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Perdiendo la Religión

Hoy después de mucho tiempo vine a una iglesia.

Estoy junto a mi madre, ella está arrodillada, haciendo sus plegarias y yo...también lo estoy, pero solo finjo, no sé qué decir aparte de los rezos que aprendí, tenía las palmas juntas para camuflarme.

Todo está copado, tal vez sea por la época, estamos en diciembre, lo que significa coros de niños, villancicos y donaciones. Pero, a pesar de la cantidad de personas, me subí el cierre del abrigo. Estuve en esa posición hasta que el padre terminó lo que hacía.

Entonces, alguien hizo sonar una campana y la gente se formó en una fila para recibir la hostia, aclaro que es la que se meten en la boca para hacer la comunión; no la otra en la que se reciben golpes.

—Vamos a hacer la comunión —me pidió mamá.

Le di la mano y entre las dos filas que había, ella y yo nos colamos en la del Padre. Esperaba paciente mi turno, sin ruidos ni movimientos. Vi hacia una de las decoraciones en vidrio y un crucifijo que sobresalían entre las paredes oscuras y la poca iluminación del lugar. Debajo de las figuras religiosas estaban unos lugares en los que prender las velas y vi a unas cuantas personas rezar.

Volví los ojos hacia la espalda de la persona que estaba delante de mí, faltaban unos cuantos para que me dieran la ostia.

—Mamá, ¿podrías ir tu primero? —le pedí.

—Está bien, pero me haces tu comunión.

Ella cumplió con su parte. Cuando fue mi turno, me paré al frente del hombre gordo y medio calvo que era el padre, tenía una pinta de que era uno de esos jesuitas españoles o por lo menos de ese país. Él me miró demasiado serio y con las cejas caídas hacia abajo.

—El cuerpo y la sangre de Cristo.

—Amén. —Me dio la ostia en la boca apenas acabé de pronunciar el amén y mientras me la pasaba, regresé a mi sitio.

Miré hacia el yeso de la Virgen María mientras otra vez me arrodillé. El Padre ya no estaba con cara de molesto.

Di un fuerte respiro y me concentré en lo que tenía en mente: la pistola, la que quería usar y terminé por esconder entre mi ropa interior, ¿qué? Mi madre no podría husmear ahí, aunque sea mi madre.

¿Y si fue Dios el que hizo que no apretara el gatillo?

Un frío recorrió mi cuerpo, esa podría ser una buena respuesta si no fuera porque casi no rezaba ni pedía mucho al Señor, después de todo, ni él me dio una pista sobre el paradero de mi hermana; pero, supongo que comprendería el por qué no lo hice, que soy un humano más, igual de imperfecto que los otros.

Regresé a mi asiento. Me atuve a escuchar y hacer un esfuerzo por seguirle a los canticos.

—La Palabra del Señor esté con ustedes —anunció el Padre.

—Y con tu espíritu —respondió la gente con yo incluido.

—Vayan en la paz del Señor.

—No se olviden que los esperamos de lunes a sábado para las donaciones —dijo un chico.

Algunas de las personas fueron saliendo de a poco, quería darles alcance, pero, mamá me tomó del brazo.

— ¿A dónde vamos?

— Donde el Padre, vamos a contarle lo qué te sucedió.

— Pero mamá para eso está la doctora Luar.

— Pero ella cobra mucho y tal vez el padre pueda ayudarte.

— Mamá, la doctora te dijo que si tenías problemas con los pagos podría tomar una sesión debiendo otra. ¿Qué acaso lo olvidaste? Así me comprarás las medicinas —le hice recuerdo. No es que no confié en el padre, pero dudo que él solucione nuestros problemas.

— Te acuerdas de lo que te conviene —me lo echó en cara, también lo hacía con Armelia cuando estaba enojada con ella o quería castigarla—. Yo voy a hablar con la doctora para ver si es cierto o no.

— Mami no te molestes, tú sabes que no te miento.

— Uhmm, en la casa hablamos.

— Mami, no será necesario. Iré a dejar limosna y haré la comida si quieres.

— No, vamos a almorzar afuera, no quiero lavar platos.

Me soltó la mano y nos separamos. Recordé que hoy quedó en que almorzaríamos con sus amigas, a ver si se le quita el enojo. Fui hasta una de las cajas metálicas para colocar unas cuantas coronas erebrinas y encontré a una mujer haciendo lo mismo. Y entonces, ella y yo chocamos miradas, se puso contenta al verme.

—Hola, ¿Cómo estás?

