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Indisciplina

Ha pasado varios meses desde que comencé a tomar los medicamentos que me dio la doctora Luar. Todavía no puedo reír, ni sentirme de otra forma que no sea enojado, irritado o ansioso, y vaya que mis compañeros me lo hacen conocer todo el tiempo. No han ocurrido muchos cambios desde que entré al penúltimo grado de la secundaria.

Casi todos los días son la misma rutina: despertarse, aseo, desayuno, ir a clases, llegar a casa, jugar, dormir. Algunos días esto podía variar con ir a las consultas de la doctora Luar, visitar a uno de los familiares que tengo. Los fines de semana también tenía una rutina por así decirlo: dormía hasta cierta hora, salía de paseo con mamá después de ayudarla a limpiar la casa y si es que había suficiente dinero. ¿Aburrido? ¿Verdad? Así era mi vida, no veo por qué quejarme.

—Entonces, ¿podrías sonreír? —preguntó la doctora. Era increíble que incluso en vacaciones de verano tuviera que ir hasta su consultorio. Pero, claro, debía hacer caso sin oposiciones a mi madre.

—Yo, yo supongo que sí. —Intenté hacer una, los músculos se me tensaron, pero conseguí que mi boca formara una curva, o al menos vi una al mirarme en el espejo.

—Lo hiciste bien.

—Gracias —tomé el biscuit que me dio—, doctora, ¿es normal que le dijera a mi mamá que la amo después de mucho tiempo? Tuve un par de novias, pero a ninguna le dije que le quería de verdad.

—Oh, eso es un gran avance —se alegró—. Mírame a los ojos, ¿Cuántas veces tuviste esas novias y por qué?

Agarré unas cuantas migajas del biscuit. Me daba pena decirle que fueron dos pero que duraron un mes y tres semanas, las dos de la secundaria y de distintas clases. Tampoco le iba a describir cómo eran físicamente.

—Fue una, sin contar a Margo, la del año pasado —vi hacia los shorts que llevaba puestos.

— ¿Y cómo se llamaba?

—Amelie —respondí. Ahora sí que vi a los ojos a la doctora, me pareció que puso un rostro de extrañeza—. ¿Podemos cambiar de tema?

—Claro. Me alegra tu progreso. Poco a poco podrás volver a ser el mismo de antes, ¿no te sientes contento?

—Supongo que sí —hice la sonrisa.

—Vamos bien. No puedo aumentarte la dosis, tu mamá me dijo que a veces tienes mareo y no duermes bien. Vamos a continuar con la misma hasta fin de año, ¿vale?

—Vale.

—No falta mucho, verás que el tiempo pasa volando.

En verdad así fue. Las vacaciones de verano se fueron demasiado rápido, pasó lo mismo con septiembre, octubre y ahora, noviembre, vino de pronto. Joder que el 2004 pisó el acelerador.

Pero, hoy, parecía que era la excepción. La clase de matemáticas no terminó y estoy teniendo problemas con algunos ejercicios. Las ecuaciones de segundo grado, son confusas. En primaria esto no me pasaba, podía resolver todo lo que se me presentase sin problemas. Debo sumar el hecho de que este mismo día le pedí a Luciana que sea mi novia. Ella rechazó, no será ni la primera ni la última vez que me pase situaciones similares.

Cambié algunos números y posiciones de signos, el ejercicio que traté de hacer, siguió sin dar una igualdad. Creo que es momento de pedir ayuda.

«Le pediré el ejercicio a Charlie, seguro de que me da una mano»

Fui hasta su asiento y noté que los terminó. Me puse a su izquierda, confío en que me dará lo que quiero, es un tío bueno y amable.

—Charlie, me pregunto si es que podrías ayudarme con la tarea, por favor. Solo los últimos cuatro.

Se giró para observarme. Agarró su bolígrafo, viendo los números y letras que le causaban confusión a más de uno.

—No puedo, tienes que hacer por tu cuenta, si no, serás dependiente de los demás —dijo serio.

Volví a mi asiento de brazos cruzados, imaginarios, pero cruzados. Al ver de nuevo los ejercicios, entré en razón de que coloqué algunos signos mal, después de corregirlos, por fin vi resultados correctos. Resolví todos.

—Ay, muchas gracias, eres tan lindo —escuché a Lyana, una de las chicas que suele sentarse atrás, aunque es tímida, es bonita, tiene cabello largo y una linda carita. Se lo dijo a Charlie, el mismo que se negó a darme ayuda.

