Amadeus
"Aquel que ama a Dios. Es alguien notorio y atrayente"
Estar en Estorné es siempre una maravilla. Visitar los barrios en los que crecí, las hermosas plazas y encontrarme de nuevo con la gente de la capital; excepto por los que son más descendientes de los sucios británicos. Es una contradicción porque —por desgracia— yo también tengo una ligera ascendencia a ellos. Hubiera preferido ser solo descendiente de jeervalyanos y españoles, el acento español es tan sexy.
Hace rato, cuando fui a comprar agua en botella, una mujer atractiva me sonrió. Ella me dio un descuento especial, y en vez de pagar las diez coronas erebrinas, pagué siete. Su padre me vio con desprecio. No es mi culpa el ser como soy.
Desearía estar aquí por descanso, pero, el trabajo me lo impide. Trabajar con seres celestiales, sobre todo ángeles de bajo rango, es una molestia. No coordinan bien, no manejan bien los aparatos. «Dios, dame paciencia para soportar sus novatadas», pensé de verdad en él. Siempre anda demasiado ocupado por lo que no tiene tiempo para atender las demandas que le piden. Es de ahí que deba recurrir a sus ayudantes, ya saben, los ángeles.
¿El resultado?
Por lo menos en mi caso, por culpa de uno de los principiantes, me tuve que esconder en el vestidor de una tienda de ropa.
Aleluya, Aleluya, Aleluya —la cruz collar empezó a sonar, emitiendo el tono de llamada que puse. Aleluya, Aleluya, Aleluya. Por si no fuese obvio y suficiente con que la cruz se alzase con cada llamada que hacen, el tono es tan fuerte. Es posible que alguien afuera me escuche.
Para aparentar normalidad, traje conmigo un par de camisas. Me las probé. Hay un problema con ellas: todas me entran tan bien.
—Este es un mensaje de la ACD —sonó la estúpida voz de ángel de coro chillón. Pronunció un par de palabras que se me hicieron inaudibles. —Usted tiene otro mensaje: una de sus amadas creaciones se salió de control, tiene que regresar lo más rápido posible.
—Auxilio, auxilio. Este robot está loco, auxilio.
—¡Viva Cristo Rey!
El escuchar la voz de uno de mis compañeros de trabajo siendo amedrentado fue suficiente para que tuviera valor de salir y pagar por las camisas a la recepcionista que luego de que se los entregara, me dejó un papel con su número y nombre en él.
Otra más.
Ser un hombre mulato y que luce un afro en un país tan racista como llega a ser Jeervalya en ocasiones, no me impide ser un hombre atractivo en cuanto al físico y la personalidad. Si es que sueno presumido es porque es así.
Entre mi familia, tanto mis hermanos como los infinitos primos que tengo, destaco por mi piel morena, ojos miel y cabello por el que fui criticado en el college. Si de algo estoy seguro, es que soy más guapo que esos chicos blancuchos que me hacían burlas. Por lo menos no parecía una mazorca de maíz con tantos granos en la cara.
—Veamos, si doblo la calle Terrateniente a la derecha, estaré en la avenida de los Reyes Católicos. Desde ahí podré caminar al centro sin complicaciones, ese era mi objetivo, el lugar donde me esperaban.
Me bebí el resto de la botella, el agua que quedaba fue suficiente para quitarme la sed.
Llegué a una calle de anchas aceras y asfalto opaco en comparación de anteriores. Había unos grandes muros de ladrillo y concreto que pasaban por gran parte. Entonces, pude reconocerlo: en vez de irme hacia el centro, estaba yendo hacia los muelles.
Esto me pasa por distraído, debo mirar mejor al caminar.
—De nuevo me dejaron solo, es imposible que la alcance. Liberta es delgada y puede correr rápido —escuché los quejidos llorosos de un muchacho.
Lo reconocí por el hecho de que dijo el nombre de Liberta: él era uno de mis interminables primos por el lado del abuelo Nialley, uno de los hermanos de mi abuelo.
—Sirvaus, muchacho, ¿qué haces tan solo? —le di unas palmadas en la espalda. A continuación, una explicación a medias sobre porqué mi estadía en Estorné. Claro que no le iba a decir sobre los ángeles, la cruz y mi trabajo. Algunos secretos necesitan ser mantenidos.
—Liberta, ella me dejó. O bueno, no tuve las fuerzas para seguirle —me dio su explicación.
—Ponte en onda, tú no necesitas ir a su ritmo que tienes el propio. Ahora cálmate y si quieres desahogarte, hazlo conmigo. ¿Eh? ¿Eh? —le di más palmaditas.
Sirvaus había subido de peso desde la última vez que lo vi que fue hace cuatro o cinco años. Tuve el tiempo suficiente para entablar una conversación decente con él, me contó algunos chismes sabrosos de su lado de la familia.
—Me tengo que ir, se hará tarde si no —le dije viendo la hora en el reloj-pulsera con canticos celestiales de alarma. ¿Qué cómo lo programo? Es tan simple como dar unos toques en la parte inferior y encontrar la función que necesitas.
—Guao, ese reloj tuyo es tan genial. ¿Dónde consigo uno igual?
