Necesidades oscuras
El reloj marcó las once de la noche, mamá no ha llegado de su trabajo desde entonces. Estuve jugando el Silent Hill hasta que me cansé, todavía no me dan ganas de dormir ni ponerme ropa de cama, me traje el álbum de fotos. Las únicas que quiero ver son las de Armelia, hace días que vi las mías.
Estaba sentando en el piso de la sala, abrí el álbum y las primeras fotos que encontré de ella eran unas en las que no había nacido aún. Ella y yo nos llevamos por cinco años. Eran unas fotografías adorables, si es que es el termino correcto. Al cambiar de página encontré una en la que me cargaba cuando era un bebe de algunos meses.
Las siguientes paginas se pegaron entre sí, tuve que aplicar fuerza para despegarlas.
Encontré fotos en las que Armelia estaba más crecida, en algunas salía a su lado, siempre fui apegado a ella, al punto en que hasta papá bromeó un par veces con que le hacía más caso a mi hermana que a él y mamá.
Las siguientes que vi eran las que nos tomamos en la última vacación en la que fuimos todos juntos a la playa. En una ella aparecía con su traje de baño que le quedaba demasiado bien al cuerpo.
Acerqué la página hasta mí, desearía estar alegre por conservar estos recuerdos, pero no puedo, solo seguí observando las otras páginas que pude hasta que vi a alguien del que no quería acordarme.
Hice caer el álbum al piso, una de las fotos se despegó y la devolví a su lugar. Ya eran las doce y poco más de la noche, debía ir a la cama o si no, no me levantaría para ir a la secundaria.
Regresé lo que saqué del cuarto de mamá y me fui al mío; desde que ella se separé de papá, dejamos algunas habitaciones vacías y con llave, no quiero dar más detalles.
Después de colocarme ropa de cama, miré hacia el techo, esperaba a aburrirme y dormir. Comencé a pensar en Armelia, lo bien que se veía en cada una de sus fotos de cuando era de mi edad y las que le tomaron antes de que desaparezca. Ella hace que tenga cierto tipo de pensamientos que no debería.
—No importa —dije.
Cerré los ojos. Las dos puertas principales, tanto como para entrar a la casa, como la del patio, estaban cerradas, la única que podía abrirlas era mamá.
Me levanté a las seis y treinta de la mañana. Hice mi rutina diaria y desayuné. Después fui corriendo al baño, sospeché que era por el café, no suelo tomarlo mucho, pero lo necesito para no dormir.
Mientras me lavé las manos, el espejo se colocó azulado, vaya qué buen efecto que no sale ni en el Silent Hill.
Fui obligado a llevar un abrigo extra, ni que hiciera tanto frío.
En la tonta secundaria tuve que ir de nuevo al baño, aproveché a colar un cartel de Armelia.
—Oye. —Me tocó un chico de otra clase—. ¿Eres el tipo Year Nine que siempre está enojado?
—Sí.
«Genial, soy famoso», pensé con sarcasmo.
—Toma esto, te ves cansado —me entregó unas mentas por las que le agradecí.
Esperaba a que el chico se burlase de mí o me llamara rarito, por el contrario, fue bastante amable.
Me vi en el espejo del baño, en un rincón tenía una grieta. Mis ojos estaban rojos y mis parpados caídos. Tuve que comerme todas las mentas, siendo que odio los dulces.
Escuché la respiración de un tipo muy cerca de mí, oh vaya, parece que copiarle a los personajes de Silent Hill se puso de moda en la secundaria. Dejé el lugar para ir a la cafetería a comprobar el rumor de que si vendían comida pasada a esta hora.
—Este tipo no se asusta con nada —dijo uno que obvio era de uno o dos años inferiores al mío, su voz era muy infantil.
Por la tarde mamá me vino a recoger más temprano de lo que debería, estaba con su ropa de trabajo y habló con mis profesores.
— ¿A dónde vamos? —le pregunté cuando tomamos el taxi.
— Vamos a la psiquiatra.
— ¿Ah?
No dije nada, cualquier excusa para huir de ese infierno de aburrimiento era buena.
Una psiquiatra, ¿será distinto de una psicóloga? Ah no, creo recordar que no, no es mi primera vez yendo con una así. Hace dos meses que me llevó a una por órdenes de la psicóloga a la que fui unas cuantas ocasiones en las vacaciones de verano, pero ella se limitó a preguntarme un montón de tonterías.
Aproveché para darme una siesta en el taxi durante el tiempo que el conductor se metió en el atasco de la ciudad. Mamá fue la que me despertó.