La maestra de matemáticas, Miss Chantler, pasó por los asientos de todos y puso su sello de revisado. En mi cuaderno colocó el de:

"Very Good!"

Acompañado de su clásica carita feliz; hizo que colocase una sonrisa imaginaria. Luego de que ella se fuese, a punto de salir del salón, escuché la puerta cerrarse. Algo está por venir.

— Estudiantes de la clase A de Grado Once de la secundaria Libertador de Jeervalya los he convocado para darles un anuncio importante a todos: este lugar pronto será tomado por nosotros los perdedores —dijo el que cerró la puerta y señaló a cada uno de los chicos de los asientos del fondo. Comprendí porque Solomon me pidió ayer que no dejase mi sitio en el fondo.

La mayoría de estudiantes comenzó a reírse, incluso algunos del grupo señalado en el intento de discurso. Vi a Lyana con una cara de: «—No debí sentarme por aquí» Ella apenas guardó sus pertenencias.

—Ya te oímos, perdedor —habló un chico, no puedo decir quién—. Apártate, hay varios que queremos irnos a nuestras casas.

—Sí, vivo lejos y no quiero llegar tarde, es peligroso —dijo una chica.

Aproveché para estar de pie y avanzar hasta la puerta, entonces, unas cinco personas se colocaron cerca de Solomon que giró la perilla y dio paso a que el salón entero saliera. Dejé que los demás pasaran primero a propósito, quería estar solo. Terminé por salir al último. Cuando me dirigí a la salida de la secundaria, unos metros antes de llegar a los casilleros, encontré a Ernit haciendo de las suyas.

—Toma esto, maldito perdedor —impactó a Solomon contra un casillero—. Por tu culpa perdí el autobús y también me perderé el capítulo de los Power Rangers.

—Por favor, déjame, te lo suplico.

—Solo será por unos segundos, tengo que ir al baño. Luego volveré que apenas comencé. Y tú qué miras, rarito. Eres es el siguiente en la lista —me apuntó. Jalé los tirones de la mochila, en cuanto él se fue, le pasé mi mano a Solomon.

— ¡Hey! ¡Sky! —llegó Xavier de un salto—. Déjame, yo también quiero ayudar —dijo, entregando su mano. Entre los dos conseguimos que nuestro compañero se pusiera de pie.

— Gracias, no sé qué haría sin ustedes —agradeció con balbuceos; baboso.

— Ernit va a salir pronto, Sky, hay que ayudarlo. Sé que no le tienes miedo a Ernit, pero no podemos dejar a Solomon así, tiene la cara magullada y no puede moverse bien.

— Está bien.

— Vaya, que seco.

Xavier y yo colocamos nuestros hombros para ayudar al ñoño. Si por sí la mochila pesaba, con él era más. Me despegué de un tiro; entre los tres nos movimos en la hilera de casilleros que se hacía infinita.

Incluso si eran más de los cinco, había unos cuantos alumnos en la sala de castigos o que seguían pasando clases, aunque, es lo mismo, ¿no? Después de largo tiempo cargando con un tipo de cuarenta kilos, el hombro comenzó a dolerme y la espalda también. No estoy acostumbrado a cargar con mucho peso.

—Sky, sé más cuidadoso, no lo arrastres.

—Lo siento —coloqué el brazo entero de Solomon sobre un hombro.

Luego de otro tramo en el que quería desistir y dejar a esos dos a su suerte, por fin logramos llegar hasta la puerta.

—Gracias, gracias, gracias —dijo con voz aguada; jaló nuestras camisas, qué exagerado.

—No tienes porqué. Ahora vamos a tomar el bus juntos.

—Lo siento, pero tengo que irme —me acomodé el otro tirón—. Adiós, goodbye.

—Farewell, friend! I'll see you tomorrow —se despidió Solomon.

—Hasta luego, Sky —Xavier alzó la mano.

Fui hasta la parada del autobús y cogí uno que me dejó cerca de casa.

La mañana siguiente Xavier se sentó un lugar a mi lado. No lo entiendo, él es un tipo que le parece atractivo que le parece atractivo a algunas chicas, tiene buenas notas y aunque no es rico, no parece sufrir de dinero.

Después de que el maestro de ciencias naturales acabara la lección, alcé la mano por una duda.