—Buenas tardes Miss Cantleman —la saludé.

—No me digas así, llámame por mi nombre, Ruathor.

—Supongo que señora está bien igual.

—No, solo Ruathor. Qué gusto verte por aquí.

—Igualmente.

Tuve una pequeña charla con ella y me despedí rápido para que mi mamá no la encontrara. Como si fuera genial encontrarse con la maestra de religión de la secundaria, esto pareciera una broma de mal gusto o qué se. ¿Por qué justo en esta iglesia? Hay tantas otras en la ciudad.

Mamá y yo tomamos un taxi para llegar a tiempo al encuentro con sus amigas.

—Tu hijo es muy sincero —dijo una de ellas.

—Así es. No me miente y está aprendiendo a cocinar y hacer labores de casa —contestó mi madre.

—Ojalá mi hijo fuera así, es tan inútil como su padre —otra de las amigas de mamá dijo algo por el que un conservador o tradicionalista lo colgaría.

Después del almuerzo regresamos a casa y tuve la oportunidad de jugar en la consola, mañana era otra semana en la secundaria. La suerte me sonrió y mi madre salió de vuelta con sus amigas.

Hoy se cumplieron más de diez días desde que intenté hacer eso. La situación en el salón de clases es la misma: los perdedores somos perdedores, la gente inteligente, con dinero o de buena apariencia física se sienta adelante; y los del medio, es complicado darles una característica en común, son variados.

Es la hora de religión. Tan aburrida y somnífera como siempre, ni siquiera las preguntas que el resto de alumnos hacen la salva. Quizá si alguien se atreviera a cuestionar a Miss Ruathor Cantleman, otro podría ser el resultado.

—Dios es tan misericordioso y bueno, no duden en acudir a él si tienen problemas. Él es grande y poderoso, omnipotente; así fue escrito en la Biblia —dijo ella.

En la mayoría de clases se la vive alabando a Dios o a Jesús, tal parece que debió ser monja de convento en lugar de profesora de secundaria.

Al ver el cuaderno en el que debería hacer mis apuntes, encontré incontables garabatos en la hoja. Cuánto desearía estar en casa con la consola o buscando la llave del cuarto de mi hermana mayor, estar aquí es... no hace falta mencionarlo de nuevo.

— Y ustedes, ¿tienen alguna duda del poder de Nuestro Señor?

La pregunta se oyó, tengo una para ella, si es capaz de responderla, le tendré admiración de verdad y si voy a la iglesia de nuevo, le daré la paz.

—Miss Ruathor —me puse de pie—, si Dios es tan grande y omnipotente, ¿por qué no fue capaz de traer de vuelta a mi hermana mayor?

Quiero una respuesta y lo quiero rápido.

— ¿Qué dices? Repite tu pregunta, por favor —hizo su voz aguda.

Mordí los labios. Dije la pregunta lo más alto que pude, ¿es que esa mujer está sorda o lo hace a propósito? Me levanté y varios me miraron; vaya que mis compañeros jamás dejan de ser amables.

—Miss Ruathor, si Dios es tan grande y omnipotente como usted lo dice, ¿por qué no fue capaz de traer de vuelta a mi hermana mayor? Hice todo lo que estaba al alcance de mi mano y no la encontré ni tampoco me dio una pista —Estuve firme. Quiero que me den una respuesta que sea coherente.

—Es que lo tuyo es un caso especial. Hay prioridades y lo que pides es difícil. Tal vez Dios sea incapaz de cubrir las demandas del mundo. No te preocupes, sigue intentando, ¿verdad chicos y chicas?

Un compañero comenzó a reír, luego otro y otro. Por qué me siguen mirando tanto. Detesto que el abrigo que traigo sea sin capucha. No hablé con nadie el resto de clases ni fui a la cafetería, me quedé por donde no me vieran.

Aguanté hasta la última clase; el profesor de matemáticas dejó un montón de tarea por hacer. Cuando iba con tanta normalidad a la salida, choqué contra una pared, o debería decir persona.

—Oye niñito, deberías fijarte por dónde caminas —oí una desagradable voz y fui empujado por los brazos del hablante, la mochila resistió la caída por mí.

—¿Qué es lo que quieres? —me levanté, si caigo en su juego o grito, seré presa fácil.

—Qué es lo que quiero, tú lo sabes, niñato. Caminé hacia atrás mientras él habló. Debo buscar la forma de huir, no quiero meterme en líos con mi madre si es que me ve regresar con heridas. No quiero que la maldita doctora se meta aún más en mis asuntos o que lo haga mi madre.