—Hoy te me vas a dormir sin jugar en el Play Station, esa cosa te tiene consumido.
—Sí, mamá.
Ni cómo explicarle que lo de anoche fue culpa integra mía y no de la consola. Se lo dejé pasar porque al menos no dijo que era del diablo como otros padres. Luego de que bajásemos del taxi, sin que le agarré de la mano, fuimos hasta el consultorio de la psiquiatra.
—Doctora Luar, que gusto verla —comenzó la charla.
—Señora Iahne, igualmente. Que bueno es a ver a ese chico —me revolvió la cabeza.
Miré hacia los costados. Mejor que tengan su charla de señoras y me dejen tranquilo, aunque sé que es inevitable que no hable.
—Deje a su hijo aquí, hablaremos a solas.
Mamá salió, la doctora Luar y yo nos quedamos en el consultorio.
—Hola, ¿Cómo has estado?
—Supongo que bien.
— ¿Por qué supones que bien? Dímelo.
«Que molesta», pensé. En serio no puede ser que mamá haya pagado por esto.
—Porque voy a la secundaria, mamá me da dinero y tengo comida.
—Es una respuesta buena. Cuéntame, ¿Cómo te va en la secundaria? —le vi anotar en una libreta. Después la miré de vuelta a los ojos.
—Pues como siempre, no sé qué podría cambiar o ser especial —miré hacia mis zapatos. Balanceé los pies, ella no quitó su mirada de mí.
Ella tiene por qué saber todo lo qué me sucede en la vida, ¿es que no se puede tener privacidad?
Tchhh.
Hice un ruido en voz baja. No sé por cuánto tiempo me toque quedarme, pero espero sea rápido.
La doctora Luar metió la libreta y se marchó para regresar con un caramelo en la boca. A mí me trajo una galleta cracker, parece que no se olvidó que no me gusta mucho el sabor dulce.
—Entonces, ¿Qué es lo que ves en esta habitación?
—Hmmm —refunfuñé—, por qué la pregunta, doctora —le dije formal; si me atrevo a decir lo que pienso, tal vez sea menos molesta.
—Te veo irritado, ¿tienes algo por decirme?
La evadí de pronto. Cómo es que se dio cuenta, esta tipa en serio que quiere saber todo de mí. Pero, no me queda alternativa más que decirle la verdad.
—Doctora. —Partí la galleta en dos pedazos—. Usted sabe que soy distinto de sus otros pacientes, ¿Por qué tiene que hacerme tantas preguntas? —Agarré las mitades para volverlas pedacitos con las manos.
La doctora se calló, bajó la mirada y fue por otro caramelo. Yo me arrepentí de no haber comido la cracker.
—Necesito darte un diagnostico preciso, si no, mi trabajo no valdría la pena —Se arregló los botones de su blazer.
—Entiendo, le diré lo que veo.
—No es necesaria tanta formalidad —puso una sonrisa y luego dijo mi nombre.
—Veo paredes amarillas, un piso de madera café —observé a los tablones, bajando la cabeza—. Veo una mesa igual de madera y vidrio, un sofá para descansar, su silla y la mía. También hay una estantería llena de libros —me doblé para verla.
—Entonces, ¿Cómo te sientes? No me refiero a tus emociones o estado de ánimo, ¿sientes frío? ¿calor? ¿hay algún aroma que te llame la atención?
—No siento frio, mi camisa es de mangas largas y puedo ir por mi abrigo si quiero.
— ¿Y si apago la calefacción?
—Tal vez —respondí, poniéndome a hacer ruidos con los dedos sobre la mesa de la doctora.
—Qué hay de tu apetito, ¿sientes hambre? ¿sed?
—Tengo un poco de hambre, sed no. Esta mañana tomé café y fui al baño dos veces.
—Entonces, dormiste mal anoche. ¿Por qué?
—Porque me quedé jugando con la consola —mentí. Sería tonto de mi parte decir la verdad.
—Todavía tenemos bastante tiempo, eres mi único paciente hoy y hace tiempo que no nos vemos. Miré al reloj, apenas pasaron veinte minutos. No creo que esta tipa diga la verdad. Su consultorio se ve demasiado bien y tiene una montonera de libros. —Vamos a pasar a la siguiente parte —Se levantó para traerme unas crackers—. ¿Extrañas a tu hermana mayor?
En ese momento hice caer unas migas, la tipa me agarró con esa pregunta. Si tardo en responderle, usará tácticas para que caiga.
—Sí, la extraño mucho, pero ya no pienso tanto en ella como antes —separé las piernas para ponerme cómodo en la silla.