—Profesor, ¿Qué libros recomienda para saber de plantas jeervalyanas?

—Es una excelente pregunta —me apuntó con la tiza y dejó los títulos de algunos libros en la pizarra—. Pueden encontrar todos estos en la Biblioteca Central que está cerca de la Plaza Principal.

Anoté los títulos. Él se fue dejándonos con unos minutos para descansar. Podría decir que es uno de los pocos profesores a los que de verdad tolero.

Xavier se fue de su asiento. Estaba tranquilo, incluso con algunas ganas de dormir, y eso que anoche me fui a la cama a las diez y media. Quería levantarme y buscar al tipo de la clase d que me vende los videojuegos, si lo hacía corría el riesgo de no llegar a tiempo o meterlo en problemas a él.

—Qué flojera —dije, cerrando los ojos.

Esta apenas era la primera clase. Las demás iban a ser agotadoras. Entreabrí un ojo, Lyana se durmió sobre su cuaderno.

—No te duermas, Sky —apareció Xavier para despertarme.

—Gracias. —Recobré la conciencia para ver que llevaba una Nintendo Game Boy, qué envidia.

No tardé en aburrirme. Quería irme a un café internet, al campo de deportes, a otro sitio que no fuera esta tonta aula.

—Ay —Recibí un golpe con una regla; escuché unas risas.

— ¿No dijiste que no podía sentir nada? —preguntó un compañero.

— Quizás habría que pegarle menos fuerte —respondió otro.

— Jo, al menos parece que no hará nada.

«Váyanse a la mierda», pensé.

Me dieron ganas de devolverles el golpe, pero no quería que volviesen a llaar de nuevo a mi madre y ganarme una cita con la maldita doctora Luar.

—Déjenme en paz —les dije.

—Jo que este se acaba de enojar. Vamos, solo fue un golpe.

—Ustedes son unos g...—Xavier llegó a cubrirme la boca.

La segunda clase todavía no empezaba y quería largarme.

—No estés enojado, vamos. La clase de Miss Cantleman te pondrá de mejor humor. O no, ya sé te prestaré mi consola en la hora de almuerzo.

Xavier fue lo suficientemente amable como para que dejara mi cara de enojo.

Todavía no llegaba la profesora y el salón era un bullicio.

—Es que las pelirrojas son sexys y ardientes. Mi papá tiene una revista donde sale una con unas tetas enormes.

—Flipo.

—Los hombres pelirrojos son feos y enclenques. Es tan divertido cuando les hacen bullyng —añadió una compañera—. El otro día Ernit golpeó a uno de un grado superior, fue tan genial.

Las conversaciones de esos compañeros y de otros se acabaron cuando la maestra de religión llegó y nos mandó a leer la biblia.

—Vamos chicos, alégrense. La palabra del señor es para todos.

— ¿Incluyendo para los que son raritos y perdedores? —una compañera usó su dedo para señalarnos a los que nos sentamos atrás.

— Por supuesto.

Esa tonta profesora en vez de castigarla la dejó pasar.

A la hora en la que se supone debía de jugar con la consola de Xavier, a él se le fue las pilas. Por la tarde Ernit me lanzó una mirada que me dio a entender que era una de sus siguientes víctimas.

Hoy salí a destiempo porque la estúpida maestra de la clase de lengua se le dio la gana y no encontré un bus, tuve que caminar los cuarenta minutos a casa.

Fue luego que tomé de un bolsillo la llave para abrir la puerta externa. Saqué la otra —la que abre la casa en sí— de debajo del felpudo de bienvenida donde siempre la dejo. Adentro, me cambié de zapatos por unos más cómodos.

Fui a la cocina con pasos largos y abrí el refrigerador, estaban unas patatas, leche descremada a medio acabar, unas dos pechugas de pollo y arroz precocido. Tiré los últimos ingredientes mencionados a una cacerola, mientras revolvía.

—Los odio a todos. Odio a esos bastardos —lo pude decir estando a solas; incluso si Xavier me hubiese prestado su consola y hubiese salido a tiempo, no estaría mejor. Estoy harto de todos ellos, ya no los soporto. Serví la comida y me senté. El arroz estaba un poco oscuro, igual me lo iba a comer. —Voy a darles una lección a todos esos bastardos e hijos de putas—dije después de unos bocados. Estaba decidido a hacerlo, no iba a dejar que se burlen de mí y hagan conmigo lo que se les da la jodida gana. Continué mi comida, triturando cada trozo. Comencé a pensar en las películas y las series de América donde los tipos de los salones son tan pesados como los de aquí. Puse los dedos sobre la mesa y escuché los ruidos. Quería tener un plan pronto, y entonces, una idea vino a mí. Acabé la comida y limpié todo.