— ¿A sí? —dímela, la olvidé.

—Pero te la sabías, te la dije antes.

Continué retrocediendo, estaba cerca del pilar, en un rango fuera de los casilleros, la superficie favorita de Ernit y no por razones académicas.

—Que lastima, quiero oírla de nuevo, bola de mocos y asquerosa.

En el instante que quiso asestarme un puño en el ojo, solo tuve que dar unos pasos hacia la puerta de un salón. Su altura y peso igual le jugaron una mala pasada.

—José, Teli, Cuchote, los necesito, el perdedor está huyendo —tuvo la fantástica idea de gritar a sus amigos.

Apreté las manos e hice puños, si cualquiera de ellos me agarra, estaré jodido. Tengo que irme.

Tres, dos, uno —conté. La puerta todavía estaba lejos, cómo es posible, los anteriores días su posición era igual.

— ¡Ah!

No me importar perder mis energías, en la estación las recuperaré. Al pasar próximo por una profesora, su falda se levantó y vi algo que no debí, lo juro fue por error.

—Malcriado, buscaré tu nombre y haré que tu mamá o papá te den con hebilla metálica.

Qué lástima porque mi papá hace mucho que se fue de Jeervalya.

A lo no tan lejos percibí un objeto, era grande y de color café con dos perillas; también mi propio aliento. Obligaba a mi cuerpo a resistir. Las fosas nasales se me ensancharon y tenía un tambor por dentro, tras pasar por el baño cogí la pileta con la derecha, levanté un pie y luego lo bajé y para finalizar salté a la perilla y la abrí. Ernit podria darme alcance.

Apenas tomé una bocanada de respiros corrí hasta llegar a la parada del bus, viendo entre intervalo de segundos a cada lado posible. El vehículo llegó y tomé asiento al final.

De vuelta en casa fui directo a mi habitación y me quedé a mirar el techo. Cerré los ojos, al despertar, prendí la luz.

— Maldita sea, mi estúpido medicamento.

Salí directo a la cocina a prepararme la cena. Tomé un pedazo de ternera y unas cuantas patatas.

«Si esos bullies me hubiesen alcanzado, tal vez no estaría aquí», pensé, usando una cuchara para distribuir mejor el aceite de oliva sobre la carne.

Después de la cena me tocaba limpiar mi cuarto, no fuera que mi madre se molestase conmigo; qué flojera tener que barrer el piso y recoger lo tirado.

—Luego lo limpio —cerré la puerta y fui derechito a encender la televisión.

Por MTV encontré la tontería de show de gente y playas, yo que quería ver Happy Tree Friends sin temor a que me pillen o que sea tan de noche. El siguiente programa era el de un señor religioso con un montón de gente de rodillas y que habló tonterías parecidas a las de mi profesora de religión.

—Bendigan la grandeza del Señor y sus milagros. Gloria, gloria, Misericordia al Señor.

—Si Dios fuera tan grande habría solucionado lo de Armelia.

Apagué la televisión. Lo que menos quiero oír es sobre Dios y sus supuestos milagros, ya tengo suficiente con mi clase de religión y la inepta de la señora Ruathor.

Cuanto me gustaría que fuesen las vacaciones de navidad y quedarme todo el día jugando en la consola o en el café internet. Como también me gustaría tener una respuesta sobre Armelia; si es que la siguiente clase la señora con complejo de monja no me la da, la encararé de nuevo.

—Todas las religiones, cristiana, católica, musulmana, protestante, judía y las que puedan imaginar, llevan al mismo camino: Dios. Incluso si tienen dos o más dioses, hay uno principal que gobierna por encima del resto —explicó Miss Ruathor.

"All religions are the same shit" anoté en mi cuaderno, en la parte de sus apuntes serios, o que pretendían serlo. Vaya clase inútil. Por lo menos no nos puso a buscar versículos. No me dio la oportunidad de preguntarle, no cuando no deja de hablar sin descanso.

—Miss Ruathor, ¿Dónde está Solomon? No lo veo desde hace rato —una compañera interrumpió la clase.

—Cariss, él fue al baño, seguro que vuelve pronto

Escuché un ruido venir desde el comienzo del salón, una mujer en pantalones y camisa blanca ajustada entró. Quién sería ella; su mirada era entre sorprendida y de miedo, separó sus labios un poco y se preparó para hablar.

—Dejen de hacer lo que están haciendo, afuera uno de los chicos castigados de este salón está golpeando con otros a un niño, al hijo de una amiga. Por favor, ayuda. —Sonó ahogada entre sus propios gritos.