—Lo lamento, fue un regalo de mi trabajo.
—Está bien —dijo cabizbajo.
—Sirvaus, no te sientas mal por tu físico. Recuerda que el hombre tiene que ser las tres f: feo, fuerte y formal. Da igual que estés gordo, a las mujeres les interesa otras cualidades como el carisma o el sentido del humor, además tienes dinero, no importa cómo te veas si tienes eso. Somos hombres, recuerda que esas exigencias físicas no van tanto para nosotros ¿Eh? ¿Eh? —le di unos codazos para subirle el ánimo. Nos despedimos y se fue de vuelta a lo suyo.
Sirvaus es un muchacho tan simpático y con un carácter agradable, espero que pueda encontrar pareja pronto. Su hermana, Liberta, es considerada por varios como una de las más bellas de la familia entera, es delgada, con hermosos ojos verdes; tanto que no parece la hermana de Sirvaus, de no ser por el cabello rubio que comparten ambos, sería inverosímil el parecido entre los dos. Pero, no se lo digo a su madre, la tía Syrla. Ella ama a sus hijos por igual.
—Vaya encuentro que tuve, me dejó con ganas de seguir hablando. Uno no se encuentra tan fácil con la familia todos los días. Es eso o es que vivo en otro mundo, refiriéndome al mental, claro.
—Espera —Vi correr a un varón en frente de mis ojos. No le pude ver la cara. Pero su voz, también me era familiar. Era la voz de Brendan, otro de mis primos, hijo de la tía Jacqueline.
—Dos encuentros seguidos, vamos que me sobran energías.
Le di un beso a la cruz para asegurarme protección, no es que estos lugares sean amigables. Lo bonito es que son cercanos al mar, se puede oír las olas o la llegada de los barcos y hermosos atardeceres en los muelles si es que puedes ir a uno.
Bip, bip. La cruz emitió sonidos llamémosle llamativos. Con unos dos dedos en la parte de atrás, quise desabrochar el seguro del collar.
No.
Aparté los dedos. No puedo hacerlo, si lo haría me metería en problemas. Tengo que llegar al centro antes del anochecer, solo me dieron hasta las ocho de la noche. El jefe indicó hace en una conferencia de hace dos días que habría un evento importante para hoy. Como no llegue temprano, Rafael y Uriel me tendrán en la mira.
Crucé dos cuadras, notando que habían retirado uno de los muelles viejos, antiguo no, viejo sí.
Luego, pasé cerca de un muelle, el color ya no tan celeste del cielo me anunció que el tiempo se acababa.
—Dios, Dios, Dios, estoy tan lejos del centro. Creo que no sería mala idea usar un poquitín de ayuda —Acaricié la cruz, una de sus funciones, si esa, una, solo una necesito usar y estaré en un periquete en el centro.
De repente, escuché los ruidos de una motocicleta. Se hacían más fuertes y vibrantes. Me aparté hacia uno lado, el conductor de la motocicleta pasó levantando el polvo. Detrás de él se oía otra cuyo conductor terminó en el piso, seguro que fue por ser incapaz de seguirle el paso.
El caído vestía con una chaqueta de cuero negra que me resultó pesada a la vista, estaba tirado de estómago. En mi trabajo, una de las reglas más importantes, es ayudar al prójimo cuando se puede. Me acerqué primero al conductor, su ropa se veía sucia.
—Oye, dame tu mano, te ayudaré a pararte. No puedes quedarte de esa manera.
—Necesito un doctor, me han dejado hecho mierda.
—No necesitas uno, yo te ayudaré, dame tu mano. No soy de una banda enemiga, solo quiero ayudarte. No me importa quién seas.
El hombre estiró su mano, es probable que lo haya hecho por mero instinto, no importa; le ayudé con el resto. Su rostro estaba rojo, tenía algunas heridas en los brazos. Di unos cuantos toques sobre la cruz para cambiar de función. Le pedí que pasara sus dedos sobre esta o que la besase. Él hizo la primera opción. Sus dedos también estaban cubiertos de polvo.
—No puede ser, estoy sano de vuelta. Tú, hombre, me has ayudado —dijo después de lo que curara—. Estaré en deuda contigo por mucho tiempo, no sé cómo pagártelo.
—Qué importa, una buena acción no siempre tiene que ser recompensada.
—No, una buena acción siempre tendrá una recompensa. —El tipo acomodó su motocicleta. Le funcionó. Se me había ocurrido una idea
—Espera, no te vayas —le detuve—. Llévame al centro, por favor —se lo pedí de la manera en la que me enseñaron.
—Súbete, hay espacio suficiente en mi vehículo. Si quieres, puedes conducir tú.
—Sería un placer hacerlo.
Los dos nos acomodamos. Sentí un subidón de euforia al tocar el metal de la motocicleta, quería y tenía ganas de probarla.
Después de encenderla, el único sonido que quería oír además de mi voz y la de su conductor original; eran sus ruedas.
—Hombre, tienes que decirme tu nombre. Eres un gran conductor.
Se lo dije mientras aceleraba la velocidad. Esto, esto era lo que deseaba desde que llegué a la ciudad. Recorría las calles cual fiera depredadora persiguiendo su presa.