«Maravilloso», fue el primer pensamiento que se me vino a la mente. El plan que ideé involucraba objetos que tengo en esta casa.

Fui hasta el segundo piso, cerca de la habitación a la que le pertenecía a Armelia; de la de que usamos como deposito, arrastré la escalera, oyéndose chirridos por el contacto con el piso. Si quiero que no me descubran debía ser cuidadoso que, si no acabaría en el consultorio de la maldita entrometida, después limpiaría el desastre.

Desplegué la escalera. Respiré, puse un pie a la vez, subí el primer peldaño. No tenía que ver hacia atrás. Ya en el tercero, extendí un brazo hasta el cuadrado de madera de tono más oscuro con escaleras desplegables, al estar a una distancia la suficiente como para no chocar las dos escaleras, la segunda se colocó de manera perfecta.

Todo está saliendo bien. Luego de bajar y regresar la primera escalera a su sitio, al fin pude subir al ático. Lo que necesito se encuentra en una caja, por desgracia no recuerdo cuál porque solo me la mostraron un par de veces y papá la uso en una, apenas un par de minutos porque mamá no quería que aprenda malas mañas.

Pero, sé que está aquí, oculto en alguna parte. Antes de continuar en la búsqueda prendí la luz que apenas iluminaba. Las primeras cajas en ser revisadas no la tenían.

Pasé a las siguientes que eran las más próximas a los rincones, supuse que habría mayores probabilidades de encontrar lo que busco. Aparté una que estaba arriba para ver el contenido de la otra, encontré adornos, invitaciones al matrimonio de mis padres y un montón de inutilidades, excepto una medalla con la inscripción del Honorable Ejército de Jeervalya, seguro era de mi abuelo.

La siguiente caja por revisar ocupaba el mismo tamaño que las dos anteriores, los objetos en la parte superior tenían una clara cubierta de polvo. La arrastré porque no veía mucho. Sobresalieron cubiertos de metal, un par de adornos con letras asiáticas, a saber, de qué país serán; otra medalla, reluciente, de banda con los colores nacionales. Ninguno me interesó.

Me abrí paso con las manos, suponiendo que son las siete u ocho de la noche, me quedada poco tiempo. Mordí mi propia lengua en cuenta de evitar una rabieta. Dejé los objetos en un lado, entonces, en una esquina cubierta de chuches irrelevantes vi un brillo metálico que no se parecía al de la medalla.

Retiré los estorbos y en cuando lo vi, los latidos del corazón comenzaron se me hicieron rápidos y sonoros. Lo encontré, a tiempo. Mi plan estaba a un paso de concretarse. Metí el tesoro en los bolsillos. Con temor a ser descubierto bajé a toda marcha a la sala, claro que por lo menos dejé la puerta del ático en su estado inicial.

Limpié todo antes de que mi madre pudiese llegar y me puse ropa de dormir. Cuando mi madre regresó, ella me vio recostado mientras jugaba al Gran Turismo; no pandillas, no peleas ni nada de que lo me pudiese reclamar.

El día siguiente... este podría ser uno normal con la maestra de lengua dando su clase y el salón dando sus participaciones o con sus tontos apuntes, una lástima que ella se fue a atender unos asuntos en la dirección. Estaba de suerte, era una increíble coincidencia, pero si incluso no hubiese sido bajo este escenario, habría procedido en otra clase, en el intermedio que hay en lo que llega uno y otro profesor.

Había papeles debajo de mí, al frente, a la derecha. Moví rápido la cabeza hacia la izquierda, uno cayó sobre mi pupitre. Unos lugares adelante estaba un grupito de amigas sentadas juntas.

—Como molan los videojuegos que salieron en los últimos meses, en Navidad quiero pedir la mayoría de juegos que sacaron para la Play Station 2 —dijo uno de mis compañeros.

—Yo tengo la Play Station normal, quisiera la dos y también el Super Mario.

—Flipante, veamos si puedo ir a tu casa. Este año mi familia quiere pasar las fiestas en las Islas Canarias o en Madrid.

