Niño de la Luna
Hace una noche de luna nueva, estoy cerca de la casa de los terceros escogidos; estoy afuera de sus mentes, ya es suficiente que tengan que aguantar la familia de mierda que les tocó.
Los mellizos, entre todos los malditos Skympass que conocí, son los únicos que...que...han producido sensaciones que creí que jamás sentiría en mi vida como Milnombres. Ellos son yo, yo soy ellos; no deberían pasar por todo lo que les ocurre, quisiera encontrar una forma de ayudarlos, aunque esté en contra de las reglas.
Con este cuerpo que tengo no puedo hacer mucho sin llamar la atención, en especial de ese sujeto, Denis, es demasiado inteligente y astuto —aunque él por su cuenta haya decidido esconderlo— para su propio bien, pero, a pesar de ser un loco francés salido de la nada, no lo desprecio tanto como a otros adultos y adolescentes.
En mi forma de espíritu azul casi invisible al ojo humano, me acerqué a una de las ventanas de la sala. El señor calvo y panzón lanzó un vaso al piso, su tonta mujer no retrocedió, contraatacó lanzando una mirada punzante hacia los vidrios.
—No Typheus, no puedes gastar nuestro dinero en tonterías —escuché sus gritos. Estaba bebiendo agua, dejé el vaso en medio terminar pensando que era momento de ir a mi cuarto. Así, sin terminar la sopa fría y aguada que quedó.
—Basta, Ierga. Quiero el dinero para darle gusto a nuestros niños. Ellos quieren vivir una buena vida, ser felices y jugar.
Cómo se nota que quieren y aman a sus hijos, son la pareja perfecta en verdad, son tan despreciables como esos a los que tuve el desagrado de llamar "padres" Los cuatro son igual de patéticos.
Pero, ellos no eran los únicos en portarse similar a los simios. En el segundo piso de la casa, una pálida luz apuntaba a dos personas: el francés rarito y la hermana mayor con posible complejo de inferioridad. Si no hubiera perdido las capacidades de oler y tocar, podría decir que aquella habitación olía a huevo podrido, y que entre los dos todo era tan espinoso en el sentido de que de sus cuerpos podrían salir espinas. Sin embargo, no retiro mi opinión sobre Denis.
—Denis, entiende que no puedes quedarte con mis hermanos. Ellos no pueden separarse de mi mamá, ella tiene razón en que mi padre quiere dártelos porque tendría menos responsabilidades —trató de explicar, ¿Ella? ¿Ellie? Me es tan irrelevante que capaz me haya olvidado de su nombre.
—Puede que tengas razón —dijo el francés, melancólico, pero al mismo tiempo sin perder su esperanza.
— ¡Tú no me entiendes! quiero lo mejor para mi familia—escuché los lloros de la molesta señora Ierga. De verdad que esa mujer podría excelente actriz de dramas.
—Si tanto te molesto, ve y pídeme el divorcio que estoy dispuesto a dártelo. Te dije que lo mejor para nuestros pequeños es que se vayan con su primo.
—Tú quieres que se vayan con Denis porque eres un maldito irresponsable.
— ¡Tú no me vas a decir cómo tengo que proceder! —dijo el gorila apestoso y peludo.
Recogiendo de mis experiencias personales, sé que tendrá que pasar un buen par de horas para que se calmen.
Reduciendo la intensidad de mi brillo al mínimo, traspasé las paredes de la casa, dejando sin querer un rastro de un pequeño hilo luminoso por cada habitación por la que me moví. Encontré a los terceros escogidos en la cocina, ambos tapándose los oídos mientras apenas terminaban la sin sabor sopa que preparó su madre para la cena.
C0n ellos se encontraban los irrelevantes de sus hermanos del medio, tampoco recuerdo sus nombres y no me interesa saberlos.
— ¡Si me tocas voy a llamar a la policía!
El grito de la señora Ierga fue desgarrador. Los mellizos dejaron la cuchara flotando entre sus platos, los dos tenían caras de miedo.
Ellos viven lo mismo que yo, los mismos gritos, insultos y palabras, incluso peor.