Ernit, no hay duda de que se refirió a ese sujeto que ni entró a la clase. Todos dejaron sus lugares, como siempre hubo algunos rezagados. Uno de ellos era Xavier; justo cuando pensaba en retirarme para buscar al tipo que me vende los videojuegos, cruzamos las miradas. A saber porqué le escuché unas risitas raras y le vi poner sus palmas juntas; apartó su mirada de mí y luego me volvió a ver directo a los ojos. No lo comprendo. Procedió a parpadear de manera repetida y me hizo una mueca. Sus ojos fueron de un lado para el otro.

—Hola —le saludé levantando la mano sin ganas.

—Hola —puso un tono de voz raro.

— ¡Xavier ven a ayudarnos! —le gritaron.

— Ya voy —respondió—. Lo siento Sky, tengo que irme. Lamento que sea tan abrupto.

— Adiós, Xavier —le ofrecí mi mano para despedirme. Él, por alguna tonta razón, se puso sonrojado cuando me la dio. ¿Qué le sucede a ese tipo? No, creo que, ah, olvídenlo.

— ¡Ayúdenlo! —el grito de una mujer resonó, sospecho que es la misma de hace rato.

Después de la escena especial con Xavier, caminé hasta un sitio en el que pudiera ver los casilleros sin estar tan cerca de ellos y lo que vi era tan digno de una escena de un videojuego con clasificación para mayores de 18 años.

Solomon fue capturado por el bastardo grande y sin cerebro y sus secuaces que lo tenían de saco de boxeo; ellos se quitaban a los otros sin mucho esfuerzo, al menos me pareció así. Un adulto intentó detenerlos, lo único que consiguió fue ser pisoteado por los grandes zapatos del bullie principal. Ernit junto con dos de los suyos dejaron caer a Solomon al piso y lo pisotearon, el que quedó se las vio con aquellos que intentaron aproximarse a ellos.

El líder de los perdederos ya tenía la cara y el golpe con heridas cuando los refuerzos llegaron. La mujer que se encargó de interrumpir a la maestra de religión hizo gritos y ninguno del salón tuvo el valor suficiente para acercarse.

—Vete de aquí, niño —me dijo un hombre con traje de policía que llegó con dos de sus compañeros.

Sin importar que fuesen menores de edad, los policías en menos tiempo de lo que podría tardar en aburrirme en la clase de religión, encadenaron a tres de los cuatro bastardos cuyo jefe quedó solo. Desde mi posición apegada a una pared, vi al oficial que me dijo que me fuese, recibir golpes y pisotones de Ernit.

Ver a oficiales competentes con su trabajo no es algo que ocurre todos los días.

El adulto, en un momento de ira del grandote sin cerebro, sacó sus esposas y las puso entre las muñecas. Se terminó. Solomon quedó en el piso con algunas partes de él cubiertas por un líquido rojo especial. O lo llevaban rápido a la enfermería o la situación se ponía peor.

—Dios, porqué permites que me suceda esto —dijo unas cuantas palabras sin ver a las personas.

Mientras el resto de personas iba socorrer a los oficiales y a Solomon, me di espacio para cerrarme el abrigo y usar la capucha para taparme.

Ya en casa y en una posición cómoda, me puse a pensar en lo que vi. Bajo ninguna circunstancia tengo que contarle a mi madre lo que ocurrió, si no ella querría cambiarme de secundaria lo que no quiero para nada, estoy bien siendo invisible.

—Creo que pude gritar para espabilar al grupo de idiotas —dije. No, no era mi obligación, menos porque suelo otro de los objetivos en la mira de Ernit—. Bah, un simple mortal como yo no debería preocuparse por estos asuntos, ya tenemos a Dios y su grandeza, si de verdad es lo que es, ayudará a Solomon —Salí de la comodidad del sofá hacia la ventana—, a no ser que, Dios, él, no exista —dije, recorriendo las cortinas.

A través del vidrio frío observé los árboles, tan altos e inamovibles. La vista era interesante. Quiero ir, es el momento perfecto. Ya cometí una falta de disciplina antes, por qué no cometer una segunda.

No me fui de casa sin antes tomar un abrigo y cerrar la puerta, metí la llave bajo el tapete de bienvenida.

Los tiempos tienen que cambiar. Por favor, tengo quince años; el bosque me llama. Si conseguí llevar un puto objeto ilegal a la secundaria sin que me descubran, puedo mandar más reglas al demonio, si es que existen y no son una invención de los religiosos.