—Mola —respondió Xavier, cambiando su ángulo de vista—. Y tú, Sky, ¿qué quieres o harás para navidad? —me dirigió la palabra.

—Por favor no me hablen, quiero estar solo —me anudé la corbata y mantuve la mirada sobre el cuaderno. Sky no es mi nombre, es el diminutivo de mi apellido paterno.

—. Hoy estás más serio y enojado de lo normal, pensé que los tauro eran los únicos que nos portábamos toscos

—Xavi. —El otro compañero le miró con una de esas caras con las que se mirarían a tipos locos—. ¿Crees en los horóscopos?

—No, no, no —respondió—. Es que soy fan de Caballeros del Zodiaco, esa serie tan buena que pasan en español todos los sábados por Canal 11. Soy Aldebarán de Tauro, él es tan grande y fuerte.

—Que aburrido, estamos mejor hablando de videojuegos.

Xavier y él siguieron en su conversación. Una de las cuatro chicas del grupito de amigas, o sea Luciana, se acercó hasta mi lugar y puso un papel; oí su risa.

Tomé el papel, al darle la vuelta me fue fácil ver que decía: Boys, the most handsome to the ugliest. Una lista de chicos, qué originales que son. El que tenía el primer puesto era Michael, luego Arthur, el tercero era Edylon. En el último lugar me colocaron a mí. Les reconozco que se tomaran la molestia de escribir mi nombre completo; mis tres nombres con mis dos apellidos como manda la tradición en Jeervalya de usar también el de la madre.

Cogí la hoja entre las manos con ganas de volverla una bola y tirarla al piso, pero Xavier me la quitó y puso cara de enojo. Las cuatro que hicieron la lista se estaban partiendo de la risa, vaya que lo hacían porque las escuché hasta en mi rincón.

—Oigan brujas malvadas, mi amigo Sky podrá ser feo, pero ustedes no tienen el derecho de burlarse de él —Xavier se puso contra ellas—. Si lo hacen las acusaré con Miss Cantleman o Mister Esquivel.

A Luciana y las otras tres les debió importar nada. Miré hacia la mochila, adentro estaba lo que tanto batallé por encontrar.

—Gracias por defenderme, Xavier —le dirigí la mirada—. Por favor, dame una pequeña ayuda.

—Claro que sí, Sky.

—Iré a ver si algún profesor se encuentra cerca, necesito que cuides de mis pertenencias.

—Cuenta conmigo, amigo. —Chocó su hombro contra el mío; todo lo que hizo y dijo me pareció sincero.

—Por favor, no toques nada de lo que tengo, ya sabes, privacidad.

Al levantarme, pasé cerca de dos compañeros que dormían sobre sus pupitres. Cuando llegué a los primeros lugares, corrí hasta la puerta, viendo a los chicos que fueron puestos de guapos, uno de ellos estaba con la lista; la abrí lo suficiente para escabullir la cabeza, por el pasillo caminó Miss Henderson sin mirar hacia nadie. Regresé a mi asiento y le di las gracias a Xavier.

Me senté de costado y tomé la mochila, le bajé el cierre, ahí estaba el objeto con el que me haría respetar. Si bien no era de las mejores, funcionaba. Se veía tan reluciente; sé que cuenta con algo de carga porque papá se la puso hace años.

Escuché a las ñoñas murmurar y reírse entre el montón de voces del salón.

—No me importaría que Ernit golpee al perdedor que pusimos en la última lista.

—Es tan feo que y raro, le gustan los videojuegos.

—En inglés suena mejor, he is a loser. Loser.

—Qué bueno que Margo se separó de él. No sé cómo aceptó ser su novia en primer lugar.

—Seguro fue por un reto.

Las cuatro se partían a carcajadas. Esas malditas desgraciadas, sé que mamá me enseñó a respetar a las chicas por lo difícil que puede ser una, pero, ellas son unas golfas insoportables. Con los chicos no es que me vaya mejor; también los odio. Odio a todos en este maldito salón, exceptuando a Xavier y quizá Solomon.

Ahora las van a pagar. Verán que conmigo no se juega y se van a arrepentir cada segundo. No me importa que vaya a parar a la dirección o que venga un estúpido maestro.