—Este cartel que tu madre me dio, dice lo contrario.
A saber, de dónde, la mujer sacó uno de los carteles que estaba colando por la secundaria y por la plaza. Pasé rápido la galleta. Me di cuenta de que fue mamá la que debió encontrarlos primero y se lo debió decir a esta doctora o es por esto que me trajeron.
—Tienes que saber que ella jamás volverá. No importa los esfuerzos que hagas o las decisiones que tomes, si el día de mañana te sucede algo, tu madre podría sentirse mal por ti.
— ¿! ¿¡Pero entonces por qué no parece tan molesta y desesperada porque ella desapareció si es que es su hija!?
Puse los codos sobre la mesa. Acabé por quedarme sin voz por culpa de esa mujer.
—Porque tu madre lo aceptó, lo mismo con el resto de tus familiares. Todos ellos ya hicieron su mayor esfuerzo en buscarla, el único que falta eres tú. Sé que va a costarte, pero lo vas a hacer, es por eso que vienes conmigo.
Me llevé otra cracker a la boca. No es cierto, Armelia tenía una conexión especial conmigo, esa tipa debería callarse.
Miré en el reloj que aún quedaba cuarto de hora para que esta tontería se acabase. La doctora se levantó y fue hasta su puerta para abrirla y después de un rato parada, regresar.
—Doctora, qué sigue. Ya hablamos sobre Armelia, cuál es lo siguiente.
—Son tus emociones y tu vida social.
«Joder, qué insoportable», me dio tiempo de pensar. Hice una mueca y ella no me vio.
Por Dios, ya quiero irme. Por qué justo el tiempo pasa tan lento cuando estoy aquí. Quiero ir a casa y jugar en la consola. El tipo que me vende los videojuegos me dio uno fiado esta mañana.
—Sé que debes estar molesto por lo que te pregunto, es normal en un paciente como tú. Vamos a ir recuperando tus emociones de a poco y volverás a la normalidad. Ahora quiero que me digas cuántos amigos tienes.
—Tchh —no oculté mi molestia—, solo uno y se llama Xavier.
— ¿Es del mismo grado que tú?
—Sí, pero él se sienta adelante.
— ¿Y qué sucedió con los amigos que tenías antes?
— Dejaron de hablarme, a mí me dio igual.
— ¿Cuántas a veces a la semana sales con Xavier?
— Rara vez —crucé los brazos.
— Te veo más delgado que la primera vez que nos vimos, ¿has estado haciendo ejercicio?
— Supongo —En realidad me veo igual, quizá bajé uno o dos kilos.
— ¿Por qué? —Esa mujer no se iba a detener. Si le sigo el hilo puede que el tiempo pase más rápido para los dos.
— Porque dejé de comer mucho y además hay días en los que voy a pie desde la secundaria hasta mi casa.
— ¿Sabes que es peligroso?
— Lo sé.
— Entonces, ¿extrañas a tu padre? ¿a tus antiguos amigos? Sé sincero.
— No los extraño. Mi madre aún recibe la asistencia familiar que él le da y se comunican por correo electrónico.
— Entonces, ¿en la secundaria se ríen de ti o te hacen burlas?
— Ahmm, a veces, pero me da igual.
— Si hago esto —procedió a darme un pellizco en el hombro—, ¿te duele?
— Auch, sí. —No me dolió tanto, pero tuve que decirlo para que deje de molestarme.
— Vamos acabando, ¿Qué haces cuando vuelves de la secundaria?
— Juego videojuegos, veo la televisión o me quedo viendo hacia el bosque.
— Tu madre me dijo que te prohibió ir más allá de cierta parte en el bosque, ¿es verdad?
— No lo sé.
— Quizás no te acuerdas —hizo un bamboleo con su lapicero—. ¿Cuáles son los videojuegos que te gustan?
— Los de carreras, saltos y acción —le dije la verdad incompleta. Si es que le contase que me gustan los de terror como Silent Hill o Resident Evil, los de peleas o disparos, le contaría a mi madre.
Ella anotó la información que le di en su libreta. Puse un ojo sobre la ventana y otro sobre la puerta. Oí el tik tak del reloj, casi, casi que contaba los segundos.
—Muy bien —dijo—. Puedes salir por un momento, necesito hablar a solas con tu mamá.
La maldita tortura por fin se acabó. Cogí mis cosas y salí del consultorio, afuera estaban varias personas esperando sus turnos para pasar. Me preguntó qué hará la doctora con la información que le di.
—Dios —me olvidé preguntarle cómo se supone que hará que recupere mis emociones.