—Samara, voy a llevar a nuestros hermanos a su cuarto, por favor quédate y ayuda a mamá —el hermano mayor del medio quiso hacer lo que cualquier persona con un par de neuronas lo haría. Pero, la hermana se cruzó de brazos, colocando además las cejas hacia abajo. Maldita molestia.
—Deja de fingir para llevarte bien con Denis, en cuanto él se vaya, volverás a ser la misma persona que fuiste desde que Ellie y Konstantinoz se marcharon para ir al college y luego a la universidad —dijo ella llena de rabia. ¿Es que no le importan sus hermanos? ¿Solo quiere hacer problemas?
Sin dejarse intimidar por la mocosa engreída, el hermano del medio tomó la mano de los terceros escogidos. Juntos los tres se dirigieron a la puerta, noté que él tenía intenciones de ponerlos a salvo, pero a la vez de no pelear con la conflictiva.
— ¿A dónde crees que vas? —la molestosa se puso frente a la puerta.
— Voy a dejarlos a su habitación. ¿No ves que se mueren de miedo?
— Se mueren de miedo por ti, saben que en cualquier momento volverás a ser el mismo y enojarte con ellos. Déjamelos a mí, castor cascarrabias.
— Ya dejen de pelear, por favor, queremos irnos a nuestra habitación, no importa si Ronald nos lleva —la escogida fue más razonable que su hermana mayor.
A la niñata con nombre de personaje de película de terror no le quedó de otra más que tragarse su orgullo. Mala suerte de ellos que la escalera principal justo tuviera que pasar por la sala. Más astutos que sus mayores, los mellizos se taparon los oídos para no escuchar los vozarrones del gorila que es su padre y los chillidos de banshee de su madre.
—A la cuenta de tres subiremos las escaleras corriendo.
—Sí, Ron —dijo el escogido con una oreja libre para escuchar.
—Uno, dos, ¡tres!
Con una velocidad fulminante, corrieron en frente de los estúpidos adultos, pasando su objetivo hasta llegar a la habitación de los mellizos. Entonces, la señora Ierga clamó por ayuda.
—Ronald, por favor, ayuda a mami, tengo miedo de lo que le pueda pasar. Big brother no está en casa y no sé si Denis quiera hacerlo, por favor, hermano.
—No tengan miedo, yo me aseguraré de que nadie salga lastimado. Quédense aquí hasta que la pelea pase, le pediré a Sam que los venga a ver de vez en cuando.
—Y busca a Denis y Sam, prometo que te dejaré de llamar castor cascarrabias por el resto del año.
—Princesa, no importa si me ponen apodos, tenemos que estar juntos en esta situación.
Él dio un beso en la frente a los dos escogidos que se taparon el rostro usando una manta, sin darse cuenta, los dos se encontraban en la misma cama, sus cuerpos temblaban y sus semblantes lucían sombríos.
No me arriesgué a entrar en su habitación. En la forma en la que me encuentro, los dos podrían gritar o asustarse de mí. Yo no quiero que me teman, al menos ellos dos. Quisiera ser su amigo.
—Hermanito, qué pasó con Kons, ¿dónde está él?
—Fue a comprar cena y a terminar a su novia por correo electrónico.
— ¿Qué? —la voz de ambos sonó aguada. —Pero si él dijo que fue a comprar la cena hace un par de horas. Por qué no vuelve, necesito que vuelva con nosotros.
—Tal vez no somos los únicos que ocupamos espacio en su vida —el mellizo dijo una cruda pero real verdad.
Ese Konstantinoz es un ídolo, de aquellos que todo el mundo admira y cree que no tiene defectos, una lástima que jamás caí en su juego, desde el primer día que llegó, vi las señales en él. Lo del pasado domingo fue sólo el empujón de mi parte, fue tan fácil y divertido.
—Hermanita, tengo un plan —escuché al gemelo varón. Incluso si no estaba dentro de sus cabezas, oía lo que los tontos adultos y adolescentes les costaría.
Entre los dos se cuchichearon un plan, mientras tanto, los gritos en el campo de batalla que era esa casa, no cedieron.