Todavía quedaba suficiente luz para entrar a lo profundo del bosque. Después de pasar el roble que marca el centro entre el patio de mi casa y el resto de árboles, me bajé la capucha. Ni que fuera un llorica para tener miedo de lastimarme.

—Toma esto —pisé un insecto que tenía un color parecido al de los pastos secos, lo reconocí por el movimiento que hacía, inusual en las plantas.

Pasé a ver un sendero de hojas esparcidas en el suelo que aumentaron con cada paso que di. Eran cafés, algunas eran más alargadas, otras pequeñas. Los únicos árboles que reconocí eran los robles.

Seguí el sendero principal, las plantas y árboles lucían iguales entre sí. Al lado de un roble en crecimiento vi unas huellas. Sería idiota si es que intentara adivinar a qué animal pertenece.

Las copas de los árboles de este sector me obligaron a abrir más los ojos. No vi el árbol que estaba disparado, vaya que llegué a un punto especial.

Pisé un par de piedras. ¿Miedo? Que sea para otros porque no lo tengo.

Avancé en línea recta hasta llegar encontrar un roble que en su oscuro y grueso tronco distinguí unas letras, AKJ. Armelia Kiara Jolais, las iniciales de mi hermana mayor. A su lado estaban la S y una segunda J.

El resto del árbol se alzaba sobre las copas de los demás. A saber, el tope de este. Mientras lo dejé atrás, me di cuenta de que hasta ahora no tuve un encuentro con algún animal interesante, aquellos aburridos insectos estaban fuera de la lista.

Reposé sobre un arbusto y a unos centímetros de mí estaban las olorosas flores rojas que Armelia solía usar para su té. Hasta hace unos segundos creí que estaban desaparecidas, ella había arrancado tantas incluso para convertirlas en perfume. Salté y tomé un puñado.

En los costados había árboles de ramas sin hojas que tenían a su lado arbustos con algunas partes verdes. Después de pasar por unos cuantos encontré uno de frutos violetas y pequeños que se veían apetitosos, pero también sospechosos. Me fui sin mirarlos de nuevo.

Los arbustos y árboles grandes dejaron de aparecer con tanta frecuencia. Sobre la tierra que pisaba estaban huellas; dos tipos distintos de huellas. Unas parecidas o que por lo menos se podrían relacionar con algún tipo de gato, las segundas, se asemejaban a la de los perros, alguno podría pensar que son zorros, no lo eran, estoy seguro.

En el terreno avisté unos pedazos de tierra que sobresalían por encima de otros, tenía energía suficiente para volver si es que lo deseaba. Puse un pie sobre una piedra, me aseguré de contar con la fuerza suficiente y puse el que faltaba.

Corrí hacia arriba. Había una especie de separación entre una parte y otra, como si estuviera cortado a la mitad. Al mirar de cerca, encontré un riachuelo o un arroyo —lo que fuese— que separaba los lados.

Me lavé las manos en él y bebí del agua que corría, su sabor era frío con pizcas de dulzor. Eché de menos el estar sin una cantimplora. Cuando quise lavarme la cara, la sombra de los árboles se hizo más oscura. Escuché unos ruidos desconocidos que no se parecían al de un animal. Luego de unos segundos, volvió a oírse con más fuerza que antes.

Alguien estaba cerca; un cazador, animal desconocido.

Mi cuerpo se dio media vuelta sin que se lo haya pedido; joder. Lo tuve que aceptar, era hora de que regresara a casa. Tenía suficiente luz para moverme con cuidado. Un segundo ruido se manifestó. «¿Otro animal?», pensé en una respuesta lógica.

Mientras corrí para acortar distancia, mis piernas se detuvieron al pasar el arbusto de frutos silvestres, el camino era largo y la luz estaba comenzando a escasear. Tomé el aire que pude con tal de seguir.

Hice un trote suave para acelerar después, mi segundo punto de parada era el arbusto cerca de las flores rojas. Entonces, se sintió la presencia de un tercer ruido, diferente de los anteriores, reconocible: el de un ave.

No era tiempo de descanso, tenía que seguir avanzando. Los pasos que di cubrieron grandes espacios, mi condición física me permitió correr al árbol con las iniciales de Armelia. Tuve que detenerme para tomar aire. Mi primera vez a solas en el bosque y sale así.

Si no llego antes que mamá, seré hombre muerto. Me dieron enormes ganas de quitarme el abrigo por el calor, pero tenía que aguantar.