Me empezó a hacer frío. Miré en busca de una revista para pasar el tiempo, no encontré ninguna.
Una chica que estaba junto a su padre me vio, ella tenía los ojos llorosos y se aferró contra el pecho de él. Otro de los que esperaba no paraba de hacer los mismos ruidos que yo con los dedos cuando estaba adentro. Y, otro de los pacientes que igual era un chico, estaba dibujando una versión de ella con ojos y senos más grandes.
— ¿Qué miras? —preguntó el tipo y colocó sus manos para que dejase de ver el dibujo.
— No diré nada, te lo prometo.
Me dejó ver un poco más. El dibujo tenía los ojos grandes, la nariz pequeña, pero me di cuenta que era la doctora por la vestimenta. Estaba a blanco y negro.
—Que bien dibujas.
—Gracias.
El chico se puso la capucha. Al verlo de cerca pensé que por lo menos tenáa unos diecisiete o dieciocho años.
—Cuantos años tienes, dude.
—Unos trece. ¿Y tú?
—Dieciséis —Se puso la capucha encima—. No deberías estar viendo estas cosas.
—Lo sé, mi madre podría salir en cualquier momento. Si te presto colores, ¿no le dirás nada?
— ¿Tienes?
— Siempre llevo una caja conmigo.
Se los di. Él sacó un cuaderno para apoyar el dibujo para que no se cayera o él se saliera de la línea. Entró en estado de absoluta concentración mientras coloreaba.
— ¿No te parece molesta la doctora Luar?
— Sí, a veces me gustaría que se callara y no preguntase tanto por mi vida. Pero mi madre le cuenta cosas que yo no.
— ¿La tuya también? Desearía que fuera solo ella, pero mi padre también está metido. Ellos me obligaron a venir hoy, tuve que salirme del college y cancelar lo que iba a hacer con mis amigos: tener un poco de diversión nocturna.
— ¿Ah?
— Es un secreto, iba a ser muy divertido.
El college es eso que está entre la secundaria y la universidad. El tipo dijo de lo de sus amigos frustrado, puedo entender su sentimiento.
— ¿Y cómo acabaste aquí?
— Mis padres me amenazaron. Ellos me dijeron que llamarían a la doctora para saber si estaba o no en el consultorio. Aplicaron la misma técnica la anterior vez y como no estuve, me castigaron privándome de salir de casa por una semana.
— Ahora entiendo porque ella salió un momento, fue a ver si estabas —Conecté los puntos, el tipo movió su cabeza en señal de sí—. Qué molestias, supongo que también te prohibieron ver a tus amigos, jugar en la consola si es que tienes una. Los snacks.
— Vaya, acertaste. ¿Eres un mago o algo así?
— No creo en la magia. Pero, los padres son tan predecibles. La mía me sacó de la secundaria, aunque se lo agradezco.
— Después te dará otro castigo. Mis padres me dijeron que uno de ellos saldría más temprano para venir a recogerme o hablar con la doctora, a este paso, pueden salir de sus oficinas sin pedir permiso.
— ¿Qué hora es?
— Son casi las seis —dijo, viendo su celular.
El tiempo pasó volando cuando me puse a hablar con el desconocido. El tipo todavía coloreaba el dibujo, pero mi madre no salió del consultorio; fantástico, debió ponerse a hablar de mí desde que nací hasta lo qué ocurre ahora. Creo que no podré jugar en la consola cuando lleguemos a casa.
—Shanon Sawdous.
El tipo metió el dibujo en su mochila y me entregó los colores, todo a la rápida.
«Que nombre de mierda es ese»
Mamá salió y vino hacía mí. La cara que tenía era una «En qué me he metido» «La he palmado». No dije nada, le di la mano. Fuera del consultorio, me coloqué el abrigo. Ella me llevó hasta una farmacia con focos blancos que me hicieron ponerle la capucha. Le pasó las recetas a la chica de recepción.
—Prozac, tenemos; 75 coronas ebrebrinas. Zyban, hay; 105 coronas erebrinas.
Entendí la cara que puso. Mamá se limitó al prozac, según la receta de la doctora, debía tomarlo una vez al día después del desayuno, pero, estaba puesto como nota que al paciente le daba mucho sueño —o sea a mí—, debería tomarlo por la noche.
—Vas a tomar desde ahora. ¿Entendido?
—Sí, mami —le dije para que no se moleste.
Llegando a casa, para no tener problemas con ella, además de no tocar la consola y ponerme rápido la ropa de cama, pensé en qué hacer para se le vaya el mal humor.