Los mellizos cerraron los ojos, su cuarto sin cortinas y con una gran ventana, se volvió más oscuro. Eran casi las nueve de la noche. A unos aproximados dos kilómetros de distancia, sentí la presencia de un humano acercarse a la casa, me apresuré en ir hasta la fuente del rastro, era el ídolo caído cuyos latidos rápidos se entremezclaron con el tono de llamada del cellphone que vibraba en cada oportunidad posible.
—Joven, lo lamento, me quedé sin combustible —el conductor del vehículo le dio una mala noticia.
Vaya familia más salada. O es que tal vez, algo o alguien estaría tras de esto. Sin tiempo para pensar dejé que el tonto de tamaño similar a un poster se las arreglara, en la casa de los Skympass-Lyvart, Denis y Ellie habían dejado de pelear, ahora trataban de controlar a la pareja de simios que gritaba y se insultaba sin cesar.
— ¡Eres una mujer de mierda! —el simio masculino intentó darle un golpe a la cabeza de la banshee que, tirada en un rincón de la sala, fue socorrida a tiempo por el franchute y la hija del medio que interceptaron el brazo para aminorar el golpe.
— Basta, señor Typheo, ¡es usted un hombre o una bestia! Quiero que me responda.
— No, quiero que ella me responda qué hizo con nuestro hijo mientras yo no estuve.
— Ya te dije que no fui yo, un demonio se metió en mí y en Konstantinoz y nos hizo decir mentiras —la mujer se aferró a la pierna de su hija cuyo cuerpo delgado.
— ¡Es suficiente! Voy a llamar a la policía si no detienen —interrumpió Ellie.
Vaya solución la de ella, los tontos oficiales tardarán una hora en llegar. Es más probable que primero arribe el Constantinopla. Si nadie va a ver a los gemelos, yo lo haré.
—Samara, Denis, Ellie, contengan a mi padre, yo iré a consolar a los más pequeños.
—Quédate aquí y pelea si tanto quieres a tu madre, marica.
El hombre no dio tregua ni porque se trataban de sus hijos, la mujer se quedó viendo todo desde su rincón. El color azul de mi cuerpo se intensificó sin que se lo pida, la rabia de ver cómo aquella familia le importaba un carajo sus propios hijos, hizo que fuera hasta el cuarto de ellos.
Sé que todo podría solucionarse si es que entrase de vuelta dentro de la mente de otros que no son los escogidos, pero al mismo tiempo sé que esto podría llamar la atención del Señor Kazumi y su esposa. Los terceros escogidos de verdad corren peligro.
Si pudiera ayudarlos de verdad, si pudiera; ellos son yo, yo soy ellos. Una tonta frase no ayudará mucho, por qué estas malditas reglas me impiden intervenir directo en la vida ellos. Ya cometí una falta al haberme metido, no, no seguiré repitiendo lo que sé.
Me contuve de lanzar un grito para terminar todo esto, era suficiente que por la rabia mi cuerpo fuese visible a los tontos humanos. Si tan sólo hubiese alguien que me ayude, si tan sólo...
De pronto un viento suave sopló por la casa, algunas hojas se movieron y escuché la risa de un niño. Mi núcleo brilló tan fuerte que tuve que moverme hasta el techo, hay alguien con magia que no está lejos. Debo ser cauteloso. Tardé cinco segundos para llegar a una altura en la que nadie podría verme, entonces, en medio de las tejas y el aire de la primavera, vi a una luz que se movió entre lo blanco y lo azul, pero, a diferencia de mí, emitió un brillo suave.
Con los ánimos calmados, el núcleo y el resto de mi cuerpo bajaron la intensidad de su tono, yo mismo me sentí más ligero. Escuché el peso de unas sandalias moverse entre las tejas, volé a ver qué pasó.
Aquel ser que acabé de ver, el de luz suave y reconfortante, era un niño moreno de ojos plateados. Él llevaba ropas oscuras, apenas visibles y decoradas de encajes y botones que iluminaron parte del sector. El viento que sopló reveló su cabello de mayoría blanco con algunos pelos azules y amarillos.
