Camaleón del Karma
Oscuridad.
Es lo único que hay en esta habitación, además de soledad. Este el único lugar en el que nadie puede molestar o interrumpir en mis asuntos privados. Luego de las experiencias que tuve con la entrometida de mi madre, decidí que era buena idea hacerle algo de caso. Tal y como lo dijo Madame Deaynéi, puede que no haya sido escogida ir al Mundo Mágico, pero todavía puedo seguir haciendo magia. Si esto no llama su atención y le obliga a decir sus secretos, probaré otros hechizos, no me detendré hasta conseguir lo quiero.
Libros, inciensos, folletos, lo traje todo desde aquel increíble lugar que en serio merece ser llamado la Calle de la Sensación.
La única fuente de luz que hay es una pequeña ventana y unas velas que acabo de encender. Las fotos de Esmeralda, Reila y Pyrinea fueron iluminadas. Esas tres desgraciadas tienen una cualidad en común: empeorar mi vida. ¿La primera? Desde que somos unas niñas siempre se ha portado terrible conmigo y me daba la contra, viéndome con sus ojos de sapo fuera de estanque, dándome pellizcos.
La segunda, sin importar que no nos vemos hace mucho, es más que seguro que es responsable de esparcir malicias sobre mí, una piedra en el zapato si es que no la pongo a raya.
Y, por último, la tercera.
Sigo sin creer que ella haya sido la escogida, debería estar en su sitio, yo sé sí sobre magia, era la indicada para ir, es probable que lo siga siendo. Tonto destino inútil que se atrevió a enviarla, no me hace falta estar ahí para saber que debe ser una torpe en lo que hace.
Con este hechizo que haré, las tres sabrán lo qué es la magia, de lo que soy capaz si se interponen en mí camino.
Los hechizos de los nativos jeervalyanos son unos de los más eficaces que probé, en ninguna ocasión me fallaron o dieron malos resultados. Ahora comprendo porque madre, una de las pocas personas que sé que tiene conocimiento sobre los nativos, se atrevió a decírmelos. Para este en específico, se necesitan unos cuantos ingredientes que son fáciles de conseguir, excepto por uno.
Fotos de las personas a quien se les tiene quiere mandar el efecto, un objeto de su posesión o que contenga sus rastros. Flores quemadas y pulverizadas, y aquel que me costó un ojo de la cara: un ídolo jeervalyano original por el que tuve que ir a un barrio bajo de Estorné, decidí ir por el de la llamada mujer-sol guerrera. En el libro decía que con una réplica bastaba, quise el original, ¿por qué? porque al final del día, es el mejor que se puede conseguir. Fue un dinero bien invertido.
Casi me olvidaba de uno de mis perfumes favoritos, el de rosas. La fragancia es importante y este es una que acostumbro a usar a menudo, tiene mis rastros, los suficientes para canalizar el hechizo.
De acuerdo con el libro, tenía que poner las fotos en línea recta, echar el perfume sobre éstas y esparcir las flores hechas trizas.
Tuve que ponerme en una posición incómoda, encima con estos shorts que me puse hoy. Queda aguantarme. Puse el primer material tal como se me pidió, a continuación, seguí con el perfume, con cuidado de no verter demasiado, porque es uno concentrado de puras rosas, para nada barato. Agarré la bolsa y con la ayuda de las yemas de los dedos, la espolvoreé. El resultado final era hermoso.
Faltaba un paso. Tomé al ídolo tallado en madera, la expresión del rostro de la mujer tenía las cejas fruncidas, con arrugas marcadas en el ceño y una boca con los dientes expuestos. Quién sea que lo haya tallado, conocía su trabajo. La madera estaba era fina, sin ninguna imperfección en ella.
Todavía en posición de agachada, la puse en lo que pensé era el medio de las tres fotos. Luego la moví a la izquierda, no, a la derecha, un poquito de nuevo a la izquierda. Tiene que quedar centrado si quiero que todo salga bien.
Me decidí por ponerlo en el centro exacto de la segunda foto, que era la de Reila. Según lo que leí, el orden de las imágenes no importaba, lo que sí, era el ídolo.
—Oh —me puse en posición de adoración frente a la figura—. Mujer-sol. Tú que viviste en algún tiempo de las tierras que hoy se llaman Jeervalya, te pido que otorgues tu fuerza a este hechizo. Te lo pido Mujer-sol, de rodillas ante tu poder. Te lo pido desde el fondo de mi ser —subí y bajé el cuerpo, ensuciándome los brazos.