—Mami, voy hacerme la cena, no te preocupes. Estoy aprendiendo a cocinar.
—Qué bien hijito, así no serás un inútil.
Para nada una sorpresa, el resto de la semana se fue volando. Llegó el sábado y era momento de hacer limpieza. Mamá me enseñó a barrer y trapear durante la mañana, jamás le había prestado atención, antes dejaba que ella y Armelia se encargasen de hacerlo mientras papá y yo levantábamos cajas o arreglábamos el sótano; si es que él me pedía que lo haga ya que por lo general solo mamá y mi hermana mayor se encargaban de casi todo de la casa, mientras los otros dos del jardín. Todos debíamos hacer algo.
Después del almuerzo nos pusimos a limpiar la sala y ella fue a por la aspiradora. Debido a que era mi primera vez, no lo hice tan bien, pero al menos sé que le soy de ayuda mientras trae la aspiradora.
—Este dibujo, supongo que es hora de botarlo —encontré uno de mis antiguos dibujos del jardín de niños. En él hice al Señor Kasumi y Noelle, los que fueron mis amigos imaginarios hasta los siete años.
Lo tomé, me había salido de todos los bordes posibles, jamás se me dio bien el dibujar o colorear. En cambio, el chico con el que estuve en el consultorio de la doctora Luar, tenía unos dibujos interesantes.
Terminé de recoger la basura, la consola emitió un brillo que me dijo "tócame" Di un puntapié para resistirme a la tentación. Mamá apareció y me dio la siguiente indicación:
—Limpia la cocina, ahí están los trapos.
—Sí, mami.
Luego de dejar la escoba fui a hacer lo que ella me pidió. El piso estaba sucio, vaya que quedaba trabajo.
Terminamos de limpiar la casa a eso de las cinco de la tarde, mi madre fue paciente conmigo enseñándome. Por fin pude tocar la Play Station 2, ella, en cambio, subió las gradas para irse a su habitación.
La pantalla del juego que compré tardó un poco en cargarse, le compré a mi proveedor el Resident Evil que dijo que casi nadie lo jugó: El Code Veronica. A primera vista había una tipa de cabellos cafés que reconocí, era Claire del Resident Evil 2.
Pronto le di inicio a la primera misión, dejé el volumen bajo por si a mi madre se le ocurría venir. No puse stop salvo para cenar y tomar las tontas pastillas que me dio la doctora. Es que joder, pedazo de juego con el que me topé.
Mañana era domingo por lo que podía dormir hasta tarde, además no estaba obligado a ir a la iglesia como antes.
De la nada, bostecé, desde que comencé a tomar el prozac, estos últimos días me estuvo dando más sueño de lo habitual.
—Maldito, ya verás —apreté lo controles, no iba a dejar que un tonto boss me ganase. Los pulgares me dolían y respiraba cada tanto.
Vencí al monstruo luego de varios intentos. Seguí jugando, hace rato que apagué la luz y aproveché a subir el volumen. De repente, los parpados se me quisieron cerrar, todavía no me dan ganas de dormir, yo quiero seguir, no me dejaré vencer, no...
«—No me dejaré vencer. Que tonto», pensé después de ver al idiota caerse de sueño con sus videojuegos. Era casi medianoche, pronto iba a rendirse. A los cinco minutos que lo dijera, él echó su cabeza para atrás y escuché el ruido de su control caerse.
Con él en ese estado me fue más fácil salir en forma de un humo azul casi imperceptible a la vista de los humanos. Cuando hubo suficiente acumulado, lo reuní y di dos vueltas en dirección a contrarreloj para formar mi cuerpo.
Siendo que la señora Iahne Johunval, la mamá del tipo, también descansaba, era la oportunidad perfecta para tener diversión.
Comencé por acercarme hasta el cable de la televisión y pasar por debajo de este para desconectarlo. El núcleo en mi interior me proporcionaba suficiente iluminación para no llamar la atención.
Pasé volando cerca de las gradas, nada interesante. Entonces, tuve una idea genial para un pequeño juego. Dejando un pequeño halo azul, fui hasta el cuarto de la mujer y cerca de una mesa de noche, encontré las medicinas del enclenque. Bajé aún más el nivel de intensidad de mi cuerpo; elevé las tabletas unos centímetros por encima de la superficie y salí por la puerta que dejé abierta hace unos minutos.
Las medicinas volaron junto a mí, fuimos hasta atrás de la casa; el patio trasero. Las coloqué en medio de la tierra y el pasto, para cuando se despertasen los tontos humanos, me iba a reír de ellos.
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