—Yo soy la respuesta que buscas —el chico sacó de su detrás un báculo de cristal que era de un tamaño parecido a él, en la punta distinguí un círculo con algunos detalles negros.
— ¿Quién eres tú y por qué acudes a mí? —traté de preguntarle usando un tono que no lo espantase.
—Te ves divertido intentando no asustarme —al reírse de mi tonto intento pude notar dos dientes chuecos en él. —Yo no puedo decirte el nombre que llevo, así que llámame Moonchild. No puedo decirte mi procedencia ni qué clase de ser soy.
—Entonces, ¿Por qué dices que eres la respuesta que necesito? —corté unas cuantas tejas de distancia.
—Porque traeré la alegría y diversión que estos niños necesitan. Yo aparezco a todos los niños que me permiten, porque a mí también me castigan. Milnombres Ulkidur, sé quién eres y cuál es tu misión, no te asustes de mí, tenemos un objetivo en común. ¿Podrías confiar en mí? —mostró sus graciosos dientes de conejo.
No tengo mucho tiempo para pensar, tampoco es que lo necesite. Aquel ser me trajo paz y tranquilidad desde que lo encontré.
—Yo acepto —tomé rápido la decisión.
—Y yo ya tengo un plan para divertir a ese dulce par, acompáñame.
Moonchild tomó su báculo para hacer la forma de un semicírculo con la luz que de este salió, entonces, él empezó a flotar. Comprobé que en sus pies llevaba sandalias, su color se parecía al de su cabello.
Los dos fuimos hasta la habitación de los mellizos, la cama en la que dormían estaba destapada, la puerta abierta. Para ese momento, el poster llamado Konstantinoz llegó, Moonchild y yo bajamos hasta una de las ventanas de la sala.
El señor lo hizo, había golpeado a su esposa y también fue herido en el brazo, por lo creo que era un cuchillo no muy filoso; la pareja sangraba, el hijo mayor de ellos abrazó primero a su madre.
—Por favor, déjame. Vete a proteger a tus hermanos, sé qué lo harás, eres un buen hombre.
—Mamá —dijo el poster viviente. —No puedo dejarte así, hay que llamar a una ambulancia.
—El hospital queda muy lejos, Ellie y yo vamos a ayudarlos. Que bueno que tomé un curso de primeros auxilios y enfermería en la universidad. Samara, Ronald, necesito de su colaboración —Denis se dispuso a curar a la pareja conformada por el gorila y la banshee.
Él tenía una herida en la parte superior del pecho, ella un ojo morado y parte de la nariz rota.
—Moonchild, quiero ver a los mellizos, no a sus padres. Dónde están mis escogidos.
El niño moreno agarró su báculo y lo movió como si fuera un sonajero o un milkshake. Volvimos a la habitación de lo escogidos donde vimos que en la cama donde dormían, había un gran bulto. Y, de otra movida, aparecimos afuera del baño. Pude ver a través de la ventana que allí se encontraban ellos, el gemelo varón hizo el símbolo del silencio, los dos estaban en medias.
—Ahora, mira lo qué sucede abajo.
En la sala los dos estúpidos adultos seguían gritándose, ¿es que acaso no tienen una pizca de dignidad?
—Kons, por favor llévame a mi habitación. No quiero que manchemos los sillones, son muy difíciles de lavar.
—Mami, haré caso a lo que me pidas. Ronald, Denis, ayúdenme a cargar a mi padre después.
—Yo no necesito que me ayuden a llegar hasta mi habitación, tampoco necesito médicos —dijo el señor Typheo tan orgulloso.
—Lo siento, pero por su bien necesito curarlo, quiera o no —el franchute se puso a discutir con una pared.
—Ayuden a papá y mamá, me encargaré de preparar la cama de ellos junto a Samara. Y no se preocupen por mis hermanos menores, hace rato que los vi durmiendo —dijo Ellie llena de seguridad.
Mientras todos se ocupaban de ayudar a la feliz pareja perfecta, no se percataron de lo qué en verdad sucedía con los mellizos. Ellos, escondidos en el baño, esperaban el momento oportuno para hacer su plan.