Al forzar la vista distinguí luz al fondo entre los árboles y arbustos. Me metí en este problema, es mi deber arreglarlo. Pero esta sensación es tan única.

Corrí.

No vi árboles ni flores ni arbustos.

Oí unos pasos como de zapatos. No es posible que alguien esté cerca. A la cuenta de tres me preparé para correr el último tramo que restaba.

— ¡Ah! ¡Déjame en paz! —grité sin pensar, lo único que deseé era la luz.

Llegué al sendero de hojas, estaba cerca, no lo suficiente. Deseaba quitarme el abrigo que traía. Respiré por medio de la boca, aguantando las ganas de caer sobre el montón que estaba a la vista.

—Puedo correr una vez más, una última —dije mis pensamientos de forma verbal. Este es el precio de mis actos, el precio de mostrar un lado que creí que había muerto hace un par de años.

Imaginé un arma ser disparada y la última reserva disponible de energía desapareció.

No puse la parada final hasta que avisté al árbol en medio del verdadero patio de casa y el bosque.

Con los dientes mordí el dedo índice de la mano izquierda, una acción tonta que me calmó. Quedaba llegar a la puerta, di pasos comparables al de una marcha. La tortura se fue cuando alcancé la baranda.

Subí las gradas y saqué la llave del felpudo. Caí en el piso, cansado y sin ganas.

—Hermana... Si pude ir más allá de ese árbol... Entonces puedo tener el coraje suficiente de buscarte de vuelta.

El lunes por la mañana, mientras me comía las uñas porque me tocaba aguantar una semana más de clases, escuché el sonido de la puerta del salón que impactó contra la pared, hizo que mi boli cayera al piso. La profesora de religión entró e interrumpió la clase actual. Su rostro estaba por completo arrugado, no traía buenas noticias.

—Solomon ha fallecido.

Miss Cantleman se tiró al piso, todos nos pusimos de pie y ella empezó a llorar. Fui al frente, estaba detrás de uno de un tipo de cabello rubio y más alto que yo.

En tanto todos los de la clase tuvieron caras de sorpresa y miedo o una mezcla de las dos, el muchacho cuya mente era habitada por el Milnombres no se sorprendió. Su mirada palideció de brillo, ninguno de sus músculos faciales se movió ni un poco. Pero, no era obra de la criatura inhumana, era de él.

—Cálmese, Miss Cantleman —dijo, Miss Edna Harith, la maestra de la asignatura de historia que le pidió que se parase. Varios la abrazaron y le dieron besos de consuelo.

—Ni la expulsión de esas bestias podrá calmar el dolor que siento, Solomon tenía una vida por delante y ellos se la arrebatan. Solo puedo pedir para que su alma esté en el reino del Señor.

Di un paso adelante. Pese al disgusto que le tengo a la asignatura de religión, sería descortés de mi parte no dar un pésame o las condolencias.

—Teacher —le extendí la mano—. Mis más sinceras condolencias para usted, pero, tengo una pregunta. Si Dios es tan grande y tan bueno, por qué no detuvo lo que pasó con Solomon, o es que él no existe y se consuela a usted misma creyendo sin tener pruebas.

Su boca permaneció cerrada como un buzón antiguo que no se abre sin que una persona interceda. Retiró su mano de la mía; vi que su maquillaje se corrió por las lágrimas.

—Cállate maldito ateo, deja de faltarle el respeto a Miss Cantleman con tus preguntas —Un tipo del que ni me sé su nombre puso su puño en frente de mí. Lástima porque mis deseos de pelea son iguales a las ganas de pasar la siguiente asignatura.

—Taylor, por favor, no es momento de empezar un conflicto. —Fue detenido por Xavier.

Ateo. Es la primera vez que escuchó esa palabra, ¿será un insulto? ¿una amenaza? Suena interesante, la buscaré en un diccionario cuando pueda. Las miradas de varios del salón se posaron sobre mí; estaban enojados.

— ¿Qué clase de ser humano eres tú? —preguntó Miss Edna Harith—. Si es que no te disculpas con Miss Cantleman en este instante, voy a llamar a tus padres y te llevaré a la dirección.

«Qué molestia».

En frente de todos puse la mirada al piso para aparentar culpa y le extendí la mano a la profesora de religión.

—Perdóneme, Miss Ruathor —fingí una voz melancólica.

Regresé a mi asiento con los hombros caídos. La profesora de historia le dio un abrazo a la otra.

Y de pronto, un profesor de otro salón apareció para interrumpir el momento. A juzgar por el rostro de él, tampoco traía buenas noticias. A saber, por qué razón, sacó a las dos maestras.