Cuando salimos del área de los muelles, vi una reunión de jóvenes, tenían pintas de ser bachillerato o para los inglesitos, college. Entre ellos estaba una rubia de aspecto bien cuidado y coqueto.
Con las ruedas de la motocicleta levanté el polvo y les hice una jugarreta que no olvidarán en mucho tiempo: les llené de tierra. Me fui antes de que reclamaran porque les arruiné su hermosa ropa.
Al avanzar, las aceras y calles se iban llenando de gente, coches y unos cuantos buses y bicicletas. Pero, quedó suficiente espacio para seguir avanzando.
—Mira mamá, ese hombre es tan guapo. Vamos, tienes que mirarlo —me apuntó una chica. Estaba con su familia. La madre en cuanto me vio puso un rostro de sorpresa. Les guiñé a ambas, el esposo me miró con enojo, mientras que el niño que estaba con ellos, tenía la misma cara de sorpresa de su madre.
Luego del encuentro con la familia, me enfoqué en mi objetivo de llegar al centro de la ciudad. Si tenía que pararme por combustible, lo haría o le repondría al dueño con mi dinero. Con una mano saludé a un niño que vio con cara de sorprendido.
Quedaban algunas calles, me la pasé hablando con el tipo y saludando gente cada que podía.
El letrero de la calle o debería decir avenida, decía: Central I. Estaba cerca. Justo cuando crucé, el cuerpo se me hizo más ligero de lo normal. Me aferré al asiento del conductor casi aplastándolo. Si es lo que creo que es, será fatal si es que me mirasen muchas personas.
—Me tengo que bajar, por favor no digas nada y toma este dinero para la gasolina. Fue asombroso ayudarte y que me dejarás conducir, gracias —me despedí del tipo sin muchos líos.
Bajé de la motocicleta, tenía que encontrar un sitio para volverme invisible. El que estaba próximo, una plaza con algunas bancas y pequeñas áreas verdes, no era el indicado. Necesitaba un lugar de baja iluminación, que estuviese alejado, con gente escasa de ser posible.
«Ya sé».
Corrí para ponerme detrás de un árbol, fue demasiado tarde. Mi cuerpo se elevó en el instante preciso en el quise saltar la cerca de una de las áreas verdes y la cruz estaba iluminada, sin ella, sentiría los efectos completos de estar en al aire; estaba alzada, sobresaliendo de frente.
El cielo se hacía naranja. Por poco choqué contra un pájaro, pero la cruz me desvió. Divisé entonces la azotea de un edificio al que me dirigía. Me quedaba la resignación. No podía hacer nada para detenerme.
Llegué a la azotea y fue ahí que la cruz dejó de brillar y dejé de volar. Puse los pies sobre su piso, viendo a un hombre de espaldas. De esta sobresalían unas alas en su estado de reposo y tenía una aureola coronando su cabeza.
—¿Qué quieres de mí? Casi haces que me descubran. Ya sé que uno de mis robots se salió de control. Vamos, sé directo.
— ¿Uno? Fueron dos robots que causaron desastres. De no ser por la ayuda que llegó rápido, otro hubiese sido el resultado.
—Vamos, estás obsesionado con la perfección, Rafael. Hoy los arreglaré.
—Para ti es fácil decirlo. ¿Sabes qué también no es perfecto y causa problemas?
—Ve al grano que conozco tus rodeos.
—Los usuarios de magia. Algunos de ellos están abusando o podrían abusar de ciertos poderes. Y uno de esos podría ser uno de tus familiares. No sé si lo hace de manera directa o indirecta, tienes suerte.
—Estás diciendo tonterías. La magia es menos efectiva que las habilidades celestiales; la fe, los milagros.
—Tú no sabes de lo que son capaces, sus acciones pueden ser peligrosas.
—¿Peligrosas? Estás mal de la cabeza, ángel.
—Es lo que crees. Tú conoces el por qué y las razones.
—Eres tan redundante y fastidioso. Sé a quiénes te puedes estar refiriendo, no los juzgues.
— ¡No sabes lo que dices!
—Claro que lo sé. Bueno, es hora de que me lleves. Si la situación sale mal, Dios siempre tendrá una mano para brindarme.
—Sabes que podrías estar perjudicándole a "ella" No invoques el nombre de Dios en vano, me das ganas de castigarte.
—Eres un pesado.
—Estoy orgulloso de lo que soy. Empieza a preocuparte por tus problemas que pronto serán más y más.
—Ni que fueran tan complicados.
—Nunca subestimes tus propios problemas, estás en tiempo de solucionarlos, hazlo antes de que.
— ¿Antes de qué?
—Antes de que los que no deberían intervenir, intervengan.
—No te entiendo, ángel.
Me quedé sin saliva que pasar por la garganta. Aquellos que no deben de intervenir, no va en únicas para aquellos de malas intenciones, también va para los otros aquellos que a pesar de su emanación de bondad o de neutralidad, pueden tener posturas que en nada me favorezcan a mí o los míos.
—A veces, ni con toda la fe del mundo se consiguen soluciones, Amadeus.
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