— ¡Ah! —gritó el gorila unos minutos después cuando era curado por la persona más racional de la casa.
Él y la banshee tenían más heridas a las que no les presté atención.
De vuelta en el baño, los escogidos se deshicieron de los objetos que pudieran hacer ruido. Moonchild y yo los mirábamos expectantes de sus siguientes movimientos. Al
—Ahora es el momento, mientras papá siga gritando, nosotros podremos escapar.
—Claro que sí hermanito, vamos juntos.
Abriendo la puerta con cuidado, los mellizos lograron salir y sus movimientos fueron por completo tapados por los gritos de los tontos adultos y que bueno que se metieron a una sola habitación porque de otra manera, no podría estar dentro de esta tonta casa con mi forma fantasmal, emitiendo su característico color azul, caso similar el de mi compañero.
Mis escogidos, a pasos rápidos y sigilosos, lograron llegar hasta otra puerta que era la salida al patio. Y, en menos de lo que solía acabarme las galletas cuando fui un humano, ellos salieron.
El brillo de mi núcleo se elevó, era felicidad lo que llegó a mí, pensé que jamás volvería a sentirlo. Me siento orgulloso de los mellizos, hacen que recupere emociones que creí perdidas.
De repente, Moonchild dio un aplauso y los dos aparecimos sobre el tejado. Pronto caí en la cuenta de que lo hizo porque si no podríamos llamar la atención.
—Lo lograron, escaparon de su casa.
—A menudo los adultos infravaloran la inteligencia y astucia de los niños, creen que, porque son inocentes, no saben analizar el mundo que los rodea —dijo una gran verdad.
—Entonces, Milnombres, podemos pasar a la segunda fase del plan. Vamos a mostrarles la magia y que jueguen con nosotros.
— ¿Qué? Pero, si me hago ver con ellos, el Señor Kazumi y su esposa podrían joderme.
—No saques conclusiones tan rápido. Ven y sígueme, tienes que ayudarme a que salga bien.
Lo voy a hacer, no importa que después pague un precio.
Moonchild y yo seguimos a los mellizos que llevaban una linterna pequeña que seguro era de uno de ellos. Con la ayuda de tal objeto consiguieron llegar hasta el gallinero en el que las aves dormían tan plácidas, y, el par de escogidos corrió por un sendero, aguantando el dolor de no llevar zapatos. Moonchild alumbró nuestro camino con su báculo, cuando nos detuvimos, él lo levantó poniendo sus ojos sobre una planta. Entonces, del adorno con forma de luna llena, salió una pequeña bolita de luz. Él me calló al notar que los escogidos iban a hablar.
—Si retrocedemos es probable que nos vean. Si regresamos al gallinero, podríamos levantar a una de los tontos pájaros. Nos queda ir a la izquierda, hacia la carretera. No te preocupes por volver, hay pilas suficientes, hermanita, confía en mí.
Moonchild me llevó hasta el sector de árboles de tronco delgado del patio, dando una vuelta entera sobre sí, mandó una luz en forma de bola se posó sobre la nariz de la melliza mujer que no quería soltar la mano de su hermano; los dos bajamos a una altura más próxima al piso.
La luz de color blanco se movió de un lado al otro, creando un rastro que la escogida vio fascinada. Soltó la mano que le agarraba para irse a por lo que desapareció en el aire.
—Hermanito, vi una luz blanca en forma de bola que se puso encima de mi nariz. Era bonita y está por ahí —señaló aquello que Moonchild hizo reaparecer al girar su objeto especial a la derecha.
La luz fue hasta la cabeza del mellizo varón, al ponerse sobre su cabello, el niño dejó los temblores de su cuerpo en respuesta al frío. La luz hizo lo mismo con la hermana que movió sus dos coletas. —Tenemos que seguirla —le pidió.
— ¿No importa si no te agarro? —preguntó antes de partir.
—No importa, vamos —le hizo una señal con su mano. La luz los llevó por el lado izquierdo,
Evitaron pasar por el camión de su padre.