De vuelta de pie, era hora de dejar el lugar. Obvio que con seguro. Sin importar lo lejos que está de los cuartos principales, no olvidé cerrar la cortina. Dejé tal cual hechizo hecho. No sé si era mi imaginación, pero el ídolo de madera comenzó a ver de frente a las tres fotos antes de que saliera. Si no era suficiente seguridad, la única con una llave existente, era yo.
Fui hasta mi habitación, tenía pendiente darle un poco de orden. Las sábanas estaban dispersas en el piso y dejé una de las almohadas cerca del tocador. Traje una escoba para barrer el piso, en medio de una de las sábanas, vi un pedazo de lo que parecía ser el álbum familiar del que extraje la foto de Esmeralda. Lo tomé solo para corroborar que era éste, en la página actual encontré una imagen en la que ella me miraba con su clásica mirada de bruja de cuentos de hadas. Sí, se podría decir que, si mi vida fuera un cuento, ella sería la villana que se interpone en mis objetivos, o por lo menos estorba.
Lo puse sobre una de las mesas que hay y me ocupé de recoger la basura que hice esta mañana, entonces, fue que encontré uno de los folletos que dejé afuera, lo recogí y quedé con la boca abierta luego de ver que incluso tras estos años, conservaba sus colores intactos.
—Si no voy al Mundo Mágico, nadie más en esta familia lo hará. Si hay alguien, su vida será tormentosa.
Lo lancé a los mosaicos de cerámica y le di un fuerte pisotón con el tacón. Cuanto deseo que el hechizo funcione pronto.
Del bolsillo de mi pantaloneta, saqué la llave para cerrar la habitación y así esconder las evidencias de mi actuar.
Sin perder la cordura que me quedaba, caminé a la ventana más cercana, primero recorrí sus finas cortinas de seda importadas de uno de esos países de nombre impronunciable, su color rosa puro siempre me subía el ánimo en situaciones bajas. Entonces, con los brazos sobre esta, la extendí; los aromas de la primavera entraron.
Del adorable nidito salieron trinos, vi a la madre con comida en su pico, estaba alimentado a sus pequeños. Aunque el árbol hacía su sombra capaz de cubrir una manta de picnic entera, el sol tomó su lugar. Era un día perfecto para ir por un helado, a la piscina o salir con las chicas. Pienso llamarlas en una hora o dos, seguro que les encantará pasarse conmigo a unas cuantas tiendas de bijoutería o adornos.
—Pero que mal huelo —sentí el aroma a basura y podrido. No es apropiado que huela así. Es buen momento para tomar una ducha, ya sé, un baño de burbujas es una opción perfecta. Llené la tina de perlas y adornos. Tomé mi shampoo favorito y dejé que la suciedad se fuera.
No tardé mucho tiempo en secar mi hermoso cabello gracias a la secadora tan potente, una de las mejores compras que hice en tiempo.
Para no tardar horas —en el completo sentido literal— escogí un outfit parecido al que tenía en un comienzo, sí, incluyendo los zapatos de tacón. Lo combiné con una cadena de oro que se ajustaba perfecto al cuello, un reloj de Gucci y claro, una bolsa porque no tienen que faltar al momento de salir a la calle.
Me vi en el espejo, estaba perfecta. La combinación era espectacular, seguro que las chicas me darán elogios al verme.
Con pocas ganas de perder el tiempo, me dirigí a las gradas. El alto de los tacos que escogí me dificultó bajar las primeras gradas, nada que sea improbable de arreglar si me sostenía bien a la baranda, lo que por supuesto hice. A punto de llegar a la recta final, por error pisé un sitió que no debía y lo esperado sucedió. Vi los últimos escalones pasar en frente de mí sin poder poner un alto, por un momento los latidos de mi propio corazón dejaron de sentirse.
el resultado final fue el de mi cara impactando contra el suelo. El cuerpo entero se siente pesado, necesito ayuda.
— ¿Pablo? ¿Marcela? —me pongo a decir el nombre de los criados de la casa, uno por uno. — ¿Alguien? ¿Hola? —pregunté, contuve el dolor sin hacer algún ruido.
Digamos que tuve suerte de que fueron tres escalones, en el piso no hay rastros de sangre o alguno que pueda delatarme.
Esperé. Primero unos ¿cinco minutos? Luego diez y luego quince. Pero nadie parecía venir. Cómo es posible que, en una casa con un montón de criados, ninguno de ellos aparezca. Si esto sigue así, tendré que levantarme por mi cuenta.
— ¡Señorita! —escuché la voz de una de las criadas, gracias al cielo que aparecía.
— Oh, eres como un ángel caído del cielo. Apareciste justo cuando te necesitaba.