No era ni mediodía y ya pasaba esto. Se nota que no quieren que pasemos clases.

—Jóvenes, pueden irse a sus casas —dijo el hombre.

—Míster Johnson, ¿Qué está sucediendo? —se le ocurrió preguntar a un sujeto, creo que uno de los mejores alumnos del salón.

—No podemos decir qué está pasando. Váyanse a sus casas de inmediato —Se apresuraba en sacarnos; este sujeto es agradable.

Cogí lo mío, estaba listo para largarme de este sitio.

— ¡La policía! ¡La policía viene por nosotros! —gritó un tipo que apareció en la puerta.

— ¡Silencio! ¡Asustas a tus compañeros! Váyanse, no le hagan caso a este loco.

Esto sin duda alguna era por lo de Solomon, ahora que estaba muerto, sus padres se moverían para colocar una demanda, si es que no lo hicieron ya. La directora, los profesores y hasta los alumnos estaban jodidos, lo que me incluía a mí más.

Mientras el resto salía a empujones y carreras, me cubrí la cara con la capucha.

Afuera del salón, la situación tampoco era la mejor.

Los de grados inferiores salían conducidos por sus profesores y los de último año no aparecían por ninguno lado. Claro, a mí y los otros de penúltimo grado nos dejaron a la suerte. Pero no me importaban los demás, quizá un poco Xavier que tiene amigos para cubrirle la espalda.

—Mierda, si es que me ven y me agarran van a hacer hablar y hasta llamarán a mi madre —susurré entre dientes.

Estaba consciente de que mi cara y aspecto de tipo con pocos sentimientos no era la mejor para aparentar inocencia. Pero si huía así sin más, iba a llamar la atención de la gente.

— ¡No voy a descansar hasta que haya justicia para mi hijo! —gritaba una mujer entre llantos y lágrimas.

Respiré. Caminé hasta los casilleros y vi a un grupo de chicos que estaban cerca, todos se manejaban con cuidado. Mientras la mujer gritaba, me puse detrás de ellos. En cuanto no me viesen, iba a huir.

—Por favor —le dije a uno de los chicos cuando me vio—, cúbreme, no les haré nada malo —hice el símbolo del silencio.

La policía iba a estar en cualquier momento. Ellos lo sabían, respiraban y tenían las miradas tensas.

Cuando llegué a cierta distancia a la puerta. Me subí la capucha y metí las manos en el bolsillo.

— ¡Corran! —les grité a los chicos que me cubrieron. Sin verlos a ellos o lo qué ocurría con el resto de los estudiantes, corrí y corrí hasta donde mis piernas me lo permitieron.

Al detenerme, puse las manos sobre las rodillas. Estaba en la parada del bus, escuché el sonido de las sirenas. Aún no estaba a salvo.

Me revolví el cabello y mantuve la mirada caída. A veces observaba con leves movimientos de ojos, que los polis no estuvieran cerca. Fue así hasta que llegué al cibercafé.

—Deme freetime —le dije al tipo que atendía después de sacar unas monedas.

Agarré una maquina y me eché una partida en el primer juego al que le hice click. La terminé; a mi mente regresó la palabra de esta mañana: «ateo».

—Persona que no cree en un Dios o niega la existencia de uno —leí.

Hice click en la primera pestaña, en la página web encontré una descripción más extensa de lo qué es un ateo. Vi un símbolo, una letra A de color negro y que formaba un círculo. Regresé al buscador, bajé hasta la parte en la que se ven los números.

Entonces, tuve una idea. Traduje ateo del castellano al inglés y puse, what is a atheus, el buscador me corrigió la pregunta. Los nuevos resultados incluyeron famous atheus quotes, organizaciones ateas, artículos y gente famosa atea.

No tenía idea de la cantidad de científicos y figuras importantes que no creían o dejaron de creer en Dios. Charles Darwin, Isaac Newton... incluso Ralock Widar, uno de los presidentes de Jeervalya. Los ateos estuvieron entre las personas que creen en Dios por tanto tiempo y los juzgaron, los hicieron de lado o en palabras modernas, bullying; despreciaron sus trabajos, sus conocimientos, los mandaron a matar en nombre de la iglesia, la religión y Dios.

Continuando, puse ateus quotes en el buscador de imágenes, lo que vi a continuación eran frases en ¿portugués? Cambié la búsqueda por atheus quotes, el buscador lo corrigió a atheist quotes. Toda esa gente estuvo llena de genialidad.