Mi compañero movió su báculo como sonajero, salió una luz del tamaño de una pelota de tenis, la seguimos hasta que se encontró con la primera, entre las dos crearon una estela visible para que los escogidos pudieran seguirlas.
En su camino por perseguirlas, dejaron de ser dos; de la segunda salió una tercera y en el aire apareció una cuarta. Ellos sólo pudieron ver cómo aparecían más luces sin detenerse a pensar quién era responsable de tal espectáculo. Moonchild se divirtió lanzándolas, su permanente sonrisa, lo delataba.
Arriba de los cuatro, las estrellas nos observaban a los cuatro. Los escogidos persiguieron a las luces que se multiplicaron y dejaron de ser de tamaños similares, para volverse pequeñas o indistinguibles, grandes y brillantes que podían llamar la atención de quienes las viesen; sin embargo, conservaron su color blanco y el brillo.
El miedo que pudiesen sentir los mellizos Skympass al separarse de los conflictos de su tonta familia, se volvió curiosidad, inocencia, alegría.
—Ulkidur, mira esto —me dijo Moonchild.
Las luces envolvieron a los escogidos, dando vueltas sobre los dos. Cuando se detuvieron, la ropa vieja que llevaban puesta, fue cambiada por unos hermosos trajes blancos hechos de tela que hicieron que las bolas luminosas los rodearan; la magia era visible en el aire
Por un error el mellizo varón lanzó un poco de tierra a su hermana, la mancha desapareció apenas rozó el traje de ella que era un vestido que le cubría hasta casi los pies.
Por pura coincidencia o no, los escogidos llevaban sandalias iguales a las del niño del báculo.
—Esto es increíble lil sis, las hadas y los duendes los cuentos, ¡existen! ¡existen! —el mellizo dio un gran salto elevándose por los aires gracias a sus zapatos especiales.
—No grites tan fuerte, podrían escucharnos.
—Si, hermanita —regresó al suelo.
Moonchild aplaudió y colocó adelante a las bolas luminosas.
—Las luces quieren que las sigamos todavía, hermanito, no es tiempo de ponerse triste.
Los escogidos fueron escoltados tanto por delante como detrás, las luces los los protegieron del peligro que pudiese existir en estas zonas. En menos de media hora, la magia de mi compañero los llevó hasta una casa en la que, a las afueras, vi un tronco medio partido por un hacha, de ambos objetos salió una hoja y un pétalo de flor, los rastros de Noelle y Kazumi.
No presté atención, luego arreglaría la situación con ellos.
Al seguir la pista a los mellizos, dejamos atrás las lowlands o tierras bajas jeervalyanas. Estábamos lejos, tan pronto como los familiares de ellos se dieran cuenta de su ausencia, el Moonchild y yo podríamos estar en problemas. Pero, a mí no me importan los otros Skympass.
—El destino final está cerca —me dijo mi compañero.
Desde nuestra posición más arriba, vimos a los mellizos que siguieron las luces que los condujeron por un claro cercano a una pequeña aldea en la que sus habitantes dormían. Lo curioso no fue solo el hecho de que todo se encontrase escrito en el idioma de los antiguos jervies, si no que hallásemos una rotonda que separaba tres caminos, uno hacia al norte, otro al sur y uno que se quedaba en el centro. Creo recordar que podrían ser las lowlands, midlands y highlands de la isla grande, digo creo porque me aburría en la primaria.
—Vamos a hacer esto más rápido —Moonchild puso la luna de su báculo sobre mí.
Salí disparado cual bala de cañón en una caricatura, él no tardó en alcanzarme. Llegamos a un arroyo y los dos nos pusimos detrás de unos arbustos. Los escogidos lo cruzaron con la ayuda de las luces que los llevaron encima.
Después, Moonchild y yo fuimos volando rápido hacia una cima de una colina, llegamos antes que las luces. Yo me puse detrás de él, volviéndose casi invisible. Al aterrizar los mellizos le vieron con las bocas hechas un agujero y los ojos enormes. El niño de procedencia desconocida agitó su báculo y todas las luces fueron hacia él. Sonrío, su risa era tan dulce, más que la miel y cualquier dulce que haya comido en la vida.