Me ayudó a estar de pie, entonces entré en la cuenta de que era la única que estaba. ¿Qué habría pasado con el resto? Tengo que preguntar, no es normal que pase. Por lo general este tipo de situaciones ocurre si es que hay una actividad en la piscina, pero todavía sigue mal. Hay algo que me huele igual que huevo podrido.
—Janetta, qué pasó con el resto de criados —lancé la interrogante rápido y directo. Ella colocó los brazos hacia abajo y los cruzó, su mirada evitó chocar con la mía.
—Señorita —pareció que se quedó sin aire o sin palabras—. Están de descanso, yo me quedé porque sus padres me lo pidieron. Si quiere ver qué pasa, vaya a la piscina, uno de sus familiares vino de visita.
—Gracias, por favor no te esfuerces demasiado.
Con paso calmado, viendo a las alfombras y los mosaicos, caminé afuera; vi una escalera de metal nueva sobresalir de alguna parte. Espero de todo corazón que el que esté de visita no sea Sirvaus, no es que sea mala persona, de echo me cae bien, pero, es de una contextura bastante especial.
Sin saberlo, coloqué los dedos cruzados mientras iba a ver de cerca qué ocurría. Al estar a menos de unos centímetros de la piscina, vi con mis propios ojos que en ella se encontraban los criados. No hay nada malo con eso, ellos también se merecen tener su descanso y diversión. Me llamó la atención que en el medio estaban un muchacho y una pequeña niña con un par de flotadores, los dos con gafas negras que impedían verle los ojos. Sin reconocer de quiénes se trataba, me puse a una distancia que consideré prudente, digamos unos cuatro azulejos.
El chico encima del flotador trasparente se bajó las gafas negras, luego me dio un coqueto guiño y extendió una mano, a manera de saludo. Silas. Era él, uno de mis tantos primos del lado paterno.
—Hey, Barbie, come on! —llamó.
Fue un poquitín raro verlo sin su clásico copete peinado a la izquierda, que cubre uno de sus ojos o su ropa negra. Se que adoptó ese estilo en la pubertad, se volvió tan característico de él a tal punto que es irreconocible sin él.
—I'm sorry, I can't go too near, I have fear to slippe because my high heels —le fui sincera. La niña al lado de él le agarró la mano, ¿sería su última hermana? Si es así, lo explicaría todo. —Y, ¿Quién es la niña que está contigo?
—Es Firgia, mi hermanita menor. A que es la primera vez que se conocen —cambió al español—. Qué tal si se conocen.
Silas me introdujo de una forma más apropiada a su hermana menor, ella era muy parecida a su madre, mi tía Elida, que, por cierto, colocó su apellido primero a sus hijos y no fue porque el padre los hubiese abandonado, si no fue otro motivo que olvidé.
—Entonces, ¿Por qué viniste hasta aquí?
—Tus padres me llamaron para que viniera a coordinar contigo la fiesta mega guay que quieren hacer. Mis hermanos mayores no pudieron venir por falta de tiempo, por lo que me lo pidieron a mí.
Silas y yo quedamos hablando por un rato. Firgia chapoteó algo de agua que cayó a los azulejos, procedí llena de cautela para no caer en la piscina. Al terminar la conversación, me despedí.
Oye, antes de que te vayas —me detuvo la fuerte voz de mi primo—. Agradece a tus padres por dejarme estar a mí y mi hermanita dentro de esta belleza, de verdad, muchas gracias.
«Demonios, dije dentro de mí.»
Me despedí de Silas y la pequeña. No es que no me agraden las fiestas familiares, pero, pero, a veces no salen tan bien.
Recuerdo la vez en la que, por organizar una fiesta, mamá perdió dos de sus costosos adornos y además eran sus favoritos. No siempre todo sale bien, ella y papá lo saben bien. En otra ocasión, una en la que todavía era una niña, se pusieron a hacer cosas de adultos y mis primos, incluyendo los varones fueron a mi cuarto, más allá de lo que dejaron hecho un completo desastre y los que eran pequeños, dejaron las paredes sucias, encima, estuve a un pelo de que descubrieran los folletos del Mundo Mágico. ¿Quién dice que no podría pasar lo mismo de nuevo?
—Creo que debí preguntarle la fecha a Silas —verbalicé lo que se debió quedar en pensamientos.
Puse un pie sobre una superficie que parecía dura, al darme cuenta llegué al camino de piedra. Es una buena opción si es que no quiero perder tanto tiempo, cuando esté por la puerta llamaré a las chicas. Caminé con la mirada sobre las rocas, no quería que los tacones se me arruinasen, estos porque los pedí desde tan lejos.
Me llevé una mano al cabello, al pasarla por encima recordé que hoy no me la hice en una larga cola de caballo. Oh, me pregunto qué será de ellos, quizá debería ir a ver si les dieron de comer o de beber. Papá sigue sin comprar un equipo adecuado para montarlos.