—God is Dead —dije una de las frases. Incluso en su poca extensión, me pareció verdadera.

La desaparición de Armelia, la muerte de Solomon; ahora tienen sentido. Dios está muerto.

El hombre a cargo de dichas palabras era un sabio. Busqué su nombre en la web y pronto me di cuenta de que él y yo compartíamos —casi— algo en común.

Me quedé en el ciber hasta la hora del almuerzo.

A eso de las dos de la tarde, fui a la biblioteca central de la ciudad. ¿La secundaria? Que tomen por culo todos ellos. Aunque me cierta gracia saber cómo se las van a arreglar con los padres de Solomon, no era de mi completo interés.

—Esto es lo que estaba buscando —dije y leí el título del libro; Jeervalyan Plants Guide: A compilation for All.

Fue una buena idea sacrificar la tarde en la consola por la biblioteca. El libro de mi al lado era uno igual relacionado con plantas, al hojear vi que contenía un mayor número de ilustraciones a comparación del que agarré. Contenido sencillo vs ilustraciones, los dos me resultan igual de útiles.

Lo mejor será que observe con cuidado. En camino para buscar una mesa, me topé con el pabellón de filosofía. Reconocí los nombres de Aristóteles, Sócrates —el filósofo con cerebro, no del simio idiota de mi primo— y otros; esta era una parada obligatoria.

Con tal de tener las manos libres, dejé los libros que tomé. La escalera fue suficiente para contener mi peso corporal, su superficie era áspera al tacto, soplé su polvo dos veces. Metí el aire hacia la boca, formando una o. Al dar vistazos rápidos en los títulos vi uno de un autor familiar.

"Thus Spoke Zarathustra", era el nombre del libro. Lo agarré con un brazo, cauto de no resbalar y caer por la escalera que de la que bajé uno por uno sus peldaños. Abajo, le di un vistazo a los dos primeros que traje conmigo. Letras o ilustraciones.

Odié tener que quedarme con el de dibujos, pienso que será más fácil saber sobre las plantas del bosque si las comparo con lo que vea.

En el puesto del bibliotecario, pedí que anotaran las dos adquisiciones, me dieron un mes para devolverlos.

—Tesoro —miré al libro del filósofo ateo, tenía que llevarlo conmigo sí o sí. No veo la hora en comenzar la lectura.

Quince de diciembre. Faltando poco para la Navidad y Nochebuena, a los de mi secundaria no se les ocurrió una mejor idea que "adelantar" las vacaciones, incluso tomándose la molestia de llamar a mi madre por teléfono para anunciárselo.

Debido a que mi madre está apretada con el dinero, me salvé de ir al consultorio de la mujer entrometida, pero, por esta única excepción me hubiera gustado contarle lo que me sucedió en este tiempo y ver su reacción.

En estos momentos estaba a la espera de que ella y sus amigas salieran del centro comercial. Me había quedado en el auto y desde hace rato que leía los dos libros que tomé de la biblioteca. Logré convencerla después de decirle que, si me dejaba a solas para leer, mi gramática y ortografía mejorarían.

No tenía ganas de salir a ninguna parte.

El frío hizo que las ventanas del auto de la amiga de mi madre se v0lvieran oscuras. Tuve que encender la calefacción interna y ponerme la bufanda hasta arriba del cuello.

Tenía la mirada sobre las palabras del libro del filosofo ateo. Cada uno de los párrafos venía cargado con verdades. Quería continuar hasta el final, pero no quería que me interrumpieran.

De repente, escuché una respiración cerca. Interrumpí mi lectura solo para comprobar que era el único en el auto.

Hice una mueca de enojo y para quitármelo puse la radio. Cambié de emisora hasta que escuché un sonido parecido al rock pero que no parecía que lo fuese.

—Right, now. Ahahaha.

Dejé la canción hasta el final. Era maravillosa. La siguiente que sonó lo fue igual; Rage Against the Machine: Killing in the Name.

Esa música, esos sonidos, esas letras; podía identificarme con ellas. Hace tiempo que no encontraba algo tan bueno.

—Lo siento Armelia, tú fuiste apegada a Dios y te apuraste en hacer tu confirmación, pero yo no puedo seguir tus pasos —dije, poniendo las palmas para rezar.

Lo lamento tanto por mi hermana y por todos que esperaban que fuese otro católico más.

—Espero que pases unas felices fiestas, ateo. —Fui interrumpido por una voz infantil y en frente de mí una sombra azul salió corriendo. Que buen intento para que vuelva a creer en Dios, pero, ya no puedo. 

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