—Quisiera jugar con ustedes —habló—, me recuerdan a mí.
— ¿Nosotros? —el mellizo varón se señaló a sí y su hermana—. ¿Por qué?
—Hermanito, este chico se ve bueno. Por favor, juguemos.
—Se ve tan mágico y tan... increíble. Que tonto fui al preguntar.
—No, no lo hiciste con mala intención. No te pongas triste. Vamos a jugar.
Era el tiempo que apareciera y les revelara la verdad.
—Espera, yo también quiero jugar con ustedes —subí mi brillo para ser visible—. Mi nombre es... tengo muchos...ustedes me pueden llamar por Luei, soy amigo del niño mágico, él me invitó. No soy un fantasma, aunque me parezco a uno.
—Qué bonito nombre —habló la melliza.
—Podemos jugar con las bolas de luz —propuso su hermano.
—Esperen, por favor, necesito darles un mensaje.
—Oh, creo que me iré, me parece que es una conversación privada —Moonchild dio en el blanco.
—Ustedes y todos los niños del mundo no tienen por qué pagar por los errores cometidos por los adultos. No tienen la culpa de las tonterías que ellos cometen y cometieron. Podremos compartir mundo, aunque no opiniones. Yo fui un niño humano como ustedes, viví en cuerpo propio el dolor causado por aquellos que según decían, me protegían. Sigo siendo un niño. Los he estado observando todo este tiempo, he estado en sus mentes; aunque nuestro dolor es distinto, quiero ayudar. Yo fui el ojo en el cielo, lo azul que les persiguió y los puso a prueba. Lamento mucho si es que los asusté.
Los mellizos se quedaron sin hacer una expresión descriptible. Desde magia, luces y ahora, la confesión de un ser que los estuvo vigilando. Era mucho para procesar en una noche, para mí, era mucho por explicar.
—Tienen derecho a escaparse, es probable que les asuste mi presencia —me puse mal.
—No es cierto —la niña de las dos coletas dio el paso al frente—. Tú nos ayudaste, te creemos. No eres malo, eres uno de nosotros.
—Queremos jugar contigo y con... ¿Dónde está el otro niño? No podemos comenzar sin él, ni siquiera sabemos su nombre —añadió el mellizo.
— Si digo cómo me llamo, puedo meterme en líos —irrumpió el que faltaba—. Soy el Niño de la Luna.
Él levantó su báculo y lo plantó en el piso, rodeándose por las luces. —Entonces, podemos comenzar. Oh no, esperen. Tengo comida, sé que tienen hambre. Les invitaré de lo mío.
El Niño de la Luna trajo su canasta y se abrió. De ella comenzaron a salir frutas redondas y perfectas, emparedados de dos pisos repletos de carne, postres de colores tan bonitos y perfectos. La saliva de los mellizos llegó al piso, se lanzaron a comer los manjares preparados para ellos. En cambio, yo, no pude comer nada, no tengo una dieta convencional.
Después de que ellos acabasen, dimos inicio al primer juego. La niña de las coletas me persiguió por unos árboles, su hermano hizo lo propio con Moonchild. Se resbalaron, pero no hubo marca de caída en ninguno de los dos.
—Juguemos a las escondidas, es tan divertido —dijo la melliza. Ella accedió a contar.
Los tres que fuimos sus compañeros de juego, nos escondimos en el reflejo de la Luna, entre dos árboles de hojas frondosas; y, entre un par de luces que descansaban. Como fue incapaz de encontrarnos a todos, uno de nosotros tuvo que salir del escondite.
—Ahora es turno de correr que te atrapo —el hermano varón dio las instrucciones del siguiente juego.
Ellos corrieron por todos lados posibles, debido a que sé volar, los atrapé tan fácil.
En el tercer juego estuvimos puestos de frente y en parejas, los niños humanos nos mostraron los juegos con las manos y las palmas. Aplaudimos y dijimos rimas.
Luego perseguimos a las luces que vigilaron que no nos saliéramos del área de diversiones.
—Y ahora les vamos a enseñar a hacer rondas. Hagamos un círculo y a tomarse de las manos —la melliza mujer tomó el liderazgo.