Tomé mi mochila. Mientras todos estaban con sus asuntos, me ocuparía de quitarles sus tontas risas de la cara. Me puse del lado de la pared para que no se viera lo que estaba por hacer. Respiré, tenía que estar lo más concentrado. Cerré la mochila, la abrí y dejé ver su fondo; la volví a cerrar. La abrí, con un par de dedos, la llevé abajo, la cerré de vuelta.

¿Qué mierda estaba haciendo? Se supone que esto debe ser rápido y no debo matar a nadie que ahí sí que me metería en problemas graves, joder ni siquiera sé por qué se me ocurre eso. No lo entiendo. Pero es que ah, no pensé en esto antes. ¿Por qué ahora sí?

Respiré, puse la mochila sobre mi pupitre. La profesora no llegaba y empecé a hacer ruidos con los dedos.

Debía hacerlo. Pero, las paredes amarillas del salón hacen que piense en mantequilla en una tostada. La pizarra en blanco provocó que recuerdé las asignaturas que faltaban y en los maestros que deben venir a dar su trabajo.

Debía concentrarme, pero no puedo. Hay demasiadas voces y ruido. Miré hacia la pared, no, digo sí; luego hacia los cuadros de Gilandor O'Lenn, Thiomu Dangell y su esposa, Belida, los tres próceres de la independencia jeervalyana. Sus hazañas son de lo poco divertido que tiene la clase de historia.

Miré hacia el piso. Después hacia el pupitre de otro de mis compañeros. De pronto oí los latidos de mi corazón y subí mi mochila para bajarle el cierre.

—Si lo hago dejaran de reírse de mí y hasta Ernit me dejará en paz —dije, incapaz de mantener las palabras en la cabeza. —Si no lo hago, seguiré a cómo estoy.

Según el reloj, faltaba poco para la siguiente clase. Mis compañeros charlaban y reían. Incluso si detesto a casi todos, sé que tal vez no todos sean tan malas personas y que tienen sus propias vidas fuera de la secundaria.

Saqué el objeto de la mochila y lo puse sobre mis faldas.

— «Hazlo», escuché dentro de mí. —«No lo hagas» pidió mi otra voz interna. —«Hazlo, hazlo, hazlo», escuché una tercera voz no se parecía a las anteriores y más bien sonaba como la de un niño pequeño.

Era ahora o nunca. Pasé los dedos sobre la superficie metálica y me preparé para jalar el gatillo. Este era el momento ideal. Acomodé los dedos, estaba listo para sacarlo a la luz.

—No puedo hacerlo. —Metí el objeto de vuelta al bolsillo en el que lo dejé; a la salida cargaría la mochila con las manos—. Hay inocentes, Xavier y Solomon no se merecen lo que quiero hacer.

—Eh, Sky, qué te sucede, estás hecho nervios —preguntó Xavi. Tuve el tiempo suficiente de cerrar y desocupar mis manos.

—Nada, Xavi, revisaba mi mochila. Por favor dime qué día es hoy con fecha y si puedes, la hora —le dije, procurando no precipitarme.

—Hoy es viernes 26 de noviembre del año 2004 —avisó.

—Good morning, classroom. It's time to get your hands in the assignment —llegó la maestra.

Me apresuré en sacar lo necesario para la clase y de repente, un dolor de cabeza me punzó, haciendo que llevara las manos a esta. Pero, este dolor era diferente del que me producía tomar los medicamentos. Cerré los ojos y me recosté sobre el cuaderno.

Era de atrás para adelante. No podía tan siquiera agarrar el lápiz o una lapicera.

«—Humano tonto, ¿hiciste tanto por nada?», escuché una voz dentro de mí.

—Ayuda, necesito... —extendí el brazo. Mi cuerpo actuaba en automático.

—Miss! —Xavier llamó a la profesora—. Sky necesita ir a la enfermería, por favor deje que lo acompañe.

Cuando abrí los ojos vi a la profesora y a mi amigo. El dolor continuaba y él me ayudó a ir por una pastilla para aliviarlo. Resultó que era migraña, no le dije a la enfermera que tomo medicamentos.

—Tienes que descansar.

— ¿Pero volveré a clases si me recupero? No quiero faltar.

Descansé hasta la hora del lunch y busqué un sitio para comer en la cafetería.

—Sky, ven, te guardé un asiento —me llamó Xavier—. No nos reiremos de ti, lo prometo.

Conmigo y Xavier estaban una chica de cabello corto y un tipo con lentes. No reconocí a ninguno de los dos.