Si es que me encuentro con alguno de mis padres les pienso preguntar el motivo de la fiesta, por qué aceptaron en organizar una ellas o bajo qué condiciones. No es no quiero que mi familia venga, es fantástico ver a los tíos y primos con los que rara vez me encuentro, pero no es nada bonito cuando los encuentras revolver tus pertenencias o mirar entre tas cajones.
Ay, ay.
Sentí una punzada en mí interior. Di un suspiro, es probable que esté teniendo ciertos pensamientos molestos. Esto no pasaría si es que entre mi familia no hubiese algunos entrometidos y curiosos que quieran meterse en donde no los llaman, cual detectives que no piden permiso: observé al cielo, tratando de tener pensamientos distintos.
Todavía quedaba un buen trayecto hasta llegar a una de las puertas de salida de la propiedad, desde luego que no era demasiado largo o complicado de transitar.
Entonces, caminé con más cuidado que antes. No hay prisa, sé que las chicas esperan si es que se los digo. Mientras sea de día y el sol alumbre, puedo moverme por cuenta propia, tampoco vaya a ser que me porte cual inútil; como dice que soy mamás. Piedra tras piedra, viendo entre qué espacios pisaba. Pronto distinguí una cerca de metal, estaba cerca. Já, sabía que tomar este camino era una buena idea.
Pensé en acelerar, no, en lo qué haría con las girlies cuando las llame y vayamos a la ciudad. Además de ir al centro comercial, tomar helados, ver una peli juntas, ir al salón de belleza. Quisiera que el día tuviese más de veinticuatro horas para hacer todo lo que quiero sin preocuparme por si va a anochecer o no, antes de irnos a la universidad, de que tomemos caminos separados las seis. ¿Qué pasa si es que no nos volvemos a ver?
No, no debería pensar eso. No entiendo por qué estoy tan pensativa, son mis amigas de la secundaria y del college, incluso a una de ellas la conozco desde la primaria.
—No pasara nada si lo hago. Comencé a correr sin, el aire se sintió genial en la cara. Menos palabras y más acción. Un tanto de diversión, de la sana, jamás hace daño. Ya podía saborear los deliciosos sabores de helados y dulces caseros.
Y tan pronto como pensé en lo que haría, dejé de moverme. Algo estaba pasando, podía usar el pie derecho, el izquierdo, nada de nada. Intenté subir el talón sin éxito, si es que lo que creo que es, estaré arruinada. Crucé los dedos e hice un par de oraciones imaginarias, si de verdad es lo que es, si de verdad es lo que es.
Traté de moverme, sin éxito alguno. Me llevé la mano al estómago para sentir una punzada, no lo comprendo. ¿Qué está pasando? Los hombros se me hicieron rígidos, empeorando la situación, en el abdomen comencé a sentir una sensación de pesadez, molesta e incesante.
Por qué justo ahora. Estaba en medio camino, sin nadie que pueda socorrerme o al que pueda pedir ayuda, mi voz no es tan fuerte. Si grito, corro el riesgo de que me arruiné las cuerdas vocales o me duela la garganta, pero necesito a alguien, no lo sé, a un criado. Alguien.
— ¡Auxilio! —salió un grito ¿desesperado? A diferencia de lo que pensé, tuvo la suficiente fuerza para que un pequeño pajarito azul saliera de un árbol. No era intención asustarlo, lo juro, fue por accidente.
Necesito recostarme, quiero una almohada mullida y unas mantas, si caigo, el cuerpo me dolerá por las rocas.
De repente, me dieron ganas de arrancarme los cabellos. Esa maldita sensación había venido a por mí cuando menos la quería, y entonces, las imágenes a mí al redor se pusieron una sobre la otra. En un momento vi miles de arboles ordenarse en una hilera difusa sin fin, a estos los acompañaba otros miles de rocas que se repetían en tamaños y colores.
Ante esta marejada de información quería volver a casa y pedir ayuda, pero, el me llevé la mano al estómago; todo se fue tiñendo de azul, blue, cómo sea que se diga en otros idiomas.
Mi única salvación era pedir ayuda por el celular y con el brazo pesándome como una tonelada, busqué entre los bolsillos de mi cartera para que, al tenerlo en mi mano, acabase por caer al suelo.
— ¡Ayuda! Help me!
Los pies me mataban y me fijé de un lado para el otro a ver si venía alguien. Fue inútil porque nadie vino. Estoy jodida.
—A que el Camaleón del Karma es muy amable contigo—dijo la voz de un niño, era la misma que oí aquel día en la farmacia. — Disfruta de los siguientes días, señorita caramelo.
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