—Recuerdo esto. En mi primaria me hacían jugarlo por la fuerza. No quería porque ninguno de mis compañeros me agradaba, con ustedes es diferente.
Con la ronda echa, los cuatro cantamos canciones. El niño moreno enseñó una especial que ninguno reconoció.
—Es suficiente, estoy cansando —Moonchild llamó a su báculo—. Ya tienen que irse, su familia se dará cuenta cuenta de que no están en su cuarto. Los mellizos se miraron, afirmaron con la cabeza hacia arriba—. Esperen, tengo un acertijo para ustedes. Si lo resuelven, mi magia los llevará rápido.
—Que venga, somos buenos con esto.
—En tres noches y tres días las estrellas no brillarán, pero doradas se volverán —les dijo envuelto en risas. Creo que sé que la respuesta, pero se los dejé a ellos; ninguno contestó.
—Vuelvan en tres días y encontrarán oro —les dije la respuesta. — Es momento de irse.
—Espera, Luei, quiero hablar contigo un rato a solas. No quiero que nos escuchen.
Los escogidos se tuvieron que apartar, Moonchild me llevó hasta debajo de un árbol frondoso.
—Gracias, salió fantabuloso. Sin ti no lo podría haber logrado, bueno, sin ti y que tus escogidos tramasen bien su plan.
—Estoy agradecido contigo —le fui reciproco.
—Si no hubiera sido por ellos, mi plan b era el de adentrarme a sus sueños, pero, sin tu presencia, Milnombres.
—Eres una criatura mágica interesante. ¿Qué clase de ser eres?
—No puedo decírtelo.
Dejé de insistir, supongo que Moonchild tiene sus razones. Llamamos de vuelta a los escogidos.
—Mis luces los llevarán por el camino correcto. No compartan su tesoro ni lo malgasten. Solo podrán hacer una excepción sobre con quién hablar de su secreto, escojan bien. Los mellizos le dieron el meñique al Niño de la Luna. —Ya me tengo que ir —cambió de tema tan abrupto. Si se preguntan la razón es porque me están buscando y si me encuentran, sabrá alguien lo que sucederá. Gracias por jugar conmigo, ha sido genial compartir el rato con ustedes, quisiera encontrarlos de vuelta.
—El gusto fue nuestro —los dos lo dijeron coordinados.
—Yo igual necesito irme, tengo tonta tarea por hacer. Ni los niños como yo nos libramos de ella —mentí y a la vez dije la verdad.
—Gracias, Luei.
—Te vamos a extrañar y al Niño de la Luna igual.
—Lo van a extrañar más a él que a mí, quizás ustedes y yo nos podamos encontrar de vuelta.
Moonchild se subió sobre una roca y con su báculo en mano, dio dos vueltas sobre este, dejando salir una corriente de viento luminosa que iba en dirección hacia la luna. Entonces, él desapareció.
—Tenemos que apurarnos, sus padres se dieron cuenta de que no están en su cama y podrían llamar en serio a la policía.
—No quiero eso, ayúdanos, Luei —pidió el gemelo varón.
Ayudados por las luces que dejó Moonchild, regresé a los mellizos Skympass dejándolos en su cuarto y les pedí que hicieran ruido para alertar a sus padres. Conseguí que fuese a tiempo, unos cinco minutos en los que por poco los mareé.
Antes de dormir me vieron por última vez en el día, no tardaron en quedarse somnolientos.
Moonchild, ellos dos; los tres son aquellos que podría llamar amigos.
Me dirigí hasta las camas de los terceros escogidos con la intención de darles las buenas noches.
—Hasta mañana, amigos.
Salí por la ventana sin abrirla, esperando a que de mí saliera un hilo de humo por desobedecer mi parte del trato, al final no llegó nada. Kazumi y Noelle deberán darme una explicación.
Y para acabar el día, volé en dirección a la luna, pensando en aquel niño de origen desconocido.
Moonchild, dónde sea que se encuentre, gracias, por ti también volví a sentir tontos sentimientos positivos que jamás pensé tenerlos: amistad.
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