—Hola —saludé sin saber qué más se puede decir.

—Hi —dijo ella—, soy Margot y este es Oliver; los dos somos de la clase b. Qué gusto conocerte, ¿cuál es tu nombre? No sé si nos vimos alguna ocasión, o quizá sea la primera vez que nos vemos.

Me presenté ante los amigos de mi amigo, los cuatro comimos juntos.

Después de la hora del almuerzo regresé para el resto de asignaturas. Cuando volví a mi casa, estaba vacía como normalmente lo era. Hoy no encontré al tipo que me vende los videojuegos y no tenía ganas de encender la consola.

Sentado, empecé a cambiar los canales en la televisión. No encontré ningún programa que me mantuviera más de un par de minutos concentrado en él. Lo único bueno que solía haber era MTV junto a la música, South Park y Happy Tree Friends que transmiten demasiado tarde o cuando mi mamá regresa de su oficina.

—Tal vez si mi mamá me comprase un teléfono podría saber a qué hora vuelve —me dije, pensando en ella. Tomé la mochila y saqué "ese" objeto. Estaba frío e intacto, ¿Qué cómo iba a usarlo? Vi suficientes películas y programas que me dieron una idea sobre cómo manejarla, tampoco es que fuese tan pesada que digamos—. ¿Valió la pena lo que iba a hacer? —me hice una pregunta que no me dio ganas de responder.

Era hora de que me prepare la cena para tomar el otro medicamento. Al sacar uno de los comprimidos de la caja, encontré una nota de mamá indicando que llegaría tarde de su trabajo en estos días; más de lo que solía hacerlo. Para mí eso equivale a más horas en la consola y jugar en paz sin que me fastidien. Todo sonaba tan genial hasta que leí que a su regreso volvería donde esa fastidiosa mujer, qué más da.

Con mi madre lejos apagué las luces y tuve la oportunidad de colocar el volumen al máximo cuando me puse a jugar y escuchar música.

A eso de las siete y media escuché los ruidos de la puerta. Cuando fui a ver al responsable, nadie estaba cerca. Joder, qué molesto es tipo de cosas. Pero, al asomar la cabeza al bosque, vi que varios de los árboles estaban secos, dando el aspecto que muchos dirían que es tétrico.

De pronto, escuché el silbido del viento y unas aves volaron; además de las risas de unos tipos de college que fueron a toda velocidad en bicicleta. Uno de ellos se detuvo y me vio. Escondí la pistola detrás de mí.

— ¿Qué estás mirando? —le dijo uno de sus compañeros—. Vámonos, deja de ver al niñato perdedor de secundaria que luego querrá llamar a su mamita.

Los dos desaparecieron. A juzgar por la mirada del que se detuvo primero, ninguno sabía que había gente viviendo por estas partes de la ciudad. Vah, gilipollas que seguro viven por el centro. Al menos no eran de esos que se creen lo máximo por vestir la última moda y se la pasan viendo los realities shows; son de los peores.

Observé de nuevo al bosque. En el lapso que salí a tomar aire, se oscureció y en el cielo no estaban las estrellas. Hacía frío, no quería ir hasta mi habitación por un abrigo. Los árboles muertos y la vegetación seca me recordaron que aún no fui a la biblioteca por los libros que recomendó el profesor de ciencias naturales; aunque él mencionó en una clase que traería unas cuantas plantas y nos diría sus nombres.

¿Y si en vez de esperar iba yo por unas cuantas y después busco alguna forma para reconocerlas?

Después de dejar la pistola sobre el cojín, me puse deportivas y caminé cerca del bosque.

No se veía nada más allá de unos troncos y maleza que me punzó al contacto. El aire frío me llegó y caminé unos pasos más adelante. No traía nada con lo qué iluminar el camino. Me continuaba, me esperaba un montón de árboles, tal vez un laberinto.

Me la pensé. La idea de ir solo al bosque al que me prohibieron ir sin compañía era muy tentadora.

Para ser día después de la secundaria, haberme enfermado y casi cometer mi venganza, tenía mucha energía.

Esta sensación que ni los juegos de peleas me la daban.

Estos pensamientos.

Hice puños en las manos y respiré ensanchando mis fosas nasales al máximo. Luego, golpeé al aire y seguía igual a como antes.

Estas ganas de romper la rutina.

Esto que corre dentro de mí.

Quiero, no; quiero.

Indisciplina.

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