionó. Quién diría que visitar los sitios web sobre plantas de Jeervalya y cacería, en serio que eran útiles, encontré información que no estaba en la biblioteca.

—Hay conejo para el almuerzo —dije, sacando al animal del hoyo.

Ya en casa, luego de una buena comida y de limpiar, encontré uno de los libros de botánica que me presté de la biblioteca, tenía que devolverlo hace dos semanas atrás. Ni modo, tendré que pagar la multa.

Domingo por la mañana caminé más allá del arroyo, encontré varias especies de plantas y hongos cuyos nombres no recordé pero que vi en los libros.

Al seguir mi camino en línea recta y pasar por unas pequeñas elevaciones de tierra, di con un segundo curso de agua, más ancho y ruidoso. Fui hasta sus orillas, un zorro que corrió, dejó huellas frescas.

Me saqué los zapatos, el agua llegó hasta las rodillas. Había unos peces que nadaban en paz, en especial estaba uno que era más grande que sus compañeros, se movía al son de la corriente, ¿a dónde iba esta? ¿Dónde terminaba? Si hay peces también hay depredadores, en cualquier momento pueden reclamar su comida. Pensaré en alguna forma de hacerme con ellos sin alertar tanto, ya sé, lo buscaré en internet.

El lunes llegó. Al terminar la última clase, fui con Xavier, Oliver y Margaret a dejar los libros de botánica para luego comer a el Mc Donalds que era lo más barato a nuestro alcance. Mamá regresó de su viaje con un par de bolsas encima.

—Estás creciendo, mi amor —dijo con una gran sonrisa, me dio un beso en la cabeza.

La semana se pasó fugaz, fueron días agotadores, llenos de pilas y pilas de tareas, sin tiempo para jugar o hasta para respirar. Mamá tuvo que irse de viaje otra vez, trabajar con una empresa que no tiene cede su cede en Estorné tiene sus ventajas y desventajas, ella prometió que volvería con una lavadora. Nunca tuvimos una, la ropa era lavada a la antigua. Me pondré feliz si de verdad regresa con una, así no tendré que congelarme las manos. A veces creo que sus idas y venidas son por otros motivos. No, debo ser yo, imaginando situaciones inexistentes.

—Veamos que tengo que hacer por este día —tomé el papel recordatorio del refrigerador—: Ordenar el ático. No creo que esto me tome más de dos o tres horas.

Me tomé un descanso para jugar el último juego que le compré al sujeto, era el Resident Evil 5, siempre era grato volver a Raccoon City.

Recuperé las ganas. Es el momento ideal para que ponga en marcha lo mío.

—Aquí está —dije, viendo al revolver de mi abuelo.

En el segundo piso, hice los preparativos correspondientes y subí al ático.

Sin la necesidad de tener una luz fuerte vi la montonera de cajas apiladas una encima de la otra, en el suelo encontré muñecas de trapo, cubiertos y adornos de metal desparramados. Me arrepentí de pensar que solo iba a necesitar dos o tres horas, fui un tonto.

Con la cantidad qué había por arreglar, me di cuenta de que era trabajo para dos o tres días; sesiones si se le quiere.

—Qué tedioso.

Me decidí primero por mover unas cuantas cajas para hacer espacio, un objeto cayó al piso, era la revolver. La siguiente caja por cambiar de lugar contenía varios discos. Tomé uno de muestra. Encontré de The Beatles, Queen, The Who, Yes, The Police, Genesis y otros artistas. Todo esto le pertenecía a mi padre, él solía escuchar canciones de ellos.

—Qué bandas son estas —leí en las caratulas de los discos nombres de bandas en español que jamás oí. Una me llamó la atención. ¿Soda Stereo? Pero si es el nombre más molón que oí en mucho tiempo.

Al lado del último disco que vi estaba una medalla con unas letras extrañas y una hoz y martillo, no cabía duda de que todo esto le pertenecía al abuelo y quizá, a papá.

Puse la caja de discos junto con la primera cerca de la ya no tan pequeña ventana, lo digo así por el cambio que se le hizo, mamá no soportó tener poca iluminación en esta habitación, fue buena idea por parte de ella.

Tomé lo que no era una caja. Iba y venía sin parar con nuevos objetos, los acomodé uno sobre otro cerca de un rincón al que le llegaba algo de luz.

Mañana iba a continuar con el arreglo del ático, aunque sé que no necesito de nadie para cumplir esta tarea, es mucho trabajo.

De vuelta en el primer piso, un viento suave me impactó contra el cachete. El bosque me está llamando, quiere que lo vea. No es un producto de mi imaginación, ni es lo que prometí dejar atrás. Tampoco se trata de un Dios, seres mágicos o criaturas en las que por supuesto, no creo. Mis sentidos de aventura se activaron.

Hice un par de preparativos que fueron un cambio de zapatos y tomé un abrigo grueso.

Estaba listo para partir. En la mochila puse algunos comestibles y agua. Durante la noche haría una fogata, mi objetivo era regresar antes del amanecer del día lunes. Sí, un plan armado a la rápida.

Miré hacia el cielo: Sky; no había muchas nubes. Extendí un brazo al celeste que parecía no tener final, pero sin perder de vista el montón de robles, abetos y pinos.

Me subí la capucha por protección. Pese al invierno, el bosque tenía un aroma particular que era seco y profundo en ciertos lugares. Las cortezas que toqué eran más ásperas de lo normal. Respiré el aire pesado e hice camino para moverme más adelante.

Oí un sonido, alguien pasó entre las ramas; de seguro era un animal. Sea de lo que se tratase, tenía que estar alerta.

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